Irene Manton frente a un nuevo horizonte científico (3)

Vidas científicas

Hemos dedicado dos entradas anteriores a la excelente científica británica Irene Manton (1904-1988). En este tercero y último post, haremos referencia a su retiro como profesora de la Universidad de Leeds y al desarrollo de la última etapa profesional en la vida de tan singular investigadora.

Irene Manton.

El 30 de septiembre de 1969, tuvo lugar un abrupto final para Irene Manton cuando se vio obligada a retirarse de la Universidad de Leeds a la edad de 65 años. Su completa dedicación a la vida universitaria, ha relatado el profesor de la Universidad Birmingham, Barry Leadbeater, explica que tal hecho constituyó un momento de crisis para la científica. «El cambio fue difícil para Irene porque ella no había planeado su retiro y le resultó imposible encontrar algún placer en abandonar todo en lo que había estado trabajando por más de 23 años». No obstante, continúa Leadbeater, «tan lamentable situación pudo salvarse porque Irene rápidamente superó la tormenta y se labró una nueva vida por sí misma».

Consideró, con muy buen criterio, que la experiencia alcanzada con el uso del microscopio electrónico sería sumamente válida para estudiar el nanoplancton, esto es, el componente microscópico más pequeño como bacterias o algas unicelulares, que forman parte de los microorganismos que flotan en aguas saladas o dulces, hasta aproximadamente los 200 metros de profundidad. Sin dudarlo y con sorprendente energía, la científica comprendió que ante ella se abría una nueva senda que explorar.

La tercera fase en la carrera investigadora de Irene Manton

Desde el siglo XIX se conocía, o intuía, la existencia del nanoplancton, aunque su descripción generalmente encontraba serias limitaciones debido a que los detalles específicos necesarios para su identificación eran demasiado pequeños. En este aspecto, el microscopio electrónico representaba una herramienta muy prometedora, ya que podría proporcionar precisamente aquellos detalles que faltaban.

El nanoplancton no era un tema totalmente nuevo para la avezada investigadora, ya que había llamado su atención desde los trabajos que realizó con la experta en algas Mary Parke (1908-1989). A comienzos de la década de los setenta, Manton dio los primeros pasos sobre su nueva investigación viajando a prestigiosas estaciones marinas con el fin coleccionar nanoplancton in situ. Según ha descrito su colega, el profesor de botánica de la Universidad de Leeds Reginald D. Preston, Manton no dudó en emprender numerosas y arduas expediciones de recolección.

Pese a que ya contaba con cerca de 70 años de edad, la investigadora visitó estaciones marinas de lugares muy apartados, pues su acceso requería extensos periplos. Dada su reconocida personalidad, donde quiera que Manton acudía era bien recibida e invariablemente se le solicitaba que impartiera alguna conferencia o charla; actividad que ella solía realizar con gran satisfacción.

Una de sus primeras visitas fue al Ártico, concretamente a Groenlandia, entre junio y julio de 1972. Viajó acompañada de Joan Sutherland, profesora del departamento de biología de la Universidad de Carleton, Otawa, Canadá; juntas recolectaron diversas muestras. De regreso, estudiaron meticulosamente con el microscopio electrónico el material recogido. Los resultados los publicaron en 1975, en un artículo donde describían cuatro nuevas especies de nanoplancton.

Otro importante viaje con finalidad recolectora, lo realizó también en 1972 a Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Esta vez estuvo acompañada por el científico Ken Oates. En el verano del año siguiente, Manton retornó a Canadá y, nuevamente en compañía de Joan Sutherland se abrieron camino hasta la costa oeste de la Bahía de Hudson. En la región ártica de este país, la visitante británica contó, además, con el apreciable apoyo de la doctora Margaret McCully (1942-2017), destacada profesora de biología vegetal en la Universidad de Carleton.

El último viaje de recolección que emprendió Irene Manton tuvo lugar en 1977, siendo el destino las Islas Galápagos. En esta ocasión Joan Sutherland y Margaret McCully también formaban parte del equipo que realizó la expedición en busca de más ejemplares de nanoplancton.

Composición con algunas imágenes de nanoplancton. Fuente: Wikimedia Commons.

Es importante tener presente que observar la ultraestructura del nanoplancton requiere la preparación de las muestras siguiendo una compleja metodología. Irene Manton fue capaz de superar numerosas dificultades técnicas y conseguir preparaciones que proporcionaran imágenes precisas y nítidas. De hecho, tomó cientos de micrografías (fotografías al microscopio electrónico) de gran calidad, que resultaron muy útiles para ampliar los conocimientos sobre el mundo de los organismos microscópicos.

Dado que Irene Manton ya no disponía de un laboratorio propio, las valiosas muestras obtenidas durante sus expediciones fueron analizadas en distintos centros de Gran Bretaña donde contaba con colegas que la recibían con notable respeto y cariño. Leadbeater ha detallado que la mayoría de esos trabajos de identificación fueron realizados en laboratorios de Nottingham y de Lancaster.

A partir del profuso material recolectado y minuciosamente estudiado, la científica concluyó que gran parte de las especies de nanoplancton detectadas estaban presentes en localidades muy distantes, lo que significaba que probablemente los endemismos eran escasos y, por lo tanto, su distribución era universal. Por ejemplo, al encontrar las mismas especies en el Canadá ártico que en las costas de Sudáfrica, la investigadora supuso, según apunta Preston, que estos microorganismos se habían arrastrado por el fondo marino desde un sitio al otro para evitar las aguas de superficie cálidas de los trópicos.

Manton recolectó y describió numerosas especies, muchas de las cuales hasta entonces estaban sin registrar o apenas eran conocidas. Con sus novedosos datos generó abundante conjunto de evidencias sobre la ultraestructura comparada de estos microorganismos. La intención subyacente era establecer las relaciones filogenéticas, esto es de parentesco, entre las especies e intentar desenmarañar su historia evolutiva. Para tal fin combinó el uso del microscopio óptico y del electrónico, logrando definir con acertada precisión su morfología tridimensional, tarea que otros autores no habían conseguido realizar. Ella incluso fue capaz de corregir y aclarar numerosos errores registrados en la bibliografía especializada.

Irene Manton publicó, como resultado de todo ese trabajo de recolección y descripción, un total de 29 artículos, muchos de los cuales contenían cuidadas descripciones de nuevas especies raras. El conjunto de esta investigación, ha anotado Leadbeater, constituye un valioso testimonio de su ingenio y capacidad, física y técnica, y tuvo el inmenso mérito de enriquecer los escasos conocimientos sobre el nanoplancton disponibles con anterioridad.

El amplio reconocimiento a una vida dedicada a la investigación

Irene Manton recibió numerosas distinciones, premios y doctorados honorarios, tanto nacionales como internacionales; a título de ejemplo, aquí incluiremos algunos de los más destacados. Entre los primeros, cabe citar que en el año 1954 fue nombrada miembro de la Real Academia Danesa de las Ciencias y las Letras. Unos años más tarde, en 1959, recibió la valorada Medalla de Oro de la Linnean Society de Londres, y con posterioridad, entre los años 1973 y 1976, fue elegida presidenta de esta importante sociedad, siendo la primera mujer que ocupaba tal cargo desde que la institución se fundó en 1788. Además, tras su muerte, la Linnean Society creó el premio Irene Manton que anualmente se concede a la mejor tesis doctoral de botánica. En los años siguientes, varias universidades le concedieron un doctorado honorario.

Irene Manton. Fuente: Research Gate.

Cabe apuntar también que en 1961 Irene Manton fue elegida miembro de la Royal Society of London, el máximo galardón al que un científico o científica puede aspirar en el Reino Unido; en este caso, tenía un valor añadido, ya que formar parte de esta sociedad era un privilegio normalmente reservado a los hombres. Otro destacado honor fue que la eligieran miembro de la acreditada Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. La científica, por su parte, siempre mostró en un sincero agradecimiento ante la larga lista de premios y honores recibidos.

Según las personas próximas a Irene Manton, a finales de 1987, parecía por primera vez haber perdido su entusiasmo por completar los artículos que tenía pendientes. A comienzos de 1988 se la veía ya muy debilitada, y tuvo que acudir dos veces al hospital. Finalmente, tras una corta enfermedad, falleció el 31 de mayo de 1988. La comunidad científica se hizo eco de su muerte con numerosos y sentidos obituarios homenajeando su vida y logros.

Algunas reflexiones de Barry Leadbeater, destacado biógrafo de Irene Manton

El citado profesor de la Universidad de Birmingham, Barry Leadbeater, ha señalado que, «pese a que Irene escribió más de 170 artículos científicos, un libro y muchas publicaciones generalistas, en ningún momento trató de hacer un resumen del trabajo de su vida […]. Cuando murió dejó gran cantidad de literatura suelta». Tras una cuidada recopilación de ese material disperso, el científico apuntaba en la biografía de la científica que publicó más tarde que «no cambié de opinión sobre Irene Manton, fue realmente una mujer excepcional; sin embargo, me quedé sorprendido por la amplitud de su intelecto y la profundidad de su humanidad. Ningún periodo de su vida carece de interés».

En relación a la vida personal de la investigadora, el biógrafo señalaba que «en los archivos familiares no encontré indicios de que Irene hubiera tenido alguna relación sentimental […]. A medida que su carrera se fue desarrollando, su círculo de colegas, amigos y antiguos alumnos formaban una especie de familia adoptiva dispersa […]. Fue una mujer franca y directa, lo que tenía ventajas y desventajas. La mayor parte de sus colegas y amigos experimentaron en algún momento la agudeza de su lengua, en ocasiones podía ser ruda y hasta desconsiderada».

Con respecto a sus exigencias en el momento de publicar, Leadbeater atestigua que «no era raro que mantuviera batallas con editores de revistas que habían tenido la osadía de pedirle cambios en sus artículos. Al respecto, un editor confesaba que “su trabajo usualmente es tan bueno que uno debe aceptar un montón de dificultades por el bien de publicar de la manera que ella quiere”».

Por su parte, Leadbeater ha expuesto que «la vida de Irene refleja sin duda, que poseía una gran capacidad de liderazgo […]. Su larga carrera investigadora, desde los mismos comienzos mostró una serie de rasgos inconfundibles. Era una trabajadora incansable en la búsqueda de pruebas observables. Era exigente con todo el mundo sin importarle cuál fuera su estatus. Su trabajo fue siempre de primer nivel […]. Llevó gran distinción a la Universidad de Leeds y tuvo la capacidad de colaborar con numerosos colegas académicos».

El biógrafo ha subrayado asimismo que algunas de las batallas más agrias de Manton fue la que tuvo con las autoridades de Leeds, y destaca sobre todo un importante incidente ocurrido en 1983. «Cuando Irene ya era profesora emérita y llevaba oficialmente retirada 14 años, se puso de manifiesto el abismo que existía entre su talento y la naturaleza carente de imaginación de las autoridades de la Universidad».

Al respecto, Leadbeater ha recalcado que el 10 de octubre de 1983, «la estadounidense Barbara McClintock (1902-1992), reconocida genetista del maíz internacionalmente famosa y contemporánea de Irene, fue galardonada con el Premio Nobel de fisiología o medicina. Manton escribió una carta a las autoridades de Leeds pidiendo que se premiara a McClintock con un doctorado honorario».

El biógrafo recuerda que «Barbara McClintock, entonces con ochenta años, tenía un temperamento similar al de Irene y también había experimentado por sí misma muchas dificultades en los Estados Unidos. Sin embargo, finalmente fue reconocida y galardonada por su descubrimiento de los elementos móviles o transposones». El hallazgo evidenciaba la plasticidad del material genético: los genes no están fijos, sino que pueden desplazarse o cambiar de lugar en los cromosomas; un hecho de enorme transcendencia biológica, y en aquel tiempo revolucionario.

Las autoridades de Leeds, no obstante, rechazaron la sugerencia de Irene a otorgar el doctorado honorífico alegando que McClintock no había tenido una conexión suficiente con la universidad, ya que su vida como docente había sido corta. El error de la universidad británica ante el notable mérito de la botánica estadounidense, resultó verdaderamente imperdonable, y así lo manifestó Irene Manton.

El profesor de Birmingham también ha escrito que, si bien «la mayor parte de los estudios sobre Irene están relacionados con su vida científica, ella también fue, por supuesto, una profesora. Veía en la enseñanza una recompensa a sus esfuerzos en la investigación. Muchos de sus estudiantes, graduados y doctorados, de los departamentos de botánica de Manchester y de Leeds acabaron repartidos por todo el mundo, ocupando cargos de responsabilidad. Para ellos, Irene fue un ejemplo de lo que puede lograrse mediante el compromiso, la determinación y el trabajo en los niveles más elevados».

En la actualidad, la vida de esta gran botánica ha sido recuperada por diversos autores y autoras, contribuyendo a proyectar luz sobre la valiosa participación de numerosas mujeres científicas en el mayor y mejor conocimiento de los organismos que pueblan nuestro planeta.

Referencias

Nota de la editora

Este artículo forma parte de una serie de tres sobre Irene Manton.

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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