A lo largo de la historia, los individuos siempre se han cuidado unos a otros, normalmente dentro del seno familiar. Pero ahora que el número de personas con necesidades de cuidados crece de manera imparable, estos cuidados informales (como se empezaron a llamar a partir de los ochenta) están cobrando relevancia.
No en vano se han juntado el envejecimiento de la población, el aumento de las enfermedades crónicas y, desde hace dos años, la covid-19, que afecta con especial inquina a los dos grupos anteriores.
En general, son cuidados que se prestan en el domicilio por mujeres, personas allegadas o familiares que compatibilizan el cuidado con el trabajo fuera del hogar. Y claro, eso aumenta el riesgo de trasmisión del virus a estos individuos más vulnerables.
La prestación de cuidados no se reparte, habitualmente, de forma equitativa entre los miembros de la familia. Existe un familiar denominado “cuidador familiar” o “cuidador informal”, que es aquel sobre el que recae la mayor responsabilidad del cuidado.
Normalmente este papel lo asumen mujeres de las generaciones intermedias, a pesar de que entra en contradicción directa con las demandas derivadas del cambio que se está produciendo en el rol social de las mujeres. Es decir, su incorporación de manera activa al mundo del trabajo retribuido.
Ante esta situación parece lógico pedir que el sistema sanitario desarrolle propuestas para garantizar el mejor de los cuidados en el entorno familiar.
¿Quién cuida al cuidador?
La relación de los profesionales con las personas cuidadoras se puede analizar desde dos puntos de vista. La persona cuidadora como recurso para atender las necesidades de los mayores dependientes. Y esa persona como cliente, es decir, con necesidad de atención.
El objetivo del profesional durante la pandemia de la covid-19 debe asegurar que el cuidado que prestan los cuidadores informales sea de calidad. Pero también ayudar y apoyar a las personas cuidadoras para minimizar el efecto que puede provocar en ellas la sobrecarga del cuidado. Una sobrecarga acentuada gravemente por la situación de pandemia, principalmente en términos de salud emocional.
Para capacitar y dotar de los recursos necesarios a quienes cuidan es preciso facilitarles información, formación y asesoramiento sobre la enfermedad, síntomas comunes, síntomas graves, cuándo acudir a los profesionales de salud, cuidados requeridos y recursos de apoyo disponibles. Igualmente, deben ser adiestrados en medidas de aislamiento con el fin de no propagar el virus dentro y fuera del entorno familiar.
Tal y como publicamos en la revista internacional Primary Health Care Research & Development, las intervenciones psicoeducativas o educativas son esenciales. Entre otras cosas, porque enfatizan en la adquisición de destrezas para resolver los problemas derivados del cuidado diario de la persona dependiente y las reacciones que ello provoca en las cuidadoras. Pero también porque ayudan a manejar la ansiedad y el estrés.
Una de las intervenciones de éxito es lo que se conoce como “Apoyo al cuidador informal”. Con ella se pretende ayudar al cuidador a establecer límites y cuidar de sí mismo, proporcionarle herramientas y entrenamiento en habilidades de afrontamiento del problema para cuidarse mejor, mantener su salud física y mental e informarle de recursos sanitarios para sacar el máximo provecho. Además de animarle a participar y compartir experiencias con otros cuidadores cuando se conceden un momento de “respiro”.
Otra intervención es la denominada “Fomento de la comunicación”. Con ella, lo que pretenden las enfermeras es mostrar una actitud abierta e integrarse en la familia para poder ayudar a solucionar problemas.
En cuanto a la intervención llamada “Implicación familiar”, resulta clave para oxigenar un poco a la cuidadora principal y conseguir que parte de otros miembros de la familia puedan realizar el papel de cuidadores secundarios.
Factores que pueden ayudarnos a cuidar y cuidarnos mejor
La falta de fuerzas o motivación, las historias previas de relaciones dificultosas entre familiares, la sobrecarga o la carga emocional, la falta de apoyo familiar y la edad avanzada de la cuidadora son contraproducentes si lo que se pretende es un buen desarrollo del proceso de cuidar.
En este sentido, facilitaría mucho las cosas la atención en el domicilio de las personas dependientes y quienes les cuidan. Se trata, de hecho, de uno de los retos más importantes para potenciar el apoyo informal.
De igual modo la problemática comunitaria de las personas mayores y sus cuidadoras necesita un enfoque social y sanitario. La pandemia vivida no solo ha empeorado esta situación, sino que ha obligado a las familias a tomar decisiones respecto a una enfermedad totalmente nueva. Con lo que eso conlleva: no olvidemos que lo desconocido genera miedos e incertidumbre.
Cuidar al cuidador debería convertirse en una de las prioridades del sistema formal para poder salir de la crisis en la que estamos inmersos.
Sobre la autora
María Jesús Rojas Ocaña, Profesora Dra. de envejecimiento y calidad de vida, Universidad de Huelva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.