Nuestro planeta, según James Lovelock, es como un organismo gigante: regula su temperatura, descarga desechos y recicla productos químicos para mantener un equilibrio saludable.
La hipótesis de Gaia
Según esta hipótesis de James Lovelock, el planeta Tierra es un ser vivo autorregulado. En esta cautivadora teoría, el planeta, en todas sus partes, se mantiene en condiciones adecuadas para la vida gracias al comportamiento y acción de los organismos vivos.
Lovelock fue un científico independiente, ambientalista, inventor, autor e investigador con un interés por la ciencia ficción que le llevó a la idea de Olaf Stapledon de que la Tierra misma puede tener conciencia. De What Is Life? de Erwin Schrödinger tomó la teoría del «orden a partir del desorden», basada en la segunda ley de la termodinámica: «la entropía sólo aumenta en un sistema cerrado (como el universo)» y por tanto «La materia viva conlleva un desequilibrio termodinámico manteniendo homeostáticamente la entropía negativa en un sistema abierto».
James Lovelock pensaba en la vida planetaria como un todo. Formuló por primera vez la hipótesis de Gaia en la década de 1960. En los cimientos de esta teoría hubo otra persona: Dian Hitchcock, una filósofa y analista de sistemas estadounidense, a quien conoció en el Laboratorio de Propulsión a Chorro, JPL (Jet Propulsion Laboratory) de la NASA en California. Como la mayoría de las mujeres en el mundo de la ciencia, Hitchcock luchó para ser escuchada; Lovelock lo hizo.
Un sueño de ciencia ficción
Lovelock había llegado al JPL en 1961 porque la NASA quería un experto en cromatografía para medir la composición química del suelo y la atmósfera en otros planetas. Lovelock, adicto a la ciencia ficción, estaba encantado. El JPL lideró los campos de la exploración espacial, la robótica y la tecnología de cohetes. En la década de 1950, Wernher von Braun, el ingeniero alemán que diseñó los cohetes V2 que bombardearon Londres en la Segunda Guerra Mundial, convirtió al JPL en la base para el primer programa satelital exitoso de Estados Unidos. La Casa Blanca confiaba en su tecnología para impulsar las misiones a la Luna, Marte y Venus. En 1961, la sede del JPL en la ladera de una colina de San Gabriel se convirtió en un lugar de encuentro para muchas de las mentes más brillantes del planeta, incluyendo ganadores del Nobel, como Joshua Lederberg, y científicos populares como Carl Sagan. Lovelock tuvo un papel como asesor técnico y fue el primer inglés en unirse al programa espacial estadounidense, el más destacado y más generosamente financiado de los frentes de la guerra fría. Tres años antes, el primer satélite de la humanidad, el Sputnik, se había puesto en órbita.
Buscando vida en otro planeta
A mediados de los años 60, Lovelock había inventado un dispositivo, un detector de captura de electrones (ECD), como él lo llamaba, que era tan sensible que podía detectar rastros contaminantes en el aire como los de los clorofluorocarbonos (CFC). De hecho, era justo el tipo de dispositivo que la NASA estaba buscando en sus preparativos para enviar una nave no tripulada a Marte, el Viking Lander.
Pero si el Lander aterrizaba en un punto de Marte similar al desierto del Sáhara, la vida podría pasar fácilmente desapercibida. Esto le llevó a pensar, años antes de que el Lander aterrizara en julio de 1976, en cómo se manifestaría la vida en un planeta y se le ocurrió que la atmósfera de la Tierra, con su alta concentración de nitrógeno, 78 %, de oxígeno, 21 %, de dióxido de carbono, 0,03 % (en los años sesenta), y con un poco de metano, 0,003 %, era, en realidad, la huella de la vida en nuestro planeta. Porque a menos que se incluyera la vida con su metabolismo, era difícil explicar cómo podía ser posible que el metano y el oxígeno estuvieran presentes simultáneamente en la atmósfera de la Tierra, ya que los dos gases, uno reductor y el otro oxidante, interactuarían hasta que todo el metano se oxidara. En la Tierra, lo que emite el metano es la propia vida en forma de bacterias metanógenas.
Mientras James se preguntaba todas estas cosas, la NASA contrató a Dian Hitchcock para supervisar el trabajo que se realizaba en el JPL destinado a encontrar vida en Marte. Las dos organizaciones habían sido independientes hasta 1958. El JPL fue puesto bajo la jurisdicción de la recién creada agencia espacial civil, la NASA, y la gestión diaria estaba a cargo del Instituto de Tecnología de California. Hitchcock trabajaba para Hamilton Standard, una empresa de aviación que tenía varios contratos con la NASA.
James y Dian se conocieron en la cantina del JPL. Los dos buscaban con quien compartir sus ideas y sus teorías, nuevas y sorprendentes. Hitchcock se había acostumbrado a que la ignoraran. Anhelaba que se la tomara en serio; Lovelock parecía diferente y era más atento que otros hombres. «Yo era invisible, no encontraba a nadie que quisiera escucharme. Pero Jim sí quería hablar conmigo», dijo. «Cuando encuentro a alguien con quien hablar en profundidad es una experiencia maravillosa. Ocurre raramente».
Se convirtieron no sólo en colaboradores sino en conspiradores. Hitchcock era bastante escéptica sobre el enfoque del JPL para encontrar vida en Marte. Esto los puso en contra de muchos intereses. El 31 de marzo de 1965, Hitchcock presentó un informe inicial a Hamilton Standard y su cliente, la NASA, describiendo los planes de la división de biociencias del JPL como excesivamente costosos y con pocas probabilidades de proporcionar datos útiles. Acusó a los biólogos de geocentrismo por suponer que los experimentos para detectar vida en la Tierra serían igualmente aplicables en otros planetas. Propuso alternativas, como, por ejemplo, usando un método de muestreo de gases atmosféricos que estaba elaborando con Lovelock. Era un método simple y, por tanto, una clara amenaza a los complicados experimentos multimillonarios que estaban sobre la mesa.
En una reunión de estrategia del JPL, Lovelock intervino tirando por tierra experimentos de equipos costosos llevados a cabo en el desierto de Mojave para probarlos después en Marte. En cambio, propuso un análisis de los gases atmosféricos para evaluar si el planeta estaba en equilibrio (sin vida) o en desequilibrio, basándose en el supuesto de que la vida descargaba desechos (exceso de calor y gases) en el espacio para mantener un entorno habitable. Sería la base de su teoría de un planeta autorregulado, al que más tarde llamaría Gaia. El primer artículo de Lovelock sobre la detección de vida en Marte se publicó en Nature en agosto de 1965, sólo con su nombre. Hitchcock se quejó de este hecho injusto.
Pasión y ciencia y pasión por la ciencia
Además de trabajar juntos, tenían una historia de amor. «Todas nuestras citas fueron en hoteles de Estados Unidos», recordó Lovelock. El sexo y la ciencia estaban entrelazados. En sus charlas de almohada imaginaban cómo un científico marciano podría encontrar pistas de vida en la atmósfera de la Tierra. Esto fue esencial para la hipótesis de Gaia. Hitchcock planteó la pregunta clave: ¿qué hacía posible la vida aquí y, quizá, en ningún otro lugar? ¿Podría ser que la Tierra fuera un sistema autorregulado con una atmósfera producto de la vida? Desde esta perspectiva, los gases que rodean la Tierra no sólo permitían la vida, sino que estaban impregnados de vida, como la exhalación de un ser planetario, o lo que Dian y James llamaban en su correspondencia privada, el «gran animal».
Carl Sagan, que compartía despacho con Lovelock, aportó sus ideas a la teoría Gaia al investigar sobre la regulación de la temperatura media. La bióloga estadounidense pionera Lynn Margulis hizo una contribución esencial al proporcionar una explicación de cómo la teoría de Lovelock podría funcionar en la práctica a nivel microbiano. El físico Erwin Schrödinger, también aportó otra perspectiva interesante: la vida conlleva sistemas de alta entropía y esa fue la base de Gaia; el planeta Tierra excreta calor.
A mediados de los años 60, todo esto era todavía demasiado nuevo e incompleto para poder describirlo como una hipótesis. Iba más lejos que Charles Darwin al argumentar que la vida no sólo se adapta al medio ambiente, sino que también le da forma. Esto significaba que la evolución era mucho más una relación bidireccional de lo que la ciencia convencional había reconocido. Lovelock y Hitchcock estaban muy emocionados. Emprendieron un viaje intelectual que nadie había hecho antes.
El final del amor
En 1966 la agencia espacial estadounidense abandonó la idea de Lovelock y Hitchcock sobre métodos alternativos de exploración de vida en Marte utilizando análisis atmosférico. Además, comenzaron a aparecer grietas en la relación de Lovelock y Hitchcock. En sus cartas, Hitchcock sólo hablaba de trabajo y de ciencia. Sabía que las abriría Helen, la esposa de James, que trabajaba como su secretaria. Muchas veces, Helen ridiculizó sus pretensiones filosóficas y su forma de hablar, influenciadas por Hitchcock. «¿Quién se cree que es? ¿Un segundo Einstein?». También insistió en que pasara menos tiempo en Estados Unidos. «¿Por qué sigues preguntándome qué me pasa? Sabes que no me gusta que estés a tantos kilómetros de distancia. Soy humana. Tengo muchas pesadillas… La cama es tremendamente grande y fría sin ti».
Lovelock visitó el JPL con menos frecuencia y por períodos más cortos. Hitchcock llenó el vacío físico volcando su energía en su trabajo intelectual compartido.
Dos revistas importantes rechazaron su artículo escrito conjuntamente sobre la detección de vida: Proceedings of the Royal Society en el Reino Unido y luego Science en Estados Unidos. Decidieron tragarse su orgullo y enviar su trabajo a la poco conocida revista Icarus. Hitchcock admitió sentirse desanimada pero no se dio por vencida. A finales de 1966 y principios de 1967, envió una avalancha de cartas largas e intensas a Lovelock sobre los artículos en los que estaban trabajando juntos. Su correspondencia durante este período fue obsesiva, vacilante, mordaz, considerada, crítica, alentadora y una de las más brillantes de los archivos de Lovelock. Se pueden leer como piedras angulares de la hipótesis de Gaia o como cartas desesperadas de amor. La más impresionante es una diatriba en la que Hitchcock le escribió a Lovelock un resumen elocuente de «nuestro razonamiento» y de cómo este enfoque compartido iba más allá de la ciencia convencional. «Queremos ver si existe una biota, no si existen seres vivos aislados. También es propio de una sola especie influir en sus entornos vivos y no vivos, dejar rastros de sí mismas y de su actividad en todas partes. Por lo tanto, concluimos que la biota debe dejar su huella». Hitchcock describió cómo los dos habían intentado identificar la vida, en una carta de diciembre de 1966:
Su artículo conjunto, “Detección de vida mediante análisis atmosférico”, se publicó en Icarus en diciembre de 1966. Lovelock reconoció que era superior a su artículo anterior para Nature: «Cualquiera que fuera competente vería la diferencia, cómo se habían aclarado las ideas y estructurado de una manera mucho más lógica». Insistió en que Hitchcock fuera la autora principal. Estaba contenta y sabía que habría sido difícil poner sólo su nombre, pero en realidad Lovelock pensaba que tendría que haber sido así porque él no corrigió ni una coma cuando Dian le dio su manuscrito.
En enero de 1967, tres astronautas murieron en un incendio repentino durante una prueba de la misión Apolo I. Esto provocó un examen de conciencia y muchas investigaciones internas que afectaron al programa espacial estadounidense. Los políticos ya no estaban dispuestos a firmar cheques en blanco para una carrera hacia Marte. Las prioridades públicas estaban cambiando a medida que la guerra de Vietnam y el movimiento por los derechos civiles ganaban terreno y el Congreso recortaba el presupuesto de la NASA.
En cuanto a James y Dian, la presión se estaba volviendo muy intensa. Helen era cada vez más propensa a las enfermedades y al resentimiento. Le dio un ultimátum. Lovelock se vio obligado a tomar una decisión en su relación con Hitchcock y decidió dejarla. La ruptura fue brutal.
La Tierra, Gaia, mantiene un equilibrio frágil como planeta vivo y Dian y James mantuvieron su pasión compartida por la ciencia en equilibrio con su historia de amor, quizá como otro sistema autorregulado.
Referencias
- Bunyard, Peter Paul (2022). James Lovelock: la visión de un científico excepcional. Rev. acad. colomb. cienc. exact. fis. nat. 46:180. DOI: 10.18257/raccefyn.1771
- Hitchcock, Dian R. y James E. Lovelock (1967). Life detection by atmospheric analysis. Icarus 7:1–3. DOI: 10.1016/0019-1035(67)90059-0
- Lovelock, James E. (1993). Las edades de Gaia. Tusquets
- Watts, Jonathan (2024). A cool flame: how Gaia theory was born out of a secret love affair. The Guardian
- Watts, Jonathan (2024). The Many Lives of James Lovelock. Canongate Books
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.