Clara Immerwahr (1870-1915): la química que plantó cara a Fritz Haber

Vidas científicas

Clara Immerwahr. Imagen: Wikimedia Commons.

El día que el científico Fritz Haber, recién ascendido a capitán, partió a la guerra en 1915, la química Clara Immerwahr se pegó un tiro en el pecho con la pistola reglamentaria de su marido. Esa misma mañana, Haber, sin inmutarse, se fue hacia el frente dejando solo a su hijo de trece años, el único que fue a socorrer a su madre tras escuchar el disparo. Él no iba a malgastar su tiempo con una traidora. La razón por la que Immerwahr se suicidó es todavía un misterio. Quizás aquel acto se debía a que estaba asqueada del trabajo que estaba desempeñando su marido en el ejército alemán; su participación en la fabricación de armamento químico le parecía una atrocidad. Durante la Primera Guerra Mundial, Haber se sumergió en el desarrollo del gas dicloro, que fue utilizado con éxito en la segunda batalla de Ypres, y otros gases tan venenosos como mortíferos. Es considerado “el padre” de las armas químicas.

La ciencia unió y separó a esta pareja de químicos. Mientras que Haber sostenía que “en tiempo de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempo de guerra pertenece a su país”, Clara, por su parte, miraba en otra dirección, lamentaba el exagerado patriotismo de su marido, y se alejaba cada vez más de esa postura. Para ella el estudio científico obligaba a respetar la vida. Y él había dejado de hacerlo.

Primera doctora en química

Clara Immerwahr nació en 1870, en Polkendorf, cerca de Breslavia (Polonia). Desde pequeña hizo caso omiso de las características que se consideraban propias de las mujeres en aquella época. Ella quería estudiar, es más, quería dedicarse a la química. Pero en ese momento las mujeres no podían entrar en las universidades alemanas así que decidió ser maestra y trabajó como institutriz. Sin embargo, siempre había albergado la esperanza de poder entrar en el ámbito científico a pesar de conocer la realidad que le esperaba solo por el hecho de ser mujer. Esperó pacientemente hasta el año 1896, cuando se permitió a las mujeres asistir a clases universitarias en calidad de oyentes. Para Clara supuso un gran paso pero no fue suficiente; ella quería hacer el examen de ingreso para hacer el doctorado de química. Dos años después, se convirtió en la primera mujer en aprobar el examen y en 1900 logró su doctorado en la Universidad de Breslavia, el primero conseguido por una mujer en esta materia.

Empezó su carrera científica como asistente de su director de tesis, además de publicar artículos científicos y dar clases en escuelas para mujeres. En 1901 se reencontró con Fritz Haber, también doctor en química. Anteriormente se habían conocido en una clase de baile y Fritz le había pedido matrimonio. Ella respondió que no porque quería centrarse en sus estudios. Pero el segundo encuentro propició la boda tan esperada por él. Tras el enlace, se trasladaron a Karlsruhe, donde Haber comenzó a trabajar como profesor de química. Un año después, en 1902, Clara dio a luz a su único hijo, Hermann, un hecho que la apartó totalmente de su carrera científica.

El horror ante una creación monstruosa

Clara se fue apagando y él, por el contrario, brillaba más que nunca en el terreno de la ciencia. En 1904 descubrió el proceso de Haber, que revolucionó la economía. Encontró una forma de utilizar el nitrógeno del aire para hacer amoniaco, que a su vez era empleado para la fabricación de fertilizantes para la producción de cultivos. El problema fue que ese descubrimiento se extrapoló a la guerra: el amoniaco podría servir para fabricar explosivos. Haber no dudó, aprovechó la ocasión y desarrolló distintos gases venenosos como el cloro, el fosgeno o el gas mostaza. La síntesis del amoniaco le valió el Premio Nobel de Química en 1918 –los galardones de los años de guerra se concedieron en 1920–. Para algunos fue considerado un héroe, para otros, como para su mujer, un criminal de guerra.

Fritz Haber en el frente.

Clara había permanecido siempre cerca de su marido y le ayudó, por ejemplo, traduciendo sus textos al inglés. Él dio las gracias a su mujer por su “silenciosa cooperación” en el libro Thermodynamik technischer Gasreaktionen (1905). Más bien silenciada. Clara nunca obtuvo ningún reconocimiento por el trabajo realizado.

Su historia trágica aún se recuerda, al menos en algunos premios que se reparten hoy en día queda reflejado el recuerdo de Clara Immerwahr. Uno que hace referencia a la prevención de la guerra nuclear lleva su nombre; otro otorgado por UniCat (Unifying Concepts in Catalysis) que pretende premiar a una joven científica, también homenajea su figura –en 2015 este premio lo logró la española Anna Company Casadevall–.

El trabajo que comenzó a desarrollar su marido la desmoronó por completo. La ciencia mostraba dos caminos y ante la mirada desconcertada de Clara, él tomó uno impensable. Ella no cedió. Ella no le acompañó. No quiso ser cómplice. Su vida se fundió a negro tras un disparo ensordecedor.

Referencias

Sobre la autora

Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.

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