Jenara Vicenta Arnal, la pionera química hija de un jornalero

Vidas científicas

Nacer en casa de un jornalero aragonés a principios del siglo XX y llegar a ser una gran científica, además de una maestra de generaciones de mujeres, son algunos de los logros de Jenara Vicenta Arnal Yarza a lo largo de su vida. De origen humilde, Vicenta, como la llamaban, demostró un tesón admirable para avanzar en las tinieblas de un territorio en el que las mujeres de clase baja, como ella, tenían delante el inmenso muro de discriminación social y de género. Ella lo salvó y se convirtió en una química experta en cuestiones tan complejas como las oxidaciones por flúor o la electrolisis, el proceso eléctrico que separa los elementos de un compuesto. Pero más allá de sus investigaciones, su figura destaca por su afán de innovar en la enseñanza de cuantas jóvenes pasaron por sus aulas, a quienes inculcaba su pasión por la ciencia.

Jenara Vicenta Arnal Yarza.

Vicenta nació el 19 de septiembre de 1902 en Zaragoza, en el seno de una familia humilde que logró que sus hijos salieran de la pobreza gracias a la educación. Su padre era jornalero (después sería reparador de pianos) y su madre ama de casa. La pareja tuvo tres hijos: Pilar llegó a ser una reconocida pianista; Pablo catedrático de Física y Química en el CSIC; y la mayor era nuestra protagonista, que se ocupó de sus hermanos a la muerte de sus padres. En 1910, cuando la ley del Conde de Romanones facilitó que las niñas pudieran matricularse, sus padres no dudaron en apuntarla al colegio. Encantada con los estudios, se decidió por hacer Magisterio en la Universidad de Zaragoza, donde consiguió el título en 1921. Pero quería seguir y se sintió inclinada por las ciencias, así que comenzó a estudiar Química, obteniendo un expediente espectacular. En 1929, se convertiría en la primera mujer en España que alcanzaba el grado de Doctora en Ciencias Químicas. Todo un hito en aquellos tiempos.

Para entonces ya llevaba unos años investigando en los laboratorios de Química de su universidad, trabajos que continuaría en otras instituciones más adelante, dentro y fuera del país. Fue en 1930 cuando, gracias a una beca, salió por vez primera de España para investigar sobre electroquímica en Suiza y Alemania durante unos meses. Además, era tal el nivel de su expediente que a los 27 años ya se convirtió en miembro de la Sociedad Española de Física y Química, donde tuvo ocasión de conocer en directo a la Premio Nobel Marie Curie durante una visita a España.

Aquellos fueron años de mucho trabajo científico. En los laboratorios de Basilea (Suiza) investigó sobre la obtención electrolítica de los persulfatos de cinc y lantanos y sus resultados fueron publicados en la revista ‘Chimica Acta’ de aquel país. También comenzó a trabajar sobre oxidaciones químicas por la acción del flúor, tanto allí como más tarde en Dresde (Alemania), después de conseguir ampliar la anterior beca. En 1933, colaboraba en la sección de Electroquímica del Instituto Nacional de Física y Química de Madrid. De hecho, fue la investigadora que publicó un mayor número de trabajos en la sección de Electroquímica, once en total.

Pero se había alejado de la universidad. Prefería la docencia en institutos de Secundaria, así que se presentó a oposiciones a la cátedra en Física y Química para este nivel educativo. Como no podía ser menor, aprobó con solo 28 años, siendo la tercera mujer en conseguirlo en la historia. Primero estuvo la enviaron como interina en un instituto de Barcelona y más adelante se le adjudicó Bilbao, aunque no llegó a dar clase allí porque estaba adscrita al Instituto Velázquez de Madrid, como ella quería.

La Guerra Civil la pilló en la capital, donde pasó un tiempo tratando de mantenerse al margen de vaivenes políticos en los que nunca quiso meterse. Finalmente, tras un corto periodo en Francia, volvió ya con la dictadura en el poder. Era un momento en el que el Ministerio de Educación Nacional necesitaba ocupar cátedras en sus institutos de enseñanzas medias, así que Vicenta no tuvo excesivos problemas para obtener una plaza de docente en el femenino Instituto Beatriz Galindo de Madrid, justo lo que quería. No obstante, tuvo abierto un expediente de depuración y debió defenderse de acusaciones de confraternización con el bando republicano o con el Frente Popular. Ella siempre adujo que lo suyo era la ciencia y la pedagogía y, aunque simpatizaba con ideas progresistas y admiraba la labor de la Institución Libre de Enseñanza, se cuidó mucho de desvelarlo en los interrogatorios.

En los años siguientes siguió compaginando docencia e investigación, en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), creado por Franco en 1939 como heredero de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas.

Ángela García de la Puerta y Jenara Vicenta Arnal Yarza.

Un importante acicate a su carrera fue asistir, en 1947, al Primer Centenario de la Royal Society en Londres y otro más lograr permiso para ir en “misión pedagógica” a Japón, como representante del CSIC, para conocer sus métodos de enseñanza. En ese viaje de dos años hizo gran amistad con la familia de Gonzalo de Ojeda, embajador español en el país asiático. De pequeña de estatura, rubia, con una mentalidad abierta y muy inteligente, recordarían que les llamaba la atención por su gran sentido del humor, su aplomo y un instinto maternal que se manifestaba al proteger a los que estaban a su alrededor. Más adelante también fue a Holanda, Inglaterra o Francia para aprender de innovadores métodos pedagógicos.

Una docente innovadora

Para Vicenta Arnal, el aprendizaje de las ciencias de la naturaleza era fundamental como disciplina mental si incluía la experimentación y la observación directa. Defendía que una enseñanza muy formal podía ser aburrida para el alumnado, además de limitar las experiencias personales y fragmentar contenidos de forma inconexa. Como pedagoga consideraba que hasta los 12 años había que facilitar las experiencias prácticas. En esa línea, a las niñas del Beatriz Galindo las trataba de atraer a la química mostrándoles sus aplicaciones en el hogar, consciente de que pocas seguirían sus pasos científicos. Pero no dudaba de que la capacidad intelectual era idéntica en ambos géneros. Era cuestión social. En definitiva, Vicenta era contraria a la educación basada solo en la memoria, que era lo común, porque creía que ahogaba la curiosidad.

Debido a su gran experiencia como gestora y vicedirectora del Beatriz Galindo, en 1955 fue elegida directora del centro por delante de dos catedráticos masculinos. Tres años después también fue nombrada presidenta del Tribunal que debía juzgar las pruebas del curso de capacitación del profesorado de Enseñanzas del Hogar, que realizaba la Sección Femenina de la Falange tradicionalista y de las Johns.

Su vida intensa en el ámbito cultural, docente y científico se truncó cuando sufrió un derrame cerebral mientras estaba trabajando en su despacho del instituto que acabó con su vida el 27 de mayo de 1960. Tenía 57 años de edad. Tras su fallecimiento, el Ministerio de Educación le concedió la Orden de Alfonso X el Sabio.

En sus últimos años, dejó varios libros de divulgación científica, como Física y química de la vida diaria (1954), Química en acción (1959) y Lecciones de cosas (1958). Tras su muerte, el embajador que la conoció, Gonzalo de Ojeda, instituyó el Premio Vicenta Arnal, que distinguía a los mejores alumnos y alumnas con la cantidad de dinero suficiente para matricularse en la universidad.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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