¿Cómo imaginamos a nuestras antepasadas paleolíticas?

Ciencia y más

Son numerosos los profesionales, procedentes de diversas áreas de la ciencia, que han dedicado grandes esfuerzos a desvelar nuestro pasado más remoto basándose, como en las tramas detectivescas, en las diversas huellas y señales que han dejado. Entre estos expertos se encuentran los paleoartistas capaces de reflejar en cuidadas ilustraciones las diversas etapas de la evolución humana. Su obra abarca un amplio abanico que incluye dibujos, pinturas, fotos o esculturas tridimensionales y, por lo general tienen un gran impacto debido a que atraen poderosamente la atención de quienes las contemplan.

Sin embargo, la iconografía que representa las distintas etapas del largo camino que condujo a la humanidad moderna, ha estado desde sus inicios lastrada por un equipaje altamente ideológico sobre todo en lo que se refiere a las cuestiones sobre sexo y género. Ciertamente, en la representación visual de los homínidos las ideas de lo que se supone típicamente femenino o masculino han encontrado un terreno abonado en el que expresarse.

En las últimas décadas del siglo XX, diversas científicas especializadas empezaron a denunciar que las imágenes visuales sobre la evolución humana no podían considerarse como simples dibujos o inocentes esculturas. Por el contrario, mediante argumentos fundados en múltiples observaciones, pusieron en evidencia que esta iconografía estaba impregnada de mensajes profundamente sexistas y androcéntricos y por lo tanto carecía de neutralidad.

En este contexto, la antropóloga canadiense Melanie G. Wiber afirmaba en 1997 que «las representaciones científicas han respaldado e incluso promovido los papeles tradicionales del género basados en asunciones convencionales». A través de un minucioso repaso de numerosas imágenes, esta experta consiguió demostrar que durante largo tiempo los paleoartistas habían venido sosteniendo los mismos modelos androcéntricos y sexistas asumidos por la comunidad científica.

En la tradición iconográfica convencional, sostiene Wiber, durante décadas los varones se retrataron como personajes activos, típicamente un cazador proveedor, y las mujeres se mostraron sólo ocupadas en actividades reproductivas. Mientras ellos entablaban duros combates con gigantescos animales, ellas cuidaban de los niños o preparaban el alimento. «Las figuras masculinas –afirma la científica– suelen proporcionar acción a la escena, mientras que las femeninas se muestran pasivas, en actitud dócil y tímida, encajando perfectamente en el discurso convencional sobre las mujeres».

Hombres cazando un mamut.
Hombres cazando un mamut.

Según el estudio de Wiber, a medida que la evolución humana tiene lugar en la mayoría de las imágenes empieza a detectarse un incremento de las actividades masculinas principalmente relacionadas con comportamientos tecnológicos como la manufactura y uso de las herramientas empleadas en la caza. Mientras, las mujeres estáticas siguen representadas como si permaneciesen siempre en la misma etapa evolutiva y con idéntica función: cuidar de la prole. Además, en todas las actividades femeninas se pone en evidencia la dependencia de los machos y, a menudo, todo parece una traslación directa de los estereotipos sexuales actuales a la prehistoria.

En suma, concluye Wiber, menores en número, más pequeñas por su tamaño, ocupando lugares periféricos y con menos tareas que realizar, las mujeres se vuelven insignificantes. De hecho las representaciones gráficas, sobre todo las más antiguas, sugieren un restringido papel femenino en el proceso evolutivo cimentado en las limitaciones impuestas por las características de su papel reproductor.

En esta misma línea, la profesora de arqueología de la Universidad de Southampton Stephanie Moser, especializada en representación arqueológica, también ha denunciado la falta de neutralidad de la iconografía y su estrecha vinculación al contexto de los debates científicos e ideológicos del momento. Para esta arqueóloga «la imagen, más que una síntesis de datos es un documento que contiene una teoría», y hay teorías en las que es urgente eliminar los sesgos de género.

Por su parte, la antropóloga profesora emérita de la Universidad de California Diane Gifford-González, escribía en 1993 que en un testimonio visual «los elementos de una imagen […] pueden llevar implícita una conclusión de la que el observador debe ser convencido». Los atributos de género, los roles y las relaciones están representados en numerosas ilustraciones que no son neutras. Y cita un detalle: es muy difícil encontrar dibujos o pinturas sólo con mujeres, las escasas imágenes femeninas están casi siempre acompañadas por numerosas figuras masculinas, mientras que es fácil encontrar representaciones que sólo contengan hombres.

En la misma línea, la antropóloga Monique Scott, hasta 2015 investigadora asociada del Museo Americano de Historia Natural, ha señalado que en la evolución de los homínidos los estereotipos y prejuicios existentes en la sociedad tienden a reforzase mutuamente, sobre todo en las representaciones expuestas en los museos. Los actores implicados en las reconstrucciones –artistas, conservadores y paleoantropólogos–, son bien conscientes del elemento subjetivo de sus trabajos, y muchos de ellos reconocen que sus intentos por reconstruir los homínidos suelen estar mediatizados por la ideología y el modo de entender la evolución humana en una determinada sociedad. En este sentido, el historiador de la ciencia Oliver Hochadel sostiene que el análisis de las imágenes ideadas por diferentes paleoartistas no sólo cuenta la historia humana sino también la historia de nuestros intentos por visualizarla.

Quizás la mejor manera de concretar lo descrito es traer a la luz, a título de ejemplo, la crítica feminista surgida en respuesta a dos destacadas exposiciones. Una de ellas se encuentra, desde los años noventa, en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, y la otra se inauguró en 1999 en el Museo de Historia Natural de Madrid. Recordemos que gran parte de la importancia de estas actividades culturales radica en que suelen ser vistas por una amplia variedad de público y, además, son extensamente propagadas por numerosos medios de comunicación.

En el museo neoyorkino, expuesta de forma permanente, puede contemplarse la representación tridimensional de unos homínidos que dejaron las pisadas más antiguas conocidas hasta ahora: las huellas de Laetoli (Tanzania), plasmadas hace 3,7 millones de años sobre las cenizas húmedas procedentes de un volcán. Las figuras representan a dos australopitecos adultos donde de mayor tamaño, encarnado como un macho, pasa el brazo por encima de los hombros de otro adulto, una hembra, de menor tamaño.

representación tridimensional de unos homínidos que dejaron las pisadas más antiguas conocidas hasta ahora: las huellas de Laetoli (Tanzania),
Museo Americano de Historia Natural de Nueva York: Representación tridimensional de unos homínidos
que dejaron las huellas de Laetoli (Tanzania). Fotografía de Ann Althouse.

La antropóloga profesora de la Universidad de California Adrienne Zihlman, junto a otras destacadas científicas, ha señalado que las esculturas expuestas y la interpretación descrita ofrecen aspectos altamente preocupantes. Por un lado, señala Zihlman, el macho se ha imaginado considerablemente más alto que la hembra, sugiriendo que en esta especie había una diferencia presumiblemente notable de tamaño entre ambos sexos. Sin embargo, no se especifica que entre la comunidad científica existen fuertes desacuerdos a la hora de establecer si realmente los restos fósiles usados para la recreación de las figuras masculina y femenina pertenecen a la misma especie o a especies distintas.

Otro problema enérgicamente denunciado, y quizás de mayor importancia, se refiere a que la postura en que se han dispuesto a las dos imágenes contiene un fuerte mensaje no verbal: un poderoso macho protege y cuida de una asustada y presumiblemente más débil hembra. Zihlman ha advertido con dureza que el gesto protector del macho es vergonzosamente sexista, y censura que las figuras pretendan hacer ver al público lo que una parte de la comunidad quiere ver: el encasillamiento del papel femenino en un lugar claramente secundario de la evolución humana. Al ofrecer al espectador una visión convencional y occidental de la relación entre los sexos, con los hombres en posiciones dominantes y las mujeres en posiciones sumisas, el efecto logrado resulta mucho mayor que con palabras.

Cuando Zihlman, apoyada por otras colegas, expuso sus críticas al conservador del museo, el conocido paleoantropólogo Ian Tattersall, su respuesta fue: «Para dar mayor interés visual a la escena optamos por [representar] a un macho y una hembra, con el brazo de aquél cubriendo los hombros de ésta. La pose resultará quizá demasiado antropomórfica para ciertos gustos, pero el escultor […], en su versión definitiva, plasmó la escena de Laetoli con gran talento y, a nuestro entender, con tan elocuente resultado que francamente no nos importó».

Zihlman no se ha dado por vencida y, gracias a sus constantes denuncias, la interpretación de las huellas sigue siendo materia de debate. En la actualidad, los expertos han terminado por admitir que no hay manera de afirmar el sexo de quienes dejaron estas marcas de pisadas. Lo único realmente cierto es que hace 3,7 millones de años unos homínidos de sexo indeterminado caminaron erguidos sobre cenizas volcánicas en Laetoli y dejaron un registro imperecedero de su paso.

En España, gracias a los extraordinarios descubrimientos de la Sierra de Atapuerca en la provincia de Burgos, el tema de la evolución humana ha alcanzado gran difusión en muy diversos foros, dejando sorprendido y admirado a un público cada vez más amplio. Los numerosos y excelentes hallazgos del equipo de investigación de este yacimiento permitieron que, entre mayo de 1999 y mayo de 2000, se celebrase en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid, una magnífica exposición titulada Atapuerca. Nuestros antecesores, que durante el año que estuvo abierta recibió más de un millón de visitantes.

Atapuerca_ampliacion
Algunos miembros de un clan de Homo heidelbergensis realizando sus actividades cotidianas.

Sobre este acontecimiento, la catedrática de prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid María Ángeles Querol publicó en el año 2001 un concienzudo análisis con perspectiva de género de la exitosa exposición. Centrando primero su atención en el lenguaje utilizado, la científica lo califica de correcto, ya que «se utilizan expresiones cuidadosamente agenerizadas como “individuos”, “restos fósiles humanos”, “presencia humana”, “especie humana”, sin abusar de la consabida y mutilante palabra “hombre”».

No obstante, en lo que a las imágenes se refiere los investigadores ofrecen el tradicional, vejatorio y eterno sesgo androcéntrico. La profesora de prehistoria censura que aunque las iconografías son «casi todas magníficas […]. Las mujeres apenas están». Al respecto apunta: «Hay siete escenas en las que aparece gente (del pasado) haciendo algo. El total de este conjunto asciende a 23 figuras representadas en acción. De ellas, 20 son masculinas y realizan actividades variadas y desde luego de interés para el grupo: cazan, consiguen carne, entierran a sus muertos, tallan piedras, aguzan palos, ahuyentan fieras, vigilan la entrada de la cueva o recogen bayas de un árbol. Pero sólo hay 3 mujeres: una cuida a un bebé, otra raspa una piel arrodillada en el suelo y la tercera come».

Querol califica a esta representación de «socialmente dañina para las mujeres», aunque en las fechas que fue realizada nadie lo consideró como un «fallo de la exposición». La prehistoriadora, junto a otras estudiosas, está convencida de que el perjuicio causado por este tipo de representaciones radica básicamente en que «el mensaje entra de forma directa en la educación de las generaciones más jóvenes, el futuro. Niñas y niños, que miran mucho más que leen […], conservarán en su memoria las imágenes de los hombres del pasado haciendo cosas importantes y atrevidas para sobrevivir… y a pasivas, frágiles y casi ocultas mujeres haciendo de comer».

Los retos feministas ante las viejas teorías sobre la evolución humana, como los emprendidos por científicas A. Zihlman o M. Querol, sin duda han logrado que los mensajes androcéntricos se hayan ido recortando, pero los sesgos sostenidos por los modelos convencionales aún continúan. Es cierto que en las imágenes más modernas, las mujeres aparecen con mayor frecuencia y sus papeles son más activos, aunque algunos mensajes pertenecientes al género, tal como ha indicado Wiber, «se siguen manteniendo embebidos en el aparentemente inocuo medio de las ilustraciones».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

6 comentarios

  • Me ha gustado mucho esta página y estoy completamente de acuerdo en que tiene un sesgo sexista toda representación que se ha observado hasta el momento, acerca de nuestros antepasados homínidos. No me había percatado de estas cualidades, por la costumbre que existe en la sociedad de ver estas representaciones con preponderancia de la imagen masculina con marcadas diferencias y superioridad indudable.

    • Hola Adania,
      Muchas gracias por tu comentario. No eres la única que no se percata del sesgo machista que tienen las imágenes que intentan reflejar nuestro pasado. ¡Es terrible!, pero estamos tan acostumbrados a asociar a las figuras masculinas como protagonistas que ni nos damos cuenta de la ausencia de las mujeres.Las primeras estudiosas que denunciaron este sexismo se preguntaron «¿es que solo han evolucionado los hombres?», y tenían toda la razón.
      Un cordial saludo.

  • Muchas gracias a Carolina por la publicación y a Adania por haberla compartido. En estos días en clases estamos reflexionando acerca de los estereotipos de género de los estudiantes de primer año. Se me ocurre mostrar las huellas de Laetoli y preguntar
    1° a que les parece que corresponde
    2° pedir que representen la escena que corresponde a las huellas
    3° mostrar la representación del museo. A partir de la imagen.
    ¿En qué piensan que se basan los investigadores para elaborar ese modelo?
    ¿Qué les parece Carolina y Adania esta actividad?Pienso que puede generar
    reflexión en los muchachos.

  • Hola Silvy,
    Me parece que tu actividad es interesante, servirá para comprobar si las nuevas generaciones han modificado o no las ideas sexistas sobre nuestro pasado lejano. Y con otros temas de la prehistoria se pueden hacer actividades parecidas. Por ejemplo, enseñarles imágenes de las primeras herramientas de piedra…¿quién crees que las hizo?, o de las hermosas pinturas rupestres, las de las cueva de Altamira, ¿quién las pintaría?, o las estatuillas paleolíticas (mal llamadas»Venus paleolíticas», de las que también hemos hablado en este blog), ¿quién las tallaría?…Y hacerles reflexionar en que no hay datos científicos que demuestren el sexo de los autores y de esta forma los prejuicios sexistas se vuelven evidentes.
    Un cordial saludo.
    Carolina

  • 51.- Mano.

    Auscultando las anatomías se ha descubierto
    que del largor relativo de los dedos
    puede inferirse el sexo.
    Se sabe ya que muchas manos en el arte rupestre
    -grabadas o pintadas- son manos femeninas.
    Pero los machos envidiosos, andando los milenios,
    se ingeniaron innúmeras reglas
    para obligar a esas manos a no asomarse al arte,
    no fuera que además de ser las hembras las capaces
    de interpolar, de verdad, un ser donde hay ausencia
    les quitaran a ellos el remedo del símbolo.
    Pero nunca lo pudieron lograr del todo.

    Texto que acompaña el petroglifo que representa una mano. Exposición fotográfica titulada MÁS ALLÁ DE LAS MONTAÑAS DE UYUMBE. Bogotá. Universidad Nacional, 2019. Enviaré la fotografía si me hacen llegar un correo normal. Me encantaría hacerle llegar textos míticos de cuño matriarcal pertenecientes a tradiciones de culturas amazónicas.
    F.U.

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