Biología feminista, una disciplina científica que se hizo imprescindible

Ciencia y más

La biología feminista permite hacer mejor ciencia, y deja claro que las mujeres son bienvenidas a lo que históricamente ha sido un mundo dominado por hombres.

Carolina VanSickle

Es conocido que las ciencias biológicas comprenden un ámbito de estudio notablemente amplio y complejo, que incluye áreas de trabajo tan alejadas como la neurociencia o la endocrinología, la botánica, la biología animal o la biología evolutiva.

La biología feminista, por su parte, es una rama de investigación y docencia que intenta revelar y revertir los posibles sesgos de género en las disciplinas biológicas. Asimismo, pretende desarrollar nuevas teorías y métodos que reflejen una aproximación feminista capaz de proponer preguntas y sugerir soluciones novedosas e inclusivas.

En palabras de diversas expertas, «el análisis feminista en la ciencia ya ha revelado y desafiado errores resultantes de sesgos androcéntricos por parte de los científicos.» En general, razonan las especialistas, «quienes realizan investigación no desean tener sesgos, por lo tanto, nos estamos refiriendo a una forma de mejorar la biología, de conseguir una disciplina más equilibrada que tenga en cuenta a las mujeres».

¿Es la ciencia biológica, en su versión dominante, sexista?

La respuesta a esta pregunta es, indiscutiblemente, afirmativa. La propuesta actual de una biología feminista cuenta en su haber con un precedente legado histórico, en su mayor parte el del último tercio del siglo pasado, cuando tuvo lugar una pujante proliferación de artículos y libros científicos sobre el tema. El común denominador a todos ellos giró en torno a la incorporación de una necesaria crítica con perspectiva de género en las diversas áreas de las ciencias biológicas. La bibliografía desde entonces se ha incrementado aceleradamente, alcanzando algunas de sus autoras un reconocimiento considerable. Aunque su número es elevado, por razones de espacio aquí solo vamos a mencionar, a modo de ejemplo, algunas de las especialistas fundadoras que se han convertido en referentes.

Ruth Bleier y Ruth Hubbard. Imágenes: Wikimedia Commons.

Entre las pioneras académicas en examinar el sesgo de género presente en la biología moderna, cabe citar a la acreditada doctora Ruth Bleier (1923-1988), médica y neurocientífica de la Universidad de Wisconsin-Madison, y a Ruth Hubbard (1924-2016), prestigiosa profesora de la Universidad de Harvard, a quién ya hemos tratado una entrada en este blog. Ambas precursoras defendieron con determinación la causa de las mujeres, esgrimiendo sólidos argumentos en contra de la explicación convencional de los roles de género.

El trabajo de estas científicas fue un poderoso revulsivo para el pensamiento crítico feminista. Ellas denunciaron sin tapujos y con notable energía la falta de imparcialidad científica, afirmando que «no existe tal cosa, una ciencia que sea objetiva y libre de valores». Sostuvieron que ni el género, la sexualidad o la ciencia permanecen estáticos y libres de prejuicios; por el contrario, defendieron con rigor que están cambiando constantemente en respuesta a un contexto de valores e ideas sociales.

Ruth Bleier y Ruth Hubbard abrieron el camino a una nueva generación de científicas que emprendieron una potente crítica al androcentrismo dominante, logrando reunir cuestiones sobre ciencia y feminismo, al tiempo que generaron debates muy activos y prolíficos.

Como parte de la influyente generación de académicas universitarias con perspectiva de género que sucedió a las pioneras, destaca, por ejemplo, la conocida bióloga y primatóloga Donna J. Haraway (nacida en 1944), que dirigió la primera cátedra de Estudios Feministas (Feminist Studies) de los Estados Unidos, en la Universidad de Santa Cruz, UCLA, California. Con el tiempo, Donna Haraway se ha convertido en una especie de figura de culto. Sus ideas, políticamente explosivas sobre todo en el polémico ámbito relacionado con la parcialidad y objetividad del mundo académico, alimentaron debates públicos cuyos retumbantes ecos han llegado hasta nuestros días.

Donna Haraway y Anne Fausto-Sterling. Imágenes: Wikimedia Commons.

Es de interés traer también a la palestra a biólogas celulares feministas pertenecientes a The Biology and Gender Study Group, como la profesora de biología y estudios de género de la Brown University, Rhode Island, USA, Anne Fausto-Sterling (nacida en 1944), o a la profesora de antropología cultural de la New York University, Emily Martin (nacida en 1944).

Se trata de especialistas que han enfocado sus denuncias al sesgo de género presente en aquellos estudios sobre reproducción humana que han pretendido asociar las células reproductoras con estereotipos de género convencionales del comportamiento social (espermatozoides y hombres activos versus óvulos y mujeres pasivos). Un tema que hemos ampliado en otra entrada de este blog.

Rebelándose con decidido empeño ante el descarado androcentrismo dominante, estas valientes feministas, e insistimos juntos a muchas otras que no se han mencionado, han sido, y siguen siendo profesionalmente muy valoradas por sus aportaciones científicas. Pero no solo por ello. Bajo el título de Estudios de mujeres o Estudios con perspectiva de género, denunciaron con un acreditado rigor científico que el mundo académico ha sido un mundo masculino al que no ha parecido preocuparle dejar al margen a la mitad de la humanidad, esto es, a las mujeres.

Pese a los múltiples obstáculos que se han tenido que ir superando, en la actualidad, este enfoque de biología feminista continúa ampliando contenidos mediante rigurosos proyectos de investigación, como el que nos parece de interés citar aquí.

El primer programa de biología feminista

En el año 2014, la Universidad de Wisconsin-Madison, una de las universidades públicas más importantes de los Estados Unidos, estableció el primer programa postdoctoral de biología feminista. Para ello creó una nueva beca científica con el fin de «desvelar y revertir el sesgo de género en biología».

Janet Hyde.

La autorizada doctora en psicología, profesora de esta universidad y directora del Centro de Estudios de las Mujeres (Center for Research on Gender & Women), Janet Hyde, ha expresado con enorme satisfacción que «este programa es el primero del país y probablemente del mundo». Su orgullo está justificado porque la nueva beca universitaria permitirá que profesionales cualificadas pasen dos años en los departamentos de estudios de mujeres, sacando a la luz investigaciones sesgadas cuya discusión contribuya a generar nuevas teorías que reflejen e integren aproximaciones feministas.

En una entrevista concedida el 18 de mayo de 2014 a la periodista de The Guardian Barbara Speed, Janet Hyde apuntaba que todavía hoy «muchos científicos creen que la ciencia es totalmente objetiva porque está basada en hechos»; sin embargo, la profesora sostiene que solo se trata de «una maravillosa aspiración, pero en la realidad no es cierta». Por esta razón, insiste en que el hilo conductor de las investigaciones de su equipo radica en el esfuerzo por detectar y eliminar los posibles sesgos de género de la investigación científica.

Janet Hyde sostiene también que «cualquiera [y no solo los hombres] puede cometer errores de sesgos de género en la investigación. No obstante, como la mayor parte de la biología tradicional procede de actividades masculinas, la incorporación de las mujeres puede proporcionar una nueva visión». Convencida de que en este asunto ninguna reiteración es excesiva, continúa alegando que «cuando realizamos investigación, tendemos a proyectar nuestros propios roles de género, prejuicios y convenciones sociales sobre el trabajo que hacemos, y esto casi inevitablemente tiende a sesgar las observaciones. Lo que pretendemos es realizar análisis que logren ser lo menos sesgados posible».

A lo largo de una distendida conversación con la periodista Kat Stoeffel, publicada en el New York Magazine del 9 de mayo de 2014, Janet Hyde ha referido que el programa de biología feminista pudo crearse porque, para sorpresa de todo su equipo, «hace dos años recibimos un generoso legado procedente de la doctora Gertraude Christa Wittig». Se trataba de una científica nacida en Alemania en 1928, que había estudiado zoología y botánica en la Universidad de Marburgo, donde se doctoró en 1955. Años más tarde, tras conseguir una beca Fulbright, Wittig se desplazaría a los Estados Unidos para ampliar su investigación sobre entomología en el Departamento de Agricultura (U.S. Department of Agriculture).

«Cuando el número de mujeres que habían alcanzado a doctorarse en aquellos años era insignificante, tanto en biología como cualquier otra especialidad», sigue narrando Janet Hyde, «Gertraude Witting ya había publicado a lo largo de su carrera docenas de artículos científicos, escritos en alemán y en inglés, que donó a la Universidad de Wisconsin-Madison». Según Hyde, «esta donación, que tuvo lugar tras la muerte de la científica alemana, se realizó debido principalmente a que la institución albergaba el Centro de Estudios de las Mujeres».

Gertraude Wittig murió en 2011. Durante toda su vida fue una apasionada defensora de la participación de las mujeres en la ciencia, pues «era consciente del sexismo reinante en la formación superior», continúa Janet Hyde, y por eso «deseaba impulsar a las jóvenes biólogas interesadas en poner el acento en la biología feminista […]. Cuando recibimos su herencia, pensamos ¿qué podemos hacer para cumplir los deseos de la donante? Nos decidimos por una beca de dos años de posdoctorado gracias a la generosidad del legado de Wittig, y sin que nada de ese dinero procediese del estado de Wisconsin», recalca la investigadora.

Este proyecto, continúa explicando su directora, nada más saltar a la luz pública levantó una gran polvareda. No fueron pocos los escritos publicados manifestando su total desacuerdo, e incluso su indignación, ante la apuesta por una biología feminista y con objetivos en esa línea. Conocedora de que tal revuelo era inevitable, Janet Hyde advertía, en la citada entrevista concedida a Kat Stoeffel, que los primeros becarios tendrían que realizar una «investigación espectacular», lo que implicaba trabajar muy duramente para conseguir algún respeto científico. Así sería el camino para superar la obstaculizadora y agria oposición que los sectores más conservadores de la biología iban a mostrar.

La primera becaria

«Nuestra primera becaria fue Caroline VanSickle, doctora en antropología biológica (biological anthropologist) y especializada en evolución humana. Su principal interés era investigar las diferencias sexuales observables en los restos fósiles de nuestros antepasados homininos. Asimismo, Caroline era una convencida defensora de la biología feminista», ha explicado Janet Hyde a Kat Stoeffel, sin ocultar su satisfacción por el trabajo de esta joven doctora.

Caroline VanSickle.

En una entrevista realizada en julio de 2015 por la periodista científica experta en estudios internacionales, Carter Sherman, Caroline VanSickle relataba que cuando llegó a la universidad (Kansas State University) como estudiante, «no sabía nada de antropología [ni tampoco] tenía idea sobre los antepasados humanos antiguos». Sin embargo, continúa la joven, «escogí un curso sobre esta materia y me quedé enganchada… Los temas sobre cómo los humanos llegamos a ser lo que hoy somos me fascinaron». A partir de entonces, dedicó sus esfuerzos a esta especialidad, a la que considera «una disciplina apasionante».

La joven investigadora recuerda que muy pronto empezó a sentirse interesada por cuestiones relacionadas con la perspectiva de género. Fue consciente de que «cuando observamos esqueletos de homininos fósiles y nos hacemos preguntas…nos estamos refiriendo solo a los machos. Nos cuestionamos, ¿cómo caminaban los machos? ¿cómo arrojaban sus lanzas? ¿qué comían los machos?» En el pensamiento de la investigadora, surgió entonces una pregunta para ella ineludible, «¿qué estaban haciendo las mujeres en el pasado?» Aquí empezó su encuentro con la perspectiva feminista.

«La mayoría de los estudios que se publican sobre este tema, continúa VanSickle, simplemente pasan por encima que una parte muy significativa de las evidencias que están usando proceden de esqueletos masculinos […]. De hecho, sobre los esqueletos femeninos raramente se publica. Incluso cuando en esos estudios se están investigando cuestiones específicas de las hembras, como por ejemplo el parto, si escarbas en la literatura sobre qué fósiles se han realmente observado, encuentras que son fósiles masculinos».

VanSickle habla con conocimiento de causa ya que para su tesis doctoral, realizada en la Universidad de Michigan sobre las mujeres neandertales, diseñó «un proyecto de investigación dedicado concretamente a estudiar la evolución del parto a través de cambios detectables en los huesos pélvicos de las hembras», ha detallado a Carter Sherman.

Sabiendo que los neandertales caminaban sobre dos piernas como nosotros, y que también poseían un cerebro grande, aunque su esqueleto era algo diferente, VanSickle se planteó en su tesis si las mujeres tendrían las mismas dificultades para dar a luz que las humanas modernas. «Resultó que no había muchos esqueletos femeninos para analizar, lo que me llevó a detectar que los primeros trabajos sobre el parto en los neandertales se habían realizado a partir de los restos de una única mujer y de un puñado de hombres».

Convencida de que tal metodología no era científicamente correcta, la joven doctoranda enfocó su investigación por esa senda. Tras múltiples observaciones de anatomía comparada, logró «averiguar que las neandertales tenían la pelvis con una forma diferente de la nuestra y probablemente el mecanismo para dar a luz también en ellas sería diferente.»

Dos años más tarde, en diciembre de 2016, Caroline VanSickle relataba a la editora científica y escritora formada en el Wellesley College y en la Universidad de Chicago, Sana Saiyed, que si bien en los humanos modernos la observación de los huesos de la pelvis «es la mejor forma que tenemos para determinar el sexo de un esqueleto, no podemos asumir que todos los bípedos con cerebro grande tengan las mismas estructuras útiles en su esqueleto para identificar el sexo».

Con varios años más de experiencia profesional, VanSickle sostiene que los resultados de su investigación doctoral y otros posteriores, pondrían en evidencia las limitaciones a las que deben enfrentarse los y las especialistas cuando intentan reconocer si los restos fósiles con los que están trabajando pertenecen a hembras o a machos. Además, agrega la investigadora, las dificultades aumentan cuando «pretendemos identificar diferencias de comportamiento entre géneros». Y pese a todo, subraya, «hoy nos encontramos con muchas hipótesis sobre lo que hacían los homininos machos y las hembras».

Mujer neandertal.

Dicho de otro modo, la científica está profundizando en una compleja cuestión, «siempre me interesó el hecho de que, pese a que no podemos identificar fácilmente el sexo de los fósiles, tengamos tantas teorías basadas en la división sexual del trabajo y cómo esto ha afectado al sistema social de los homininos». Seguidamente insiste con firmeza, «cuando hablamos de evolución humana, deberíamos recordar los sesgos que han dado forma a las teorías y lo que puede faltar sobre las mujeres y su papel en el proceso evolutivo». Tales argumentos configuran uno de los objetivos destacados de VanSickle, quien añade que «estudiar cuándo nuestras técnicas funcionan y cuándo necesitamos desarrollar unas nuevas», es para ella prioritario.

En este contexto, ha narrado a Sana Sayed que «inicialmente no me consideraba una bióloga feminista y ni siquiera sabía que el término existía». No obstante, ahora alega que la experiencia le ha enseñado la necesidad de aplicar la perspectiva de género a las ciencias biológicas. Afirma convencida que «me ha permitido ampliar mis estudios sobre cómo podemos hacer una buena ciencia sin acarrear los sesgos de género actuales y aplicarlos al pasado con escasas evidencias.»

Las diversas críticas que se han vertido sobre su especialidad, poniendo en duda la calidad y el rigor de su trabajo, han llevado a VanSickle a pensar que hay gente que tan pronto como oyen la palabra «feminista» dejan de escuchar, sin importarles la explicación que viene a continuación. «Pero creo que esto es de esperar. Si no fuera ese el caso, no necesitaríamos la biología feminista». Y agrega, «para mí, la ciencia feminista es verdaderamente la mejor ciencia […]. Es una disciplina, insiste, que está haciendo las preguntas mejor redactadas sobre asuntos que de otra manera quizás no se harían».

En el mismo sentido, dialogando con Sana Saiyed ha reiterado que «muchas veces, cuando digo que hago biología feminista, me miran como alguien que tiene un plan que eliminará la objetividad y hará mala ciencia. Y es exactamente lo contrario. Reconozco la mala ciencia que se ha hecho en el pasado por su sesgo de género y eso es lo que estoy denunciando». En línea semejante a la de otras expertas, afirma que «la ciencia nunca es completamente objetiva porque es una actividad humana, pero nuestro trabajo es ser críticos con eso. Por tanto, en ese sentido, traer la perspectiva feminista a la ciencia es una verdadera ayuda.»

Finalmente, haciendo referencia al estado actual de la cuestión, la experta opina que «hoy no vemos trabajos en los que las investigaciones tengan abiertamente un sesgo de género, sin embargo, muchos tienen sesgos implícitos, lo cual afecta a la investigación y a sus resultados. Por eso necesitamos dejar claro que el uso de lentes feministas en paleoantropología es imprescindible para conseguir eliminar esa clase de sesgos implícitos.»

Otros proyectos que conciernen a la biología feminista

Antes de terminar, nos interesa subrayar que la citada directora del Centro de Estudios de las Mujeres (UW-Madison), Janet Hyde, ha especificado que la beca dotada por esta institución se creó para investigar los sesgos de género presentes en el amplio abanico que componen las diversas especialidades biológicas.

La biología feminista, de hecho, también se ha incorporado a una disciplina tan importante como la biomedicina, igualmente lastrada por la tradicional visión androcéntrica de la ciencia. En este caso, se denuncia que en los estudios y ensayos clínicos realizados en animales o en seres humanos, como regla general, se han utilizado muchos más sujetos machos que hembras. Los resultados, sin embargo, se han aplicado por igual a ambos sexos, siendo evidentemente el femenino el más perjudicado.

En este aspecto, Janet Hyde ha comentado en diversas ocasiones que «uno de mis ejemplos favoritos es que hoy sabemos que una aspirina previene ataques cardíacos. Sin embargo, los ensayos clínicos, financiados por los Institutos Nacionales de Salud (National Institute of Health, NIH) de los Estados Unidos, han sido realizados en muestras que solo incluían hombres. La biología feminista ha detectado que en el diseño de tales ensayos existe un sesgo de género y, por lo tanto, no podemos asumir que también van a funcionar en las mujeres. Está entre nuestros objetivos, insiste Hyde, contribuir a corregir estos errores en la investigación biomédica.»

Emily Frost / Shutterstock.

Nos satisface señalar que el androcentrismo presente en biomedicina se ha tratado con gran solvencia en el presente blog de Mujeres con Ciencia. Solo por citar algunas entradas, traemos a colación la conferencia impartida en noviembre de 2015 por la doctora en Medicina e investigadora en el Departamento de Salud del Gobierno Vasco, Elena Aldasoro Unamuno, bajo el título de La ciencia en medicina, ¿perjudica la salud de las mujeres? O el artículo: Los ataques cardíacos son diferentes en mujeres y en hombres, y la atención médica debe asumirlo, escrito por el profesor Glen Pyle, University of Guelph, publicado en agosto de 2019.

Los y las especialistas con perspectiva de género, como los aquí mencionados, denuncian que el sexismo latente en las investigaciones biomédicas, donde se prueban medicamentos y se elaboran teorías a partir de resultados procedentes de células y tejidos de animales machos, dejando a las hembras excluidas, significan, entre otras cosas, que a menudo las mujeres tendrán menos probabilidad de ser sometidas a tratamientos adecuados.

Pese a todo, todavía hay quienes argumentan que la biología feminista es una forma de politización de la ciencia, cuestionando por esa condición su legitimidad. Olvidan que se trata de un campo que está claramente definido, con la producción de una extensa literatura científica que refleja la necesidad imprescindible de aplicar la perspectiva de género a la práctica biológica. Solo por esta senda podrá alcanzarse la meta tantas veces mencionada para la buena ciencia: una objetividad lo más libre posible de empobrecedores y limitantes sesgos de género.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

3 comentarios

  • Aunque la literatura de la primera infancia pueda parecer muy alejada de la biología, sí es desde luego uno de los campos de experiencia en los que la mujer ha tenido siempre el mayor protagonismo, sin que éste se relacionase en absoluto con el reconocimiento de su autoridad, ni como creadora ni como investigadora. Estoy muy interesada en contactar con especialistas en diversos campos que puedan encontrar útil mi actividad de mediación lectora en la infancia y el análisis relacionado, y conectarla con sus respectivas disciplinas. En este post amplío el comentario y la información: http://circulohexagono.blogspot.com/2020/03/con-voz-de-mujer-folklore-de-la-primera.html
    Aunque la web que indico tiene otro público y otra función, pueden escribirme a través de la misma.
    Gracias y enhorabuena a quienes realizan y mantienen este espacio tan estimulante, Mujeres con ciencia.
    Beatriz Sanjuán

  • Hola Beatriz
    Nos alegra que te haya interesado esta entrada. Creo que la biología puede enseñarse a niñas y niños y hacerles ver que se trata de una disciplina científica en la que han participado mujeres y hombres.
    Un saludo cordial
    Carolina

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