Lilli Hornig: el orgullo y el horror de una química que contribuyó a desarrollar la bomba atómica y luego no pudo evitar que se usara

Vidas científicas

Lilli Hornig.

Lilli Hornig (nacida Lilli Schwenková) nació en la actual República Checa (entonces Checoslovaquia) el 22 de marzo de 1921 (otras fuentes indican 1923). De origen judío, su padre era químico y su madre era sanitaria, motivo por el que la ciencia fue parte de su vida desde que era pequeña, cuando hacía visitas al laboratorio de su padre y jugaba con el instrumental y sus muñecas. “Siempre pensé que sería química o médica. Yo era un poco aprensiva por entonces, así que me decanté por la química”, contaría años después. Su familia se trasladó a Berlín en 1929 donde vivieron algunos años antes de tener que exiliarse en Estados Unidos en 1933 ante el ascenso del nazismo y la posterior persecución de los judíos y la amenaza de recluirlos en campos de concentración.

Continuó su vida y sus estudios en Estados Unidos, y en 1942 obtuvo su título de licenciada en la universidad femenina Bryn Mawr. En 1943 se casó con el químico experto en explosivos Donald Hornig.

Un edificio sin baño para mujeres

Obtuvo su título de máster en la Universidad de Harvard, donde ya se topó con algunas barreras por el hecho de ser mujer: “Una de las primeras cosas que descubrí es que no había un aseo para mujeres en el edificio [de Química]. Tenía que ir a otro edificio y tenían pedir las llaves. Eso ya me dio una señal”.

Comenzó su carrera profesional en 1944 cuando ella y su marido entraron a trabajar en el Laboratorio Nacional de Los Álamos como parte del Proyecto Manhattan, que desarrollaría la primera bomba atómica. Ella recibió primero una oferta de trabajo como mecanógrafa, a pesar de sus títulos académicos, que rechazó con el argumento de que se le daba muy mal teclear. Ya como científica trabajó primero en la parte del proyecto dedicada a la investigación de la química básica del plutonio y después, cuando se decidió que esa parte del trabajo era demasiado peligrosa para las mujeres ya que podría dañar su aparato reproductivo, en el desarrollo de los mecanismos de detonación.

Hornig fue testigo de la explosión de prueba en las Montañas Sandía, cosa que le causó sentimientos encontrados: por un lado, el orgullo de haber logrado una hazaña científica en la que llevaban mucho tiempo trabajando, y por otro el horror de entender el potencial mortífero de aquella bomba. Hornig se unió a muchos de sus colegas en la firma de una petición pidiendo al gobierno estadounidense que hiciese una demostración pública de la explosión de la bomba antes de lanzarla contra objetivos reales, con la idea de que eso fuera suficiente para tener un efecto disuasorio sobre la guerra que se estaba librando en ese momento (la parte de la Segunda Guerra Mundial aún activa en el Pacífico contra Japón). Su petición no fue escuchada.

Impulsando las carreras científicas femeninas

Hornig y su marido llegaron a la Universidad de Brown en 1946, poco después de que el proyecto Manhattan fuese clausurado, y obtuvo un puesto de trabajo en el Departamento de Química a la vez que completaba su doctorado en Harvard. “El departamento era muy agradable y me dejaron espacio en el laboratorio para hacer mis experimentos. Sin embargo, no era ajena a la discriminación sexista que las mujeres sufrían entonces en la academia”.

Lilli Hornig.

Durante el resto de su carrera, Hornig fue férrea defensora de los derechos de las mujeres y de su presencia en el mundo científico. En 1972 fundó y dirigió los Servicios de Recursos para la Educación Superior (HERS por sus siglas en inglés), que promovía las posiciones de liderazgo femenino en la academia, denunciaba prácticas de contratación sexistas e investigaba sobre la discriminación histórica de las mujeres en ese entorno. Esta institución aún existe hoy.

Más adelante, Hornig sería la primera directora del Comité de Educación y Empleo de las Mujeres en Ciencia e Ingeniería de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos.

Hornig murió el 17 de noviembre de 2017 a los 96 años.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *.

Este sitio está protegido por reCaptcha y se aplican la Política de privacidad y los Términos de servicio de Google