Mujeres en los manglares, las Chelemeras

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Los bosques de algas, los pastos marinos, las ciénagas y los manglares son depósitos de carbono proveniente de la atmósfera y el océano y son vitales para ralentizar el calentamiento global. Sin embargo, su degradación podría liberar miles de millones de toneladas de CO2 y otros gases de efecto invernadero, por lo que es necesario invertir en su conservación.

Manglar rojo en la reserva de la biósfera de Celestún, Yucatán. Wikimedia Commons.

Carbono azul y beneficios de los manglares

Durante las últimas décadas, los científicos han descubierto que estos ecosistemas, llamados de carbono azul, se encuentran entre los sumideros de carbono más eficaces de la biosfera. Debido a que lo almacenan en grandes cantidades, estos ecosistemas se convierten en fuentes de emisiones de CO2 cuando se destruyen. Al estar muy próximos a las costas, su deterioro ha sido importante. Aproximadamente la mitad de la extensión histórica de los hábitats de sedimentos blandos con vegetación se ha perdido y esto afecta directamente a los manglares y ciénagas e indirectamente a las praderas de pastos marinos por la mala calidad del agua. Si se invierte en la conservación de ecosistemas de carbono azul, se protegen las grandes reservas de carbono que se han acumulado durante milenios, y a medida que se restauran, recuperarán su función como sumideros de carbono y contribuirán a mitigar el calentamiento global.

Muchas especies terrestres, casi cinco veces más de lo que se pensaba originalmente, viven en los manglares. Además, tienen un papel global significativo en la protección de las costas y la adaptación al cambio climático, mitigan la energía de las olas y disminuyen los impactos de eventos extremos. Estos bosques proporcionan comida y medios de vida en las áreas costeras a mil millones de personas en el mundo. Son ecosistemas olvidados a pesar de su relevancia. Constituyen un muro de defensa entre la tierra y el mar, absorben carbono, contribuyen a la seguridad económica y alimentaria de muchas personas y son el hogar de muchos animales. Sin embargo, los manglares están desapareciendo a un ritmo acelerado: más del 80 % se han perdido en algunas áreas del Océano Índico occidental, una de sus ubicaciones más significativas junto con el sudeste asiático.

Por otro lado, el 80 % de la población mundial vive en ciudades costeras; en México son más de dieciocho millones de habitantes los que viven al lado del mar. Entre ellos están los seris (noreste); los mayas (sureste); los huaves (centro-sur) y los cucapás (norte). Todos dependen de los recursos naturales, especialmente de los manglares, para vivir.

«La mayoría de las infraestructuras, la economía y la seguridad alimentaria de cientos de municipios costeros gira en torno a los manglares» indica Claudia Teutli Hernández, bióloga y profesora de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (unidad Mérida) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que pone sus conocimientos al servicio de la restauración de los manglares. Éstos ocupan los 600 kilómetros de línea costera en México formando un tumulto de raíces retorcidas y anudadas que emergen del suelo pantanoso, ramas enredadas que mantienen sus hojas verdes durante todo el año.

Bosques de manglares en la península de Yucatán. Imagen: Freepik.

Los manglares de México representan el 6 % del total mundial; es el cuarto país con mayor número de estos bosques, por detrás de Indonesia, Australia y Brasil: este cinturón de vegetación reduce la erosión costera y sirve como barrera de protección ante eventos meteorológicos de alto impacto como los huracanes; además, las raíces de los árboles sumergidas en el fango y el agua salobre son un buen refugio para peces y crustáceos y en sus ramas viven muchas especies de fauna silvestre como aves, monos y felinos. Son sumideros importantes de gases de efecto invernadero: su captación de dióxido de carbono es aún más eficiente que la de los árboles de los bosques tropicales terrestres. Por todo esto, es importante recuperarlos.

Bosques acuáticos en estado de alerta

Según los datos de la plataforma Global Mangrove Watch en México se han perdido 44 788 hectáreas de manglares entre 1996 y 2020.

«El deterioro de los manglares es proporcional al desarrollo económico de cada región», explica Claudia Teutli Hernández. En la península de Yucatán, por ejemplo, el turismo y la construcción desmesurada son las principales causas de la desaparición de los manglares. En la zona de Baja California la infraestructura de las carreteras causa un daño profundo en estos ecosistemas, y en la región de Tamaulipas, al noroeste, la extracción de petróleo es una de las razones de su desaparición. El reto es conservar y restaurar estos ecosistemas.

El colapso de la biodiversidad que conlleva el cambio climático parece imparable. Con el mundo en riesgo de vivir un aumento de temperatura de más de 3 °C a finales de este siglo, los manglares son aliados a tener en cuenta.

La primera medida para recuperarlos es conocer qué está produciendo su pérdida. Las costas, en las que vive el 40 % de la población mundial, se encuentran entre las áreas más pobladas del planeta. Esta densidad de población conlleva la tala de manglares para abrir espacio a edificios y a la cría de peces y camarones. A nivel mundial, esto ha provocado la desaparición del 20 % de los manglares. La contaminación también juega un papel importante: debido a que estos bosques forman una línea protectora entre las costas y el océano, se convierten en una «trampa de plástico». Cuando las bolsas de plástico y la basura cubren las raíces y las capas de sedimentos, el oxígeno no llega al manglar.

La segunda medida para restaurarlos es tomar decisiones sostenibles. El consumo y la demanda son acciones muy relevantes; la comida que compramos, los alimentos que elegimos, el decir no al plástico de un solo uso y reducir el consumo en general, son decisiones que ayudan. Si el motivo de la degradación de los manglares se puede eliminar, como la sobreexplotación o la contaminación, este ecosistema se restaura por sí mismo. Sin embargo, si la regeneración implica acciones externas, es fundamental seguir pasos clave, como involucrar a las comunidades locales, seleccionar plántulas nativas y establecer el funcionamiento de un vivero. Sobre todo, antes de plantar un nuevo manglar, hay que tener la certeza de que se han eliminado las causas que lo hicieron desaparecer.

Otra medida para ayudar a los manglares es interesarse, hablar de ellos, escribir sobre ellos, dar a conocer estos ecosistemas de carbono azul y reconocer el éxito de su restauración en Kenia, Madagascar o en México, donde un grupo de mujeres los sacaron adelante.

Mujeres y manglares

Desde hace diez años los trabajos de un grupo de mujeres en la costa norte de Yucatán, conocidas como Las Chelemeras, restauran y mantienen estos bosques acuáticos; se han convertido en un referente nacional por haber recuperado más de 100 hectáreas de manglares deteriorados en su comunidad, Chelem. La técnica de restauración consiste en reconectar los flujos hidrológicos para que el manglar, por sí solo, vuelva a crecer. Las chelemeras se colocan unas botas de neopreno, sombrero, guantes y una camiseta de manga larga y se adentran en el fango durante más de cinco horas seguidas y abren zanjas a pico y pala. Es un trabajo duro que ha tenido muy buenos resultados; tanto que ha sido reconocida y premiado en 2023 por la Fundación Blue Marine, Ocean Award Local Hero.

A lo largo de su trayectoria profesional, Claudia Teutli ha notado que los proyectos de restauración de ecosistemas suelen convocar a la población masculina pero en esta ocasión no ha sido así. Cuando Claudia se puso en contacto con los pescadores del puerto de Yucalpetén, cerca de Chelem, para que llevaran a cabo acciones de restauración, ellos dijeron que no porque no les compensaba el costo/beneficio: había que abrir canales y eso era un trabajo muy duro. Una de las esposas dijo, «bueno, ¿y lo tienen que hacer hombres?», y el personal investigador señaló, «¡no, no, no! Esto está abierto a todos. Lo que sí decimos es que es un trabajo pesado. Tienes que ir y cavar». Ellas dijeron «¿y hay un horario?» «No, aquí nosotros trabajamos por metas. Para tal fecha tú me tienes que entregar tantos metros de canal y ustedes se organizan como quieran». «Perfecto». Entonces fue ahí que se animaron las mujeres y los resultados se hicieron evidentes. Se organizaron y lo hicieron muy bien.

Conforme ellas se involucraban en los proyectos, se interesaban en sus cursos de formación y se embarcaban en una empresa que les diera ingresos, los resultados de su trabajo fueron cada vez más significativos. Actualmente, este grupo de mujeres del pueblo pesquero de Chelem, al norte del Estado de Yucatán, se llaman a sí mismas restauradoras. Y con toda razón. «La verdad, debo reconocer que ellas ya son unas biólogas en potencia. Son ya hidrobiólogas porque tienen la capacidad de escuchar y entender cómo funciona el ecosistema de manglar y ahora toman decisiones y sugieren acciones sensatas de restauración».

Hay un cambio de percepción en las tareas de las mujeres cuando se implican en regenerar ecosistemas respecto a los hombres; ellas plantean que además de todos los beneficios al planeta, «ahorita se está iniciando un proyecto de producción de miel de manglar que nos reporta ingresos».

También han surgido dificultades como el asunto de la tenencia, es decir, de hacerse propietarias de la tierra que trabajan. No ha sido fácil resolverlo porque ¿de quién es ese bosque acuático? Parece que la cuestión legal de las concesiones de la tierra se está resolviendo de forma positiva y que la tierra será de las mujeres. Que sea suya, es justo y les da poder y confianza en ellas mismas.

Claudia considera que las mujeres son más detallistas que los hombres. Por ejemplo, cuando los biólogos hicieron las modificaciones topográficas para configurar las camas de sedimento rodeadas por una malla con el objetivo de retener este suelo blando, las chelemeras bordaron las mallas a mano y el bordado fue impresionante. Todo sale bien por el nivel de detalle y precisión. Ellas dicen: «¡ah, mira, acá le falta agua! Bueno, hay que hacer esto acá, la plantita no sobrevive, ¡ay, bueno, es por esto!». Ya saben identificar las características por especie y donde vive cada especie. La perspicacia de las chelemeras y el conocimiento científico se suman en una fórmula poderosa que vale la pena tomar como pauta a nivel mundial.

Imagen: Blue Marine Foundation.

Los biólogos y las oceanógrafas les tenían que informar sobre las características de los canales, el ancho, la profundidad, dónde llevar ese sedimento, a qué nivel hacerlo, qué especie es cada planta, etc. Todo esto es importante, pero las comunidades locales saben mucho y, en algunas ocasiones, aportan datos más allá de lo académico. Sería bueno formalizar su conocimiento, pasarlo a términos técnicos científicos y darles las herramientas para que puedan aplicar mejor toda su sabiduría y sacar provecho de la tierra. El triunfo de las chelemeras es un gran ejemplo a nivel mundial, con todo el peso que tiene la relación histórica de las mujeres con la naturaleza.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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