Astrid Cleve, la botánica sueca que quiso ir más allá de su especialidad y creyó haber descubierto el auténtico jardín del Edén

Vidas científicas

Astrid Cleve. Wikimedia Commons.

Cuando Astrid Cleve nació en 1875 solo hacía cinco años que las mujeres de su país, Suecia, podían acceder a la educación superior. Había sido en 1870 cuando se había permitido a las suecas realizar el examen necesario para matricularse en la universidad, y al principio solo estaba a su alcance la facultad de Medicina. Tres años después, el resto de las áreas del conocimiento, excepto la teología, quedaron al alcance de las estudiantes. La madre de Astrid, Carolina Alma Öbhom, conocida como Alma Creve, fue escritora y la tercera mujer universitaria de Suecia.

Cleve siguió de alguna forma su ejemplo y se decantó por las ciencias, llevando adelante una carrera investigadora que la llevó a ser la primera mujer sueca en doctorarse en un área científica, en su caso la botánica. Llegó a ser la mayor experta en algas unicelulares de Suecia, pero también una figura científica polémica por sus investigaciones en áreas que no eran de su especialidad y en las que a menudo sus ideas interferían con sus investigaciones.

Apoyo a la educación superior de las mujeres

Astrid Cleve nació en Uppsala, Suecia, en enero de 1875. Fue hija de un hogar con fuerte influencia académica: además de su madre, su padre, Per Teodor Cleve, fue químico, oceanógrafo y geólogo y firme defensor de que las mujeres recibiesen una educación académica, lo que consideraba una señal de progreso cultural. El matrimonio tuvo tres hijas que comenzaron estudiando en casa con su madre, ya que las escuelas secundarias seguían sin admitir a las mujeres. Las hermanas pequeñas de Cleve también destacaron en sus respectivos campos profesionales: Agnes Cleve-Jonand fue artista visual y pionera del modernismo en Suecia, y Célie Brunius, periodista.

La vocación científica de Cleve, al principio centrada en la botánica, surgió en 1888 en un viaje de investigación en el que acompañó a su padre a Gotland y se interesó como él en el estudio de las diatomeas, algas unicelulares que forman parte de lo que llamamos fitoplancton.

Tras ese viaje, comenzó a estudiar intensamente. Una vez completada la educación secundaria realizó el examen correspondiente y se matriculó muy joven en la Universidad de Uppsala, a los 16 años. Obtuvo su título de licenciada en 1894, a los 19 años, y un año después la Real Academia de Ciencias de Suecia (la misma que otorga los Premios Nobel) publicó un tratado suyo sobre estas algas presentes en el lago Lule Lappmark.

La primera doctora sueca en ciencias… pero sin nota para ser docente

En 1898 se convirtió en la primera mujer doctora en ciencias (y la tercera en cualquier especialidad) de Suecia con una tesis titulada Estudios sobre el tiempo de germinación y los estadios juveniles de algunas plantas de Suecia.

Portada de su tesis Studier ofver några svenska
väksters groningstid och förstärkningstadium.

Cleve sentía que tenía una “disposición científica”, y se decantó por las ciencias por una razón tan sencilla e importante como que las disfrutaba. Para cumplir con esa vocación decidió continuar con una carrera en el área de la investigación, pero también daba salida a su interés en su tiempo libre, que pasaba en gran medida haciendo actividades en la naturaleza como senderismo o montar en bicicleta en distintas zonas de Suecia, aprovechando sus excursiones para recoger muestras de especies de plantas que examinaba después. Incluso cuando viajaba al extranjero tomaba notas de la flora que se iba encontrando.

Sin embargo, su intención de vivir de su trabajo académico se vio interrumpida cuando recibió la nota de su tesis, que no era lo suficientemente alta como para obtener el título de docente y sin el que no podía ser contratada como ponente en ninguna universidad. Ella pensaba, aunque no existe evidencia documental de que fuese así, que al menos parte del motivo de su baja nota era el hecho de ser una mujer.

En cualquier caso, y a falta del título necesario, Cleve tuvo que encontrar otra forma de dar salida a su pasión científica y pronto empezó a trabajar como asistente química en una universidad privada de Estocolmo, un trabajo que disfrutó durante un tiempo. A causa del escaso sueldo, y a pesar de que compaginaba ese empleo con otro dando clase de Química en un instituto (ahora sí) femenino, pronto tuvo que encontrar otra forma de mantenerse económicamente.

Matrimonio con el (futuro) premio Nobel, Hans von Euler-Chelpin

En 1902 se casó con un colega, el físico alemán Hans von Euler-Chelpin, lo cual le dio a la vez un sustento económico y un nuevo empleo, oficialmente no remunerado, como asistente de las investigaciones de su marido, especializado en química física y orgánica. Cleve tenía tanto el interés como los conocimientos necesarios para contribuir a su trabajo, e inicialmente publicaron varios trabajos conjuntos.

Después de eso, Cleve vivió una temporada de silencio científico. En 1905 falleció su padre de forma inesperada, lo que le causó un tremendo impacto emocional, ya que le consideraba su principal apoyo. Al mismo tiempo, entre 1903 y 1910 tuvo cinco hijos. En 1912, Cleve se divorció de su marido en términos poco amistosos, lo que volvió a dejarla en una precaria situación económica y en esta ocasión con cinco hijos a su cargo. Euler terminaría ganando un Nobel de Química años después, en 1929.

Astrid Cleve. Wikimedia Commons.

Como no podía volver a su puesto como ayudante de laboratorio en la institución privada en la que había trabajado en Estocolmo, Cleve empezó a trabajar como profesora pero no abandonó la investigación, que había seguido desarrollando durante los años de su matrimonio. En 1917 recibió la oportunidad que siempre había querido: una compañía de explotación forestal le ofreció dirigir un laboratorio de investigación recién creado en Skohgall, a 300 kilómetros de Uppsala, donde el objetivo era mejorar los procesos de trabajo de la empresa pero también encontrar usos para los materiales sobrantes.

Cleve asumió la tarea con entusiasmo y pronto publicó varios trabajos sobre química de la madera y celulosa. A pesar de ser científicamente relevantes, se trataba de investigaciones realizadas en pos del aprendizaje y de generar nuevo conocimiento, pero de las que la compañía no podía sacar provecho económico, así que tras cinco años en el puesto finalmente fue despedida. Volvió a Uppsala y trató de conseguir un puesto como profesora de nuevo, pero no lo consiguió. Ella volvió a culpar a su género, pero un amigo suyo, profesor de paleontología, opinaba que el motivo era otro: en esos círculos se comentaba que ella seguiría dedicando más tiempo e interés a la investigación que a la docencia.

Interés por la geología cuaternaria y una teoría que nadie comparte

Y es cierto que ella siguió investigando, con un nuevo interés en la geología cuaternaria y el estudio de fósiles de ese periodo (que va de hace 2,5 millones de años hasta la actualidad). Cleve no tenía formación específica como geóloga, pero sí había analizado fósiles de diatomeas de esas épocas desde antes de casarse, de los que era posible extraer información sobre los avances y retrocesos de los continentes y la elevación de sus costas. Ella estaba convencida de que sus resultados no se estaban interpretando adecuadamente y terminó entrando en el debate con sus propias teorías.

En 1923 publicó un artículo basado en sus análisis de diatomeas y otros trabajos en el que sugería que la masa continental de Escandinavia había oscilado de un lado a otro durante el derretimiento de la última era glaciar, a causa de los cambios en el peso del hielo al irse deshaciendo. Causó una respuesta inmediata dentro de los círculos científicos del momento y fue recibida con notable escepticismo: se consideraba que no tenía suficiente conocimiento sobre geología y que estaba manipulando los resultados de otros científicos para hacerlos encajar con su teoría inicial.

Ella en cambio aseguraba que eran los geólogos los que no tenían la mente suficientemente abierta como para aceptar datos nuevos. Además, se negó a seguir la estricta jerarquía científica dentro del campo de la geología sueca en aquel momento y a aceptar las críticas. Se mantuvo firme en su teoría y tras un año de discusiones, fue expulsada de la Sociedad Geológica de Estocolmo que se negó a seguir publicando sus trabajos en ese campo.

De granjera a antropóloga aficionada con simpatía por el nazismo

A pesar de ello siguió siendo la experta sueca de mayor renombre en el estudio de la diatomeas, de las que descubrió nuevas especies durante varias décadas, mientras su vida daba nuevas vueltas: en 1929, frustrada por la imposibilidad de encontrar un trabajo a la altura de su cualificación, decidió adquirir una granja y durante 15 años trabajó como granjera a la vez que daba clases y seguía sus investigaciones. La inestabilidad económica provocada por la Segunda Guerra Mundial y una edad más avanzada que dificultaba el esfuerzo físico, la obligaron a vender su granja y volver a Uppsala. Entre 1951 y 1955 publicó su mayor obra científica, una serie de cinco volúmenes sobre las diatomeas de Suecia y Finlandia.

Astrid Cleve.

Su interés por la geología cuaternaria le llevó a un interés antropológico, y dedicó también mucho tiempo al estudio de las poblaciones escandinavas durante la última era glaciar. Algunas de sus teorías en este campo científico enlazaban con ideas eugenésicas que eran relativamente populares en Suecia en aquella época. Cleve era políticamente conservadora y en un momento dado comenzó a mostrar simpatía por el nacionalsocialismo alemán. En una carta enviada a un amigo en 1944 se llamaba a sí misma “una nazi”, y siguió haciéndolo hasta su muerte en 1968, para disgusto de su familia.

Su personalidad y sus ideas a veces se mezclaban con su trabajo científico, especialmente en aquellas áreas en las que no era realmente una experta. En 1949 se convirtió al catolicismo, según uno de sus yernos buscando una felicidad en la idea de dios que nada más podía proporcionarle. A partir de ahí comenzó a investigar y a publicar algunos artículos en los que aseguraba haber localizado el emplazamiento real del jardín del Edén. Consideraba que el mito de la creación era eso, un mito, pero que estaba basado en datos reales y que ese lugar era uno de ellos.

En los últimos años de su vida volvió a interesarse por la antigua polémica de la geología cuaternaria y publicó un par de artículos más, que no obtuvieron ya apenas repercusión. Falleció en 1968.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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