Bernice Eddy, la microbióloga que detectó fallos de seguridad en las (antiguas) vacunas contra la polio pero no fue escuchada

Vidas científicas

Aunque hoy (a la mayoría) el mecanismo por el que funcionan las vacunas no nos produce extrañeza ni miedo, tras haber sido vacunados varias veces durante nuestras vidas, hay que reconocer que la primera vez que lo lees o te lo explican, resulta un poco intimidante. Introducir, si bien muerto (inactivado) o solo en parte, el agente infeccioso en nuestro cuerpo para entrenar a nuestras defensas es una idea que podría ponernos nerviosos si no supiéramos por la experiencia y décadas de antecedentes que es seguro y eficaz. Para eso, pasan una serie de estrictos controles previos que garantizan esa seguridad.

Bernice Eddy. NIH.

En 1954, Bernice Eddy, microbióloga que trabajaba precisamente en uno de esos puntos de control de seguridad de las vacunas, se encontró en medio de un desgraciado incidente relativo a una partida de vacunas de la polio que pudo haberse evitado si quien debía escucharla y tomar medidas lo hubiese hecho. Cientos de niños contrajeron polio, una enfermedad que, gracias a las vacunas, a día de hoy está prácticamente erradicada.

Eddy nació el 30 de septiembre de 1903 en Virginia, Estados Unidos, aunque tras la muerte de su padre se trasladó y creció en Ohio. Su intención siempre fue seguir sus pasos y estudiar medicina. Durante la universidad fue reconocida por su trabajo en bacteriología en la Universidad de Cincinnati, y allí hizo también su tesis. Investigó la lepra en un hospital público de Luisiana y en 1937 se incorporó al Laboratorio de Control Biológico de los Institutos Nacionales de Salud.

La carrera por vencer a la polio

En esa época, la polio era una enfermedad infantil frecuente y devastadora, y la carrera científica por hallar una vacuna era frenética. Eddy participó en esa carrera. En esa época su tarea consistía en testar una remesa de vacunas elaboradas por los Laboratorios Cutter cuando detectó que, de hecho, habían transmitido la enfermedad a los monos del laboratorio. Tres de los seis animales sufrían parálisis, uno de los síntomas de la poliomielitis. La científica sabía que algo iba mal, y lo comunicó a su supervisor. La vacuna contenía, por error, virus activos.

Pero él nunca transmitió esa información a los comités evaluadores, y la vacuna de Cutter se aprobó y comercializó, causando un total de 260 casos de poliomielitis paralizante, y generando una ola de miedo hacia las vacunas entre las familias y entre los científicos, que pidieron responsabilidades a los implicados en los controles y su aprobación. Como resultado, Eddy tuvo que dejar temporalmente su puesto en los controles y evaluaciones de vacunas contra la polio. Pero no dejó de investigar.

Se centró en el estudio de enfermedades infecciosas y sus investigaciones fueron ganando relevancia. En 1960 volvió a cruzarse con una polémica relacionada con la vacuna contra la polio. Esta vacuna había logrado un gran avance en la década de los 50 al descubrir Jonas Salk, que daría su nombre a una de estas vacunas, que los riñones de los monos se podían utilizar para cultivar los virus que luego se emplearían en la inmunización. Pero estos órganos tenían algunos problemas.

Personal del Laboratorio de Control Biológico (1938). Bernice Eddy es la última a la derecha en la primera fila. Wikimedia Commons.

En 1960, Eddy descubrió que, si inyectaba esos cultivos celulares a hámsteres, estos desarrollaban tumores. Sus superiores no quisieron que este descubrimiento recibiese demasiada atención, pero ella presentó sus datos en una conferencia en Nueva York, algo por lo que fue degradada y perdió su laboratorio. Pronto se descubrió que había un oncovirus (un virus capaz de causar cáncer) implicado, que fue rápidamente aislado por otros científicos y bautizado como SV40 (simian virus 40).

La alerta se extendió dentro de la comunidad científica porque prácticamente todas las dosis disponibles de la vacuna en ese momento estaban contaminadas con este virus, así que las autoridades federales estadounidenses ordenaron a las farmacéuticas que fabricaban esta vacuna que analizasen y eliminasen este patógeno en todas ellas. Pero por miedo a causar el pánico, no revelaron el descubrimiento ni ordenaron retirar las dosis que había ya en el mercado, aunque la farmacéutica Merck sí retiró las suyas voluntariamente. Durante los dos años siguientes, miles de personas más fueron expuestas al patógeno, algo que se podía haber evitado o al menos reducido si el descubrimiento de Eddy hubiese recibido más atención.

Tras una serie de rápidos estudios científicos, las autoridades sanitarias concluyeron que, afortunadamente, el virus no causaba cáncer en seres humanos y no había riesgo. El virus se siguió utilizando en investigaciones sobre cáncer porque era capaz de causar tumores con facilidad en animales de laboratorio, pero durante años no se volvió a analizar su efecto en seres humanos. En la década de los 90, nuevas investigaciones volvieron a plantear la pregunta de si el SV40 podía tener un efecto carcinógeno en casos de tumores de evolución mucho más lenta que los observados en los 60 para descartar esos efectos, algo que a día de hoy no está del todo descartado.

Del control de las vacunas a la investigación de nuevos virus

A pesar de haber sufrido las consecuencias de hacer público su descubrimiento en contra de la voluntad de sus superiores, la carrera investigadora de Eddy avanzaba y eso empezaba a entrar en conflicto con sus tareas de control de virus respiratorios. En 1961 Eddy se encontró ante un dilema: si sus investigaciones básicas eran poco relevantes, podría seguir adelante con ellas, pero si comenzaba a hacer avances y descubrimientos que implicaban hacer cambios en cómo se regulaban y controlaban las vacunas, entonces tendría que dejarlo debido al conflicto de intereses que eso suponía.

Bernice Eddy. NIH.

Así que ese año pasó a ocupar un nuevo puesto, el de jefa de la Sección de Virología Experimental, dedicándose desde ese momento solo a la investigación. En 1965 comenzó a trabajar con otra reputada microbióloga, Sarah Stewart, en el Instituto Nacional del Cáncer, en el que lograron aislar e identificar el que se llamaría SE (por Stewart y Eddy) poliomavirus, un virus capaz de causar tumores y cáncer. Esto llegaría tras una agria polémica con otro investigador, Ludwik Gross, que también logró aislar el virus de manera independiente. Eddy declararía años después que “probablemente no debían haberle puesto su nombre” al virus. Eddy y Stewart serían nominadas al Nobel de Medicina dos veces por sus descubrimientos, aunque no lo ganaron nunca.

Además del descubrimiento del SE poliomavirus y del SV40, sus investigaciones en virología tuvieron otro gran impacto dentro del propio método de investigación, ya que contribuyó a que el hámster se considerase el mejor modelo animal para probar y experimentar con virus de potencial cancerígeno propios de los mamíferos. A lo largo de su carrera se convertiría en experta en neumococos y estreptococos, vacunas de la gripe y la polio y en oncovirus.

Se retiró en 1973 a los 70 años, y recibió una Citación Especial del secretario del Departamento de Salud, Educación y Bienestar. Murió el 24 de mayo de 1989.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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