Dos botánicas y un hostelero recorriendo el Gran Cañón del Colorado

Ciencia y más

En 1938, Elzada Clover y Lois Jotter desafiaron las aguas revueltas, los rápidos y los acantilados escarpados del Gran Cañón del Colorado con el objetivo de recoger plantas de esa región.

Elzada Clover y Lois Jotter. Fuente: The Huntington Library.

Los preparativos

En un pueblo a la orilla del río San Juan, en el sureste de Utah, una botánica excepcional y un hostelero local tuvieron una conversación muy interesante. Era el verano de 1937. Idearon un plan para navegar por el río Colorado a través del Gran Cañón. Elzada Clover quería hacer ese viaje para llevar a cabo el primer estudio de las especies de plantas de esa región. Norman Nevills quería conocer la zona de primera mano para valorar la posibilidad de organizar excursiones por el Gran Cañón incluyendo la experiencia de navegar por el Colorado

Cada uno acordó invitar a dos personas más a la expedición. Nevills convenció a Don Harris, un ingeniero del Servicio Geológico de Estados Unidos, y a William Gibson, un fotógrafo de San Francisco. Clover invitó a Gene Atkinson, un zoólogo de la Universidad de Michigan y, por cuestiones de decoro, le sugirieron invitar a otra mujer; se lo dijo a su alumna y amiga Lois Jotter. Ésta tuvo que interrumpir su doctorado y necesitó el permiso de su padre para ir, escrito en una carta formal para mostrársela al jefe del Departamento de Botánica de la Universidad de Michigan. Lois Jotter tenía 24 años.

Los periódicos no dudaban del fracaso de la expedición y hacían apuestas sobre quién perecería antes durante la aventura. Los reportajes describían a la «señorita» Clover como una profesora universitaria de 40 años, regordeta y con gafas, y a Jotter como demasiado delgada, pecosa y muy alta. De forma inteligente, ninguna de las dos denunció esta prescindible información inexacta. Jotter decidió hablar poco con los periodistas sabiendo lo fácil que era que malinterpretaran sus comentarios. Les dijo a sus amigos y familiares que no creyeran nada de lo que pudieran leer en la prensa.

Algún titular señaló que «las mujeres tienen un lugar en el mundo, pero no es el Gran Cañón».

Como si se hubiera contagiado de estos malos augurios, de forma un tanto macabra, Lois metió en cajas todas sus cosas antes de irse, para que todo estuviera arreglado si no regresaba. Tenía miedo, pero le decía a sus familiares y a la prensa que todo iba a salir bien. Llenó sus cartas con detalles tranquilizadores para sus padres: una contabilidad cuidadosa de los costos involucrados, su confianza en Clover para protegerla de las «familiaridades» de los hombres, la experiencia en el río del resto de la tripulación y los mapas muy mejorados del Gran Cañón (mintió piadosamente en todo…). Incluso enumeró la ropa que usaría: camisas de manga larga, monos ajustados, casco de corcho, calcetines de lana.

Las dos botánicas estuvieron haciendo prensas improvisadas: tiras de periódico cubiertas con papel secante para absorber la humedad, sujetas entre cartón y apretadas con correas de cuero. Insertarían plantas y las exprimirían para conservarlas, una propuesta complicada con los cactus. Las prensas se colocarían a salvo del agua junto con la comida, los salvavidas y el kit de costura de Clover. Otros suministros incluían el petate de Jotter: una gigantesca creación de mantas superpuestas alrededor de un colchón de aire (un regalo de sus padres) envuelta en una lona para el suelo. La mayor parte de la comida estaba enlatada, incluso las patatas, la fruta y la leche en polvo. Las dos eran conscientes de los riesgos y dificultades del viaje, pero la ilusión que tenían en su investigación les daba el impulso suficiente.

La vida de Elzada Clover y Lois Jotter antes de la expedición

Elzada tenía un doctorado en botánica y a Lois le quedaban unos años para defender su tesis. Esto no era muy usual en esa época y mucho menos en un campo científico. La botánica estaba cambiando. En el siglo XIX, esta rama de la biología estaba muy abierta a las mujeres porque se consideraba principalmente una afición que consistía en coleccionar plantas. En el imaginario social estaba bien visto que las mujeres se dedicaran a ella porque recoger flores contribuía a ensalzar sus virtudes y su dulzura. Sin embargo, en el siglo XX, las cosas empezaron a cambiar. La botánica se profesionalizó y las mujeres fueron expulsadas de esa disciplina. Incluso la botánica médica en la que las mujeres eran expertas, fue dominada por los hombres que no desdeñaron manuales completísimos escritos por mujeres brillantes y experiencias anotadas meticulosamente por sus colegas femeninas.

Elzada Clover en Bright Angel Creek en el Gran Cañón (1938).

Elzada tenía 41 años cuando recorrió el río y estaba en un período de transición confuso; su trabajo ya no le resultaba tan acogedor como antes y se sentía fuera de lugar en la academia aunque le seguían apasionando sus estudios.

Por su parte, Lois había estudiado biología y botánica en la Universidad de Michigan en Ann Arbor y preparaba su tesis doctoral en un departamento donde sólo había dos mujeres. La línea de investigación de Jotter era la citogenética de las plantas del género Oenothera, la onagra.

Durante dos años compartió un apartamento en Michigan con su mentora, Elzada Clover, y eran amigas además de colegas. Elzada tenía un carácter más aventurero que Lois pero ninguna de las dos cogía flores en bucólicos prados. Elzada estaba obsesionada con los cactus. Decía: «nos dejan recolectar flores y secar plantas, pero a mí me gustan los cactus. Iré a los lugares más lejanos e inaccesibles para conseguir la especie más difícil».

Una expedición peligrosa

La expedición comenzó en Green River, Utah, y tuvieron un par de días agradables navegando por el río Green, que es un río tranquilo. Luego llegaron al río Colorado y atravesaron cañones sobrecogedores: Cataract Canyon, Glen Canyon, que ahora está debajo del lago Powell pero no lo estaba en ese momento, y el Gran Cañón. El viaje terminaría en el lago Mead, que se estaba llenando aguas arriba de la presa Hoover. En total, el grupo recorrió más de 1000 kilómetros en 45 días.

Cataract Canyon.

El plan inicial de reparto de tareas se rompió al primer incidente: todos tendrían que colaborar en todo (en todo menos en la cocina, tarea que se asignó, sin discusión posible, a las dos mujeres). Había mucho que hacer y el tiempo no daba para coger plantas y prensarlas; al levantarse cada día, quizá por inercia, se maquillaban, pero después de unos días de viaje pensaron que el tiempo era muy valioso y dejaron de hacerlo.

Nada más comenzar a navegar por el río Colorado, se detuvieron para mirar el primer rápido que se les presentó y decidir el camino a seguir a través de las rocas y los obstáculos. Uno de los barcos no estaba bien amarrado y se soltó. Los suministros de alimentos se repartían entre los tres barcos y si perdían uno, probablemente tendrían problemas. Lois saltó a uno de los otros barcos con Harris y siguieron a la embarcación sin tripulación. Atravesaron rápidos en una vorágine feroz que destrozaba troncos y atrapaba rocas. Era la primera vez que Harris o Jotter hacían esto. Encontraron el barco encallado con toda su valiosa carga. Harris decidió ir a dar la noticia a los demás mientras Lois se quedaba sola en la orilla. Anotó en su diario que ni la soledad ni la noche le preocuparon.

Para las biólogas, cada tramo del río era un escenario impresionante. Primero fueron los salientes pálidos llenos de agua de la formación de piedra caliza Kaibab, creados hace 250 millones de años, cuando el desierto era un mar. Al avanzar, la piedra caliza subía cada vez más hasta el borde del cañón, donde los turistas se asomaban tumbados para ver el abismo. Debajo del Kaibab estaba la arenisca de Coconino, antiguas dunas en las que ondulaba la huella de vientos prehistóricos; luego el esquisto Hermit, lleno de fósiles, y las franjas de piedra caliza de Redwall, donde había crustáceos petrificados.

Mientras Clover preparaba la cena, Jotter trepó a la ladera de una colina para arrancar muestras de plantas con nombres de pócima medieval: escorpión, garra de gato, flor araña amarilla…. Cortó algunas hojas de un agave con un tallo de cuatro metros y le llamaron la atención las espinas rojas antes de darse cuenta de que era su propia sangre: «¡El rojo fue aportación mía!». Vivieron muchos momentos angustiosos y finalmente el grupo llegó a su destino en Lake Mead, Arizona. Habían empleado 45 días en recorrer algo más de 1000 kilómetros.

El legado de Elzada Clover y Lois Jotter

Las dos biólogas publicaron dos artículos sobre la botánica del río Colorado. Incluyeron una lista completa de plantas, alrededor de 400 especies que nombraron, describieron y prensaron, a medida que avanzaban río abajo. También encontraron especies nuevas para la ciencia occidental.

Espécimen de cactus recolectado por Clover y conservado
por el Instituto Smithsonian. Fuente: Museo Nacional
de Historia Natural, Institución Smithsonian.

La palabra ecosistema se inventó en 1935 y casi nadie la usaba en 1938. Pero cuando Clover y Jotter observaban el paisaje veían una comunidad donde las plantas encajaban en su entorno. En los artículos científicos que escribieron se aprecia que su línea de acción era ésta, lo que ahora llamaríamos ciencia de los ecosistemas.

Además, sus artículos son los únicos que recogen aspectos botánicos de un tramo del Colorado que ha cambiado porque cuando se construyó la presa de Glen Canyon en la década de los 60 desaparecieron las crecidas periódicas del río. Es llamativo que toda esa zona tan poco explorada no fuera ni mucho menos una región intacta: Jotter y Clover encontraron árboles de tamarisco, una especie importada de Eurasia, a lo largo de las orillas del río. Habían registrado otras plantas exóticas: plantas rodadoras en Cataract Canyon, pasto Bermuda debajo de Bright Angel Creek. Las plantas no fueron los únicos síntomas de la invasión: burros y ganado salvajes pastaban en los cañones laterales. Los funcionarios del gobierno habían introducido peces no nativos en el sistema del río Colorado: trucha arco iris, carpa común, bagre de canal y otras especies apreciadas en la pesca deportiva.

Cambiando clichés

Lois y Elzada se sentían orgullosas de sus logros científicos y los periodistas se centraban, con prejuicios y sorna, en su género: escribían sobre su aspecto físico, a menudo de maneras muy poco halagadoras, y continuamente escribían sobre lo poco capacitadas que estaban las mujeres para este tipo de viajes. Aparecieron en grandes titulares como las primeras mujeres no indígenas en recorrer con éxito el Gran Cañón. Ellas nunca tuvieron intención de marcar ese hito. Lo relevante era haber realizado un estudio botánico muy detallado de toda esa zona. Sin pretenderlo, mostraron que la ciencia no es cosa de genios en un laboratorio sino que la hacen personas muy comunes. Ellas eran extraordinarias en su pasión por la ciencia pero mujeres comunes y corrientes.

A veces es necesario beber agua de río, como hicieron Elzada y Lois, que les dejaba la boca llena de arcilla y arenilla en los dientes. El agua limpia era un lujo y la primera noche en el hotel, en la habitación que compartieron las dos, Jotter se lavó la cara y las manos en el lavabo y le preguntó a su compañera: «Elzie, ¿quieres reutilizar esta agua?». Las dos se miraron serias medio segundo antes de reír a carcajadas.

Epílogo

Después de su expedición, Clover continuó viajando y dando conferencias sobre sus aventuras; finalmente se retiró al Valle del Río Grande de Texas y murió en 1980.

La publicidad de la expedición fue espectacular para Nevills, quien fundó y dirigió un exitoso negocio de rafting con su esposa, hasta que murieron en un accidente aéreo en 1949. En total, Nevills recorrió el Gran Cañón siete veces. Fue el primer guía que llevó a mujeres y niños al cañón.

Jotter se casó y defendió su tesis embarazada de seis meses de su primera hija. Trabajó como profesora de botánica. Vivió en Carolina del Norte, donde llenaba su casa de plantas y su mesa de animadas conversaciones entre estudiantes y compañeros académicos. Al igual que sus padres, enseñó a sus hijos Ann y Victor a amar la ciencia y defendió silenciosamente la igualdad de las mujeres en el lugar de trabajo. Lois tenía 80 años cuando bajó por el Gran Cañón por segunda y última vez. Falleció en 2013 a la edad de 99 años.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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