Rosario Domingo Sebastián nació en 1931, en Torre los Negros, Teruel, un pueblo que a lo largo del siglo XX pasó de los quinientos habitantes a menos de un centenar. Creció en la España de la guerra y de la posguerra: ni una época ni un entorno que favorecieran el cultivo de las inquietudes académicas, y menos en una mujer.
Eran cinco hermanos, y su padre decidió que migraran a Valencia, donde tenían familia, para tener más oportunidades de salir adelante. Una vez en Valencia, los tres hermanos mayores trabajaron para que estudiaran los pequeños, incluída Rosario, porque ya entonces se había hecho evidente que era una estudiante excepcional.
Tras acabar la carrera, con notas excelentes, le propusieron ser ayudante, con lo que en 1953 pasó a ser ayudante de clases prácticas, sin sueldo. Decidió que le gustaba la investigación, y comenzó una tesis doctoral con el Prof. Fernández Alonso. Su tesis estuvo enmarcada en el campo de la química cuántica, lo que en aquel entonces y especialmente en España significaba trabajo teórico, ya fuera en papel y boli o con los primeros ordenadores disponibles. Hoy su tesis se puede leer íntegra online: Estudio teórico de la reacción Diels-Alder mediante el método FEMO.
Desde Barcelona, donde se leían entonces las tesis doctorales de Ciencias de la Universidad de Valencia, se trasladó la lectura de tesis a Valencia, y en 1957 leía su tesis doctoral. Su director tuvo especial interés en que no se retrasara su lectura, precisamente para que tuviera el honor de ser la primera doctora por la Universidad de Valencia.
La investigación de Rosario Domingo estuvo enfocada a mejorar nuestra comprensión de las reacciones químicas, y en particular de las reacciones de la química orgánica, apoyándose en las herramientas de la química cuántica. Sin embargo, la carrera de Rosario Domingo en el departamento de Química Física de la Universitat de València fue eminentemente docente. Quizá por eso una persona con una capacidad excepcional y una personalidad única como Rosario Domingo no cuenta con el medallero que habría tenido de haber dedicado su talento a la investigación. Eso sí, en sus últimos años como profesora, «La Charo» era una leyenda entre alumnos que comenzaban la licenciatura, repetidores incluidos. Una leyenda temible, en realidad. Su Química General era «el hueso» de primero de carrera, pero a diferencia de otros huesos de la licenciatura no era por ser mala docente sino por ser muy dura corrigiendo. Constituía así un filtro temprano de la gran mayoría de estudiantes de primero de química que, con o sin ella, igualmente no habrían terminado la carrera.
La fuerza de su carácter contribuía a su naturaleza legendaria: lo mismo comenzaba el curso advirtiendo que su tasa de suspensos era del 90% –o quejándose de que las mujeres entraban en la Universidad a buscar marido– que enarbolaba con orgullo el ser «maña», o ilustraba sus explicaciones sobre procedimientos en el laboratorio de química –la importancia de enrasar a la altura de los ojos– usando como ejemplo sus conversaciones con camareros sobre cómo preparar el gin-tonic… o impartía muchas horas de clase más allá de las oficiales, para dar tiempo a sus alumnos a asimilar la resolución de problemas de un temario que sabía difícil.
La celebración del Día de la Mujer en la Universitat de València recuperó en 2014 la memoria con el reconocimiento a Rosario Domingo, cuando llevaba ya varios años jubilada. «¡Ya era hora!», comentó, en entrevistas que le hicieron en aquel momento, donde también habló de feminismo, explicó que durante todo el embarazo, parto y lactancia de su hija no tuvo ni un día libre de clase y recordó la dura sentencia que tuvo que escuchar: «Tiene que asumir que es incompatible la facultad con ser madre». La frase se la dijo el que había sido su director de tesis, un hombre feminista para los estándares de la época y que en general la había apoyado, cuando la doctora Domingo tuvo que ausentarse para ir a amamantar, perdiéndose una reunión de trabajo cuyo comienzo se había retrasado inesperadamente. En las mismas entrevistas señalaba que, tras jubilarse, ha dedicado estos años a estudiar en la Nau dels Grans otras disciplinas, como geografía e historia, historia del arte, filosofía, literatura… y se ha dedicado también a disfrutar de los abrazos de sus nietos.
Rosario Domingo, como tantas científicas, fue destacada como «la primera» en su homenaje. La primera doctora por la Universidad de Valencia, sobre todo, pero también otros varios «la primera». Pero no hay que cometer el error de sacarla de un contexto ni de hacer de ella una excepción, ni una rareza. Teniendo como tuvo una capacidad extraordinaria y una fortaleza de carácter muy especial, fue, en realidad, un ejemplo más de una generación de doctoras en Ciencias en España, y ni siquiera de la primera generación de doctoras españolas. Una generación de mujeres nacidas a principios del XX ya se habían doctorado en Química, alrededor de 1930 y la mayoría de ellas en Zaragoza: Jenara Vicenta Arnal, Ángeles García de la Puerta, María Antonia Zorraquino, Dorotea Barnés. Y, años antes de ellas, Felisa Martín Bravo se doctoró en física.
Y, aún antes que ellas, una generación de españolas se había doctorado fuera de España. De hecho, a finales del siglo XIX, María Elena Maseras, María Dolores Aleu y Martina Castells ya recibieron sus títulos de doctoras en medicina, en Barcelona y en Madrid, tras una serie de dispensas y órdenes reales que levantaron las barreras que se lo habían estado impidiendo a todas las mujeres antes que ellas.
Lo mismo vale para los cargos universitarios: Emilia Pardo Bazán ya fue catedrática en 1916, si bien de forma atípica y excepcional. Y una generación después, mientras Rosario Domingo aún estaba comenzando su tesis en 1953, Ángeles Galindo Carrillo fue la primera catedrática por oposición en España (a Historia de la Pedagogía e Historia de las instituciones pedagógicas, en Madrid) y ocho años después Asunción Linares ocupó la cátedra de Paleontología en Granada. Rosario Domingo Sebastián fue una pionera, sí, pero estuvo enmarcada en una nutridísima tradición de pioneras.
Sobre el autor
Alejandro Gaita Ariño es doctor en química, investigador en el Instituto de Ciencia Molecular de la Universitat de València, y escribe sobre ciencia y mundo académico con una perspectiva social en lamarea.com.
1 comentario
Gran profesora , nunca la olvidé. Año 1968. Espero que esté bien.
Desde aquí un saludo