¿Qué me pongo para un congreso?

Ciencia y más

Todavía hoy se mantiene el estereotipo de que una apariencia “demasiado femenina” en una mujer es indicativo de su poca capacidad para la ciencia. Este prejuicio se pone de manifiesto en uno de los mejores eventos para presentar nuevos proyectos, contactar con otros colegas e intercambiar maneras de hacer ciencia: el congreso científico. En la actualidad, además de para todo lo anterior, se han convertido en lugares para dejarse ver y exhibir una imagen adecuada que, en ocasiones, va en consonancia con la línea de investigación que se presenta. Algunos son un desfile de moda más o menos discreto y nerd donde se pueden ver desde vestidos con temática astronómica hasta joyas moleculares. Es posible llevar impreso el esquema de la conferencia en la camisa ¡o, literalmente, usar el póster de la investigación como atuendo divertido! Eso lo podemos ver aquí:

Veronika Cheplygina: How to recycle your fabric poster.

Dejando las bromas aparte, la pregunta ¿Qué me pongo para mi charla? no siempre es fácil de responder. La zoóloga Isabella Mandl describe a los asistentes a los congresos a los que ella acude como una mezcla de investigadores que provienen de entornos académicos y de ONGs, estudiantes de posgrado recién llegados de las prácticas de campo y profesores que presentan los proyectos más punteros de sus laboratorios con el propósito de justificar su financiación. En estos grupos tan heterogéneos se puede encontrar todo tipo de indumentaria: desde trajes serios hasta ropa de campo, desde camisetas informales con leyendas frikis hasta botas de montaña. Pero ¿cuáles son en realidad los estándares, los códigos de vestimenta, para congresos científicos? ¿No se debería dar una imagen “profesional”?

Isabella consultó Internet y encontró todo tipo de consejos que iban desde “¡Evite el lino a toda costa porque se notan mucho las arrugas!” a “No vaya demasiado vestida, ¡llamará la atención!”. Una de las sugerencias más llamativas era que las mujeres deberían “ir elegantes, pero discretas, sin resultar provocativas”, y en esto estaban de acuerdo una gran mayoría tanto de hombres como de mujeres.

Si profundizamos en este tema que puede resultar frívolo, vemos que no lo es en absoluto ya que es el reflejo de multitud de estereotipos de género que insisten en utilizar la imagen femenina como precursora de otras capacidades: no se debe llevar nada demasiado ajustado porque puede dar la impresión de querer provocar, pero tal vez algo holgado dé la sensación de dejadez y abulia. Es importante llevar algo que imprima seriedad.

Admitimos que todos los consejos están basados en estereotipos y el más anclado en ciertos ambientes de ciencia es el que asume que la femineidad es incompatible con la investigación de calidad. Quizá este prejuicio esté más o menos arraigado en nuestro entorno de trabajo, lo podemos compartir o no, pero lo que es indiscutible es que las mujeres son juzgadas con más dureza que los hombres por su apariencia cuando presentan su producción científica.

Se da por hecho que ser muy femeninas, sea lo que sea eso, es lo opuesto a ser una buena científica. Éstas deben llevar pantalón en tonos neutros, blusa cerrada y chaqueta formal para ser tomadas en serio. Cada uno de los lectores y cada una de las lectoras tendrá su opinión sobre estos criterios y quizá revise ahora su manera de vestir. Si una mujer es adicta a las chaquetas formales y las blusas cerradas para sus charlas pues es estupendo; lo inaceptable es que esa chaqueta condicione la percepción por parte de los demás de su trabajo como investigadora.

Un poco más difícil lo tienen las estudiantes recién graduadas y las investigadoras sin puestos seguros que pueden sentirse en el punto de mira de sus colegas más veteranos. Parece inevitable que se preocupen de su imagen dada la carga de estereotipos con los que se va a juzgar su competencia. Pretender que la gente te recuerde por tu ciencia y no por tu atuendo en la exposición de tu trabajo es una trampa. Esas personas que escuchan están ahí por la ciencia; si no se han interesado por tu proyecto, si les condiciona lo que llevas puesto, quizá no merezcan la pena.

Una buena sugerencia para las jóvenes investigadoras que no están seguras de cómo vestirse adecuadamente (no hay un código definido para vestir a las físicas, otro diferente para las ingenieras y uno que indique el fondo de armario para las matemáticas), podría ser que prueben a ponerse algo que les dé confianza en ellas mismas. Las primeras impresiones son importantes y la seguridad en una misma deja una buena impresión, ya sea llevando tacones altos y traje de chaqueta o deportivas, vaqueros y camiseta de Star Wars. También es imprescindible no disfrazarse de lo que no se es.

Imagen: Pixabay.

Otro de los factores que influyen mucho en la imagen que damos a los demás es la voz. El tono, el ritmo, la prosodia, los silencios, etc. son detonantes muy potentes de prejuicios en los demás. La voz es nuestra cara auditiva. Jody Kreiman es investigadora principal del Laboratorio de Percepción de la Voz de la UCLA. Ella y su equipo estudian la influencia de la voz y los sutiles pero poderosos efectos que tiene sobre la audiencia; puede influir en el atractivo sexual, la credibilidad e incluso en el salario percibido (Signorello et al., 2020).

Hay estudios recientes que analizan las señales que dan forma a nuestras imágenes mentales cuando escuchamos una voz. Es bastante probable que simplemente escuchando una voz seamos capaces de identificar el género de la persona que habla. Esto es fácil debido al tono, la frecuencia del sonido emitido, una larga historia evolutiva. Los machos de muchas especies tienen tractos vocales más largos que las hembras y producen así un sonido más profundo que los hace parecer más grandes y poderosos. Ese es probablemente el resultado de la polémica “selección sexual”, basada en la preferencia de las hembras por compañeros más fuertes y sanos.

En los humanos los tractos vocales de los hombres son hasta un 20 % más largos que los de las mujeres y sus cuerdas vocales son también de mayor tamaño, lo que hace que, en promedio, hablen una octava más baja. Cuanto más grave la voz, más atractivo… Por otro lado, los hombres prefieren voces dulces, agudas y cristalinas en las mujeres (Stromberg, 2013).

Con todo, ¿es posible intuir aspectos más específicos de alguien por su forma de hablar? Las impresiones que nos causa una voz pueden ser muy detalladas, podemos hacer multitud de inferencias, pero ¿tenemos que darles validez? Un voluntario de uno de estos estudios de percepción de voz, describió a un detective de la policía como “un hombre grande y robusto, de cabello corto y rebelde”. Y con rebelde se refería a un cabello que no se dejaba domar por un peine; ¡y esto sin verle, sólo con oírle hablar!

Sin embargo, todo se vuelve más opaco cuando tratamos de leer en la voz de los demás rasgos psicológicos. A pesar de la confianza en nuestro criterio, en las connotaciones que le atribuimos a una voz, este juicio a menudo se basa en estereotipos y al igual que con otros tipos de sesgos, las valoraciones pueden ser injustas.

Por ejemplo, si volvemos al tono, éste puede enviar señales de otras cualidades además de ayudar a determinar el género. Tanto en hombres como en mujeres, una voz más profunda se asocia con una mayor competencia y capacidad de liderazgo. Es evidente que esta creencia favorece a los hombres, a los de tipo Barry White. Un estudio con 800 directores generales masculinos de compañías estadounidenses descubrió que, en igualdad de condiciones, aquellos con voces más profundas estaban a cargo de empresas más grandes y acumulaban alrededor de 190 000 dólares más en ganancias anuales, en comparación con los hombres con voces más agudas. La situación es un poco más complicada para las mujeres. Al igual que en los hombres, hablar con una voz más profunda imprime al discurso credibilidad, asertividad y competencia, aunque pierdan puntos en atractivo sexual.

El poder de una voz profunda no era un secreto para los asesores de Margaret Thatcher, quienes ayudaron a la política británica de voz aguda a producir un tono más grave. La señora Thatcher tenía una voz completamente fabricada, moldeada y trabajada para un objetivo mediático. Lo podemos comprobar en este vídeo de 30 segundos:

Estas asociaciones entre una voz y las cualidades de su dueño o dueña impulsan cambios a gran escala en la forma en que hablamos. Por ejemplo, hay estudios comparativos del tono de las mujeres en Japón y en los Países Bajos. Las mujeres japonesas tienen voces más agudas y esto refleja valores culturales cimentados en roles tradicionales de género, con énfasis en el hombre como figura de poder. Los estudios en Suecia, Estados Unidos, Australia y Canadá también han demostrado que las voces femeninas se han vuelto más graves en esos países desde la década de 1950, en más de 20 Hz. ¿Quiere esto decir que las mujeres son ahora más independientes?

De cualquier modo, a no ser por exigencias del guion, “perfeccionar” la voz no es la solución. Nuestra voz ha crecido con nosotros desde que aprendimos a hablar. Como Kreiman señala, es tan parte de nuestra identidad como la cara y de alguna manera, cambiarla significa convertirse en una persona nueva.

La solución es desafiar estereotipos, acabar con los prejuicios que asocian una apariencia física o una determinada forma de hablar con la capacidad de cada persona. Es un disparate ceñirse a falsas creencias para conseguir la oportunidad de demostrar que se es bueno o buena en ciencia. Es justo dar la oportunidad de presentar su trabajo a mujeres y hombres que aportan sus conocimientos como personas únicas e irrepetibles, independientemente de su imagen o su voz, su físico o su acento, su sexo o su género.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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