Barbara McClintock y la libertad de pensamiento

Vidas científicas

¡A pesar de todo, querida, lo mejor es la libertad!

Katherine Mansfield

B.McClintockEn agosto de 1931, la publicación de un artículo sobre genética sorprendió al mundo de las ciencias de la vida. Estaba firmado por una joven investigadora, Barbara McClintock nacida en 1902 y respondía con precisión a la pregunta más interesante del momento: ¿en qué estructura de la célula se encuentran localizados genes? Mediante un innovador trabajo, que ha sido considerado como «uno de los experimentos verdaderamente grandes de la Biología», una desconocida McClintock, en colaboración con su estudiante de doctorado Harriet Creighton, asombraba a sus colegas.

La conmoción que provocó este trabajo es comprensible si tenemos en cuenta que hacia los años veinte dominaba la idea de que los genes estaban localizados en los cromosomas, pero nadie había sido todavía capaz de demostrarlo empíricamente vinculando cromosomas específicos con genes concretos. Tras una meticulosa investigación con plantas de maíz, McClintock y Creighton proporcionaron por primera vez una conexión visual entre ciertos rasgos hereditarios y su base en los cromosomas.

El hallazgo fue primordial porque permitió establecer uno de los principales pilares de la genética moderna. Pero, para Barbara McClintock sólo constituyó el principio de una carrera que a la postre se reveló extraordinaria. Así, aunque hacia la mitad de la década de 1930 ya había dejado una huella imborrable en la historia de la genética, alcanzando un prestigio y un reconocimiento que pocas mujeres de su época hubieran podido imaginar, lo más grande de su carrera aún estaba por venir.

Durante la década de los cuarenta continuó trabajando intensamente y llegó al más trascendente de sus logros: el descubrimiento de la transposición. Resultó un fenómeno totalmente inesperado para los expertos porque ponía de manifiesto que los genes no siempre ocupan el mismo lugar en los cromosomas, sino que pueden cambiar de posición, del ahí que también se hayan designado como elementos móviles o «genes saltadores».

Tras dedicar más de seis años de ardua y solitaria investigación con plantas de maíz cultivadas por ella misma, McClintock logró descubrir que los elementos móviles representaban un mecanismo crucial de considerable importancia para el crecimiento, el desarrollo y la evolución de los organismos vivos.

Campo maiz.McClintock Sin entrar en más detalles de su extenso y especializado trabajo, cabe subrayar que los hallazgos de McClintock mostraban que el material genético es mucho más complejo y flexible de lo que mayoritariamente se asumía en su época: no se trata de una entidad estática sino de una estructura dinámica con una asombrosa capacidad para reorganizarse a sí misma. Según la eminente investigadora, la transposición forma parte de uno de los sucesos fundamentales del desarrollo de los organismos multicelulares, de tal forma que algunas de las diferencias existentes entre las células individuales y los tejidos podían deberse a reorganizaciones genéticas generadas por elementos móviles.

Pese a su enorme trascendencia, este trabajo de McClintock, que vio la luz a comienzos de la década de 1950, no fue apreciado ni comprendido por la mayoría de sus colegas, y muchos de ellos lo minusvaloraron y relegaron a un lugar secundario. En aquellos momentos la comunidad biológica estaba totalmente centrada en el estudio de microorganismos unicelulares, bacterias y virus, y los avances de la bióloga sobre plantas completas les resultaban totalmente ajenos y de escaso interés. Tal incomprensión provocó un aislamiento creciente de la científica y un manifiesto distanciamiento entre su concepción de la naturaleza y la predominante en la comunidad de su tiempo.

En realidad, en ciertos aspectos McClintock era una adelantada a la época que le tocó vivir; sin embargo, y por sorprendente que resulte, la investigadora fue capaz de ponderar el alcance real de sus resultados, y armándose de paciencia esperó hasta que la comunidad científica le diera alcance. Según muchos de sus biógrafos, el adelanto de Barbara McClintock con respecto a sus colegas es una prueba de primer orden para medir el grado de potencia anticipadora de un genio: supo otear en el horizonte lo que otros sabios sólo verían más tarde.

En la vida de esta singular estudiosa llama la atención que hasta mediados de los años cuarenta había sido considerada como una genetista de prestigio, aunque un tanto excéntrica y con un temperamento muy particular. Como joven científica alcanzó un reconocimiento que pocas mujeres hubieran podido entonces imaginar. Por ejemplo, fue nombrada, en 1944, miembro de la prestigiosa Academia Nacional de las Ciencias Norteamericana (era la tercera mujer en entrar a formar parte de esta elitista sociedad). En ese mismo año la eligieron presidenta de la Sociedad de Genética, cargo que hasta entonces no había sido ocupado por ninguna mujer.

A partir de la década de 1950, sin embargo, su marcada personalidad, su propia independencia metodológica y filosófica, junto a su insólita condición de mujer científica altamente especializada, la llevaron a alejarse paulatinamente de sus colegas; las rutas divergieron y ella se recluyó en una relativa oscuridad. No obstante, supo mantener sus ideas con firmeza, convencida de que frecuentemente los científicos se adhieren de manera implícita y por moda o mimetismo a ciertos modelos, lo que les impide contemplar los datos con una deseable apertura mental. McClintock sabía que estaba en lo cierto, y que más pronto o más tarde sus descubrimientos tendrían luz entre los círculos que oficializaban las posiciones de los saberes.

NobelMcClintockY así sucedió, la supuesta extravagancia se convertiría en inexcusable sustancia referencial. Más de veinte años después de la publicación de McClintock, distintos estudiosos fueron descubriendo que la transposición genética no era un fenómeno aislado o dudoso. Por el contrario, evidencias cada vez más abrumadoras mostraban que este fenómeno estaba en todos los seres vivos: las bacterias, los hongos, las plantas y los animales. Sólo entonces, la figura de la solitaria investigadora, desconocida para muchos, comenzó a cobrar relieve y a recibir numerosos premios y reconocimientos.

Finalmente, en 1983, cuando Barbara McClintock tenía ochenta y un años de edad, recibió un más que merecido premio Nobel «por sus descubrimientos nuevos y antiguos». En esta ocasión el galardón era extraordinario en muchos aspectos. Sólo una vez había esperado tanto tiempo el Comité del Nobel para laurear a un investigador. Se otorgaba a una sola persona, hecho muy poco frecuente porque, salvo unos pocos, el Nobel en Fisiología o Medicina suele ser compartido por dos o tres ganadores. Era la séptima mujer que recibía el preciado galardón de ciencias y, además, éste generalmente se concede a investigaciones de Biomedicina o Biología Animal, nunca antes se había otorgado por estudios realizados en plantas. McClintock ganó después de que quedase claro que su trabajo tenía implicaciones más allá de la Botánica.

En definitiva, el hecho de que tan prestigioso premio hubiese sido otorgado en solitario a una mujer por sus trabajos en torno a las plantas, tuvo una gran repercusión en todo el mundo, científico y no científico. El profesor García Olmedo, haciéndose eco del acontecimiento, hermosamente ha escrito: «Habían concedido el Nobel a un ser casi invisible que llevaba varias décadas residiendo en el núcleo de una célula de maíz.»

McClintock2 El 2 de septiembre de 1992, Barbara McClintock murió a la edad de 90 años, y casi hasta sus últimos momentos mostró una apasionada resistencia ante cualquier cosa que la distrajese o apartase del principal gozo de su vida: la investigación. Dejó como legado una extensa obra. Los elementos móviles, su descubrimiento más destacado, se usan hoy en una tecnología sumamente innovadora: la Ingeniería Genética. Además, son los reconocidos responsables de muchas mutaciones y juegan un importante papel en novedosas investigaciones de biomedicina.

Para la comunidad científica, Barbara McClintock está entre las figuras más grandes de la Biología del siglo XX. La vida de esta excepcional mujer, que siempre supo mantenerse firme en sus convicciones y ajena a los altibajos de las modas o corrientes biológicas en boga, representa, por encima de todo, la libertad del pensamiento.

Referencias

  1. Fölsing, U. (1992). Mujeres Premio Nobel. Alianza Editorial. Madrid
  2. Fox Keller, E. (1984). Seducida por lo Vivo. Vida y Obra de Barbara McClintock. Editorial Fontalba. Barcelona
  3. Martínez Pulido, C. (2001). También en la cocina de la Ciencia. Cinco grandes científicas en el pensamiento biológico del siglo XX. Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna. S/C de Tenerife
  4. Mcgrayne, S. B. (1998). Nobel Prize Women in Science. Their lives, Struggles and Momentous Discoveries. Second Edition. Carol Publishing Group Edition. EE.UU.

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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