¿Valoró Charles Darwin a las mujeres científicas?

Ciencia y más

Darwin no fue feminista, pero nuestra investigación ha demostrado que su visión sobre el género fue notablemente más compleja de lo que se ha reconocido.

Philippa Hardman
«Darwin’s Women». YouTube.

El célebre naturalista británico Charles Darwin (1809-1882) mantuvo a lo largo de su vida una extensa correspondencia con personas procedentes de distintos lugares del mundo. La mayor parte de este material se encuentra archivado en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge, y recientemente ha sido objeto de un amplio trabajo de investigación contenido en el blog Darwin Correspondence Project.

Los valiosos resultados de este proyecto revelan que Darwin se apoyó para realizar su ingente obra en un considerable número de colaboradores, ya fueran sus familiares cercanos, parientes más lejanos, o bien personas ajenas a su familia. Las múltiples cartas conservadas han permitido, además de mejorar nuestra visión de este autor, enriquecer con cuestiones muy interesantes los conocimientos actuales acerca del funcionamiento de la ciencia y de los científicos a lo largo del siglo XIX.

Una faceta de los apoyos o ayudas que el naturalista recibió ha permanecido, sin embargo, públicamente invisible durante largo tiempo. Se trata de la colaboración brindada por diversas mujeres científicas con las que mantuvo activa correspondencia. Con la intención de corregir tan oneroso olvido nació The Darwin and Gender Proyect, una cuidada investigación realizada durante los años 2009 a 2013 por profesionales de la Universidad de Cambridge y de la Universidad de Harvard.

El nuevo proyecto tenía como fin explorar los temas de género relacionados con la vida y el trabajo del famoso británico, basándose en su correspondencia con unas doscientas mujeres. Los resultados logrados han alcanzado un incalculable valor porque revelan la verdadera dimensión que tuvieron las cartas de las científicas en la obra darwiniana; y porque, al mismo tiempo, reflejan con nitidez la implicación femenina en la ciencia del siglo XIX en general.

La doctora Philippa Hardman, una de las investigadoras asociadas al proyecto sobre Darwin y el género de la Universidad de Cambridge, y experta en la génesis de la obra del científico, formó parte del equipo encargado de presentar los resultados del meticuloso estudio epistolar en numerosas actos nacionales e internacionales, conferencias y exposiciones. La académica ha destacado con voz alta y clara que la correspondencia analizada contiene una rica fuente de evidencias sobre las actividades de «mujeres extraordinarias», siendo un amplio abanico que abarca desde naturalistas hasta viajeras internacionales, pasando por botánicas, entomólogas y pioneras del movimiento sufragista.

Las autoras participantes en el citado proyecto de investigación, han sugerido que la abundancia de cartas escritas por mujeres probablemente respondía a que ellas deseaban implicarse en el discurso científico de sus colegas, los cuales eran «todos hombres, por supuesto». Ciertamente, al tener negado el acceso a una educación científica formal y estar excluidas de las sociedades y círculos de expertos, las mujeres se encontraban en la periferia de la ciencia institucional. Su implicación en el mundo científico estaba tan severamente limitada por la ideología de género dominante, que encontraron en la correspondencia una vía de escape que les permitía participar en los debates de su tiempo.

En una época en que la ciencia se consideraba una «actividad propia de caballeros, reservada sólo al sexo racional», es altamente respetable, subrayan las investigadoras asociadas al proyecto, que un grupo de mujeres fuera capaz de romper ataduras esforzándose por participar en el masculino mundo de la ciencia. Algunas de estas valientes pioneras, incluso defendieron desafiantes que su postura entroncaba con sus ideas políticas, basadas en la lucha por erradicar la desigualdad y convertir una actividad masculina y excluyente en otra carente de sexo y abierta a lo universal.

Ejemplos de cartas de y para Darwin en el archivo de la Biblioteca de la Universidad de Cambridge.
Darwin Correspondence Project.

Cabe, no obstante, recordar que una parte destacada de las mujeres interesadas en la ciencia a mediados del siglo XIX no se limitó solo a la correspondencia. También, como ha explicitado la profesora asociada de la Universidad de Miami, Kimberly A. Hamlin, optaron por «forjar espacios alternativos por sí mismas para aprender, comentar, y en unos pocos casos practicar la ciencia mediante una red de club de mujeres, periódicos populares, bibliotecas y museos». Tales espacios, continua Hamlin, «les ofrecían oportunidades para discutir el trabajo de los científicos varones y contribuir al conocimiento público de la ciencia, pero no les conferían autoridad o prestigio científico por sí mismas».

Un llamativo contraste entre lo público y lo privado

Los resultados más recientes, obtenidos a partir del meticuloso análisis de la correspondencia privada de Darwin, sorprendentemente han revelado que el gran naturalista mantuvo una postura dual sobre la perspectiva de género. Como ha explicado con claridad Philippa Hardman, «Darwin no fue feminista, pero nuestra investigación muestra que su visión sobre el género era notablemente más compleja de lo que se ha reconocido en el pasado».

En realidad, continúa Hardman, «en público Darwin normalmente reflejaba y reforzaba la ideología de género propia de la clase media victoriana, considerando a las mujeres como criaturas domésticas cuya tarea era cuidar de los niños y del hogar. En sus cartas personales, sin embargo, encontramos un mundo de pensamientos privados y de acciones que desafían esos ideales convencionales».

El amplio rango de cartas meticulosamente analizadas por Hardman y sus colegas, ha desvelado que el científico no solo incluyó en sus trabajos más serios diversas contribuciones realizadas por las naturalistas pioneras, sino que también las estimuló y ayudó a irrumpir en un dominio estrictamente masculino, consiguiendo que progresaran en sus propias carreras.

La doctora Alison Pearn, directora asociada del Darwin Correspondence Project, ha añadido, al respecto, que «pese a lo que Darwin dijera por impreso sobre las capacidades intelectuales de las mujeres y su papel social, está claro que sus pensamientos privados eran notablemente más matizados […] pues se sentía muy cómodo colaborando con mujeres y hasta estimulaba su trabajo científico siempre que le era posible». A. Pearn cita, además, que frecuentemente compartió observaciones, muestras y material de lectura con mujeres de todo el mundo.

El blog Darwin’s women, por ejemplo, también refleja nítidamente que la obra del científico contenía no uno sino dos discursos sobre el género. En la faceta pública, insistía en la consolidación del pensamiento occidental dominante, manteniendo ambos sexos en dos «esferas separadas». Pero en su cara privada, ofrecía una nueva forma de pensar y de hablar con un potencial subversivo muy significativo para quienes buscaban repensar o reformar las ideas sobre el género.

Según numerosas estudiosas de esa faceta privada, es precisamente el potencial discrepante, casi subversivo, de las ideas de Darwin y su metodología, lo que podría explicar por qué se encuentran tantas feministas del siglo XIX, sobre todo británicas y estadounidenses, entre las mujeres con las que mantuvo correspondencia.

Wikimedia Commons.

No podemos, sin embargo, olvidar la enorme influencia que tuvo el libro que Darwin publicó en 1871, El origen del hombre (Descent of Man and Selection in Relation to Sex), donde el científico sostiene pública y claramente la existencia de «diferencias fundamentales en la capacidad intelectual de los sexos». Esta obra contiene un claro intento de su autor por convertir en verdad científica un prejuicio ancestral: «en cuerpo y espíritu el hombre es más potente que la mujer» (differences in the mental powers of the sexes).

Las diferencias de capacidad intelectual entre hombres y mujeres, decía Darwin (Darwin said), eran un producto inevitable del proceso evolutivo. Los hombres habían agudizado su poder mental, sus habilidades y destrezas mediante actividades peligrosas en la lucha por la supervivencia y en la protección de las hembras y sus crías. Esta obligación de cuidado y abastecimiento fue el motor que llevó a los varones a desarrollar gran coraje, agresividad y energía.

La naturaleza, por el contrario, exigía menos a las mujeres ya que siendo su única actividad la procreación y la crianza, su papel era puramente de rutinas físicas. Ellas apenas luchaban, su provisión de alimentos al grupo era secundaria, no tenían que resolver situaciones nuevas ni enfrentarse a riesgos, desafíos, etc. La reproducción y el cuidado de la prole sólo exigían cualidades maternales, las que naturalmente habrían llevado la evolución de las hembras a convertirse en humanas sumisas, pasivas y domésticas.

Wikimedia Commons.

En la mayor parte de su trabajo, Darwin se opuso abiertamente a los argumentos sobre igualdad de sexos defendidos por la primera ola de las feministas del siglo diecinueve. Tal como han destacado un elevado número de especialistas, en El origen del hombre el célebre naturalista atacó explícitamente (explicit reference) uno de los textos más importantes del feminismo, publicado en 1869 por John Stuart Mill (1806-1875) y Harriet Taylor Mill (1807-1858), bajo el título La subordinación de las mujeres (The Subjection of Women).

Pese a la profunda misoginia dominante en tiempos de Darwin, llama la atención que Harriet y Stuart Mill fueran capaces de mostrar una perspectiva menos obtusa, mucho más abierta en la cuestión femenina. Básicamente, se enfrentaron al concepto de naturaleza desde una perspectiva de género, cuestionando el determinismo biológico con brillantes argumentos. Sus razonamientos consiguieron poner en entredicho la máxima del patriarcado sobre la diferencia natural y complementaria entre los sexos, esto es, el discurso sexista según el cual por naturaleza el hombre nace superior a la mujer en facultades físicas, intelectuales, mentales y morales.

Stuart Mill y Taylor Mill llegaron a la conclusión de que en este tema no hay naturaleza, sino que todo es cultural. Este razonamiento fue el blanco de la mayor crítica por parte de Charles Darwin, quien denunció enfáticamente que estos autores ignoraban una cuestión biológica indiscutible: la «diferencia esencial y duradera en la capacidad mental entre ambos sexos».

El metódico análisis de la correspondencia personal del naturalista, realizado como hemos apuntado entre los años 2009 y 2013, ha llevado a que las autoras y autores responsables de este proyecto mostrasen su perplejidad, confesando las dificultades que encierra el descifrar por qué el comportamiento privado de Darwin desafiaba sus afirmaciones públicas sobre las mujeres.

Según explicita, entre otros, Philippa Hardman, «existen numerosas razones por las que Darwin podría haber ocultado sus opiniones sobre la igualdad de género en público»; quizás porque Stuart Mil fue claramente ridiculizado por su defensa del feminismo. Es posible, continúa la experta, «que, como proponente de una visión científica controvertida [su revolucionaria teoría de la evolución de los organismos vivos], Darwin simplemente sintiera que enredarse públicamente en la cuestión de los derechos de las mujeres era algo que difícilmente podría sobrellevar».

También puede haber ocurrido, como han sugerido diversas especialistas, que siendo un respetable hombre de ciencia en la conservadora sociedad británica decimonónica, el naturalista se sintiera obligado a asumir la línea de pensamiento dominante en la mayor parte de sus coetáneos, con independencia de sus convicciones personales. Aspecto en el que su vida familiar tendría un gran peso.

La participación familiar en la obra del gran científico

Charles Darwin, además de ser un eminente naturalista, contó con una amplia familia a la recurrió siempre que tuvo la oportunidad. Como ha relatado Philippa Hardman, «su hijo mayor, William, era regularmente el encargado de observar para su padre plantas y animales; el segundo hijo, George, lo ayudó con complejos problemas matemáticos. Francis, por su parte, estaba siempre a mano para revisar y corregir el latín de Darwin».

Henrietta Litchfield, hija de Charles Darwin. YouTube.

Las mujeres de su familia no permanecieron ajenas a la tarea, sino que también tuvieron una activa participación en la extensa obra darwiniana. Biógrafos y biógrafas han apuntado que una de las personas en la que Darwin más confiaba era su hija, Henrietta, pues tenía en alta estima su capacidad intelectual y su buen juicio. La joven actuó como lectora y correctora de estilo de los escritos de su padre, particularmente durante la década de 1860 cuando el naturalista estuvo inmerso en la escritura de El origen del hombre, donde ella jugó un significativo papel en la corrección y edición del libro.

Diversos documentos, que también incluyen cartas, reflejan que Henrietta colaboró con notable habilidad en corregir la prosa de su padre, haciéndola más atractiva y legible. No obstante, también se ha denunciado que, dado que el libro trataba del sexo y la selección sexual, Henrietta podría haber actuado en cierta manera como censora, modificando algunos párrafos.

En abril de 2012, se publicaba por primera vez como apéndice del Darwin Correspondence Project, el revelador diario personal de Henrrietta. Alison Pearn, la citada directora asociada del proyecto, ha escrito que «el diario revela el pensamiento de una mujer reflexiva, que razona por sí misma desde una posición humanista propia». Es evidente, continúa la investigadora, que «el diario revierte las percepciones previas sobre su carácter y su papel» en la obra paterna. Asimismo, Pearn sostiene que, tras haber sido «a menudo minusvalorada por ser demasiado conservadora o incluso por ejercer una influencia negativa en el trabajo de su padre, actuando como censora a impulsos de un exagerado deseo de respetabilidad, Henrietta emerge ahora como una libre pensadora».

Alison Pearn concluye apuntado que «hemos sido capaces de mirar mucho más de cerca la vida de Henrietta como parte del extenso proyecto Darwin and Gender y estoy muy satisfecha por disponer de esta oportunidad para rehabilitarla».

Emma Darwin. Wikimedia Commons.

Siguiendo con la faceta de la vida personal de Darwin, valga apuntar que su esposa, Emma, no fue solo una eficiente ama de casa y madre de diez hijos; también revisaba sus manuscritos e hizo copias de gran parte de ellos. Además, era una observadora de confianza que tomó parte activa en la investigación de su marido. Como relata Philippa Hardman, durante el periodo comprendido entre 1854-1856, por ejemplo, observó cuidadosamente el comportamiento de sus hijos, tomando abundantes notas. Darwin y ella, junto a la contribución de otros observadores, culminaron la publicación del libro The Expression of Emotion in Man and Animals, 1872, la tercera obra más importante de Charles Darwin.

Creemos de interés señalar asimismo que la colaboración con el científico no estuvo limitada solo a la familia más próxima. Supo, además, apreciar los consejos y habilidades de observación de sobrinas y sobrinos, de su yerno y de una nuera. En suma, como pone de manifiesto la extensa correspondencia de Darwin y la información contenida en diversas biografías, la ingente obra del naturalista contó con el esfuerzo colectivo de varios parientes, y sus cartas privadas muestran que les estaba muy agradecido por su ayuda.

Philippa Hardman ha subrayado que es indudable que Darwin valoró abiertamente el trabajo de sus familiares, pero tal agradecimiento no se manifestó por igual en la esfera pública que en la privada. Mientras las contribuciones de los parientes masculinos eran metódicamente reconocidas en sus trabajos publicados, las cosas eran muy diferentes en lo que a las mujeres respecta. Por ejemplo, en su publicación de 1862 The Fertilisation of Orchids, públicamente agradeció las contribuciones de sus hijos George, William y Francis, sin mención alguna a las aportaciones femeninas.

Lady Dorothy Nevill. Wikimedia Commons.

Sin embargo, en noviembre de 1861 la aristócrata inglesa Lady Dorothy Nevill, conocida por las magníficas orquídeas que cultivaba, había recibido dos cartas de Darwin solicitándole ejemplares de sus plantas. Gustosamente, la horticultura se los envió, y con posterioridad, tal como se revela en Darwin Correspondence Project, recibió como agradecimiento una copia del libro, pero no se conoce gratitud pública.

En realidad, la participación de las mujeres en la obra darwiniana permaneció totalmente olvidada hasta que tuvo lugar el cuidado estudio de su correspondencia privada al que nos estamos refiriendo; por lo tanto, hasta entrado el siglo XXI. Como anota Hardman, «sin las cartas de Darwin, una parte significativa de la fuerza de trabajo femenina habría permanecido totalmente invisible».

El ocultamiento al ojo público de las mujeres colaboradoras, al parecer, no era un asunto de falta de confianza, continúa Hardman, ya que «las evidencias muestran con nitidez que Darwin respetaba la participación femenina». Al parecer, la preocupación del científico eran las consecuencias que tendría el reconocer ante la opinión pública un trabajo hecho por mujeres. En aquellos tiempos, cuando la feminidad de las mujeres de clase media se medía por su modestia y su inquebrantable dedicación al hogar y a la familia, la negativa de Darwin en hacer público el trabajo de su hija, su esposa y otras mujeres era, según apunta Hardman, «en cierta medida, enteramente comprensible, ya que la reputación de éstas se valoraba en base a su modestia y castidad».

Breve epílogo

Philippa Hardman, Alison Pearn y otras investigadoras, han interpretado la historia que emerge de la correspondencia como un mensaje y una inspiración. «Si realmente queremos hacer honores a los logros de las mujeres cuyas palabras leemos en las cartas a Darwin, deberíamos hacer más para celebrar sus vidas». Para ello, añaden seguidamente que «debemos recoger el testigo donde ellas lo dejaron».

Partiendo de una modesta posición, me atrevo a señalar que reflexiones como estas son las que impulsan al blog Mujeres con Ciencia, en el que tantas estamos colaborando. Es de justicia recordar, por ejemplo, a Lydia Becker, Antoinette Brown Blackwell o Eliza Burt Gamble, y añadir próximamente otras entradas sobre más científicas que mantuvieron correspondencia con Charles Darwin. Sin embargo, sacar a la luz las mujeres del pasado cuyos nombres se han ido recuperando, no debe impedirnos reconocer las barreras culturales y sociales, plagadas de prejuicios que se vieron obligadas a superar. Es fácil deducir las muchas que se quedaron en las sombras por el camino hacer ciencia.

Haciéndonos eco de las palabras de Philippa Hardman, sumadas a las de otras expertas, «hoy no deberíamos simplemente celebrar los logros de las grandes mujeres, sino también valorar la naturaleza de su constante lucha. En un mundo donde se sigue disuadiendo a las chicas para que no estudien ciencias, y donde las mujeres aún encuentran dificultades para ocupar profesiones científicas, está claro que, aunque algunas batallas ya se han ganado, otras aún quedan por ganar».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

1 comentario

  • Maravilloso trabajo, que gran estudio. Es muy interesante darse cuenta que aún y reconociendo el gran trabajo que hacen las científicas, de igual manera que los científicos, no pudiera aceptarlo a nivel público.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *.

Este sitio está protegido por reCaptcha y se aplican la Política de privacidad y los Términos de servicio de Google