¿Alguna vez te has preguntado por qué la ropa de algodón que vistes puede tener diferentes colores? Quizás la respuesta a esta interrogante parecerá obvia. Dirás: “Sencillo, luego de conseguir las fibras de hilo blanco las tiñes y listo”.
En esencia, esa conclusión es correcta y, durante mucho tiempo ese fue el método empleado a nivel mundial. Las variedades de algodón de colores naturales solo podían ser hiladas a mano y esto retardaba considerablemente las producciones.
Sin embargo, el proceso de teñir las telas generaba un alto volumen de contaminación. Los colorantes desechos en el proceso la mayor parte del tiempo terminaban por ser vertidos a embalses de agua natural y afectaban al medio ambiente y a las personas.
La industria se revolucionó en los años 80 del pasado siglo XX gracias al talento de una mujer de ciencia. Sally Fox, nacida en California, Estados Unidos, había empelado mucho tiempo de estudio en el desarrollo de plantas resistentes a plagas cuando su vida tomó un interesante giro.
Sus conocimientos le permitieron verter su talento una aplicación científica que lograría un desarrollo industrial algo más sostenible. Pero, antes de ese momento, ¿cómo había sido la vida de esta investigadora?
Fox creció en el seno de una familia numerosa. A la edad de 12 años comenzó a interesarse por las fibras de lino y algodón. Llegó a trabajar como niñera para poder comprarse algunas herramientas que luego utilizaría para sacar hebras de las plantas.
Durante la enseñanza media, tuvo la oportunidad de recibir clases con Elizabeth Wangari, una estudiante de doctorado de la Universidad de Stanford que impulsó el interés de la chica por la entomología. La profesora también consiguió para Sally una pasantía en la Corporación Zoecon, en Palo Alto. Desde ahí la joven pudo ver las aplicaciones prácticas de su conocimiento.
Un poco más tarde, en la década de los años 70, Fox se fue hasta San Luis Obispo, otra ciudad de su estado natal. Ahí, desde la Universidad Politécnica Estatal de California, se licenció en biología y entomología.
Luego, la joven investigadora no se incorporó inmediatamente a la vida laboral, ni prosiguió sus estudios postgraduados. Por el contrario, se unió al Cuerpo de Paz, organización no gubernamental con la que viajó hasta Gambia, en el continente africano.
Durante esta experiencia, Sally puedo ver por sí misma el impacto del medio ambiente sobre los males sociales como la hambruna en los países pobres. Desde África pudo constatar el daño que los pesticidas más agresivos pueden conseguir en alimentos de primera necesidad como el arroz.
En aquella época dio algunas clases a los lugareños sobre cómo evitar una elevada e innecesaria exposición a algunos de esos productos. Sin embargo, al poco tiempo, tuvo que regresar a su hogar luego de caer gravemente enferma. Al parecer, ella misma se había visto afectada por el impacto de los químicos.
Tras su recuperación, la joven decidió continuar sus estudios. Impulsada por la experiencia vivida, ingresó a un máster sobre el control de pesticidas en la Universidad de California en Riverside.
A pesar de su trayectoria académica, luego de conseguir el nuevo grado científico, Sally tuvo problemas para encontrar trabajo. Además, su país enfrentaba una serie crisis en cuanto al mercado laboral a principio de la década de 1980. Finalmente, encontró un puesto en una fábrica polinizadora de algodón.
En medio de las jornadas de trabajo, Fox se topó con una bolsa de semillas que podrían llegar a producir algodón marrón, resistente a los pesticidas. Su jefe no pareció muy interesado en las recomendaciones que ella hizo sobre el empleo del grano encontrado e, incluso, infravaloró los criterios de la investigadora.
La científica decidió comenzar a plantar por su cuenta un campo propio de algodón natural de colores. A mediados de 1988 realizó una ponencia de sus resultados en la Universidad Técnica de Texas. Había obtenido dos variedades, una verde y otra marrón y ambas podían ser hiladas mediante máquinas y no a mano.
Gracias al éxito de su empeño, Fox abandonó su empleo y creó la empresa a la que llamó Natural Cotton Colors Inc. A su vez, patentó el FoxFibre. Este último fue el nombre con que patentó a varias de las semillas de algodón natural de colores.
Poco a poco, diferentes industrias textiles se interesaron por el producto de Sally. Encontró un hueco en el mercado local del estado y, antes de lo previsto, había alcanzado un puesto en la economía mundial gracias al interés de financieros japoneses en su trabajo. Las fibras de Fox, además de coloradas, eran más largas y resistentes que las obtenidas de otras variedades de la misma planta.
Prácticamente, de la noche a la mañana, la científica se convirtió en empresaria con facturaciones millonarias. Sin embargo, poco después, la industria textil de su país comenzó a migrar hacia los países subdesarrollados en busca de mano de obra barata.
El negocio de Fox se vio afectado pero ella, resolutiva, continuó el estudio de nuevos algodones naturales de color. Su legado científico es remarcable, no solo por tratarse de un significativo descubrimiento con aplicaciones para la vida diaria. También consiguió un producto respetuoso con el medio ambiente.
Bibliografía
- Sally Fox: Naturally colored cotton. Lemelson-MIT
- Sally Fox. Inventos e inventores. Mujeres inventoras y de ciencia, Eulalia P. Sedeño / Raquel B. Reyero (CSIC) y otras compilaciones
- Sally Fox. Wikipedia
Sobre la autora
Claudia Alemañy Castilla es periodista especializada en temas de ciencia y salud. Trabaja en la revista Juventud Técnica.