Descubrimiento de los principios de la geología
En los comienzos del siglo XIX, los libros, revistas o tratados en general que hacían referencia al origen de nuestro planeta o a los organismos que lo habitan aún remitían mayoritariamente sus explicaciones a las sagradas escrituras, impregnando estos temas de un profundo contenido religioso. Pero también por aquellos años, la necesidad de apelar a criterios basados en las leyes naturales se hacía cada vez más urgente, y en este contexto el célebre naturalista británico Charles Lyell (1797-1875) generó una verdadera revolución en geología: «el abandono de los mitos y la conquista de la razón», en palabras de Carmen Virgili (2003).
El gran calado alcanzado por el trabajo de Charles Lyell puede adjudicarse, principalmente, a que consiguió normalizar la investigación geológica sometiéndola al método científico de observación de la realidad y de experimentación. En ningún caso aceptó incluir en su trabajo causas que no pudiesen observase directa o indirectamente. Consiguió así que su obra magna, Principios de Geología (compuesta por tres tomos publicados entre 1830 y 1833), fuese ampliamente aceptada y admirada por la comunidad de su tiempo.
Charles Lyell fue un científico que recorrió miles de kilómetros por Europa y América, observando y describiendo minuciosamente todo aquello que llamaba su atención. La citada Carmina Virgili, catedrática de Estratigrafía y Geología Histórica, junto a otros especialistas, sostiene que solamente a partir de los trabajos de este científico empezó la andadura de la geología como una ciencia moderna, independiente de la teología y de la fe; en suma, logró secularizar la nueva disciplina prescindiendo de toda intervención divina.
Esbozado brevemente el escenario en el que se desenvolvió este innovador estudioso, queremos ahora centrar nuestra atención en un hecho nada despreciable, aunque poco recordado: Lyell estaba casado con una mujer que tenía una excelente formación como geóloga y que siempre se sintió partícipe de la bullente atmósfera científica de su tiempo.
Mary Elizabeth Horner y Charles Lyell
Mary Elizabeth Horner (1808-1873) fue una mujer de mucho talento que ya antes de su boda se dedicaba a coleccionar fósiles, conchas y otros objetos naturales. Hija del geólogo británico Leonard Horner, antiguo gerente de la Universidad de Oxford que se había trasladado con toda su familia a Bonn, Mary Elizabeth conoció a Charles Lyell cuando éste se encontraba en un viaje geológico por un distrito volcánico en Alemania.
Sobre el compromiso matrimonial de la pareja, el especialista A. J. Wennerborm en su tesis doctoral publicada en 1999, incluye una carta personal del científico a un amigo, fechada en septiembre de 1831, en la que se refería a su futura esposa: «La dama es diez años más joven que yo […] y estaría de acuerdo con usted en que es más diferencia de la que sería deseable para quien lleva una vida tan tranquila y recluida como la de un geólogo […], pero puedo garantizarle que la disposición de ella a este respecto tiene mayor importancia que la edad, y es por esto por lo que no me siento preocupado». Con ella, continúa el científico, «no recibiré ningún dinero, lo que ciertamente es un acto de imprudencia por mi parte, pero confío en que mi esposa estará satisfecha con vivir de manera muy apacible.» Al parecer, Lyell no estaba en lo cierto al afirmar que su esposa no tendría dinero, ya que después del matrimonio el padre de la joven entregó a su hija una considerable suma.
Charles Lyell y Mary Elizabeth Horner se casaron en Alemania en julio de 1832. Su viaje de novios fue una excursión geológica que duró más de dos meses. Carmina Virgili ha relatado el itinerario señalando que descendieron por el valle del Rin hasta Suiza y después de un largo recorrido por los Alpes pasaron al norte de Italia y a Francia. En todo este recorrido Lyell continuó con sus investigaciones geológicas, siguió trabajando en el texto del tercer volumen de los Principios que aún no había terminado, y visitó junto a su esposa numerosos museos y diversas universidades.
Con relación a este viaje, Virgili ha escrito: «Desde el primer momento, la joven Sra. Lyell tuvo que aprender a compartir a su esposo con la geología, pero lo acepta de buen grado. Llegará a ser también una buena aficionada, será su mejor colaboradora y le acompañará en la mayor parte de sus viajes. Fueron un matrimonio muy unido, no tuvieron hijos y cuando en los últimos años de su vida Lyell tuvo graves problemas de visión, hasta quedar ciego, ella fue una ayuda imprescindible.»
Ciertamente, Mary Horner se dedicó por completo a su marido participando en casi todas sus expediciones geológicas por Europa y también por los Estados Unidos. Pero no sólo fue una acompañante solícita, tenía una buena formación: leía fluidamente el francés y el alemán y tradujo con gran rigor cuantiosos artículos geológicos; siempre actuó como colaboradora y amanuense de su esposo, escribiendo con gran eficiencia y meticulosidad los trabajos del científico; asimismo, desempeñó un excelente papel en sus relaciones sociales. Su buena formación también ha quedado reflejada en escritos que muestran que en los múltiples debates que mantuvieron Charles Darwin y Charles Lyell sobre la evolución biológica, Mary Horner no sólo participaba activamente en la conversación, sino también era capaz de hacer sugerencias y comentarios valiosos.
Carmina Virgili describe con respecto al trabajo de Mary Horner: «Lyell era distraído y con poco sentido para los asuntos prácticos, pero quizá era simplemente una pose de sabio despistado o de marido mimado por una esposa que siempre vivió pendiente de él; cuando creía que el asunto lo merecía sabía resolverlo eficazmente […]. Su esposa fue una mujer encantadora, en la correspondencia de los amigos de Lyell resalta la simpatía y admiración que despertó en todos ellos. Inteligente y con sentido práctico, sabía adaptarse a las más diversas situaciones, desde las recepciones en el palacio de Buckingham hasta las chozas de los mineros en las que tuvieron que alojarse más de una vez durante sus viajes.»
Puntualicemos que toda la obra que Lyell publicó después de su matrimonio la firmó él solo, pero previamente la había dictado a su esposa. Dado que ella no sólo era una mujer muy cultivada sino tan observadora como él, algunos autores han señalado que es muy probable que en más de uno de los libros publicados, Mary Horner haya añadido su propia e ilustrada contribución, sin que su nombre figurara en ningún sitio (¿cuántas veces en la historia?). En este sentido, cuando el científico murió el autor del obituario escribía acerca de la capacidad intelectual de Mary Horner Lyell como científica: «Si no hubiera sido parte de él, ella misma hubiera gozado de más fama».
En relación a los trabajos de Lyell, también queremos ponderar que contribuyó a despertar y desarrollar el interés de las mujeres por la Historia Natural. Cuando en 1831 fue nombrado profesor del King´s College de Londres, las autoridades se plantearon si se admitiría o no la presencia de mujeres en sus conferencias. Después de larga discusiones en la Sociedad Geológica y en el Obispado, la cuestión se resolvió afirmativamente.
En mayo del año siguiente empezó sus conferencias, que resultaron un gran éxito científico y social. Las mujeres interesadas, entre las que se encontraban dos hermanas del ilustre conferenciante, acudían en tan elevado número a escucharlo que las autoridades religiosas se sintieron escandalizadas. El obispo optó entonces por excluirlas de las aulas. Ante este hecho, según ha relatado Margaret Alic, Lyell asumió una valiente postura y en protesta transfirió sus conferencias a otro centro donde no se vetaba la presencia femenina. Todo este alboroto incentivó una polémica larvada desde antiguo en una sociedad donde gran parte de sus miembros sostenía que la ciencia no era asunto de mujeres. La actitud de Lyell y sus seguidoras no hacía sino alimentar un viejo debate que habría de durar largos años.
Valga terminar este somero comentario haciendo hincapié en que la gran valía intelectual y sus notables inquietudes profesionales de Mary Elizabeth Horner, representó un soporte fundamental, aunque silente, para el gran profesional que fue su marido. En esta línea, la escritora Dana Hunter ha comentado: «Sin ella Charles Lyell habría encontrado su trabajo mucho más difícil, si no imposible.» El propio Lyell, continúa esta autora «proporcionó este matiz en una conversación sobre la matemática Mary Somerville, diciendo: «Si ella se hubiera casado con un matemático, cavilaba el geólogo, nunca habríamos sabido nada de su trabajo. Éste se habría incorporado al de su esposo y pasado a la posteridad como si fuera de él». Es muy posible, sugiere Hunter, que Lyell tuviera en mente a su propia esposa cuando afirmaba esto.»
En cualquier caso, difícilmente podrá conocerse hasta qué punto influyó el pensamiento de Mary Horner en el gran trabajo y en la obra de Charles Lyell. No obstante, sí parece indiscutible que merece ser recordada como una verdadera naturalista cuyos esfuerzos tuvieron que ver con el nacimiento de la geología moderna.
Referencias
- Alic, M. (1986). El legado de Hipatia. Ed. Siglo XXI. Madrid
- Hunter, D. Mary Horner Lyell: «A Monument of Patience», Scientific American, Abril 2013
- Martínez Pulido, C. (2006). La presencia femenina en el pensamiento biológico. Minerva Ediciones. Madrid
- Virgili, C. (2003). El fin de los mitos geológicos. Lyell. Ed. Nivola. Madrid
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.