Compañeras invisibles IV: Mary Ann Woodhouse

Vidas científicas

El tiempo petrificado

El estudio de la vida antigua, o Paleontología, es una disciplina cuyo principal material de trabajo son los fósiles, esto es, los restos de organismos vivos que habitaron el planeta en tiempos pasados, y a los que el filósofo francés Georges Canguilhem describió con la bella metáfora de «el tiempo petrificado».

Gideonmantell
Gideon Mantell

Los fósiles de los dinosaurios constituyen sin duda los restos más célebres y espectaculares de animales de épocas remotas. Entre los primeros estudiados se encuentran unos dientes descritos por el británico Gideon Mantell (1790-1852), un médico rural, experto coleccionista y gran aficionado a la geología. Su pasión por esta materia fue tanta dedicó la mayor parte de su vida a la recolección de fósiles de estos magníficos reptiles, llegando incluso a olvidar su profesión de médico.

En la primera mitad del siglo XIX, aunque los dinosaurios eran muy poco conocidos, Mantell consiguió recuperar un respetable número de ellos a los que describió cuidadosamente; a algunos consiguió darles un nombre científico que ha perdurado hasta hoy. No obstante, como ha sucedido en tantas ocasiones, Mantell no trabajó sólo sino que contó con la colaboración de su esposa, Mary Ann Woodhouse, mujer culta e inquieta que también albergaba un notable interés por la paleontología, aunque para la historia de esta disciplina ella sea una desconocida.

Mary Ann Woodhouse y Gideon Mantell

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Mary Ann Woodhouse

La británica Mary Ann Woodhouse (1795-1855), fue una entusiasta recolectora de fósiles antes de contraer matrimonio. Cuando conoció a Gideon Mantell entabló con él una estrecha relación inicialmente sustentada por los intereses coleccionistas que compartían. La pareja se casó en 1816 y la joven novia, que sólo contaba con 20 años de edad, colaboró llena de entusiasmo con Mantell en la búsqueda de fósiles. No sólo iba a los acantilados y canteras para realizar recolecciones, sino que incluso solía acompañarle en las visitas médicas, mientras él atendía a sus pacientes ella se dedicaba a buscar restos petrificados.

Así fue como en 1822, mientras recorría un sendero de Sussex, en el sur de Inglaterra, Mary Ann Mantell llevó a cabo un descubrimiento paleontológico de gran importancia. Entre un montón de piedras de la cantera local detectó una que llamó su atención además de por su extraña forma, porque presentaba un color marrón oscuro y un aspecto desusadamente brillante. Después de recogerla y limpiarla con delicadeza, un examen más atento le reveló que se trataba un interesante fósil, totalmente distinto a los que había visto hasta entonces. Cuando mostró el hallazgo a su marido, éste también quedó fuertemente impresionado.

Si esta historia fue cierta o no, nunca podremos confirmarlo porque hay versiones algo confusas sobre cómo ocurrió realmente. Lo que sí está claro es que ambos muy pronto comprendieron que se trataba de un gran diente, medía cerca de 3 cm y en la parte de la corona presentaba la superficie irregular. Poco después lograron descubrir de qué cantera procedía la pieza y, aunque jamás encontraron el resto del animal, en esa cantera y en otras vecinas hallaron más dientes y huesos. Por sus características aquellas dentaduras habían pertenecido a un ser gigantesco que se alimentaba de plantas.

Iguanodón
Dientes de Iguanodón

En 1825 Gideon Mantell dio al animal al que en vida perteneció el diente el nombre Iguanodon, dado su parecido a una iguana de América Central. Ese mismo año leyó la descripción del fósil ante al Royal Society de Londres, y en el discurso queda claro que lo consideraba «su» descubrimiento.

La relevancia de este hallazgo se vio incrementaba porque las rocas donde aparecieron los restos de Iguanodon eran muy antiguas, en concreto del Cretácico (hace entre 144 y 65 millones de años), y por lo tanto tenían demasiada edad como para contener cualquier mamífero. Sus descubridores llegaron a la conclusión de que se trataba de un enorme reptil. Salió entonces a la luz una idea que rondaba el pensamiento de los científicos de aquellos años: en el remoto pasado, antes de que los mamíferos predominaran en la tierra, habían existido reptiles gigantes —mucho mayores que cualquiera de los hoy conocidos— y algunos de ellos, por lo menos, se alimentaban de plantas.

Tras tan significativo hallazgo, Mary Ann Woodhouse y Gideon Mantell continuaron explorando nuevas canteras y acantilados, y lograron aumentar notablemente el número de hallazgos. Decidieron entonces escribir un libro sobre sus observaciones geológicas y plasmar los descubrimientos realizados en las rocas de Sussex. Mary Ann Woodhouse participó intensamente en este trabajo, principalmente se hizo cargo de las ilustraciones y litografías produciendo en torno a 364 delicadas imágenes y grabados.

Mantell 4 - fossils 1822Cuando en 1822 se publicó el libro, titulado The fossils of the South Downs, Mantell escribió en relación a los dibujos de su esposa un comentario entre paternalista y misógino: «Como los grabados son las primeras obras de una dama, poco entendida en arte, me siento deseoso de solicitar la indulgencia de los lectores al respecto […]. Aunque carezcan del esmero y la uniformidad que distingue los trabajos del artista profesional, confío en que no resultarán deficientes en cuanto al requisito esencial de lo correcto.»

Según han atestiguado diversos autores, esta especie de disculpa no reflejaba la realidad. De hecho, Mary Ann Woodhouse fue una maestra en el arte de la ilustración científica. Atestiguan su capacidad artística diversos autores, citemos por ejemplo al respetado profesor de la Universidad Yale, el geólogo y químico Benjamin Silliman, quien reconoció la calidad de los trabajos de la ilustradora e incluso los citó en sus conferencias: «Me llena de satisfacción mencionar la importante participación de Mrs Mantell en estos hallazgos y las ilustraciones que de ellos ha hecho con su lápiz y su punzón.»

Mary Ann Woodhouse continúo trabajando en colaboración con su marido durante varios años y ambos formaron un productivo equipo, donde él era el único autor reconocido. Con el tiempo las cosas empezaron a ir mal; la pareja acabó su convivencia y colaboración y en 1839 se separaron.

Como ilustradora científica, Mary Ann Woodhouse no tuvo ninguna oportunidad de reconocimiento. Recordemos, por ejemplo, que la Sociedad Geológica de Londres, la más importante organización de geólogos y paleontólogos de comienzos del XIX, no admitió a las mujeres ni siquiera como miembros invitados hasta bien avanzado el siglo XX, pese a que ellas estaban realizando contribuciones significativas en este campo. Mary Ann Woodhouse fue una de ellas y nunca salió de detrás del escenario.

Referencias

  1. Aldrich, M. (1990), «Women in Geology», en G. Kass-Simon y Patricia Farnes (eds.), Women of Sciencie. Righting the record. Indiana University Press, págs. 42-71
  2. Cadbury, D. (2001). Los cazadores de dinosaurios. Ed. Península. Barcelona
  3. Martínez Pulido, C. (2006). La presencia femenina en el pensamiento biológico. Minerva Ediciones. Madrid

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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