No podemos vivir sin plásticos pero tampoco podemos vivir con ellos, al menos de una manera sostenible. Para 2050 habrá más plásticos en el océano que peces. Está claro que las decisiones que se tomen ahora para combatir esta sobreabundancia determinarán no sólo los próximos 30 años, sino el destino del mundo a partir de entonces. Esto no es ciencia ficción sino la vida real.

La genialidad del plástico
No se habría llegado a la Luna sin plástico y es posible que tampoco existiera el móvil, al menos tal y como lo conocemos. Tenemos alrededor mil ejemplos más. El plástico apareció por primera vez en 1868. Su creador fue John Wesley Hyatt, un impresor estadounidense que respondió a la llamada de los 10 000 dólares ofrecidos a quien encontrara un material que sustituyera al marfil de las bolas de billar. A Hyatt le supuso una patente estadounidense y un lugar en el Salón Nacional de la Fama de los Inventores.
En la década de 1940 se popularizó; aparecieron el polietileno (PE), el cloruro de polivinilo (PVC), el tereftalato de polietileno (PET), el politetrafluoroetileno (PTFE, también conocido como teflón) y el polietileno de baja densidad (LDPE), entre otros, para productos como aislamiento de cables eléctricos o discos y licra. Diez años después el consumo se disparó: muebles de plástico, menaje de cocina, juguetes, ropa y accesorios de todo tipo.
Para fabricar plástico se aplica calor al petróleo y se genera un polímero que no se encuentra en la naturaleza. Aparece una amplia gama de plásticos que necesitan diferentes temperaturas. La resistencia de estos polímeros es excepcional. Algo aparentemente tan delicado y tan versátil como el envoltorio de un sándwich se irá descomponiendo en cientos o quizás miles de años, dependiendo de dónde vayan a parar los desechos. Es posible que el plástico en los vertederos nunca se descomponga, ya que la mayoría de las bacterias no son capaces de desintegrar el polímero. En los océanos se sigue degradando en trocitos cada vez más pequeños debido a la abrasión y la fotodegradación. De cualquier manera, nunca lo sabremos con seguridad porque no viviremos el tiempo suficiente para verlo; nos ahogaremos en plástico dentro de unas pocas décadas:
- En estos 70 años transcurridos desde que se inventó el plástico hemos creado casi 9 mil millones de toneladas, el 92 % de las cuales no se recicla y todavía está en el planeta de alguna forma.
- Una pajita utilizada durante 15 minutos vivirá cientos de años en el océano, y sólo en Estados Unidos se utilizan 500 millones de ellas cada día, cantidad suficiente para dar la vuelta al mundo dos veces.
- Cada minuto se distribuyen en todo el mundo dos millones de bolsas de plástico de un solo uso con una vida útil media de 15 minutos.
- Cada minuto se compran un millón de botellas de plástico; a nuestro ritmo actual de producción, para 2050 habrá más plástico que peces en el océano, gran parte de ellos en forma de microplásticos.
¿Qué son los microplásticos?
Son partículas de polímero de menos de 5 mm de tamaño y se consideran un contaminante emergente. Están en todas partes: en los océanos, en el agua de lluvia, en el agua potable, en el aire, en los peces y en lo que comemos. Los microplásticos se integran en el agua a través de la basura, incluidas botellas de agua usadas y bolsas de un solo uso, y también como productos que salen de las plantas de tratamiento de aguas residuales, por nombrar algunos ejemplos. En 2010, de los 275 millones de toneladas de desechos plásticos generados, entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas terminaron en el océano, donde continuarán degradándose en partículas cada vez más pequeñas.

Es fácil perderse en estos números, sobre todo si tenemos en cuenta también las microfibras de prendas que se desprenden en cada lavado; cada año se sueltan de toallas, alfombras y ropa en general billones de diminutas hebras de fibras sintéticas, como poliéster, nailon o elastano, que continúan degradándose con el tiempo.
¿Alto riesgo o «mucho ruido y pocas nueces»?
En muchos casos es necesario el uso de un microscopio para detectar la presencia de microplásticos. Si a esto le sumamos que este polímero está en todas partes, parece difícil hacer un seguimiento de todas sus entradas al medio ambiente.
Además, las plantas de tratamiento de aguas residuales aún no están preparadas para reducir los microplásticos a cero. Esto sería muy costoso; es prioritario eliminar patógenos que sabemos que pueden matarnos. Como no están valorados como problema a la salud, los microplásticos no se consideran un peligro y no se utilizan más recursos para eliminarlos.
Sin embargo, se están encontrando microplásticos incluso en la placenta humana, lo que nos hace plantearnos muchas preguntas: ¿Qué efecto tendrán los microplásticos en nuestro organismo? ¿Cambian el valor nutricional de los alimentos o impiden su absorción? ¿Se acumulan esas sustancias, fabricadas a base de petróleo, en nuestros cuerpos? ¿Puede nuestro organismo eliminarlos o se instalan en nuestros órganos o en el tejido adiposo? ¿Son inertes o pueden metastatizar? Si el plástico no se descompone mientras está fuera de nuestro cuerpo entonces pasará lo mismo dentro, parece obvio, pero ¿es realmente así?
Lo que no se mide no existe
Es muy complicado contabilizar los microplásticos y en parte es porque no hay métodos estandarizados para fabricar plástico, el tamaño y el tipo son diferentes en cada caso, los polímeros y los polvos varían según el uso y el diseño (polietileno, polipropileno, poliestireno, piroclásticos, y la lista continúa), y todos tienen diferentes niveles de calentamiento, lo que significa que no existe un protocolo de reciclaje único para todos. Esto hace difícil su cuantificación, estudio y regulación.
En febrero de 2020, cinco docenas de investigadores de diversos campos se reunieron para discutir el tema. Y en eso están…
David Sedlak, ingeniero ambiental estadounidense y profesor de la Universidad de California, afirma que la única manera de avanzar en la lucha contra este contaminante emergente es tener información sobre sus efectos adversos, demostrar el peligro para la salud humana y controlar el costo exponencial (es decir, hacer evidente que el gasto ahora será menor que cuando el problema se descontrole). Eso sin contar con las lamentaciones por no haber hecho nada cuando aún estábamos a tiempo.
No se puede gestionar lo que no se puede medir. Si no hay datos se obviará el problema. El Programa de Desechos Marinos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) ha desarrollado pruebas de campo y protocolos de laboratorio que permitirán llevar a cabo una metodología científica y análisis más formales. Aun así, las pruebas no son perfectas y cada medio plantea sus propios desafíos. Esto llevará su tiempo pero hay investigadoras e investigadores trabajando y aportando nuevas soluciones.
Las mujeres y los plásticos, algunas científicas (Kelly Somers, Meg O’Donnell y Cristina Romera)
Kelly Somers
El día perfecto para Kelly Somers es un día en el río tomando muestras de agua. Ella es física en la División de Agua de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Nació en 1985. Cuando terminó la escuela de posgrado trabajó en la Universidad de Delaware durante un año como investigadora estudiando la pérdida de humedales mediante sensores remotos. Después trabajó en el sector privado durante algunos años antes de unirse a la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA). Tuvo un trabajo como coordinadora de deportes juveniles y árbitro de baloncesto y fútbol en la YMCA local y esto le proporcionó un estilo de liderazgo tranquilo y sentó las bases para las habilidades organizativas cruciales para la investigación. Dice que después de estar en Costa Rica, su camino como científica ambiental quedó claro.
Trabaja como coordinadora de Trash Free Waters (Aguas Libres de Basura) de la EPA, buscando formas innovadoras de detener el flujo de basura y esto ha despertado su interés por los microplásticos. En la actualidad, el enfoque principal de Somers es analizar sedimentos en áreas urbanizadas.
Como se encuentran en el aire, la arena o el agua, cada medio necesita su propio protocolo. Cuando se recolecta la muestra, se procesa en el laboratorio. Los microplásticos se extraen y se aíslan del medio para analizarse. Los dispositivos que se utilizan para esto son muy especializados y muy caros. Cuanto más se estudien más se perfeccionarán los métodos.

Hasta que esto llegue, Kelly dice: «Una cosa que hago personalmente es revisar las etiquetas de mi ropa. Las microfibras son el tipo de microplástico más frecuente en el océano. Las telas sintéticas, como el poliéster, sueltan fibras cuando se lavan y entran a los cursos de agua. Hago todo lo posible para comprar prendas y ropa de cama no sintéticas, como algodón y lana. Se puede emplear dispositivos que ayudan a atrapar los microplásticos en la lavadora de ropa antes de que se drene el agua, pero lo mejor es evitar esas prendas».
Hay tecnologías que se están utilizando para evitar que los plásticos «grandes» entren en las vías fluviales. Trampas de basura, separadores hidrodinámicos, barridos, contenedores flotantes, etc. Esto pueden eliminar los macro pero no los micro. «Más provechoso que reciclar es cambiar comportamientos y hacerse con botellas de agua reutilizables». La investigadora dice que viendo un programa en Netflix comprobó la cantidad de puntos de recarga de botellas de agua que había en París, incluso con agua mineral. Esto permitía a los residentes y turistas rellenar sus botellas de agua reutilizables, ahorraba dinero al consumidor y reducía el desperdicio de plástico en París. Con rellenar la botella de agua, llevar una taza propia para el café de media mañana, llevar bolsas reutilizables no sólo al supermercado, dejar la pajita, revisar las etiquetas de la ropa y evitar las fibras sintéticas, ya hacemos mucho.
Meg O’Donnell
Meg O’Donnell trabaja en la Oficina Regional del agua de Delaware, donde supervisa las pruebas y análisis de laboratorio, revisa los planes y permisos de derrames y prepara informes de inspección para el pretratamiento de su programa de agua industrial. Antes de eso, pasó seis años como investigadora en Filadelfia y luego como directora de laboratorio evaluando el hábitat, el suelo y el agua de ríos y arroyos.
El problema actual de los microplásticos, como lo ve O’Donnell, es una cuestión de prioridades: se eliminan algunos contaminantes pero no todos, porque la tecnología existe pero es muy cara, su mantenimiento también y exige personal muy especializado. La mayoría de las instalaciones de tratamiento de agua son incapaces de filtrar partículas menores de 10 μm (1 μm es una micra, 10-6 o 0,000001 metros, la milésima parte de un milímetro). Los microplásticos tienen un tamaño entre 500 y 0,1 μm, pero también existen los nanoplásticos, menores de 0,1 μm. En ese nivel se necesita un microscopio electrónico de barrido y no hay forma de que los sistemas de filtración de agua los capturen.
Aunque existen tecnologías de separación disponibles, como la microfiltración, la nanofiltración, la ultrafiltración y la ósmosis inversa, que pueden eliminar las partículas más pequeñas, el costo es prohibitivo. Actualizar los sistemas públicos de agua a un nivel tan alto que asegurara una eliminación completa requeriría una gran inversión de dinero.
O’Donnell añade: «Hay filtros de carbón activado que reducen los microplásticos, pero no hasta 0,1 μm. Proporcionan una filtración más fina pero aún dejan una concentración significativa en el agua. Las empresas de filtros de agua de carbón que afirman que eliminan los microplásticos dan información un tanto confusa. Un filtro de carbón elimina completamente los microplásticos; sin embargo, en la letra pequeña, indica que es para un tamaño de partícula de 3 micras o más. Los microplásticos más pequeños permanecerán en el agua filtrada».
Como no sabemos las consecuencias de tenerlos en el agua, no está claro cuándo se considerarán un problema tan importante como para designarle fondos. Sobre ello, Meg es pesimista. Tampoco hay nada que hacer en cuanto a la fabricación de plásticos. Como son miles los plásticos que se fabrican, estaría bien regular el flujo de desechos desde la industria. En cuanto a esto, la investigadora dice «El fracaso de la industria no está sólo en el reciclado, sino en regular los residuos, que constituyen una enorme transgresión contra la naturaleza sabiendo lo que duran».
Fabricamos un millón de botellas de plástico por minuto a nivel internacional y se espera un aumento del 20 % en uno o dos años. Esto ha provocado el vórtice de basura del Pacífico, grandes masas de plásticos flotantes como islas. Los desechos flotantes son solo el 1 % de los plásticos en el océano. No conocemos estas cosas, llega muy poco a los medios. Los estudios disponibles indican que nuestros cuerpos excretan microplásticos, lo que les permite pasar sin un impacto detectable. «Sin embargo, estoy segura de que eventualmente comenzaremos a ver nuevos estudios sobre los efectos en la salud», dice Meg.

O’Donnell añade que existe una idea errónea sobre el agua embotellada. En esta agua no se eliminan los microplásticos como cree la gente ni muchos otros contaminantes. No están sujetos a las mismas regulaciones que los servicios públicos. Además del despropósito que supone la inundación de botellas de agua en los vertederos, se añade el robo de un recurso común para su comercialización y la falta de regulación del agua embotellada que la hace menos segura que el agua del grifo.
Dice Meg que «causa y efecto» es una herramienta muy poderosa, pero cuando la causa ocurre 20 o 30 años antes que el efecto, la gente se olvida de conectar los puntos. En una sociedad acostumbrada a la gratificación instantánea, si no se está cayendo el cielo, nadie presta atención. El destino de nuestros habitantes marinos y de agua dulce será también nuestro destino. Tenemos que valorar el coste. Sería bueno no culpar sólo a las empresas que fabrican productos. Deberían pagar más para limpiar y remediar el problema, pero miles de millones de personas compramos sus productos incluso conociendo los efectos sobre la salud y el planeta. Las regulaciones nunca serán suficientes sin la aceptación de los consumidores.
Cristina Romera
Cristina Romera nació en Jaén, en 1982. Es química y oceanógrafa. Se dedica a estudiar el océano y los daños que la acción humana provoca en él. Es autora del libro AntropOcéano, en el que señala varias soluciones a muchos de los problemas del mar. En la actualidad trabaja en el Instituto de Ciencias del Mar-CSIC de Barcelona y ha recibido varios premios internacionales por sus investigaciones sobre el ciclo de carbono oceánico y el impacto de los microplásticos en los ecosistemas marinos.
Analizando el agua del océano, Romera se encontró con una señal de carbono más alta de lo habitual. ¿A qué se debía esto? Era una acumulación de carbono en una zona del Atlántico norte y dio con ello: al poco tiempo escuchó a un físico que estudiaba el plástico a la deriva y explicó las zonas donde se acumulaba. Justo una de ellas era donde encontró la acumulación. El plástico podría estar liberando compuestos de carbono y así empezó a estudiarlo.
Hay algunas iniciativas para quitar plásticos grandes de la superficie, pero ahí sólo está un 1 % del plástico que llega al mar. El otro 99 % se intuye que está en la columna de agua o en el fondo marino. «Es muy difícil limpiarlo, la tecnología que se ha propuesto alguna vez también quitaría los microorganismos que son fundamentales para el ecosistema marino. Creo que con el tiempo ese plástico irá sedimentando al fondo… Pero no se degradará. Se quedará enterrado en cientos de años y los científicos del futuro que estudien el sedimento encontrarán una capa de plástico e identificarán nuestra era como el Plasticeno». El principal factor de degradación del plástico es la luz solar; en el fondo marino no tiene luz solar, el agua es fría y no hay tanto oxígeno como en la superficie. Entonces, en el fondo marino ni se sabe cuánto puede durar.
«No somos conscientes de los problemas que está sufriendo el océano. En cambio, cuando hay un incendio en un bosque todo el mundo lo ve. Creo que hay que dar más visibilidad a los problemas que tiene el océano porque si no se sabe no se protege. Se piensa mucho en los árboles, pero hay ecosistemas marinos que tienen vegetación y almacenan por hectárea hasta diez veces más carbono que los ecosistemas terrestres. Son los manglares, las praderas marinas o las marismas».
Los políticos son quienes tienen más capacidad para resolver todos estos problemas. También las empresas multinacionales. A nivel individual, lo que podemos hacer es elegir bien a quién votamos y dónde compramos nuestros productos. Es fundamental reducir el consumo porque éste es exagerado y genera una huella de carbono muy alta. Hay que intentar que nos duren las cosas en lugar de estar todo el tiempo comprando y tirando.
¿Es este el principio del fin o el fin del principio?
Han pasado setenta años desde el primer plástico y tenemos un problema importante. Hay que reformular el comercio de los envases de plástico y de las exenciones fiscales para convencer a los fabricantes de que abandonen los productos y tejidos a base de petróleo y opten por envases totalmente compostables y fibras de biopoliéster biodegradables.
Sería bueno revisar la publicidad del reciclaje patrocinado por las compañías petroleras: ya sabían que el reciclaje de plásticos nunca podría satisfacer la demanda de plásticos y que todos estaríamos nadando en él, pero eso no les impidió poner la responsabilidad en el consumidor. El planeta necesita una buena campaña publicitaria, una que contrarreste toda la desinformación que existe.

Utilizar tantos recursos del planeta no es sostenible. Pensemos en la economía circular. Hace falta una cooperación a gran escala que incluya voluntad política, ayuda legislativa, liderazgo gubernamental y defensa de los consumidores, y las partes interesadas deben ponerse de acuerdo para avanzar, pero llegar a acuerdos es algo raro en la actualidad. Necesitamos que el gobierno proporcione incentivos fiscales a los innovadores y un plan de sanciones para los que contaminan. Necesitamos financiación para la investigación y el desarrollo por parte de las propias corporaciones.
Todavía no hemos visto vídeos impactantes en los que aparezcan los efectos adversos de los microplásticos sobre la fauna marina porque, hasta hace poco, no se estudiaban. Ya hemos dicho que cuando un recurso se ha extendido tanto como el microplástico es imposible eliminarlo.
¿Por dónde empezamos? Es una buenísima idea involucrar a más mujeres en la ciencia; nuevos puntos de vista, nuevas propuestas, otros enfoques, otras maneras de divulgar, nuevas soluciones; la ciencia se enriquece con la diversidad. La ciencia nos ha salvado de plagas, pestes y pandemias, y puede salvarnos de los plásticos. Poniendo de nuestra parte.
Referencias
- Pallarés, Elisenda (2023). Cristina Romera, oceanógrafa: «Los científicos del futuro identificarán nuestra era como el Plasticeno». Climática
- Flaccus, Gillian (2020). Scientists gather to study risk from microplastic pollution. Phys.org
- Lazos, Pam (2021). Here, There, and Everywhere: The Problem with Microplastics in Water and What Women Scientists Are Doing to Solve It. J. of Gender and Water 8:1
- Romera Castillo, Cristina (2022). AntropOcéano. Espasa
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.