El derecho a la educación de las mujeres en tiempos de Darwin

Ciencia y más

El principal propósito de la educación es hacer de nuestra mente un lugar placentero donde pasar el tiempo.

Thomas Huxley

Los historiadores de la ciencia están, en su mayor parte, de acuerdo en considerar que el célebre naturalista británico Charles Darwin (1809-1882) no fue precisamente un defensor de los derechos de las mujeres. Esta opinión se apoya principalmente en su obra El Origen del Hombre (1871) donde el científico sostiene sin ambages la superioridad natural del hombre sobre la mujer.

En los últimos años, sin embargo, algunos investigadores que han analizado la correspondencia privada de Darwin muestran cierto desconcierto porque el naturalista intercambió numerosas e interesantes cartas con estudiosas de su tiempo. Tales misivas reflejan que su actitud con ellas no fue misógina ni despectiva, más bien al contrario, las tomó muy en serio, alentando su curiosidad e inquietudes.

Lo interesante en torno al tema es que la lectura cuidadosa de las citadas cartas parece indicar que el pensamiento de Darwin con relación al género no era simplemente conservador, sino que encerraba una notable complejidad: desvela un mundo de ideas privadas que incluso desafían la tradicional ideología de género dominante en su tiempo. Podría interpretarse que las cartas de Darwin sugieren que mientras íntimamente se mantenía abierto a la idea de que las mujeres se involucraran en el mundo de la ciencia, su posición pública era que la ciencia y la correspondencia científica estaban reservadas a los hombres.

De hecho, Darwin utilizó en sus escritos muchos datos y observaciones que las estudiosas le enviaron, lo que constituye una sólida base para pensar que confiaba en ellas. Valga recordar, por ejemplo, la relación epistolar que mantuvo con Lydia Becker, inteligente botánica, astrónoma y escritora que realizó notables contribuciones al trabajo científico de Darwin.

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Lydia Becker

Lydia Becker (24 de febrero 1827-18 de julio 1890) nació en Lancashire. Fue educada en casa como la mayoría de las niñas de su tiempo. Intelectualmente curiosa, estudió de forma autodidacta botánica y astronomía, y también mostró gran interés por las ciencias sociales. Su valeroso espíritu de lucha a favor de la igualdad la llevó en 1867 a fundar la Sociedad Literaria de Mujeres (Ladies’ Literary Society) en Manchester, que pese a su nombre tenía como objetivo el estudio de asuntos relacionados con la ciencia. Seguidamente, decidió escribir a Darwin solicitando que tuviera a bien enviarle un artículo suyo para leerlo en la inauguración de la sociedad. El científico no tardó en responder afirmativa y amablemente a su petición.

A continuación siguió un prolífico intercambio de cartas. Becker remitió gran número de muestras de plantas a Darwin procedentes de los campos que rodeaban Manchester. En respuesta, él actuó como mentor de la estudiosa, respondió a sus preguntas, dio apoyo a sus escritos y la aconsejó sobre los mejores sitios para publicar sus artículos. Becker también le envió una copia de su libro Botánica para principiantes (Botany for Novices, 1864), que el naturalista leyó con interés.

Lydia-Becker-book-imageAl parecer la correspondencia entre Becker y Darwin sólo estuvo dedicada a temas relacionados con la botánica, sin que en ningún momento tratasen de temas sociales o políticos. Recordemos que Lydia Becker era una decidida líder del movimiento sufragista y una declarada defensora de la igualdad entre mujeres y hombres. Sin embargo, no está claro si Darwin era consciente de que estaba proporcionando material e información para una organización feminista, aunque sí se sabe que la escritora usaba papel encabezado con el membrete de la Sociedad Literaria de Mujeres.

En cualquier caso, Darwin en sus cartas parece satisfecho de colaborar con figuras femeninas que manifestaban inquietudes intelectuales y le agradaba estimular sus intereses. Además, Lydia Becker no fue una excepción. Hubo muchas más, entre ellas estuvo Antoinette Brown Blackwell, la primera mujer que manifestó que el naturalista había «dado una desproporcionada preeminencia a todo aquello evolucionado en la línea masculina». O la brillante matemática y astrónoma Mary Sommerville, que también mantuvo un interesante intercambio epistolar con el naturalista.

La correspondencia privada de Darwin ha confirmado asimismo un hecho de hondo significado: en aquellos años hubo mujeres profundamente implicadas en proyectos científicos, que provistas de gran iniciativa e inquietudes lograron llevar a cabo valiosas observaciones, realizaron diversos experimentos y alcanzaron significativas conclusiones. Varias de estas autoras estuvieron involucradas en campañas sufragistas al tiempo que manifestaban una clara preocupación por mejorar el acceso de las mujeres a la educación igualitaria, sin condicionamientos debidos al género.

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Carta de Lydia Becker a Charles Darwin escrita en un papel con membrete de la Manchester Ladies’ Literary Society.

La correspondencia de Darwin con mujeres, insistimos al menos hasta ahora, parece revelar a un científico con dos discursos sobre el género: en público afirmaba la menor capacidad intelectual femenina pero en privado mostraba pensamientos que parecían muy diferentes. No cabe duda que esa faceta de pensamiento crítico del científico, si es que la hubo, requiere un análisis más profundo. De momento, numerosos expertos piensan que probablemente Darwin tuvo un genuino interés por la educación de las mujeres. Muchas de ellas estaban realizando en aquellos años un ímprobo esfuerzo por romper ataduras, desafiando la ideología de género dominante en un intento por participar en el excluyente mundo masculino de la ciencia.

La lucha de las mujeres por erradicar la desigualdad y convertir una actividad masculina en otra carente de género y universal, no era fácil. A ellas se les negaba el acceso a la educación superior y se les impedía ser miembros de las sociedades formales; de hecho, las científicas sólo existían en algún sitio de la periferia de la ciencia institucional. Únicamente unas pocas fueron capaces de acceder al mundo de la ciencia a través de canales privados y también gracias a la escritura de múltiples cartas relacionadas con sus inquietudes científicas. En general, su participación en el mundo académico estaba severamente limitada por una aplastante ideología sexista.

No es de extrañar que al menos algunos de los grandes científicos de la época mostraran, como puede haber sido el caso de Darwin, cierta preocupación por la educación femenina. Y el célebre naturalista no fue el único. Otro gran científico británico, Thomas H. Huxley (1825-1895), un brillante defensor de la teoría evolutiva al tiempo que un magnífico docente, reveló abiertamente sus opiniones sobre el tema.

Con respecto a la cuestión del género, Huxley desplegó públicamente un discurso menos misógino que el de muchos de sus contemporáneos, sobre todo en lo que hace referencia a la educación, dando claras muestras de apoyar la formación femenina. Así por ejemplo, en marzo de 1860 sostuvo con firmeza que no serían posibles verdaderos avances para la sociedad «mientras nueve de cada diez mujeres esté sumida en la total ignorancia». A su juicio, las mujeres deberían tener los mismos derechos civiles y políticos que los hombres.

Este notable científico, no obstante, tampoco estaba exento de los prejuicios de su tiempo, razonaba que si las mujeres tuviesen los defectos que se les atribuían, sería «absurdo mantener un sistema educativo que exagere tales defectos». Y continuaba: «Las dulces jovencitas graduadas no serán menos dulces con un poco de sabiduría; y los «cabellos dorados» no se rizarán con menos gracia fuera de sus cabezas por la razón de que haya un cerebro dentro.»

Huxley predicó con el ejemplo, y como el gran docente que era llevó a la práctica su defensa del derecho a la educación femenina. No tuvo reparos en impartir algunos de sus admirables cursos de anatomía, una de sus especialidades, en aulas destinadas a alumnas, que algunos casos llegaron a sumar hasta trescientas estudiantes. A lo largo de su vida dio expresamente su respaldo a todos aquellos programas que contribuyesen al avance de la formación femenina, y en múltiples ocasiones se mostró convencido de que las jóvenes debían tener las mismas oportunidades educativas que los varones. Huxley llevó a cabo otros muchos actos significativos para lograr la igualdad en la educación. Incluso en 1880 firmó una petición para que Cambridge abriera sus puertas a las mujeres.

Pero no debemos llamarnos a engaño. Huxley también creía que una mujer en competencia con un hombre nunca tendría éxito. De hecho, estaba persuadido de que, bajo las mismas condiciones educativas, los varones serían siempre intelectualmente superiores. Además, en lo que atañe a la participación activa de las mujeres en las instituciones, mantuvo una postura conservadora. Como secretario de la Sociedad Geológica de Londres, Huxley se opuso a la admisión de mujeres ya que, tautológicamente razonaba, tal sociedad era sólo para los profesionales y los profesionales eran todos hombres. Igualmente, negó su apoyo a la entrada femenina en las sociedades científicas. Se oponía a que las mujeres se convirtiesen en miembros de lo que él veía como «una asociación de expertos en un campo, no una oportunidad para la educación de adultos».

Con todo, independientemente de la actitud asumida por los grandes del momento, lo cierto es que ellas estaban ahí, luchando contra barreras levantadas al amparo de añejos prejuicios y rancios valores sociales, subrayando, como tan bien expresara nuestra recordada Carmina Virgili que «las mujeres solo queremos la mitad del mundo que nos corresponde».

Referencias

  1. Lydia Becker, Wikipedia
  2. Darwin y el género, Darwin Correspondence Project
  3. Los archivos de Huxley

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

2 comentarios

  • Gracias Carolina por acercarnos este trozo de Historia. Admiro a Darwin y Huxley. Ellos dieron algún paso, pero no todos.
    Me pregunto de dónde, cuándo surgió la idea de que el género femenino no tiene la misma capacidad mental? Vendrá de pensar en la inferioridad física? Hay otras razones?

  • Hola Marisa, siento que haya pasado tanto tiempo y no haber visto tu comentario. Para mi también Darwin y Huxley son científicos admirables. La biografía del segundo, aunque menos conocida, es igualmente apasionante.
    Me encantaría saber de donde surgió la idea de la inferioridad intelectual femenina… es incompresible porque las evidencias muestran que la inteligencia no está relacionada con el género. Lo más razonable que he leido al respecto es que cuando la humanidad se volvió sedentaria, a paritr del neolítico hace unos 12.000 años, nació la propiedad privada: casas, campos de cultivo o de cría de animales… Los hombres desearon entonces asegurar su paternidad y así sus bienes pasarían a sus hijos; para ello, se esforzaron por mantener a las mujeres dentro del hogar, decidiendo que su papel era los trabajos domésticos. Paralelamente, podrían haberlas convencido, o al menos lo intentaron, de su menor capacidad intelectual, de su necesidad de dependencia y sumisión.
    Este tema es bastante complejo y hay montones de debates y versiones distintas…Lo cierto es que ha perdurado durante siglos.
    Un cordial saludo,
    Carolina

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