Olivareras

Ciencia y más

Emilia Pardo Bazán resaltaba el trabajo de las mujeres de campo gallegas, codo a codo con los hombres, llevando a cabo tareas muy duras, como ejemplo de que las mujeres reales no eran ese «sexo débil» encerrado en el hogar que tanto predicaban los hombres de su tiempo. Sin embargo, todavía hoy, el 62,8 % de la población rural piensa que las mujeres tienen una capacidad natural para realizar tareas domésticas y un 18,3 % opina que, cuando se tiene un hijo, lo adecuado es que la vida profesional de las mujeres pase a segundo plano (Diagnóstico de la Igualdad de Género en el Mundo Rural 2021).

Así eran antes las cosas en el olivar

El olivo ha estado vinculado a una aparente inmovilidad en su cultivo y en la recolección de su fruto y se ha perpetuado un entorno familiar de asimetrías de género. El trabajo de las mujeres era imprescindible en ciertas épocas del año en las labores agrarias; en cada comarca rural había infinidad de trabajos que desempeñaban las mujeres a cambio de salarios vergonzosos o sin cobrar nada por su tarea. Era muy difícil dar con un pueblo agrario en el que la mujer no interviniera en los trabajos, en la recolección de cereales o en la aceituna, por ser el jornal femenino de menor coste para el patrono. Una vez más, se construye la historia desde la mirada antropocéntrica en la que la mujer continúa subordinada, dependiente y excluida.

Las jornadas de la aceituna podrían ser algo así: a primera hora de la mañana se encendían hogueras en las que calentar las manos ateridas; se sorteaban las hileras y cada grupo, compuesto por un hombre y dos mujeres, comenzaba la faena, a mano. Los hombres golpeaban con palos de avellano mientras las mujeres recogían las aceitunas del suelo, a veces de rodillas. Otra forma que se mantiene en la actualidad es el ordeño que consistía en pasar la mano por los racimos y hacer caer las aceitunas en cubos o en mantas tendidas en el suelo.

Las cuadrillas solían estar compuestas por parientes del propietario del olivar o, en otros casos, por jornaleros reclutados por el manijero, el hombre de confianza del dueño de la finca. La amistad, la vecindad y otras circunstancias de cercanía parecidas con el manijero o con el propietario eran los criterios para trabajar en la recogida.

Las mujeres siempre debían estar respaldadas por un hombre. Es decir, toda mujer que quisiera trabajar en una cuadrilla debía obligatoriamente estar acompañada por un hombre, o, como se dice en el mundo aceitunero, «llevar una vara». Las mujeres casadas recurrían a sus maridos mientras que las solteras se unían a sus hermanos o a sus novios, sin excluir otras fórmulas de asociación entre ambos géneros, pero siempre encaminadas a no dejar solas a las mujeres en el olivar. Incluso una mujer con experiencia, si no iba acompañada de su respectivo vareador, debía estar justificada por alguno de los hombres que no tuvieran pareja; en una cuadrilla tradicional la proporción entre vareadores y recogedoras tenía que estar equilibrada o, en caso contrario, ser mayor el número de hombres. Sin hombre, no se contrataba a una mujer porque «no es lo propio».

Cambios en los modelos de agricultura olivarera

Afortunadamente, el sistema de producción agraria avanza; iniciativas como LIFE Olivares Vivos + ponen de manifiesto modelos agrarios en los que las mujeres, en este caso las olivicultoras, muestran que es posible otro tipo de agricultura.

Isabel Ferreiro, del Rancho del Herrador (Oriole) dejó su trabajo como traductora para convertirse en olivarera y encontró en el mundo del aceite una profesión que disfruta a nivel emocional. De hecho, dice que conoce a cada uno de sus olivos de forma particular.

Elisabet Ramón es la propietaria de la finca Vilafondo, de Traiguera, en Castellón. Produce un auténtico oro líquido procedente de olivares centenarios que se embotella en envases similares a los que contienen los perfumes más prestigiosos. Compagina el trabajo en el campo con la dirección de un taller de venta y reparación de maquinaria agrícola. Piensa que es importante proteger el ecosistema para evitar que se degraden los olivos y, al mismo tiempo, hacer que ellos también sean un recurso para proteger esa biodiversidad.

Imagen: Olivares vivos.

Beatrice Massaza iba para pianista, pero al morir su padre decidió cambiar el rumbo de su vida y quedarse gestionando la finca familiar ubicada en San Vincenzo. En su olivar produce el oro líquido que forma parte de los nuevos aceites Olivares Vivos y que cuenta con la marca Agriqualità de la Región de la Toscana. Le apasiona el contacto con la tierra, la transformación de la aceituna y todo lo que sea dar a conocer la maravillosa historia de sus olivos, algunos centenarios. Pasear por su finca, observar las mariposas y las aves del olivar, oler un campo vivo es lo que le enamora. «El campo ha estado ahí antes que nosotros y seguirá estando cuando nos vayamos». Comenta que la sequía ha hecho estragos y los costes de todo son un problema importante. La solución pasa por tratar de favorecer la cubierta herbácea, reutilizar el agua y poner en marcha otras formas de cultivo.

Muchas otras mujeres han apostado por la biodiversidad de LIFE Olivares Vivos, un modelo de agricultura que reconcilia la flora y la fauna con la rentabilidad de nuevas marcas de aceite de oliva virgen extra que llevarán el sello Olivares Vivos hasta otras regiones de España, Portugal, Italia y Grecia.

¿Qué aportan las mujeres al sector agrícola?

Las mujeres se van incorporando al mundo agrícola más allá de su labor como fuerza de trabajo, su papel tradicional en el pasado. También están en centros de investigación, en departamentos de marketing y calidad, en paneles de cata, etc. Incluso se normalizan las maestras de almazara, o de encargadas de fincas y otros puestos en los que hasta hace nada, había sólo hombres. Se van dando pasos, pero la desigualdad condiciona la vida de las mujeres rurales, que sufren la falta de oportunidades laborales y la precariedad de los empleos existentes. En la actualidad, muchas siguen realizando una importante actividad en la empresa agraria familiar que las invisibiliza como trabajadoras, y todo esto sincronizado con la gestión doméstica y su tarea de cuidadoras.

Sería injusto decir que no ha habido cambios. «Se ha avanzado mucho, muchísimo, pero con el esfuerzo y el empuje de muchas mujeres que abren camino y al ritmo del campo, tan de hombres, y en concreto del sector oleícola», dice Alicia Vives.

Lo más beneficioso para el sector al incluir a las mujeres en este entorno es la manera diferente que tienen de afrontar los problemas. En un ámbito tan inmovilista, las mujeres fueron uno de los motores principales del cambio, impulsando nuevas empresas, nuevas formas de llegar al consumidor e, incluso revolucionando el diseño de etiquetas y envases.

Es muy significativo el número de mujeres jóvenes que apuestan por el sector agrícola. No hace mucho que dieron el salto a ámbitos de la actividad que eran terreno exclusivo de los hombres. Aunque el relevo generacional se está frenando y los jóvenes prefieren dejar las zonas rurales, la actividad agraria se profesionaliza con mujeres que aceptan desafíos ilusionantes y dirigen y trabajan sus propias explotaciones. Hay muchas empresas familiares, donde el papel de la mujer en la práctica siempre ha sido imprescindible, pero oficialmente se mantenía en un segundo plano. Existe mucho paternalismo, en algunos casos machismo en estado puro. Sin embargo, la modernización que ha experimentado el campo en los últimos años favorece la incorporación de mujeres inteligentes y las empresas valoran de forma positiva la diversidad en los equipos.

Un techo de cristal también en el campo

En el mundo del olivo, ya no se pregunta a un candidato a un puesto si es hombre o mujer y lo interesante es si está cualificado para desempeñar una tarea. Las mujeres tienen una gran formación en todas las etapas del aceite, en su cultivo, en su elaboración, en su gestión comercial y en ámbitos especializados de investigación en laboratorios. El punto de inflexión será ese criterio de cualificación por encima de otras características de un trabajador de una trabajadora. Aún queda mucho camino por recorrer.

El fuerte arraigo de los roles de género todavía demasiado patente en el medio rural frena la participación y representación de las mujeres en puestos de responsabilidad como consejos rectores de cooperativas, almazaras, organizaciones agrarias, etc. Son necesarios planes de igualdad y programas de formación en gestión empresarial, liderazgo y autoestima para las mujeres del medio rural. Del mismo modo, habría que fomentar políticas de corresponsabilidad que impliquen un reparto equilibrado de tareas laborales, domésticas y familiares y acabar con desigualdades de género injustas.

Los hombres del sector agrario no pueden quedarse al margen ni ser criminalizados. Es fundamental invertir tiempo y recursos en una educación equitativa desde la infancia.

Las mujeres rurales se abren camino

«Hoy, dos de cada tres personas que abandonan el mundo rural son mujeres. Si se quedaran en el pueblo acabarían con el envejecimiento, con la masculinización y además lograrían un asentamiento de población y crearían alrededor de ellas sinergias para que hubiera niños, y que hubiera servicios públicos», afirma Carmen Quintanilla, presidenta de AFAMMER. Desde su asociación han conseguido poner en marcha leyes equitativas y visibilizar a las mujeres.

Imagen: Afammer.

Todavía hoy existen brechas que separan el mundo rural del urbano con una marcada perspectiva de género: la brecha salarial, la brecha digital, la de servicios, la de la creación de empleo o la más trágica, la brecha en la violencia de género.

Una mujer que se traslada al pueblo para comenzar una nueva vida se encuentra con las mismas trabas administrativas y burocráticas que cualquier persona que quiera emprender un negocio, pero también con un entorno masculinizado: «es un mundo envejecido y quizá por ello nos encontramos en los modelos rurales papeles mucho más patriarcales. A los hombres no les gusta que las mujeres les digan lo que tienen que hacer en el ámbito rural y esto tiene matices complejos», dice Conchi Prieto, emprendedora.

Ella proviene de una familia de agricultores y decidió trasformar el fruto de sus olivares en un aceite premium, al que llamó FDH por el nombre de su pueblo, Fuentelespino de Haro. «Hay gente que todavía se extraña, parece que la mujer en el campo no está bien vista, que no encaja. No se ha conseguido la igualdad y en entornos rurales, menos». Conchi vive en un ambiente agrícola en el que no era corriente la elaboración de aceite de calidad. En 2021 ganó el premio ESAO al mejor aceite de oliva virgen extra de Castilla-La Mancha.

Todas estas iniciativas, la trasformación de productos, su comercialización en canales cortos y de proximidad, empiezan a ser opciones de trabajo para las mujeres de entornos rurales. Los análisis de alimentos, los efectos de éstos en el organismo y otros aspectos de la ciencia en el mundo del aceite, se enriquecen también con las aportaciones de mujeres científicas. Tal vez las investigadoras del aceite de oliva en un laboratorio estén lejos de las recogedoras de aceitunas, pero, desafortunadamente, es posible que encuentren los mismos escollos en sus trabajos.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

2 comentarios

  • Supongo que es, y sobre todo fue, un trabajo duro para hombres y para mujeres.

    • Por supuesto, fue y es duro para los dos. La vida en el campo es dura. Pero nadie recuerda a las aceituneras altivas. Gracias por el comentario y por seguir el blog, Luis.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *.

Este sitio está protegido por reCaptcha y se aplican la Política de privacidad y los Términos de servicio de Google