Leone Norwood Farrell, la científica que contribuyó a vencer la polio y no quiso hacerle “el pasillo” a Jonas Salk

Vidas científicas

La polio, una enfermedad hoy erradicada y prácticamente olvidada en casi todo el mundo, causaba terror entre los padres de niños pequeños durante las primeras décadas del siglo XX. Sus efectos eran gravísimos: podía causar parálisis permanente en parte del cuerpo o la muerte. Y circulaba sin control. Cuando el investigador y virólogo estadounidense Jonas Salk anunció en los años 50 que había dado el paso que faltaba, tras una serie de descubrimientos previos de otros científicos, para crear una vacuna para la polio, el mundo entero celebró la noticia.

Leone Farrell. The Canadian Encyclopedia.

Pero el avance de Salk no sería en realidad el último paso en el camino hasta la solución para la polio porque aún quedaba un problema por resolver. A pesar de la eficacia de su desarrollo, había que encontrar la forma de producirla en grandes cantidades. Este es el motivo por el que el nombre de Jonas Salk podía no haber pasado a la historia como lo hizo si no hubiese sido por el trabajo de la bioquímica canadiense Leone Farrell, que en cambio sí quedó relegada a un personaje menos que secundario en esta gran hazaña científica.

Farrell nació en una zona granjera de Monkland, Ontario, en 1904, pero se trasladó a Toronto siendo aún una niña. Durante los años de instituto ganó premios por sus notas en Inglés e Historia, y obtuvo una beca para estudiar ciencia. Se graduó en la Universidad de Toronto en la especialidad de Química de la Fermentación en 1929 y obtuvo su doctorado en bioquímica en 1933, algo que era excepcional para una mujer en aquella época.

Comenzó su carrera investigadora en el Consejo Nacional de Investigación de Canadá estudiando las levaduras presentes en la miel, y tras su doctorado hizo una estancia en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. En 1934 fue contratada por los Laboratorios de Investigación Connaught, de vuelta en Toronto. Allí se integró en un equipo que desarrollaba vacunas contra estafilococos. Durante una época en que trabajó en posibles vacunas contra la tos ferina, desarrolló un método de trabajo con cultivos de bacterias que estimulaba su crecimiento y la formación de levaduras, consistente en aplicar movimientos rítmicos a los recipientes.

En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, comenzó a estudiar la toxina causante de la disentería, un trastorno digestivo grave común durante ese periodo. En 1943 puso en marcha un programa para aumentar la producción de penicilina, también como contribución al esfuerzo bélico, e identificó una cepa de la bacteria que generaba el antibiótico que resultó especialmente productiva. Tras el fin de la guerra siguió trabajando para aumentar la cantidad disponible de este medicamento.

Descubrir la vacuna no es suficiente

A principios de los 50, Jonas Salk había encontrado la que podría ser la vacuna que vencería la polio. Pero había un problema: en aquel momento no había ningún laboratorio en Estados Unidos con experiencia y capacidad para producir el virus de la polio en grandes cantidades, necesario para generar la vacuna. Los laboratorios Connaught tenían fama mundial precisamente por haber desarrollado una técnica capaz de aumentar la producción de bacterias y virus, así que en 1953 comenzó una colaboración con el equipo liderado por Farrell que permitiría hacer las primeras pruebas de campo de la vacuna de Salk.

Leone Farrell. Imagen: Polio Place.

Los recipientes con los cultivos se colocaban en máquinas que los mecían suavemente durante varios días. Además del desarrollo de esta técnica, Farrell asumió la tarea de conseguir el material, el espacio y los animales necesarios para escalar esa producción (los cultivos se hacían en células de riñones de monos). Era un trabajo peligroso: manejar el virus de la polio conllevaba el riesgo de contagiarse, y los equipos de protección no eran los más adecuados. “Pensándolo ahora, parece un milagro que no se diera ninguna infección. Creo que todos en algún momento pensamos que habíamos contraído la enfermedad”, diría Farrell años después.

Las pruebas fueron un éxito, y para 1956 el laboratorio de Farrell había producido suficiente virus de la polio como para fabricar 2,3 millones de dosis de la vacuna, que sería desde ese momento aplicada a miles de niños y niñas, primero en Estados Unidos y Canadá y después en todo el mundo. El llamado Método Toronto se siguió utilizando como parte de la producción de la vacuna de la polio hasta la década de los 70.

¿Pasillo de científicas a Salk? No, gracias

Jonas Salk había declarado estar “estupefacto” por el trabajo de Farrell y viajó a Toronto para conocer al equipo científico que había participado en la producción de su vacuna, y en concreto para conocer a Farrell. Sin embargo, la recepción se produjo en una sala de la Escuela de Higiene de Toronto donde solo se permitía la entrada de hombres. Salk insistió en conocer también a las mujeres del equipo, así que la organización propuso un plan que consideró razonable: las científicas podrían esperar en la puerta de la sala para estrechar la mano de Salk.

Farrell rechazó firmemente participar en esa ceremonia. Aunque nunca se había considerado una feminista como tal, se dio cuenta de que no estaba recibiendo el reconocimiento que merecía porque era una mujer y no un hombre. En una conferencia que daría años después, animaría a los estudiantes del público a trabajar duro toda su carrera, pero añadió: “aunque eso podría no ser suficiente, especialmente para una mujer”.

Durante la década de los 60, Farrell continuó liderando a su equipo para mejorar la vacuna y expandir su uso, así como para seguir aumentando la producción de penicilina, y se retiró en 1969. Sus colegas la describirían como una persona seria dueña de una gran “fertilidad mental”, una investigadora disciplinada que siempre tenía un plan que seguía cuidadosamente para llevar a cabo su tarea.

Imagen: Health Heritage Research Services.

Farrell nunca se casó. Los últimos años de su vida sufrió demencia y vivió en una residencia. Falleció a los 86 años por un cáncer de pulmón. Durante años la lápida de su tumba no tenía inscripción alguna, hasta que tras reivindicarse décadas después su figura y su nombre, en 2008 su familia encargó una inscripción:

Su desarrollo del ‘Método Toronto’ para la producción del virus de la polio en 1953 fue esencial para el éxito de la primera vacuna de la polio que salvó a millones de personas del impacto incapacitante de esta enfermedad

Referencias.

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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