El desarrollo de la bioquímica a lo largo del siglo XX debe mucho a la figura de la norteamericana, de origen ruso, Sarah Ratner, que llegó a protagonizar importantes hallazgos relacionados con la salud humana y a desarrollar tecnologías que facilitaban la diagnosis de enfermedades, sobre todo en relación con el metabolismo del nitrógeno. Pero no lo tuvo fácil. Como tantas mujeres, sufrió la discriminación por razón de su género, aunque finalmente su valía quedó patente, como certifican los numerosos reconocimientos que tuvo en la última etapa profesional.

Sarah Ratner nació el 9 de junio de 1903 en Nueva York. Sus padres, de escasos recursos, habían migrado de Rusia a finales del siglo XIX. De religión judía, él era un lector empedernido de historia, literatura o filosofía, lo que seguramente influyó en su hija, la única de sus hermanos que quiso estudiar. Desde muy joven se sintió atraída por las ciencias y las matemáticas. Gracias a una beca, en 1920 logró ingresar como alumna de química en la Universidad de Cornell, abierta a las mujeres, aunque casi todos los alumnos eran hombres. Tímida por naturaleza, y marginada por su género, recordaría lo poco que pudo compartir con sus compañeros.
Tras graduarse, a los 21 años, dado que no le permitían quedarse en la universidad ni encontrar empleo en una industria, Sarah comenzó a trabajar en laboratorios hospitalarios que precisaban una química. Fundamental fue que el científico Hans Thacher Clarke, del Columbia University College of Physicians and Surgeons (P&S), la aceptara como alumna de doctorado. En los laboratorios, Sarah aumentó su interés por la química fisiológica; además, hizo trabajos de investigación, como cambiar las dietas de un niño para comprobar el impacto que la nutrición tenía en la orina. Eso atrajo a Clarke, un investigador ya conocido que se esforzaba en introducir la química orgánica en la medicina. La capacidad de la joven le dejó sorprendido en una entrevista-examen.
El científico no sólo le ayudó en su doctorado, sino que le proporcionó un trabajo a tiempo parcial en el departamento para que pudiera completarlo y la involucró en algunas investigaciones que tenía entre manos con otros colegas. Eran tiempos en los que todo lo que los químicos orgánicos sabían de las proteínas era que contenían aminoácidos, pero los ácidos nucleicos eran un misterio y la acción de las enzimas, un enigma. Tampoco se tenía claro ni la acción de las vitaminas ni de las hormonas.
En 1935, con 32 años, publicó el primer artículo en el que era autora única. Ya había colaborado en otro trabajo en 1930 con Raphael Kurzrok, cuando se descubrió un compuesto en el semen humano que podía producir contracciones uterinas, pero su nombre no figuró más que como una colaboración secundaria, aunque era tan autora como sus compañeros. En los siguientes trabajos ni siquiera la mencionaron.
Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando la ciencia de la bioquímica entró en una edad de oro que duraría varias décadas y en la que Sarah participaría de lleno. En 1953 se reveló la estructura de doble hélice del ADN (Rosalind Franklin, Francis Crick y James Watson) y comenzó el desarrollo de la biología molecular, en la que la bioquímica era fundamental.
Finalmente, en 1937 concluyó su tesis doctoral, centrada en química orgánica, un trabajo relacionado con la estructura de la penicilina. Ya desde finales de 1936, Sarah buscaba una plaza de investigación postdoctoral, pero ser mujer no se lo ponía fácil, así que tuvo que irse a investigar a un centro fuera de la ciudad, acompañada de su padre. Cuando éste falleció, regresó a Nueva York para cuidar a su madre, también anciana, con la fortuna de que fue llamada por Clarke para trabajar con Rudolf Schoenheimer, un académico que acababa de llegar a Estados Unidos huyendo de los nazis. Con David Rittenberg estaba iniciando un proyecto sobre el isótopo pesado del nitrógeno. Sarah se unió al grupo. Las técnicas con compuestos marcados con isótopos radiactivos que se utilizan para visualizar órganos, tejidos o procesos biológicos, fueron muy importantes para la bioquímica y Schoenheimer era un líder en ello.
El grupo del P&S fue pionero por su trabajo muy interdisciplinario, con físicos, químicos y bioquímicos. Sarah era la química orgánica. En 1939 ya firmaba como coautora con Schoenheimer descripciones sobre aminoácidos. Por desgracia, el alemán se quitó la vida en 1941. Fueron Rittenberg, Ratner y Clarke quienes acabaron su libro The Dynamic State of Body Constituents, un hito en la literatura bioquímica.
Con el Nobel Severo Ochoa
A partir de 1942, trabajó con David E. Green en el desarrollo de aminoácidos y enzimas, que despertaron su interés por la enzimología y el metabolismo del nitrógeno. En 1946, a los 43 años, Sarah fue contratada por el (futuro) Nobel español Severo Ochoa como profesora adjunta de farmacología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York. Finalmente, con él pudo emprender su propio camino científico. Un año después, publicó un breve y crucial artículo que marcó el inicio de su estudio exhaustivo de la biosíntesis de la urea, lo que la ocupó durante las siguientes cuatro décadas. Fue un comienzo tardío de sus propias investigaciones, sin duda, pero la llevó a conclusiones de gran calado. Cuando Ochoa asumió la jefatura del Departamento de Bioquímica y se trasladó a un nuevo edificio, Sarah prefirió incorporarse al Instituto de Investigación de Salud Pública de Nueva York, su lugar definitivo hasta que se jubiló.
Gran defensora de la enseñanza, sin embargo, siempre se sintió incómoda dando clase o como conferenciante. Su forma de hablar era pausada, reflexiva. Un colega le llegó a decir: «Sarah, siempre sé cuándo llamas a porque el teléfono suena más despacio». Enseño farmacología en Nueva York, aunque prefería trabajar en su laboratorio, sola o con un grupo reducido de personas, en experimentos que duraban mucho tiempo y sin gran interés en publicarlos con rapidez.
Se jubiló a los 89 años, en 1992, falleciendo el 28 de julio de 1999. Entre los reconocimientos que obtuvo figuran la Medalla Carl Neuberg otorgada por la American Society of European Chemists and Pharmacists (1959) y la Medalla Garvan-Olin concedida por la Sociedad Estadounidense de Química (1961). Fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias (1974), de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias (1974) y premio Freedman en Bioquímica, que concede la Academia de Ciencias de Nueva York (1975).
Referencias
- Ronald Bentley, Sarah Ratner (1903-1999), Biographical Memoir NAS 82, 2003
- Sarah Ratner, Wikipedia
- Eduardo Angulo, El caso de Rosalind Franklin, Mujeres con Ciencia, Vidas científicas, 9 mayo 2014
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.