El nazi Josef Mengele le pidió que matara a los judíos recién nacidos, pero la sobreviviente de Auschwitz y partera polaca Stanisława Leszczyńska, lejos de obedecerle, ayudó a nacer a miles de criaturas, a las que mantuvo con vida tanto como pudo. Estudiante tardía, como matrona ha pasado a la historia por su valentía y su dedicación a los más vulnerables en un momento del siglo XX marcado por una violencia extrema de un régimen que, un siglo después, no conviene olvidar.

Instytut Pamięci Narodowej.
Stanisława Leszczyńska, que dejó su trayectoria escrita en un documento titulado Raport położnej z Oświęcimia (Informe de la partera de Auschwitz), que acabaría convertido en una exitosa obra de teatro (Nowak), donde se relata la vida de las prisioneras embarazadas y sus bebés, había nacido el 8 de mayo de 1896 en Łódź (Polonia), de un soldado del ejército zarista y una obrera, en los duros albores de la industrialización. Cuando tenía 12 años, la familia emigró a Brasil en busca de mejor futuro y allí, en Río de Janeiro, asistió a una escuela en alemán y portugués. Dos años después, optaron por regresar a Polonia, donde la adolescente siguió sus estudios, aunque también ayudaba a su madre a criar a sus dos hermanos pequeños.
Tenía 20 años cuando se casó con el impresor Bronisław Leszczyński. Al año siguiente, tuvo su primer hijo y, dos después, una niña. Trasladados a Varsovia con sus dos pequeños, Stanislawa decidió matricularse en la Escuela de Matronas, donde obtuvo el Premio al Éxito por ser la mejor alumna en 1922. Y volvieron a Łódź, donde pese a tener dos hijos más, comenzó a trabajar como partera, una profesión que amaba y a la que dedicaría el resto de su vida.
Cuando en 1939, los nazis invadieron Polonia, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la casa de la familia Leszczyński se vio dentro del gueto creado en su ciudad para los judíos, a quienes ayudaron durante años con comida y documentos falsos que Bronislaw hacía en su imprenta. Aquello fue descubierto y en febrero de 1943, la Gestapo la arrestó con dos de sus hijos y su hija, con la acusación de asistir a personas buscadas por la policía secreta de los nazis. Bronisław y el otro hijo lograron escapar, aunque ella nunca volvió a ver vivo a su marido. Los nazis enviaron a los dos niños como mano de obra esclava a las canteras del campo de concentración de Mauthausen-Gusen y a ella y a su hija, de 24 años, al de Auschwitz, donde se les tatuaron los números 41335 y 41336.
Vida en un campo de concentración
Supervivientes de Auschwitz que la conocieron han relatado que siempre fue una persona reservada. Por su historial previo, madre e hija fueron trasladadas a la enfermería del campo (Sylvia estudiaba Medicina), donde las condiciones eran terribles. Hay testimonios que recogen que a los recién nacidos les tatuaban un número para gasearlos después o dejarlos morir de hambre. En este lugar, Stalisnawa conoció a Mengele. Él había levantado el que llamaba “el bloque de la recuperación”, donde estaban las enfermas con infecciones como tifus, malaria o fiebre tifoidea. Delgada y débil, como las demás, allí atendía a las jóvenes parturientas, a menudo pariendo sobre una estufa vacía. La recordarían por su serenidad y su sonrisa, y por ser una persona amable, tranquila y muy religiosa que les infundía esperanza.

Colegiata de Santa Ana en Wilanów.
Ante las terribles circunstancias en las que estaban, la matrona polaca se las apañaba para solucionar las necesidades de las madres y sus bebés, consiguiéndolas comida, trapos para pañales, agua hervida o mantas. Los testimonios recabados después aseguran que todos los bebés que trajo al mundo en ese lugar macabro nacieron vivos, sin complicaciones, pese a contar apenas con unas tijeras, una palangana, sus manos y poco más. Tras los partos, siempre los bautizaba con agua o una infusión, a modo de ritual que resultaba psicoterapéutico para las traumatizadas madres que con ella se sentían más seguras.
Pese a que las normas de Auschwitz decían que no se les cortara ni atara el cordón umbilical y se los arrojara a la basura con la placenta, Stalisnawa arriesgó su vida incumpliéndolas. Ella se los devolvía a sus madres, aunque la mayoría morían de hambre por falta de leche. En su informe contaría más tarde que el doctor Mengele, que le solicitaba información sobre estas muertes y que le ordenó que les practicara la eutanasia. “Ni ahora ni nunca”, le contestó. Fue sorprendente que no la mandara ejecutar en ese momento. Pero muchos se los arrebataban para ser ahogados en un barril. De los 3000 que ayudó a traer al mundo, acabaron muriendo 2500, mientras que nos pocos cientos, con ojos azules, fueron dados en adopción para ser germanizados y apenas 30 sobrevivieron junto a sus progenitoras. La empatía que Stanisława sentía por ellas le ayudaba a superar el trauma:
Es lo que me hacía más fuerte cada día y cada noche que dedicaba al trabajo arduo; el esfuerzo y el sacrificio eran solo una expresión de mi amor por los niños pequeños y sus madres, cuyas vidas intentaba salvar a toda costa. De lo contrario, no habría podido sobrevivir.
Cuando el campo fue liberado, el 26 enero de 1945, volvió a Łódź, adonde sus hijos también llegaron desde los campos de trabajos forzados. Se instaló en un apartamento y continuó trabajando como partera de su localidad hasta 1958, a pesar de su precaria salud tras el paso por el campo de concentración. En 1965, decidió publicar su famosa obra El informe de una partera de Auschwitz, que dio a conocer una vida que ella no consideraba especialmente destacable. No hay más referencias a su figura hasta el 27 de enero de 1970, cuando Stanisława asistió a una celebración oficial en Varsovia donde conoció a las prisioneras de Auschwitz y a sus hijos adultos, nacidos en el campo con su ayuda.
Cuatro años después, el 11 de marzo de 1974, fallecía en su ciudad a los 77 años. Sobre su funeral, la doctora Jadwiga Węgierska‑Paradecka escribió:
Fue una manifestación, la despedida pública de una persona de complexión delgada, modesta en su conducta y vestimenta, pero simbólicamente una gigante, completamente dedicada al servicio de sus semejantes y de Polonia… Tuvo el coraje de desafiar las órdenes de los criminales nazis para ayudar a sobrevivir a sus compañeras de prisión cuyas vidas estaban en peligro y que también habían perdido a su mayor tesoro: los hijos.
Todavía hoy, en Polonia, varios hospitales y organizaciones llevan el nombre de Stanisława; también lo tiene la calle principal del museo del campo de concentración de Auschwitz y otra calle de la ciudad de Łódź. En 1983, la Escuela de Obstetras de Cracovia recibió, asimismo, su nombre en su honor. Por su labor humanitaria, la Iglesia católica a la que perteneció, ha iniciado su proceso de beatificación y las peregrinaciones a su tumba son habituales.
Referencias
- S. Kłodziński, Stanisława Leszczyńska. Chłopicki, W., trans. Medical Review – Auschwitz. March 19, 2019. Oświęcim. 1975: 206–208
- Stanislawa Leszczynska, la partera de Auschwitz, Holocausto en español
- Stanislawa Leszczynska, la partera de Auschwitz, Diario Judío, 29 enero 2017
- Stanisława Leszczyńska, Wikipedia
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.