Sandra Harding (1935-2025): la filósofa que defendió la importancia de un punto de vista feminista en el conocimiento

Vidas científicas

Sandra Harding, CC BY.

El pasado 6 de marzo, a pocos días de cumplir 90 años, murió la investigadora estadounidense Sandra Harding (1935-2025). Filósofa, epistemóloga y, sobre todo, feminista, una de sus aportaciones más conocidas es la llamada “teoría del punto de vista”, que defiende la importancia de que las personas pertenecientes a grupos oprimidos participen también en el conocimiento.

Sandra Harding se graduó en la Universidad de Rutgers (Estados Unidos) en 1956. Tras 13 años desempeñando diversos trabajos se doctoró por la Universidad de Nueva York en 1973. Después de un breve paso por la Universidad Estatal de Nueva York en Albany, en 1979 se trasladó a la Universidad de Delaware, al Departamento de Filosofía y al Programa de Estudios de las Mujeres (luego también en el Departamento de Sociología).

En 1996 obtuvo la cátedra y durante los períodos de 1985–1991 y 1992–1993 dirigió el Programa de Estudios de las Mujeres de esa universidad. Trasladada a la Universidad de California en Los Ángeles, allí fue profesora de Filosofía y de Estudios de las Mujeres (1994-1996) y directora del Centro de Estudios de la Mujer (1996-2000).

Los trabajos de Sandra Harding se han centrado en la filosofía de la ciencia y la epistemología –el estudio del conocimiento– feministas. En este terreno, una de sus aportaciones es la denominada “teoría del punto de vista feminista”, desarrollada en numerosos artículos y libros y por la que obtuvo múltiples reconocimientos. Dicha teoría se basa en tres tesis:

  1. La tesis del conocimiento situado.
  2. La tesis del privilegio epistémico.
  3. La tesis de que la ciencia y la tecnología tienen implicaciones políticas.

El conocimiento depende del contexto

El conocimiento siempre es situado porque se da dentro de un contexto, ya sea socioeconómico, antropológico, intelectual, histórico o cultural.

Según esta tesis, quiénes somos tiene una importancia central para el conocimiento porque nuestro lugar en la sociedad –ya sea en cuanto a género, raza u otros– delimita y da forma a las experiencias que tenemos.

Se puede entender que la posición de Harding es, en cierta medida, empirista, ya que la justificación de nuestras creencias tiene por base la experiencia. Pero como nuestro conocimiento está limitado y definido por nuestra posición social, ésta desempeña un papel muy importante. Aquí interviene otra tesis: la del privilegio epistémico.

La ventaja de contar con los grupos oprimidos

La tesis del privilegio epistémico sostiene que los grupos oprimidos tienen el potencial de interpretar los fenómenos desde puntos de vista de los que carecen los grupos dominantes.

Esta tesis afirma que las comunidades que incluyen miembros de los grupos oprimidos tienen ventajas epistémicas para detectar los sesgos que se ocultan en el conocimiento. Por su posición social, es probable que hayan vivido experiencias útiles para identificar problemas de fondo.

Quienes están en posiciones dominantes solo han vivido experiencias moldeadas por su posición de dominio. Por el contrario, las personas pertenecientes a grupos en posiciones subalternas se ven obligadas a entender la perspectiva hegemónica a la vez que desarrollan su punto de vista en el seno de la comunidad.

La ciencia no es neutral

El punto de vista no lo adquiere cada individuo concreto, sino las comunidades. Intercambiar y compartir experiencias da a los integrantes del grupo herramientas para interpretar la realidad de una manera completa, que no se alcanza a comprender solamente con experiencias propias.

Un ejemplo de esto podría ser un grupo organizado de víctimas de violencia de género. Al escuchar vivencias de las compañeras, una persona es capaz de identificar patrones y mecanismos imposibles de imaginar en el caso aislado de una misma.

Una comunidad tendrá mayor privilegio epistémico cuanta mayor diversidad haya en ella. Además, los miembros de la comunidad compartirán un compromiso normativo sobre el objetivo de la investigación. En esta se involucran siempre los valores no estrictamente cognitivos, políticos, etc. Esta idea rechaza la concepción clásica de objetividad y la neutralidad valorativa de la ciencia.

En busca de una “objetividad fuerte”

Entonces, ¿cómo lograr la objetividad, si no queremos que todo valga? Harding rechaza el concepto tradicional de objetividad porque ha permitido que se llevasen a cabo estudios que, aun conteniendo sesgos sexistas y androcéntricos, eran considerados “buena ciencia”.

Su propuesta es el concepto de “objetividad fuerte”, y lo denomina así porque, en realidad, refuerza los estándares clásicos de objetividad. Como ella misma dice en Objectivity and Diversity (2015):

La necesidad de una objetividad fuerte surge cuando las comunidades de investigación existentes son demasiado homogéneas y están demasiado aisladas de las tendencias sociales prodemocráticas. La investigación que parte de fuera de esas comunidades homogéneas puede estar dirigida por compromisos sociales y políticos progresistas y, debido a las limitaciones de las comunidades científicas existentes, puede maximizar la objetividad de forma más eficaz que las comunidades existentes, supuestamente libres de valores.

Quizás esta sea una de las razones por las que se dedicó también a los estudios poscoloniales, cuestionando la perspectiva occidental de la ciencia, la filosofía y los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. En este sentido, contribuyó a crear la revista Tapuya: Latin American Science, Technology and Society y a asesorar a diversas instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Organización Panamericana de la Salud.The Conversation

Sobre la autora

Eulalia Pérez Sedeño, Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.

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