Maria Angela Ardinghelli: la sabiduría silenciosa de una mujer ilustrada

Vidas científicas

Las normas sociales del siglo XVIII imponían el silencio como virtud femenina, y la presencia de mujeres en los círculos científicos era una rareza. La traductora y mediadora cultural italiana Maria Angela Ardinghelli supo alzar su voz con inteligencia, diplomacia y discreción, creando así una forma única de ejercer el conocimiento sin renunciar a la modestia ni al impacto intelectual. Enraizada a su Nápoles natal, facilitó el diálogo entre sabios franceses e italianos para que el conocimiento fluyera entre las academias de París y los laboratorios naturales del sur de Italia.

Retrato de María Ángela Ardinghelli.
Wikimedia Commons.

Maria Angela Ardinghelli nació en 1730 en Nápoles, en el seno de una familia noble venida a menos. Su padre, privado de títulos y fortuna por un matrimonio desaprobado por su linaje, entendía que la educación era sinónimo de estatus social, y depositó en la formación de su hija la esperanza de un futuro digno. Quiso que Maria Angela aprendiera idiomas, matemáticas, física y filosofía natural con figuras destacas de la época. A los catorce años, la joven dominaba textos científicos, hablaba latín de manera fluida e incluso era capaz de componer versos en ese idioma.

Maria Angela Ardinghelli no tardó en hacerse un lugar en los círculos cultos de Nápoles, ciudad que estaba experimentando un resurgimiento cultural al que la aristocracia local se había unido con entusiasmo. A través de sus traducciones y su papel como anfitriona de tertulias científicas –conocidas como conversazioni– en su casa del Largo della Pignasecca, punto de encuentro para sabios locales y extranjeros, esta mujer comenzó a tejer vínculos entre la comunidad intelectual napolitana y figuras destacadas de la ciencia francesa. Otras mujeres eruditas de la época, como Laura Bassi o Maria Gaetana Agnesi, que a menudo provenían de un entorno aristocrático o de clase media muy acomodada, verían en Ardinghelli un ejemplo de modestia y circunspección.

Entre la traducción y la creación

A Ardinghelli se la conoce fundamentalmente por haber traducido al italiano dos trabajos del fisiólogo y químico británico Stephen Hales (1677-1761): Haemastaticks y Vegetable Staticks. Sin embargo, su papel como traductora no se limitó a la mera transposición lingüística, sino que detrás de sus versiones comentadas de las obras había una gran labor como crítica, correctora y mediadora del conocimiento: Maria Angela contrastó los textos originales con sus traducciones al francés, reprodujo los cálculos y adaptó los valores para convertir las medidas inglesas a las europeas, y validó las fuentes.

Su enfoque editorial fue muy innovador: en sus notas creó un espacio literario y mental donde invitaba a los lectores a acompañarla en sus reflexiones críticas, generando confianza en sus correcciones y reformulaciones. Adaptó el trabajo de Hales al contexto napolitano, por ejemplo, examinando las aguas locales en Nápoles de la misma manera que Hales lo hizo en Londres.

Lejos de adoptar una actitud pasiva, las traducciones de Maria Angela revelaban su intención de hablar con autoridad, pero con cuidado de no contravenir los códigos femeninos de la época: siendo mujer, debía equilibrar la visibilidad con la modestia. Ardinghelli supo defender su labor sin arrogancia y esta estrategia –combinar rigor y humildad– permitió que su nombre discurriera en los círculos adecuados, sin convertirse en blanco de escándalo ni de sátira, como ocurrió con otras mujeres ilustradas de su tiempo.

La conexión con París

Un punto de inflexión en la carrera internacional de Ardinghelli fue su encuentro con Jean Antoine Nollet (conocido como Abbé Nollet) en 1749, durante un viaje de este por Italia. Nollet, que era una celebridad en el campo de la física experimental, quedó impresionado por las habilidades intelectuales de Maria Angela y habló sobre ella a sus colegas de la Academia de Ciencias de Francia en París. Nollet llegó a considerar que Ardinghelli merecía ser miembro de la Academia, posibilidad que no estaba al alcance de las mujeres en la época.

Ardinghelli durante un experimento sobre electricidad en
el Palacio Spinelli de Tarsia. Wikimedia Commons.

Maria Angela se convirtió de facto en corresponsal extranjera de la Academia de Ciencias de Francia, proporcionando de manera regular datos meteorológicos, información sobre la historia natural del territorio napolitano, así como partes de casos médicos inusuales. Sus informes sobre las erupciones del volcán Vesubio fueron particularmente valorados por la meticulosidad con la que se habían recopilado los datos, en contraste con las historias sensacionalistas que a menudo entretenían a los miembros de los salones parisinos. Nollet actuaba como mediador de Ardinghelli y curaba la información que esta proveía –traducía literal y metafóricamente, extraía partes relevantes y borraba detalles personales para presentarla cual «mente sin cuerpo»– como parte de su estrategia para introducirla en una institución que no admitía a mujeres.

Ardinghelli nunca quiso alejarse de su familia ni de Nápoles. A pesar de propuestas de matrimonio e incluso de ofertas para trasladarse a París como preceptora de princesas reales, Ardinghelli se negó a abandonar su ciudad natal, y eso la diferenció de otros mediadores culturales de la época que viajaban. Con su voluntad de mantenerse anclada a su localidad se aseguró de que el conocimiento natural de su entorno circulara a través de su mediación. Así, la distancia geográfica se convirtió en una de sus fortalezas y la posicionó como referencia local fiable ante los naturalistas interesados en la geomorfología napolitana. Sus conversazioni en Nápoles se convirtieron en puntos de encuentro para organizar excursiones a lugares como el Vesubio, la Solfatara o la Grotta del Cane. Además, Maria Angela sirvió de puente para que otros sabios napolitanos buscaran la atención de la Academia de París y mejoraran sus propias credenciales internacionales a través de su correspondencia con Nollet. Incluso después de la muerte de este, Ardinghelli continuó sirviendo de conectora intelectual entre Nápoles y París.

Una voz que eligió el anonimato

Hacia 1761, tras la muerte de su padre, su principal protector, Ardinghelli adoptó una nueva estrategia: la del anonimato. Esta decisión no marcó un abandono de sus actividades científicas, sino una maniobra hábil para protegerse de las amenazas de una sociedad que a menudo satirizaba a las mujeres que tenían aspiraciones intelectuales.

Pese a no publicar bajo su nombre, la autoría de sus contribuciones era un secreto a voces entre los miembros de los círculos intelectuales. Ello le permitió mantener su influencia sin exponerse. Continuó participando en la vida cultural napolitana, escribiendo poemas y buscando el patrocinio de mujeres poderosas. Las traducciones y su actividad como instructora privada sirvieron como fuente de ingresos para ella y su madre.

Maria Angela Andinghelli murió en 1825, con casi 95 años, tras una vida de trabajo incansable dedicado a la observación natural, la reflexión crítica y los intercambios epistolares. Aunque muchos de sus escritos se hayan perdido, su legado perdura como ejemplo de una mujer que, sin salir de su ciudad, erigió un puente entre dos mundos. Su vida demuestra que el conocimiento también puede construirse desde los márgenes, que mediar es tan valioso como crear, y que el silencio no siempre significa ausencia.

Referencias

Sobre la autora

Edurne Gaston Estanga es doctora en ciencia y tecnología de los alimentos. Actualmente se dedica a la gestión de proyectos en organizaciones que fomentan la difusión del conocimiento de la ciencia y la tecnología.

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