Iballa Burunat Pérez: «Quiero que la investigación en neurociencia musical nos ayude a entender la mente»

Yo investigo

Iballa Burunat Pérez es una investigadora canaria especializada en neurociencia de la música, que desarrolla su trabajo en el Centre of Excellence in Music, Mind, Body and Brain, en Finlandia.

Tras formarse como música profesional, su fascinación por las respuestas emocionales y mnésicas que despierta la música la orientó hacia el estudio cerebral de la experiencia musical. Posee una formación interdisciplinar que integra musicología sistemática y neurociencia cognitiva para el estudio de la experiencia musical humana. En 2017 defendió su tesis doctoral Brain integrative function driven by musical training during real-world music listening (Universidad de Jyväskylä), reconocida con el Premio a la Mejor Tesis Doctoral a nivel institucional (2018). En ella combinó neuroimagen, métodos computacionales de extracción acústica y análisis multivariados para estudiar cómo la experiencia musical moldea el cerebro. Su línea de investigación tiene importantes implicaciones para entender cómo la experiencia en una modalidad (por ejemplo, el procesamiento motor o visual) puede influir en el procesamiento neural en otra (la percepción auditiva). Asimismo, sus resultados también demuestran que los diseños experimentales que simulan condiciones reales de escucha permiten obtener datos sólidos y fiables en neurociencia, lo que resulta clave para comprender cómo el cerebro procesa la música en la vida diaria.

Tras el doctorado, ha desarrollado una trayectoria postdoctoral en investigación interdisciplinar en Finlandia colaborando con laboratorios internacionales en Europa, Asia y Canadá. Su trabajo ha contribuido a entender la representación neural del ritmo o cómo el cerebro se reorganiza en músicos, mostrando, por ejemplo, un distinto grado de simetría en áreas motoras y visuales relacionadas con la coordinación manual, la cinemática y la postura, aspectos que varían según el instrumento ejecutado. Al mismo tiempo, ha impulsado el uso de métodos experimentales más realistas y ha abogado por estudios de replicación en neurociencia para lograr resultados más fiables. Su investigación más reciente publicada en PNAS muestra cómo el cerebro segmenta la música de forma similar al lenguaje, lo que permite estructurar la experiencia musical, dotarla de sentido, y recordarla.

Iballa Burunat Pérez. Imagen proporcionada por la investigadora. Fotógrafo: Petteri Kivimäki.

1 . ¿Cuál es tu área de investigación?
Mi área de investigación es la neurociencia de la música, pero este es en sí un campo extenso. Estudiar cómo procesamos cada aspecto de la música, como la armonía, el timbre o la melodía, es en sí mismo un desafío enorme que abre múltiples vías de exploración. El ritmo, que he estudiado en más detalle, quizá sea un aspecto de la música que tiene una huella muy destacada en cómo reacciona el cerebro, y es clave para entender cómo procesamos patrones temporales y sincronizamos con otros, pero también cómo influye en nuestras respuesta fisiológica. El ritmo lleva a temas intrigantes, como el movimiento que la música induce en nosotros. Para estudiar estos fenómenos complejos es fundamental una investigación interdisciplinar para poder combinar distintos enfoques y lograr un entendimiento más completo.

2 . ¿Por qué te dedicas a ella?
En realidad, la respuesta es simple: la música es invisible y sin embargo actúa sobre nosotras y nosotros de forma poderosa. ¿Cómo no estudiarla?

A todas y todos nos ha pasado: apenas un instante de música basta para cambiar por completo la forma en que íbamos a reaccionar ante un problema o responder a alguien. Para lograr ese mismo efecto harían falta muchas palabras y argumentos persuasivos, pero una simple secuencia armónica lo consigue en una fracción de segundo. En un instante, lo intangible irrumpe y cambia nuestro mundo interior. Ese aparente misterio me impulsa a estudiarla: ¿cómo puede algo intangible modificar nuestro cerebro y nuestra experiencia en décimas de segundo? Y es que la música desencadena una danza neuronal que altera nuestra percepción y estado de ánimo. Es intrigante que algo tan abstracto pueda desencadenar respuestas biológicas tan potentes, como la liberación de dopamina. Y estudiarla nos ayuda a explicar por qué la música tiene un impacto tan profundo en la experiencia humana, tanto individual como social y cultural.

3 . ¿Has tenido alguna figura de referencia en tu trayectoria?
Siempre ha habido alguien cuyo enfoque me ha inspirado. De niña, recuerdo a mi tío Enrique, psicobiólogo, hablando sobre sus experimentos de laboratorio cotidianos (no siempre recomendables para la hora del almuerzo). Esas historias dejaron una huella que seguro ayudaron a formar mi interés. En casa, preguntas como «¿Existe Dios?» nunca tenían respuestas rápidas para zanjar el tema. Con cualquier duda de matemáticas, mi padre empezaba por Pitágoras, y la paciencia era clave. Una pregunta llevaba a otra… ¡y al final estaba más perdida que antes de preguntar! Aunque me frustraba, ahora me hace gracia recordarlo y entiendo por qué lo hacían. Luego, durante el doctorado, tuve la suerte de trabajar bajo la supervisión del catedrático Petri Toiviainen, físico y musicólogo, cuyo rigor y conocimiento científico moldeó mi forma de investigar. Tengo referentes en varias disciplinas, especialmente en filosofía, que nos invita a cuestionar los cimientos mismos del conocimiento, nuestros métodos y la validez de nuestros experimentos.

También tengo referentes «en negativo»: personas, situaciones o prácticas que me enseñaron lo que NO conviene hacer (a veces más contundentemente que los buenos ejemplos), desde enamorarse ciegamente de la propia hipótesis hasta ignorar datos incómodos o confundir convicción con evidencia. Esas lecciones han sido oro puro. ¡Gracias, antiejemplos!

Por último, decir que explorar distintas perspectivas y disciplinas me ha ayudado a reflexionar sobre temas tangentes a la ciencia, como la libertad académica y de expresión, pilares clave para el desarrollo y la integridad científica. Aunque no son ciencia en sí, la libertad para investigar, publicar y enseñar sin censura o presiones externas es un principio fundamental, y como científicas y científicos, tenemos la responsabilidad de proteger este derecho para garantizar un entorno donde el conocimiento pueda avanzar con rigor y honestidad.

4 . ¿Qué te gustaría descubrir o solucionar en tu campo?
Quiero seguir indagando en cómo algo tan intangible como la música es capaz de activar mecanismos cerebrales tan profundos e influir en nuestra conducta. Creo que en su gramática y sintaxis se esconde una de las claves para explicar por qué la música tiene este impacto en la experiencia humana, lo que me lleva a otra cuestión que me gustaría explorar, los límites de nuestra musicalidad: hasta dónde llega la capacidad humana para procesar, comprender y crear música; descubrir hasta qué punto existe una gramática musical universal innata compartida por todos los seres humanos y qué mecanismos neurobiológicos definen esta capacidad. Percibo que a menudo se enfatizan demasiado las diferencias musicales entre culturas, relegando el aspecto biológico que nos une como especie. Y aquí entra en juego algo más: el lenguaje. Tanto el lenguaje como la música son estructuras sonoras humanas que se despliegan en el tiempo y dependen de sintaxis, patrones y predicción, apoyándose (al menos en parte) en redes cerebrales solapadas, incluidas regiones frontales clásicamente asociadas al procesamiento estructural. ¿Es la música solo un invento cultural o es una ventana a lo que nos define como especie? También me intriga por qué el ritmo y la sincronización son rasgos tan profundamente humanos, y qué pueden decirnos sobre nuestras raíces evolutivas. Preguntas infinitas, tiempo finito.

Además, la ventaja de entender mejor la relación música-cerebro va más allá de lo teórico y abre la posibilidad de aplicar este saber de forma práctica e inteligente en contextos clínicos o educativos. El objetivo sería transformar este conocimiento base en intervenciones efectivas como terapias basadas en elementos musicales que mejoren la salud mental o la rehabilitación neurológica en condiciones como la depresión, la ansiedad, el ictus, demencia o trastornos del habla, o desarrollar herramientas educativas que aprovechen el poder de la música con base científica sólida. Ya contamos con intervenciones musicales, pero muchas veces funcionan más por intuición o experiencia clínica que por un entendimiento profundo de los mecanismos neurobiológicos que las hacen efectivas.

En resumen, quiero que la investigación en neurociencia musical nos ayude a entender la mente y, si es posible, también tenga un impacto real en la vida de las personas.

5 . ¿Qué consejo darías a quien quiera adentrarse en el mundo de la investigación?
Le diría «déjate sorprender», que lo resume muy bien. Investigar implica aceptar la incertidumbre y cuestionar cada paso del proceso, desde cómo planteas una pregunta hasta cómo interpretas los datos. Existe el tópico de “confía en tu intuición”, pero la intuición puede estar viciada por nuestras experiencias y sesgos, y nos puede jugar una mala pasada. A veces acierta, pero muchas otras no… Entonces, ¿cómo fiarse de ella? Úsala para generar preguntas, no para cerrar respuestas. Con el tiempo (y a base de tropiezos) aprendí que mis intuiciones traían sesgos que ni sabía que tenía.

Y aquí es donde entra la humildad: la ciencia es un ejercicio constante de humildad —hablo de humildad intelectual—, para aceptar lo inesperado o lo no deseado para aproximarnos a la verdad. Deja el ego en la puerta, porque aquí no se trata de tener razón, sino de dejar que los datos hablen, aunque desafíen tus hipótesis favoritas. Aprende a convivir con el error: no lo mires como fracaso porque es el germen de nuevas ideas. Todas estas son habilidades que se pueden aprender con la experiencia.

También le diría que elija un problema o área que despierte su curiosidad, que le resulte intelectualmente estimulante. Llámalo pasión o motivación, pero un mínimo de esa chispa es desde luego imprescindible como motor de la curiosidad y de la constancia que requiere la investigación. Este es un trabajo exigente y no deberías elegir un tema solo porque sea ‘sexy’ o esté de moda, sino porque realmente crees que merece la pena explorarlo. Pero, más allá de tópicos, junto a esa pasión hace falta también una base sólida de conocimiento y competencias técnicas. Sin conocimiento para hacer ciencia rigurosa, la pasión sola no basta. Dicho esto, es fundamental que la pasión no se vuelva obsesiva, porque entonces el trabajo acaba ocupando todo y puede derivar en aislamiento social y agotamiento extremo. Y no es fácil encontrar un equilibrio cuando la curiosidad y el entusiasmo nos arrastran a un punto de sobreexigencia y perfeccionismo que termina por desgastarnos.

Pero no termina ahí… esta pasión genera un conflicto: puede nublar nuestra objetividad, porque al trabajar en algo que nos apasiona, tendemos a tener sesgos y a involucrarnos emocionalmente. La pasión impulsa, pero la ciencia exige una distancia crítica para evitar subjetividades que puedan distorsionar los resultados. Es necesario cultivar la capacidad de observar los datos con imparcialidad, incluso cuando desafían nuestros intereses personales. Solo así se genera conocimiento fiable. Aceptar este conflicto constante y encontrar un equilibrio es parte del reto y del crecimiento como investigador o investigadora.

Me quedo con que hacer ciencia es, sobre todo, un acto de humildad saludable y un camino apasionante pero exigente. Se necesita mucha curiosidad y paciencia porque, como en la música, el progreso requiere ensayo y error.

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