En julio de este año, las elecciones a la presidencia del Partido Popular revelaron algo que es evidente en nuestra cultura social: era, según los titulares y comentarios de los medios, una pugna entre Soraya y Pablo Casado. El mismo Pablo Casado declaró que “Soraya vale muchísimo pero no por ser mujer”. El hombre tiene nombre y apellido o, como mucho, se le conoce por el apellido. La mujer tiene nombre y apellido y, a menudo, se la conoce solo por el nombre para que quede claro que es una mujer. Por supuesto, esto no se da solo en la política española, sino en muchos otros países; recuerden las elecciones presidenciales en Estados Unidos entre Hillary y Donald Trump.
Solo con el apellido y en nuestro entorno, no se reconoce a la mujer. Bastaría con decir nombre y apellido para todos pero, por lo que vemos, para la mujer es más adecuado decir solo su nombre. Y algo así ocurre también en la ciencia. Es habitual reconocer a científicos por su apellido: Einstein, Darwin, Watson y Crick,… , y lo que nos costaría adivinar quienes son Albert, Charles, James y Francis. Pero no es tan fácil recordar quienes son Carson, Franklin o McClintock si no añadimos Rachel, Rosalind o Barbara. Stav Atir y Melissa Ferguson, de la Universidad Cornell, han investigado si este sutil sesgo de género, apellido para los hombres y nombre para las mujeres, es habitual en ciencia y tecnología.
En su primer estudio, con datos tomados de la página web Rate My Professors, en la que los alumnos universitarios puntúan a sus profesores, encuentran que casi el 60% prefiere el apellido para nombrar a los profesores. Al 40% de los profesores les conocen por el apellido y, para las profesoras, solo al 25% las reconocen por su apellido.
Las autoras dan a los voluntarios una nota con la reseña, igual para hombres y mujeres, de un científico y les piden que escriban un texto breve sobre ese científico. Utilizan cuatro veces más el apellido cuando el científico es un hombre que cuando es una mujer. Cuando se les pide que evalúen un currículo, si el científico aparece con el apellido entonces se le considera más conocido y eminente. La fama del científico está en el uso del apellido. Por ello, las instancias oficiales incluso dan más fondos a los apellidos que al nombre completo, hasta un 14% más.
Cuando hablamos de fondos vemos que es importante algo que parece tan anecdótico como es el uso del nombre o del apellido. También lo es para conseguir trabajo en el entorno académico. El estudio de Kuheli Dutt y sus colegas, de la Universidad Columbia de Nueva York, muestra que el nombre de mujer influye en la concesión de las becas postdoctorales.
Para conseguir la beca son importantes las cartas de recomendación de profesores conocidos y de prestigio. Los autores analizan 1224 cartas de recomendación para 452 peticiones de becas en 54 países, en el campo de las geociencias, y fechadas entre 2007 y 2012. El 30% de las cartas están escritas por profesoras, pero son poco más del 10% del total de autores de cartas. Es decir, son pocas pero escriben, de media, varias cartas cada una.
Muchas de las cartas que recomiendan a una mujer tienen una longitud de 10 líneas o menos, frente a las que tratan de candidatos hombres con mayoría de cartas de 50 líneas o más. Los autores del estudio relacionan la longitud de la carta con la calidad de la recomendación.
El porcentaje de cartas en que el candidato es considerado excelente son el 15% para las mujeres y el 24% para los hombres. El autor de la carta considera solo buenos candidatos al 84% de las mujeres y al 73% de los hombres. Los hombres son mayoría en la excelencia y las mujeres en la bondad. Sin embargo, debido a la dura competencia para la obtención de las becas, lo que cuenta es la excelencia.
El nombre de mujer supone menos prestigio, menos fondos y, también y en Estados Unidos, menos patentes según el estudio de Kyle Jensen y sus colegas, de la Universidad de Yale. En los datos de la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos, solo el 10% de los inventores son mujeres. En España y entre 1968 y 2006, el porcentaje de patentes solicitadas por mujeres fue del 8,1% según la Oficina de Patentes de España (5 solicitudes en 1968 y 136 en 2006). En biociencias y en Estados Unidos, el porcentaje sube al 15%, según las patentes presentadas entre 2001 y 2014. En esos años, el total de patentes presentadas es de 2,7 millones y, en general, las peticiones firmadas por mujeres se aceptan un 21% menos que las de hombres.
También cuenta el nombre de mujer para obtener trabajo en una universidad de Estados Unidos de las conocidas por su calidad en docencia e investigación. Corinne Moss-Racusin y su grupo, de la Universidad de Yale, escriben una solicitud de empleo para un puesto de jefe de laboratorio y, al azar, la firman como John o como Jennifer. Después piden a 127 profesores, hombres y mujeres, que la evalúen para acceder a jefe de laboratorio.
La evaluación de los candidatos es, de media, una puntuación de 4,0 para John y de 3,4 para Jennifer. La empleabilidad es de 3,8 para John y de 2,9 para Jennifer. Y el salario que se recomienda es de algo más de $30 000 para John y de $26 500 para Jennifer.
Recordar que es exactamente el mismo escrito; la única diferencia es el nombre (de mujer).
Sin entrar en más detalles, el estudio de Karen Freund y su grupo, de la Universidad Tufts de Boston, demuestra que el salario de las científicas en medicina es, de media, $20 520 al año menos que el de los científicos para puestos similares. Algo así como un 10% menos de sueldo implica el nombre de mujer.
Hay otros muchos aspectos de la organización de la ciencia en las que influye el nombre de mujer. Hannah Valentine, de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, los mencionó hace unos meses en Investigación y Ciencia. Aparte de algunos de los que ya he comentado, están la financiación estable y continua para la investigación, con evaluaciones “entusiastas” para los proyectos firmados por mujeres pero con una puntuación final más baja que las peticiones de científicos hombres. O los sabáticos, que para los hombres son apropiados, profesionales y financiados, y para los mujeres son por motivos personales, no financiados e, incluso, en muchos ambientes científicos, hasta mal vistos… No sigo, ya es suficiente para comprender lo que, en ciencia, implica el nombre de mujer.
Referencias
- Atir, S. & M.J. Ferguson. 2018. How gender determines the way we speak about professionals. Proceedings of the National Academy of Sciences USA. doi: 10.1073/pnas.1805284115
- Criado, M.A. 2018. Las patentes de mujeres son más rechazadas que las de hombres. El País. 17 abril
- Dutt, K. et al. 2016. Gender differences in recommendation letters for postdoctoral fellowships in geoscience. Nature Geoscience. DOI: 10.1038/NGEO2819
- Freund, K.M. et al. 2016. Inequities in academic compensation by gender: A follow-up to the national faculty survey cohort study. Academic Medicine 91: 1068-1073
- Jensen, K. et al. 2018. Gender differences in obtaining and maintaining patent rights. Nature Biotechnology 4: 307-309
- Moss-Racusin, C.A. et al. 2012. Science faculty’s subtle gender biases favor male students. Proceedings of the National Academy of Sciences USA 109: 16477-16479
- Uscinski, J.E. & L.J. Goren. 2011. What’s in a name? Coverage of Senator Hillary Clinton during the 2008 Democratic Primary. Political Research Quarterly 68: 884-896
- Valentine, H.A. 2017. La ciencia tiene un problema de género. Investigación y Ciencia 487, 52
Sobre el autor
Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
1 comentario
[…] esta anécdota porque hace unos días, Eduardo Angulo escribía un artículo en el que hablaba precisamente sobre la manera de nombrar a mujeres y hombres desde el espacio […]