Virginia Minnich, tras el rastro de la sangre humana

Vidas científicas

Una tragedia en la infancia está en el origen de la vida científica de Virginia Minnich, bióloga molecular que pasó a la historia de la medicina por sus descubrimientos sobre el metabolismo de la sangre y, más en concreto, por el hallazgo de la hemoglobina E. También investigó sobre la función del hierro, de las plaquetas y sobre trastornos sanguíneos, como las hemoglobinas anormales o la talasemia. Y dejó otro legado fundamental: amplios programas formativos audiovisuales sobre todos los aspectos de la sangre y la médula ósea que se han utilizado en todo el mundo durante mucho tiempo.

Virginia Minnich (1972). Becker Archives.

Virginia Minnich nació el 24 de enero de 1910 en la ciudad de Zanesville, en el sur de Ohio, en una granja familiar. Desde allí, tenía que caminar cada día hasta la pequeña escuela de la comarca, situada a casi cinco kilómetros. Fue en su casa donde, la edad de cuatro años, sufrió un accidente que le cambió la vida: su vestido se incendió con una estufa de gas y se quemó gran parte de su cuerpo. Por este motivo, tuvo que someterse a cerca de treinta operaciones de estética para corregir la desfiguración que le causó el fuego, pese a lo cual le quedaron grandes cicatrices de por vida en la cara, el cuello y la parte superior del cuerpo. Ese aspecto físico era tan visible que, ya adulta, sus colegas la disuadían de hacer trabajos que precisaran mucha interacción humana, como si su aspecto exterior fuera desagradable. Aquella presencia de médicos desde su infancia la hizo querer ser enfermera al tener que elegir una profesión.

Tenía 22 años cuando, gracias a la ayuda económica de su hermana mayor, que le prestó el dinero, pudo entrar en la Universidad Estatal de Ohio. El cirujano plástico que la había atendido le dijo que no había plazas en enfermería, como quería, así que se matriculó en dietética, en concreto en Economía Doméstica, en 1932, unos estudios que compatibilizaba con trabajos temporales como mecanógrafa o auxiliar de enfermería. «Fue entonces cuando hubo gente que me dijo que si era dietista tendría que conocer a demasiada gente y tenía la cara marcada por las quemaduras», recordaría después. «Por esta razón, más adelante opté por dedicarme a investigar y luego… ¡conocí a tanta gente!».

Ya en el último año de la carrera, se presentó para trabajar en el laboratorio de hematología de la universidad, donde buscaban a alguien para averiguar el contenido de hierro que tenían las frutas porque querían producir ese mineral tan importante para la salud humana. Virginia comenzó así a investigar en hematología y les propuso hacer un estudio con muestras de hierro en sangre de dieciocho mujeres jóvenes que recogía mensualmente. «Había ideado un método y descubrí que eso era lo que quería hacer», diría en una entrevista.

Convencida de que había encontrado su camino, antes de terminar su licenciatura en Ohio solicitó su ingreso en la Escuela de Bioquímica de la Universidad Estatal de Ohio y para estudiar nutrición en el Iowa State College. En esos años post Gran Depresión, con los escasos 50 dólares de beca que recibía, hacía filigranas para vivir. Sus ingresos los complementaba enviando datos y muestras de lo que ingería y excretaba para que fueran utilizados en análisis de laboratorio. Pero no quería investigar solo sobre las mujeres, así que escribió al doctor Dr. Carl V. Moore, que conocía del laboratorio de Ohio, y le pidió colaborar con él. Cuando dos años más tarde, en 1939, el científico organizó una división de hematología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, la llamó para trabajar con él como asistente de investigación y Minnich no dudó en aceptar.

Un trabajo «de manitas»

En la carta en la que la animaba a unirse a su equipo, Moore le dejaba claro que su sueldo sería escaso y su trabajo intenso: «Tendremos que hacer todos nuestros hemogramas, cuidar nosotros mismos de nuestros animales, al menos en lo que respecta a la alimentación, archivar nuestros datos a medida que los acumulemos y, en general, ser manitas«. Y añadía: «El laboratorio debería brillar tanto de noche como de día. Durante el trimestre de primavera de cada año, nuestro trabajo será supervisar un curso sobre métodos de diagnóstico de laboratorio clínico a los estudiantes de segundo de medicina». Desde luego, nada de ello la echó atrás y allí desarrollaría toda su carrera, aunque tardó dos décadas en ser ascendida (en 1958) a investigadora asociada y casi cinco a profesora titular (en 1974). Esto último fue la primera mujer en conseguirlo sin un doctorado. En los primeros tiempos, otra investigadora le sería de gran apoyo: «La señora Bierbaum era una excelente morfóloga y aprendí lo que sé sobre morfología con ella», reconocía Minnich.

En Washington, continuó con sus estudios sobre el hierro sérico en sangre, de lo que ya había trabajado con Moore. De hecho, él descubrió que era un hierro de transporte, es decir, que se transporta desde el tracto intestinal al torrente sanguíneo y finalmente se deposita en la médula ósea para producir células sanguíneas. También investigaban las diferencias entre el hierro férrico y el ferroso, comprobando que con vitamina C éste último se absorbía mejor. «Ahora todas las compañías farmacéuticas fabrican un compuesto ferroso en sus tabletas de hierro en lugar de uno férrico», diría Virginia Minnich al recordar sus resultados.

En 1945, la bióloga viajó a Cuba para establecer un laboratorio de hematología en la Universidad de La Habana. Ese mismo año, cuando la señora Bierbaum se casó y dejó su trabajo –algo habitual en ese momento–, decidió que quería su trabajo de técnica jefa, aunque Moore le avisó que hacer recuentos sanguíneos la alejaría de la investigación. Y así fue hasta 1949, cuando cansada de esa tarea empezó a colaborar con el recién llegado doctor Harrington, que puso en marcha en la universidad la inmunohematología. Los dos años siguientes, juntos trabajaron sobre las plaquetas, llegando a inyectarse sangre de personas con un trastorno hemorrágico (púrpura trombocitopénica idiopática) para ver la reacción de su organismo.

Virginia Minnich en Tailandia (1951).

Decidida a expandir esta ciencia médica, en 1951 se fue a Bangkok (Tailandia) durante un año como parte de un programa de intercambio entre el Hospital Siriraj de Bangkok y su universidad. Iba a enseñar a sus colegas asiáticos sus técnicas, pero fue un tiempo que aprovechó también para iniciar sus investigaciones sobre talasemia (un trastorno sanguíneo que hace que se tenga menos hemoglobina de lo normal) y otras hemoglobinopatías. Años después, en 1964, también viajaría otro año a Turquía con una beca Fulbright, para crear un nuevo laboratorio en la Universidad de Ankara, que fue rebautizado como Laboratorio de Hematología Virginia Minnich en su honor.

Su paso por Tailandia, fue especialmente importante en su vida. Allí montó tres laboratorios y conoció de cerca lo que investigar en un país sin recursos, y por tanto sin un equipamiento básico. Pese a las dificultades, gracias a estancia detectó que la talasemia era una anemia muy común entre su población. «Cuando escribí el primer artículo de este asunto sobre 32 pacientes, uno de los revisores me sugirió que una hemoglobina anormal podría estar relacionada con ello, así que pedí a Bangkok más muestras de hemoglobina. Como en 1952 no había aviones a reacción, llegaron en mal estado, pero aún así descubrimos que tenían una hemoglobina distinta, la que llamamos E, siguiendo el orden alfabético que se utilizaba», relató Minnich. Al final, descubrió que uno de cada cuatro tailandeses tiene hemoglobinas anómalas y que hasta un 13,6 % tiene la de tipo E (hasta un 35 % en una zona concreta del país). En general, concluyó que era un rasgo común entre las poblaciones del sudeste asiático y tenía que ver con la genética de esa población.

También de estancia en Turquía obtuvo resultados. Allí descubrió que había una forma de pica que consistía en que algunas personas comían pequeños puñados de arcilla, algo que luego encontró que también se hacía en algunas zonas de Estados Unidos. Se tenía la teoría de que tenía que ver con la deficiencia en hierro, pero fue ella la que realmente descubrió esa relación causa-práctica, aunque también reveló que, en realidad, comer arcilla empeoraba la situación de quienes tenían ese déficit porque acababa eliminando el hierro del torrente sanguíneo.

Otra de sus líneas de investigación tiene que ver con los recién nacidos. A mediados del pasado siglo se pensaba que ya se nacía con todas las cadenas alfa (moléculas que componen la hemoglobina, junto con las cadenas beta) que se forman en la vida. Fue Minnich quien confirmó en el laboratorio que esa teoría era cierta y observó que si había una deficiencia en ellas al nacer, seguían existiendo a medida que se crecía. Por cierto, todo ello lo conseguía mientras, a la vez, simplificaba los métodos para identificar distintas hemoglobinas, lo que era de gran ayuda para otros investigadores.

Discriminación de género, una constante

Pese a todo este trabajo científico –más de 45 publicaciones científicas y 19 resúmenes– lo cierto es que Virginia Minnich no obtuvo la cátedra en Medicina hasta que el su jefe, el doctor Moore, falleció. Al parecer, como ella misma comentaba, el científico pensaba que las mujeres no tenían que ascender y la desanimó para hacer el doctorado, algo de lo que se arrepintió siempre. De hecho, en una entrevista de 1981 aún pensaba que no se trataba igual a hombres y mujeres en su universidad, ni creía que cobrasen igual por el mismo trabajo, aunque reconocía que no podía asegurarlo porque el salario era «algo confidencial». Ella misma, en 1967, harta de la situación, escribió al Instituto Rockefeller pidiendo trabajo porque no soportaba más la discriminación por cuestión de género. «No quería irme, pero no aguantaba más», diría. Después le ofrecieron la cátedra, y se quedó.

Otra parte fundamental de su legado fue sus trabajos con medios audiovisuales, ya al final de su carrera científica. Lo que hizo fue sintetizar en diez unidades, con cuarenta diapositivas por unidad, todos los trabajos sobre esta área de la ciencia, de forma que sirvieran para el autoaprendizaje, con preguntas y descripciones que fueron de gran utilidad a muchos estudiantes. Todos estos materiales fueron publicados por la Sociedad Estadounidense de Patólogos Clínicos en la década de 1980 como un curso sobre hematología morfológica.

Virginia Minnich se jubiló en 1984. Fue miembro de la Fundación para la Investigación Clínica, la Sociedad Estadounidense de Hematología y la Sociedad Internacional de Hematología. Falleció en 1996, debido a un cáncer de ovarios, en Pensacola (Florida), dejando todo su legado a la Universidad de Washington, que hoy tiene una cátedra en hematología que lleva su nombre.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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