La supuesta ventaja evolutiva de consumir alcohol

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Reconstruir nuestro pasado evolutivo siempre resulta una tarea fascinante. A los científicos nos apasiona identificar las piezas que configuran el inmenso y complejísimo puzle de la aparición de los Homo sapiens en el planeta. Pero siempre nos encontramos con el mismo problema: mientras que la evolución anatómica se va reconstruyendo con una cierta facilidad gracias a los restos óseos, ¿cómo hacemos para indagar en nuestro pasado conductual? Aquí la cosa se complica sustancialmente.

Conocer el comportamiento de nuestros antecesores es una tarea más incierta y mucho menos precisa. Los restos físicos que evidencian rituales o pautas de conductas complejas (como los enterramientos ceremoniales o el cuidado a los mayores) son realmente reducidos. La realidad es que la mayoría de preguntas de tipo etológico no disponen de “fósiles” que, a modo de respuestas, nos permitan leer cómo se comportaban las especies de nuestro linaje evolutivo.

Aquí entra en juego la enriquecedora participación de novedosas disciplinas de laboratorio. La bioquímica y la genética, por poner algunos ejemplos, nos han regalado resultados completamente inesperados.

Y les voy a contar una de las más relevantes de estas sorpresas: la que nos ha permitido plantear el hipotético uso del alcohol por parte de nuestros ancestros simiescos.

Dejamos de ser abstemios antes de lo que pensábamos

Hasta hace muy poco se pensaba que el etanol no formaba parte de la dieta paleolítica. Concretamente, se consideraba que su entrada en nuestra dieta en cantidades significativas sólo había podido producirse después de que los humanos comenzaran a almacenar excedentes de alimentos. Con el desarrollo de las primeras prácticas agrícolas y la entrada de los humanos en su etapa neolítica, se podría haber dado su ingesta accidental con la toma de frutos recolectados y almacenados que hubiesen entrado en proceso de fermentación.

Posteriormente, y una vez valorados convenientemente sus “sorprendentes efectos”, ya se podría haber planificado de forma intencionada su consumo voluntario buscando la sensación de embriaguez. Por tanto, estaríamos hablando de unos 10 000 años atrás como máximo, con ligeras variantes según los continentes (dado que la agricultura fue un descubrimiento convergente en diferentes zonas del planeta y no necesariamente simultáneo).

Sin embargo, un descubrimiento genético cambió por completo esta hipótesis.

Lo que sugirió la paleogenética

Lo primero que hay que considerar es que el alcohol etílico (el etanol) es un alcohol que, si bien tiene efectos psicoactivos inmediatos y puede ser causa de importantes desperfectos en nuestra salud, es el menos tóxico de todos los alcoholes. Se debe a que los humanos disponemos de una variante proteínica capaz de metabolizarlo de forma muy eficiente. Se trata de la isoenzima alcohol deshidrogenasa de clase IV (ADH4), una adaptación molecular que permite el paso de etanol a acetaldehído (que después pasará a acetato y, de ahí, a CO₂ y agua).

Esta isoenzima se suponía específica de nuestra especie. Sin embargo, se ha descubierto que la capacidad de metabolizar el etanol es mucho más antigua (varios órdenes de magnitud temporal). De hecho, nos tenemos que remontar 10 millones de años atrás. Consecuentemente, la ADH4 “digestiva” estaría ya presente en nuestro ancestro común con los grandes simios africanos, lo que implica que la capacidad de metabolizar el etanol ya era factible muchísimo antes de la aparición de los humanos.

El “bar” prehistórico

Nuestros simiescos antepasados podían pues, consumir alcohol. Pero… ¿dónde estaba el “bar”?

Pues, por todos lados, porque la fuente natural de etanol son los frutos silvestres. Esto significa algo trascendental: cualquier organismo con adaptaciones para la explotación de alimentos etanólicos tendría acceso a un nuevo nicho alimenticio y a reservas energéticas inaccesibles para especies carentes de esta capacidad bioquímica.

Este auténtico “chollo evolutivo” podría haber sido trascendental en la historia de nuestro linaje. Tanto que algunos autores lo han relacionado, directamente, con el aumento de las posibilidades de supervivencia de nuestros antecesores cuando bajaron de los árboles.

El etanol hace más sociables a los chimpancés y reduce su estrés

¿En qué medida consumir alcohol supone una ventaja evolutiva? En las frutas existe etanol pero a concentraciones muy bajas. Esto significa que humanos, gorilas y chimpancés, gracias a la posibilidad bioquímica de metabolizar el etanol presente en la fruta en fermentación, habrían heredado de su antiquísimo antecesor común la capacidad adaptativa de un “consumo saludable del alcohol”.

No obstante, conforme va madurando la fruta, la fermentación de sus azúcares aumenta la concentración etanólica, llegando a ser muy elevada en las frutas podridas. Pero la predilección de los animales frugívoros a las frutas maduras (ojo, que no podridas) hizo que, en principio, el “voluntario” consumo de alcohol se asociase exclusivamente a la especie humana.

Sin embargo, un nuevo hallazgo en el Parque Nacional Cantanhez (Guinea-Bissau) ha constatado cómo los chimpancés ingieren repetidamente frutos casi podridos de Treculia africana, donde las concentraciones de etanol son muy elevadas. Además, comparten con sus congéneres estas frutas en rituales que sugieren que el intercambio y la incorporación dietética de etanol (al igual que otros ritos como el acicalamiento) contribuyen a disminuir los niveles de estrés y activar el sistema de endorfinas del grupo. Esta promoción de la relación y del compartir pueden haber desempeñado un papel importante en los sociedades de los hominoides.

La amplia oferta alcohólica de los humanos

Los humanos dimos un paso más al encontrar rentabilísimas formas artificiales de aumentar exponencialmente la disponibilidad de alcohol.

Desde tiempos remotos, nuestras sociedades se las han ingeniado para desarrollar métodos de destilación de los frutos y granos de lo más variopinto. Y no sólo lo han hecho diversificando extraordinariamente la oferta de vinos, cervezas, licores y aguardientes disponibles, sino llegando a unos extremos de sofisticación que hacen perder la cabeza (y la cartera) a más de uno.

Esta oferta alcohólica a voluntad supuso la posibilidad, no “prevista” evolutivamente, de transformar los presuntos beneficios nutricionales y sociales del etanol en una acumulación tóxica de acetaldehído que hace que, aún sin saber de su existencia, maldigamos la poca eficiencia de nuestra alcohol deshidrogenasa de clase IV.

Téngalo en cuenta si quiere evitar una demoledora resaca.The Conversation

Sobre la autora

A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.

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