La abeja maya y su protectora, Leydy Pech

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Para los mayas, la abeja de la miel es más que un insecto. Durante milenios han venerado a la especie Melipona beecheii, sin aguijón y mucho más pequeña que Apis mellifera, la abeja común europea. Allí la llaman xunáan kab, «señora abeja». Hace sus colmenas dentro de troncos huecos y se encuentra principalmente en la Península de Yucatán, en México.

Mujeres entregadas a la meliponicultura

Melipona beecheii.

En la comunidad de Ich Ek, un municipio de Hopelchén, en el estado de Campeche, al sur de México, un grupo de mujeres rescataron una práctica que ya realizaban los antiguos mayas pero que se estaba perdiendo en su territorio: la crianza de la xunáan kab para producir miel. Para elaborar esta miel, las abejas salen cada mañana por las grietas estrechas de los troncos huecos y buscan polen y néctar entre las flores del bosque, que está reduciendo sus límites por la cantidad ingente de cultivos cada vez más industrializados. Por esta disminución de la superficie de los bosques y por un famoso herbicida que luego veremos, la abeja sagrada de los mayas lo tiene cada vez más difícil. Ante esta situación, Leydy Pech, una apicultora muy comprometida con su tierra, denunció las consecuencias ambientales, sociales y culturales que estaba provocando el avance de la agroindustria. Lideradas por Leydy, las mujeres de varias comunidades de Hopelchén decidieron organizarse: formaron el Colectivo Apícola de los Chenes que después cambió su nombre a Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes. Al principio entre 2008 y 2009, se reunían para evaluar los cambios en toda la geografía de su entorno debido a los extensos monocultivos. Pero todo se aceleró en 2012 cuando el gobierno mexicano, sin consultar previamente a las comunidades indígenas, dio permisos a la empresa Monsanto para la siembra de soja transgénica. Las semillas y los herbicidas se estaban utilizando en los terrenos agrícolas de Hopelchén y eso afectaba negativamente a la biodiversidad, contaminaba las fuentes de agua y provocaba daños en la salud. La soja estaba diseñada genéticamente para resistir altas dosis del controvertido herbicida Roundup cuyo componente principal es el glifosato. Múltiples estudios demostraron que la exposición a este ingrediente perjudicaba a las abejas, e incluso era capaz de alterar el comportamiento y cambiar la composición del microbioma intestinal de los animales.

La soja se autopoliniza y no depende de los insectos, pero las abejas buscan alimento y recolectan néctar y polen a medida que avanzan. Al poco tiempo de cultivar la soja, las apicultoras mayas observaron que, además de estar desorientadas, sus abejas morían en grandes cantidades. El modo de vida de muchas familias estaba en peligro, los conocimientos sobre meliponicultura también y su identidad como pueblo se diluía, así que emprendieron la lucha y Leydy Pech entró en escena.

«Las mujeres del colectivo plantearon temas como el respeto al territorio y a la cultura», dice Irma Gómez, ingeniera agrícola e investigadora que lleva tiempo acompañando a las comunidades mayas. También señala Naayeli Ramírez, asesora legal del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, que «el colectivo logró dar el salto hasta hacerse oír gracias al liderazgo de muchas mujeres, entre ellas Pech».

Leydy Pech, la guardiana de las abejas

Esta apicultora maya tradicional de la pequeña ciudad de Hopelchén en Campeche había reivindicado desde siempre la agricultura sostenible y la integración del conocimiento indígena en las prácticas actuales. La brutal amenaza a sus xunáan kab puso en marcha a la feroz activista que llevaba dentro. Lideró un ataque al programa Monsanto en múltiples frentes: indignación legal, académica y pública, incluida la organización de protestas en zonas mayas asentadas desde siglos. La clave del argumento legal de Pech y sus aliados fue que el gobierno había transgredido su propia ley al no consultar con las comunidades indígenas antes de otorgar el permiso a Monsanto. En 2015, la Corte Suprema de México le dio la razón por unanimidad. Dos años después, el gobierno revocó el permiso para plantar la soja.

Pech dice que no sólo se trataba de proteger a la abeja sagrada. El objetivo era preservar ecosistemas enteros, proteger a las comunidades que dependen de ellos y sostener un modo de vida cada vez más amenazado por el aumento de la agricultura industrial, el cambio climático y la deforestación. «Como las abejas dependen de las plantas del bosque para producir miel, entonces, menos bosque significa menos miel, lo que se traduce en menos dinero para las familias que crían abejas. Su matanza ha provocado mucha pobreza en nuestras comunidades», dijo Pech en el programa de la radio pública estadounidense Living on Earth en 2021.

El triunfo de muchas mujeres

En 2020, Pech recibió el Premio Ambiental Goldman, a veces llamado el «Nobel Verde», por su lucha en la protección de las abejas, de la salud de su comunidad y de su tierra.

Leydy Pech. Goldman Environmental Prize.

Ahora usa su voz para defender causas ambientales en todo el continente americano y enfatiza que la batalla no ha terminado. «Este premio es un reconocimiento al trabajo colectivo que se ha hecho en Hopelchén; es también una gran responsabilidad y un compromiso por continuar, porque hemos logrado varias cosas, pero aún nos falta mucho por hacer», dice Leydy Pech. Es comedida al mostrar su felicidad por el galardón; en sus palabras no hay aspavientos; en su voz no hay prisa ni titubeos. En sus frases predomina el plural. Pech, que se considera una apicultora «ancestral», dijo a Living on Earth: «Estas luchas son largas y generacionales. Y es nuestra responsabilidad involucrar a nuestros hijos y nietos en este compromiso. Porque al final, tener una tierra propia es tener un sentido de pertenencia».

Leydy Pech es una mujer analítica, que apuesta por el diálogo, empática y que no busca ni protagonismo ni conflictos. También tiene una gran capacidad para transformarse, adaptarse, aprender para mejorar y afrontar sus miedos para priorizar las acciones eficaces.

Pech no se ve como «líder» o «activista». No se sentía cómoda con la definición de defensora ambiental. «A mí, como mujer, me han enseñado a cuidar, a proteger», dice. Por eso, cuando observó cómo se estaba perdiendo el entorno que amaba, eso que formaba tanto su territorio como su identidad, tomó el camino de la lucha como algo natural e inevitable.

Leydy Pech y sus compañeras mayas protectoras de las meliponas abrieron nuevos caminos: no solo visibilizaron la importancia de conservar a una abeja nativa, también demostraron que ellas, no sus esposos, hermanos o padres, podían crear una organización, llamada Koolel-Kaab Muuch Kambal, para hacer que su voz se escuche y desarrollar sus propios productos de agricultura orgánica. Leydy Pech reconoce que «no ha sido nada fácil abrir esas brechas. Porque una empieza a romper roles en la propia familia y en la comunidad para impulsar cambios. Y eso cuesta».

Entre las mujeres mayas que, junto con Pech, asumieron la defensa de su territorio están Angélica Ek, Alicia Poot, Andrea Pech Moo, Juanita Keb, Socorro Pech, Hilda Chávez, Guadalupe Correa, Cándida Che, Teresa Lugo, Martha Trejo, Consuelo Tec, Gina Naal, Ana Pech Nal, entre otras. Todas ellas se vieron a sí mismas desde un punto de vista diferente en un contexto que retaba continuamente la confianza en sus acciones.

Todavía queda mucho por lo que luchar

En menos de 15 años se han perdido grandes espacios de selva que teníamos y donde escuchábamos a los pájaros, veíamos las plantas y a las abejas pecoreando; una sentía el olor de las flores. Todo eso ya no está cerca; ahora está cada vez más lejos. Yo lo pude ver, pero las nuevas generaciones ya no lo tienen tan a mano…

La ganadora del Premio Goldman confiesa que se identifica con las abejas, porque también necesita las plantas, un territorio preservado de daños para mantener su identidad.

En las últimas dos décadas, la selva maya ha perdido territorio no solo por el avance de los inmensos monocultivos. La Península de Yucatán ha sido invadida por proyectos que van desde la instalación de granjas porcinas (en México hay 257, 43 de ellas dentro de áreas naturales protegidas), parques eólicos, granjas solares e instalaciones turísticas. En estos años Leydy Pech está viendo cómo se utiliza el discurso del «desarrollo» para impulsar megaproyectos agroindustriales, turísticos o de infraestructura. Los proyectos eólicos, de extractivismo, de agroindustria, de turismo, etc. no son proyectos que favorezcan el desarrollo de las poblaciones indígenas. Por el contrario, provocan desequilibrio, más pobreza y la pérdida de conocimientos ancestrales.

«Todos estos desajustes se deben a un modelo de desarrollo impuesto por los gobiernos y las empresas. Los pueblos indígenas, los pueblos originarios, somos los que pagamos el costo más alto de ese modelo», dice Leydy. Su determinación para que se cumpliera la ley, el éxito de un proceso contra una empresa tan potente que tiene sus semillas por todo el planeta, así como sentar el precedente legal que ayudará a otros pueblos indígenas, no son cuestiones anecdóticas. Aún sigue vigente en el pensamiento colectivo la imagen de la pequeña mujer que consigue vencer al gigante. Sin embargo, las mujeres que logran sus objetivos, incluso cuando tienen que bregar con grandes organismos, son mujeres inteligentes que persiguen lo que es justo por dignidad y por ley; no son pequeñas ni admiten paternalismos que denotan misoginias mal disimuladas. son mujeres que resuelven, que comparten perspectivas con aliadas y aliados que se suman a su causa y que buscan la mejor solución. Tienen claro lo que quieren y, sobre todo, como en el caso de Pech, tienen claro lo que quieren para los suyos.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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