Anna Coleman Ladd fue una escultora estadounidense que utilizó su creatividad y su formación artística para una actividad poco común: fabricó máscaras para soldados franceses que habían sufrido deformaciones en sus rostros durante la Primera Guerra Mundial. Su dedicación y su buen hacer ayudaron a muchos de estos hombres a llevar una vida más normal, sobre todo a enfrentarse a las relaciones en el ámbito público.
En este blog ya hemos hablado en más de una ocasión de la ingeniería de tejidos –De mayor quiero ser… ingeniera de tejidos o Imprimiendo piel humana– y de medicina regenerativa –Angelika Schnieke: “En un futuro llegaremos a trasplantar órganos de animales” o María Vallet-Regí: “Cuando desarrollemos la medicina regenerativa no necesitaremos donantes”. Realmente impresionan los avances en estos ámbitos en los que trabajan especialistas en diversas áreas para conseguir mejorar la calidad de vida de personas que han sufrido deformidades debidas a accidentes o enfermedades. Conseguir materiales para realizar diferentes prótesis requiere la colaboración de especialistas en ciencia de materiales, biología, mecánica, medicina… Sin embargo, hace cien años, las cosas no eran tan sencillas.
Anna Coleman Watts (1878-1939) nació un 15 de julio en Filadelfia (EE. UU.). Aprendió escultura en Europa, en París y Roma. En 1905 se casó con Maynard Ladd, se mudó de nuevo a Estados Unidos, y estudió con el escultor Bela Pratt durante tres años en la Escuela del Museo de Boston. Se dedicó, con éxito, al retrato.
A finales del año 1917, Anna Coleman Ladd fundó en París el Studio for Portrait-Masks financiado por la Cruz Roja Americana: su objetivo era el de proporcionar máscaras cosméticas a aquellos soldados que habían sufrido heridas graves en su rostro durante la la Primera Guerra Mundial, quedando gravemente desfigurados. Escultora reconocida, vivía en ese momento en París con su marido, que fue destinado al Departamento para la Protección a la Infancia de la Cruz Roja norteamericana en Francia.
Anna había leído varios artículos del escultor británico Derwert Wood que trabajaba como camillero voluntario en el hospital londinense de Wandsworth, en un departamento creado precisamente para tratar las deformaciones faciales de los soldados británicos debidas fundamentalmente a la metralla. Cuando los cirujanos no podían hacer más con los pacientes con heridas en sus caras, Wood intentaba ayudar a los soldados construyendo prótesis para disimular sus deformaciones. El escultor compartió con Anna sus conocimientos y, por ese motivo, la escultora decidió realizar la misma labor que su colega en París.
Los soldados acudían al estudio de Anna –en muchas ocasiones tras haber sufrido diferentes operaciones que aún así dejaban profundas huellas en sus rostros– para realizar un molde de su cara con arcilla y plastilina. La escultora estudiaba previamente fotografías antiguas para intentar devolver a esos hombres un aspecto lo más cercano a su rostro original. Esta máscara preliminar se usaba después para construir una prótesis con una fina hoja de cobre galvanizado, que se pintaba para simular el color de la piel del receptor, y se unía a la cara del soldado mediante cuerdas o gafas para facilitar su adherencia. Cada prótesis facial necesitaba un mes de trabajo: las cejas y los bigotes se incorporaban a partir de pelo auténtico. Hasta finales del año 1919 –la Cruz Roja no pudo financiar más tiempo este estudio– se fabricaron en el Studio for Portrait-Masks casi doscientas máscaras, de las que lamentablemente no ha quedado ningún rastro.
Gracias a esta iniciativa, estos hombres recuperaban, en parte, su autoestima. Ya no tenían que ocultarse para evitar asustar a la gente, ni trabajar en lugares aislados al avergonzarse de su aspecto.
En 1932, el gobierno francés nombró a Anna Coleman Ladd Caballero de la Legión de Honor, en reconocimiento la labor solidaria realizada en su ‘estudio de máscaras’.
Más información
- Caroline Alexander, Faces of War. Amid the horrors of World War I, a corps of artists brought hope to soldiers disfigured in the trenches, Smithsonian Magazine, febrero 2007
- Olga Khazan, Masks: The Face Transplants of World War I, The Atlantic, 4 agosto 2014
- Virginia Mendoza, La mujer que devolvía el rostro a los soldados de la I Guerra Mundial, Yorokobu, 28 octubre 2015
- Gareth Davies, Heroes behind the masks: Before and after photographs show how WWI soldiers’ horrific facial injuries were covered with sculpted prosthetics, Daily Mail, 3 octubre 2017
- Wikipedia
Sobre la autora
Marta Macho Stadler es doctora en matemáticas, profesora del Departamento de Matemáticas de la UPV/EHU y colaboradora en ::ZTFNews y la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
8 comentarios
muchas gracias por compartir material tan interesante y destacado. Hacia mucho tiempo que no leía algo tan bueno.
Desde ya incorporamos este sitio a nuestros favoritos en la biblioteca donde trabajo, será sugerido y compartido con profesoras.
Muchísimas gracias, Mariana.
Un abrazo.
Marta (editora)
Hola! Es una historia estremecedora. Una historia de varias historias… Me intriga saber por qué dejó de hacer su trabajo? Solo podía costearlo la Cruz Roja? Era muy costoso? Alguien lo continuo? Gracias. Saludos desde Mendoza Argentina.
Liliana,
supongo que nadie más quiso financiarlo…y supongo que se paró con ella, al menos con estos soldados.
Gracias por segurinos.
Marta (editora)
El estigma de la deformidad facial sigue existiendo hoy en día. Mi madre sufrió un tumor orbital que no respondió a tratamiento y al final hubo que intervenir de forma drástica. Le quitaron el ojo, los párpados y tuvieron que limar un poco el pómulo y después le hicieron un injerto de su propia piel para tapar el hueco. El resultado fue bastante bueno para el tipo de operación que fue y dónde tenía el ojo ahora simplemente se ve la cuenca cubierta de piel. Pues a pesar de eso mi madre no puede prescindir nunca del parche porque la gente se la queda mirando con todo el descaro, hace ya cinco años de la operación y no se atreve a salir a la calle sin vendarse el ojo por las miradas que recibe de la gente. No estamos preparados para enfrentarnos al mundo con una deformidad porque no nos acepta.
Estimada Cora,
gracias por este comentario tan personal. Lamentablemente, nos enfrentamos mal a todo lo que nos es ajeno, extraño, todo lo fuera de «lo normal». Una lástima.
Un caluroso saludo,
Marta (editora)
Tienes razón, nos cuesta salir de la zona de confort y aceptar lo que supone una diferencia. Mi madre ha llegado a comentar alguna vez que más que el ojo, echa de menos salir a la calle sin que nadie se quede mirando su parche. Me encanta el blog, se ve un trabajo enorme.
Muchas gracias, Cora. Un abrazo para tu madre también.