Sarah Stewart, la microbióloga que se empeñó en desvelar la relación entre los virus y el cáncer, y lo consiguió

Vidas científicas

Virus del papiloma humano visto con
microscopio electrónico de transmisión.

Vacunarse contra el virus del papiloma humano (VPH) no tiene como principal objetivo evitar una enfermedad de transmisión sexual generalmente leve, aunque también. Lo que busca esa vacuna es proteger a la población, especialmente a las mujeres, del cáncer de cérvix o cuello de útero cuyo riesgo aumenta considerablemente cuando una infección por VPH está causada por determinadas cepas concretas del patógeno. Con la vacuna que reduce el riesgo de infección se reduce a su vez el riesgo de este tipo de cáncer. Ojalá para otros tipos de cáncer existiesen métodos de prevención tan sencillos y eficaces.

Aunque esa relación entre algunos virus y el riesgo de determinados tipos de cáncer es hoy reconocida, estudiada y en algunos casos activamente combatida, no siempre ha sido así. Hasta la década de los 60 del siglo pasado la idea de que un virus pudiese causar cáncer era rechazada con vehemencia por la comunidad científica por varios motivos. Por un lado, porque por entonces se pensaba que la causa del cáncer era siempre ambiental o química. Por otro, porque si el cáncer lo causaba un virus, se pensaba entonces, debía parecerse más a una enfermedad vírica en aspectos como la transmisión, por ejemplo, y esto no parecía ser así.

Sarah Stewart, microbióloga estadounidense de origen mexicano fue la primera en señalar y defender que esa relación existía y eso daba pistas sobre cómo combatir la enfermedad. Su descubrimiento no fue bien recibido al principio.

La carrera de Económicas como puerta de entrada a la ciencia

Stewart nació el 16 de agosto de 1906 en Jalisco, México. Su padre era un ingeniero de minas estadounidense que tenía minas de oro y plata en la región. Su madre era mexicana. La familia tuvo que abandonar el país al inicio de la revolución mexicana, cuando ella tenía 5 años, y se marcharon a Estados Unidos, al estado de Oregón donde su padre poseía algunas tierras. Cuando estudiaba secundaria, la familia se trasladó a Nuevo México.

Ella fue allí a la Universidad del Estado, en Las Cruces, y se graduó en Económicas, que era la que consideró mejor opción dentro de las que estaban disponibles para las mujeres en la época y en la que se cursaban muchas de las asignaturas que componían también los grados generales de ciencia, disponibles solo para los hombres.

Tras su graduación en 1927, fue profesora de economía doméstica en un instituto de Tatum, Nuevo México, pero eso no le producía demasiada satisfacción. Así que, tras año y medio en el puesto, empezó a pedir becas de investigación por todo el país. Recibió respuesta de la Universidad de Massachusetts, donde aceptó una oferta para participar con una beca en su programa para graduados, y obtuvo el título de máster de microbiología en 1930.

Ese mismo año obtuvo la plaza de bacterióloga en la Estación Experimental de Colorado, un centro de investigación agrícola donde trabajó en el estudio de bacterias capaces de fijar nitrógeno a los suelos para mejorar las cosechas. A pesar de que ya se trataba de un trabajo en el campo de la investigación, era un área que no le interesaba demasiado, así que decidió volver a la universidad, hacer la tesis y doctorarse.

Infecciones anaeróbicas como la gangrena

Sarah Stewart. NIH.

Comenzó a investigar para ello en la Escuela de Medicina de la Universidad de Colorado, en Denver, en 1933. Cuando llevaba dos años aceptó un puesto sin remuneración en el Instituto Nacional de Salud (NIH) como asistente de Ida Bengtson, la primera científica que trabajó en el Sistema Público de Salud, que investigaba en bacterias anaeróbicas, capaces de sobrevivir sin oxígeno. Este tipo de bacterias causaban infecciones como la gangrena, muy común en heridas de guerra. Stewart terminaría asumiendo y continuando el trabajo de Bengtson y desarrollaría tratamientos que se aplicarían más adelante durante la Segunda Guerra Mundial.

Stewart finalizó su tesis en la Universidad de Chicago en 1939, y en esa época perdió el interés en el trabajo sobre infecciones anaeróbicas que había llevado a cabo hasta el momento. Dejó el Instituto Nacional de Salud en 1944 con la idea de licenciarse en medicina y dedicarse a la investigación del cáncer. En aquella época ya tenía la convicción de que había una relación entre los virus y el cáncer: «Siempre tuve la sensación de que ciertamente algunos cánceres estaban inducidos por virus». La idea, sin embargo, resultó mucho más controvertida de lo que ella esperaba.

La primera barrera: las mujeres no pueden estudiar Medicina… ¿o sí?

La primera pista de lo difícil que iba a ser defender su idea fue que su propuesta al NIH para financiar sus estudios sobre tumores de origen vírico fue frontalmente negativa por dos motivos: por un lado, y esto era verdad, no estaba cualificada para la experimentación en humanos (nunca había trabajado siquiera con mamíferos); y por otro, que su planteamiento se consideró «dudoso». Para obtener la experiencia necesaria y para afianzar sus ideas y su legitimidad para explorarla, decidió centrarse en obtener el título de Medicina.

Este objetivo también tenía que superar algunos obstáculos. El primero y principal fue que en 1944 las mujeres no podían matricularse como alumnas de pleno derecho en la mayoría de las escuelas de medicina de Estados Unidos. Stewart encontró cómo superar esta barrera al aceptar un puesto como profesora de bacteriología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Georgetown, lo que le permitía acceder a los cursos de forma gratuita. En 1947 la escuela empezó a aceptar alumnas, y ella pudo por fin formalizar su matrícula. En 1949, a los 43 años, Sarah Stewart se convirtió en la primera mujer en obtener un título de Medicina en la Universidad de Georgetown.

Título en mano, volvió al NIH pero aún le fue negada la opción de investigar en cáncer, así que aceptó un puesto temporal en un hospital de Staten Island donde fue destinada al departamento de ginecología. Al terminar, volvió a presentarse en el NIH con el convencimiento de que ya estaba preparada para demostrar que el cáncer podía estar causado por virus. La negativa siguió siendo rotunda.

Pero surgió otra oportunidad: Stewart logró un puesto en el Instituto Nacional del Cáncer (NCI), en Baltimore, donde por fin tenía la posición profesional y los recursos necesarios para llevar a cabo el trabajo que tanto le interesaba.

La relación entre los virus y el cáncer, aunque no quisieran verla

Tras algunos trabajos previos, en 1950, Ludwig Gross había avanzado en sus investigaciones sobre la leucemia en ratones y su relación con determinados virus. Cuando Stewart se incorporó al NCI en 1951, se basó en sus trabajos.

Sarah Elizabeth Stewart, hacia 1950.

Gross había llevado a cabo un experimento en el que inyectaba a ratones recién nacidos componentes de órganos de otros ratones que habían tenido leucemia, y descubrió que los ratones inyectados también enfermaban de lo mismo. Más adelante, Stewart, junto con otra investigadora llamada Bernice Eddy, replicó el experimento y vio que sus resultados variaban. En su caso los ratones desarrollaban otros tipos de cáncer: en vez de leucemia, tumores de la glándula parótida.

En 1953 tanto Gross como Stewart publicaron estudios sobre este tema con apenas unos meses de diferencia. Stewart y Eddy no nombraban directamente a un virus como el causante, sino que se referían a un «agente» para evitar en parte la controversia que ya sabían que generaba esta idea. Stewart y Gross tendrían una agria disputa por la autoría de los experimentos y sus resultados, que ambos aseguraban haber obtenido primero y de forma independiente.

Stewart, sin embargo, tenía otro objetivo final: convencer a la comunidad científica de lo que ella ya estaba segura, y para eso necesitaba explicar cómo ese agente del que hablaba provocaba los tumores. Para ello, empezó a realizar experimentos con cultivos celulares in vitro, y a observar qué había exactamente en las células tumorales que luego trasladaban a tejidos sanos y que también terminaban desarrollando cáncer. En otro artículo publicado en 1957, Stewart y Eddy concluían que «la hipótesis más razonable es que se trata de un virus». Lo bautizaron como poliomavirus, porque observaron que podía causar decenas de tumores diferentes. Finalmente se llamaría SE (de Stewart y Eddy) poliomavirus.

El señalamiento de esta relación, tanto tiempo negada por la comunidad científica, entre virus y cáncer, abrió un abanico de nuevas ramas de investigación, permitiendo entre otras cosas entender mejor algunos tipos de cáncer, factores genéticos relacionados con la enfermedad así como comenzar a trabajar en el desarrollo de vacunas y tratamientos.

Tras pasar años investigando para entender el cáncer, Stewart sufrió esta enfermedad personalmente, primero en los ovarios y luego de pulmón. Murió por esta causa en 1976.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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