Matilde Montoya, cirujana y feminista revolucionaria hace 150 años

Vidas científicas

Podría decirse que Matilde Petra Montoya, médica cirujana y revolucionaria feminista mexicana, nació fuera de su tiempo, cuando la sociedad consideraba inaceptable que una mujer fuera a la universidad o que ejerciera una profesión como sus compañeros. En el México postcolonial en el que vivió, desde la adolescencia fue inspiradora del movimiento feminista, convencida desde niña de que tenía los mismos derechos que los hombres a ver realizados sus sueños.

Portada de «El Álbum de la Mujer» con la imagen de
Matilde Montoya. Wikimedia Commons.

Matilde nació un 14 de marzo de 1857 en Ciudad de México de la pareja que formaban el comandante José María Montoya y Soledad Lafraga. Hija única tras la muerte de su hermana, desde muy joven, animada por su madre, mostró un gran interés por el estudio, un camino que no le pusieron fácil ya desde la infancia: tenía solo 11 años cuando fue rechazada en la Escuela Primaria Superior, equivalente en ese entonces a la secundaria actual, de su ciudad con el argumento de que era demasiado joven. Aquello no la frustró, sino que la animó a estudiar por su cuenta y presentarse al examen oficial para maestra por libre, lo que aprobó sin dificultad con solo 13 años.

Fue Soledad quien la incitó a estudiar ginecología y obstetricia, así que con tan temprana edad decidió ingresar en la escuela para ser partera, lo que logró gracias a una carta de recomendación. Por desgracia, una enfermedad al año siguiente la obligó a abandonar sus estudios. Durante su recuperación la familia se fue a vivir a Cuernavaca, donde finalmente logró su certificado como partera a los 16 años. Para entonces había fallecido su padre y pasaban serias estrecheces económicas. Con 18 años vivía de ejercer como partera, un oficio que era muy común que realizaran las mujeres. Además, comenzó a trabajar como auxiliar de cirugía bajo la tutela de dos doctores, lo que no impidió que algunos médicos hicieran una campaña en su contra, calificándola de «masona y protestante» en los foros del lugar.

Deseosa de seguir su formación, Matilde regresó a la capital para ingresar en la en la Escuela de Parteras y Obstetras con el doctor Manuel Gutiérrez, que la ayudó a preparar los exámenes de dos cursos de obstetricia en 1876 para poder ejercer como profesional, algo que se fue a ejercer a la ciudad de Puebla. Sin embargo, pese a haber aprobado, muchos docentes y alumnos denunciaron que le faltaban asignaturas, pero que no eran adecuadas para ella. Por los prejuicios y la visión conservadora sobre el papel de las mujeres en esa época, pretendían negarle el permiso para observar las disecciones humanas, que se consideraban fundamentales para ejercer la medicina. Se decía que aquello era “no tener pudor” o que “cómo una mujer iba a hacer disecciones en un cadáver, desnudo, junto a profesores y compañeros”.

Resultado: la dieron de baja como obstreta. Matilde intentó entonces cursar esas materias por las tardes. Tampoco la dejaron con la excusa de que el reglamento de la Escuela mencionaba “alumnos”, no «alumnas». Pero la joven no iba a rendirse: escribió al mismísimo presidente de México, entonces el general Porfirio Díaz y éste, para sorpresa de muchos, le dio la razón y “sugirió” al director del centro que la dejaran matricularse. Gracias a esa intervención, pudo completar sus estudios con buenas notas, tras lo cual de nuevo solicitó su examen profesional en el centro.

Por desgracia, la inquina contra ella seguía vigente y de nuevo le negaron la opción a un examen. Por segunda vez, inasequible al desaliento, escribió al presidente, que tuvo que dictar un decreto por el que permitía graduarse a las mujeres médicas con las mismas oportunidades de un hombre. Finalmente, no solo logró ser aprobada como partera, obstetra y cirujana en septiembre 1887, con 30 años, sino también un cambio legal que abría la puerta a muchas otras jóvenes que quisieran seguir sus pasos.

Para poder realizar todo este periplo formativo ya pudo tener cierto apoyo económico, que dejó de percibir cuando se tituló. El Gobierno le otorgaba una mensualidad de 40 pesos y los gobernadores de los lugares donde vivió le asignaban pequeñas pensiones. Por ejemplo, durante un tiempo trabajó para el estado de Oaxaca, donde por 30 pesos al mes ejerció como recolectora de pus de las vacas para la campaña de vacunación contra la viruela, enfermedad que se trataba de controlar desde la expedición de Francisco Balmis de principios de ese siglo. Otras veces, el propio presidente Díaz la enviaba algún dinero para libros o para comprarse un estuche de cirugía.

Una vez con su título, se centro en su tesis sobre microbiología “Técnicas de laboratorio en algunas investigaciones clínicas”, un evento al que incluso acudió el propio Porfirio Díaz con su esposa. Aún tuvo que esperar hasta el 19 de agosto de 1891 para estar registrada oficialmente con el título de médica cirujana, la primera en su país y de las primeras de América.

Activista feminista en México

Matilde Montoya. Heroínas.

A partir de ese momento, la vida de Matilde fue mucho más fácil a nivel profesional, pues sus servicios eran muy demandados por las mujeres, una más holgada situación económica que no la acomodó en ese puesto. En un país donde a nivel jurídico se las consideraba como menores de edad o donde se les impedía el acceso a estudios superiores, pronto comenzó a colaborar con asociaciones femeninas en defensa de sus derechos. Se incorporó al Ateneo Mexicano de Mujeres y escribía en el semanario Las hijas del Anáhuac, una de las primeras publicaciones editadas por mujeres en su país. También formó parte de la Liga Médica Humanitaria, que reunía a médicos, dentistas, parteras y farmacéuticos con el objetivo de establecer consultorios médicos nocturnos para atender a personas sin recursos. Y daba conferencias: entre ellas destaca la que dio en 1907 ante la Liga Antialcohólica sobre los estragos de la embriaguez.

En 1925, tras asistir dos años antes a la Segunda Conferencia Panamericana de Mujeres, fundó la Asociación de Médicas Mexicanas junto a la doctora Aurora Uribe, logrando, entre otros asuntos, que el término partera no se usara de manera despectiva en la profesión. Fue un gran éxito que hizo que su nombre estuviera entre los más populares en aquella época.

A los 50 años de haberse graduado, en agosto de 1937, la asociación que años antes había fundado junto con la Asociación de Universitarias Mexicanas y el Ateneo Mexicano de Mujeres le ofrecieron un homenaje en el Palacio de Bellas Artes, reconociendo así su papel como pionera y su lucha por la igualdad. Matilde Montoya pudo acudir a este homenaje, si bien finalmente falleció cinco meses después, el 26 de enero de 1938, a los 78 años de edad.

Matilde abrió una gran puerta a la formación académica de las mujeres mexicanas. Hoy, 120 años más de la mitad de la población de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es femenina y se puede decir que la discriminación por razón de género ya no es un obstáculo para estudiar en cualquier área del conocimiento en este país.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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