La ley del hielo o el silencio como respuesta

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Cada vez es más difícil hacer silencio en el ritmo extenuante del día a día y se nos olvida lo beneficioso que puede ser para nuestro cerebro.

Vivir sin ruido

Florence Nightingale, la enfermera, estadística y activista social británica del siglo XIX, escribió que «el ruido innecesario es la falta de cuidado más cruel que se puede infligir a los enfermos». Nightingale argumentó que los sonidos innecesarios podrían causar angustia, pérdida de sueño y alarma para los pacientes en recuperación.

Una mujer muy sabia, ya que se ha demostrado que la contaminación acústica provoca presión arterial alta y problemas cardiovasculares, además de afectar la audición y la salud en general. Los ruidos fuertes aumentan los niveles de estrés al provocar la liberación de cortisol. A diario, la demanda de atención exige una carga significativa sobre la corteza prefrontal del cerebro, involucrada en el pensamiento de alto nivel: la toma de decisiones y la resolución de problemas. La cantidad de información constante a lo largo del día, los ruidos, la música a un volumen excesivo, las voces, etc. pueden ocasionar fatiga mental, falta de concentración o bloqueo que nos impiden llevar a cabo las tareas cotidianas. Una solución es buscar entornos con niveles bajos de exposición sensorial en los que el cerebro pueda «resetearse» y reparar sus mecanismos.

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Se ha demostrado que el silencio puede regenerar las células cerebrales. Un estudio de 2013 en ratones, publicado en la revista Brain, Structure, and Function, comparó los efectos del ruido ambiental, el ruido blanco, las llamadas de cachorros y el silencio en los cerebros de los roedores. Aunque los investigadores quisieron utilizar el silencio para el grupo de control, descubrieron por casualidad que, al aplicarlo dos horas al día, se promovía el desarrollo de nuevas células en el hipocampo, una región clave del cerebro asociada al aprendizaje, la memoria y las emociones. Además, con el silencio exterior es más probable conseguir el sosiego interior y activar así la red neuronal por defecto o la red de modo predeterminado del cerebro. Este piloto automático se pone en marcha cuando empieza a funcionar la «cognición autogenerada», como soñar despierto, meditar, fantasear sobre el futuro o dejar que nuestra mente divague. Desde ese estado se puede acceder al flujo interno de pensamientos, emociones, recuerdos e ideas que promueven la empatía con los demás, la creatividad y la reflexión sobre quienes somos. Por lo tanto, es un hecho que la ausencia de ruido exterior e interior es relevante para nuestra salud.

El silencio como táctica de castigo y manipulación

Sin embargo, hay un silencio muy dañino: la ley de hielo o el castigo de silencio. Es una estrategia de violencia psicológica utilizada en las relaciones personales, de pareja, laborales, etc.

Nadie duda de que lo mejor para resolver los conflictos es el diálogo. Usar el silencio como táctica para evitar una comunicación eficaz es una manera pasiva/agresiva de manejar situaciones conflictivas y no resuelve nada. Este recurso para concluir una discusión es unilateral y dominante por parte de quien lo ejerce y una manipulación encubierta que se justifica con frases como «no quiero hablar más» o «mejor lo dejamos aquí porque si sigo lo voy a lamentar» y, en ese punto, no se admiten más palabras. Con esto se consigue cortar de raíz la comunicación a modo de castigo que conlleva un alto nivel de violencia hacia la otra persona que va acumulando resentimiento y odio.

Las víctimas del silencio

Desde que nacemos los seres humanos necesitamos establecer conexiones emocionales con los demás. Esta necesidad se mantiene durante toda nuestra vida; con el reconocimiento y el apoyo afectivo del otro construimos lo que somos. Pero si la persona que tenemos al lado nos ignora o no nos habla a pesar de seguir conviviendo en el mismo espacio, puede que las bases emocionales sobre las que nos sostenemos empiecen a tambalearse.

La persona que sufre estas situaciones comienza a sentirse en un estado de indefensión y vacío que terminan devastándola. Empieza a creer que no es digna de la atención, el afecto y el respeto del otro, constantemente experimenta frustración, baja confianza en sí misma, soledad, tiene carencias emocionales fuertes, incomprensión, ansiedad y puede llegar a desarrollar una depresión mayor. La ansiedad, la rabia, la impotencia, pueden aparecer al inicio y evolucionar hasta consecuencias muy dañinas porque la persona que impone el silencio no da opción a resolver malentendidos, a compartir otros puntos de vista, a tolerar opiniones diferentes, a aclarar enfados antiguos o a validar quejas.

Somos seres sociales

Lo esencial de las interacciones humanas es la comunicación. Es saludable discutir, confrontar, reflexionar sobre el propio pensamiento para encontrar un punto de encuentro… El problema surge cuando en respuesta a la demanda de un diálogo obtenemos el «silencio absoluto». El uso del silencio obstinado en las relaciones interpersonales puede desencadenar un estado de severa incertidumbre emocional, con el mensaje: «no existes».

Un silencio, a veces, puede ser más humillante que las palabras más dolorosas. Es una forma sutil de maltrato emocional, invisible y muy poderosa para evitar la confrontación directa. Después de una situación tensa o incluso sin causa aparente, si se interpone el silencio entre dos, a la pregunta lógica de «¿Por qué no me contestas?», se obtiene como respuesta No voy a seguir hablando» como un muro infranqueable.Si se insiste y se quiere aclarar el malentendido o saber el motivo del silencio, obtener como respuesta más silencio produce un vacío que está inevitablemente cargado de dudas. La falta de diálogo impide comprender por qué estamos siendo «castigados», dónde nos hemos equivocado, en qué punto hemos pasado un límite, y en todo caso se cierra la posibilidad de explicar los motivos, de intentar una defensa de las acusaciones, de remediar el daño de alguna manera. El silencio destroza todos los puentes y consigna a quien lo experimenta a una condena sin motivo y sin posible apelación, descartando el diálogo.

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Por supuesto, todos tenemos derecho a no responder a una pregunta, pero no con un silencio obstinado en el contexto de una relación, amistad o simple cuestión laboral, cuando la comunicación representa algo básico.

¿Cómo es la persona que contesta con silencio?

La persona que utiliza el silencio como respuesta suele hacerlo porque no tiene otros recursos psicológicos para hacer frente a la situación. El silencio es su recurso porque cree que su interlocutor no lo escucha, que no está abierto a su punto de vista y así le obliga a prestarle atención, piensa que el otro debe disculparse por su actitud o sus palabras, y utiliza el silencio como advertencia, cree que no tiene sentido hablar del tema porque no podrá llegar a un acuerdo, se siente profundamente ofendido, pero no quiere reconocerlo y callándose hará que el otro se arrepienta, no quiere tratar el tema y con el silencio queda claro que ni ahora ni nunca.

Cualquiera que sea el motivo, este uso del silencio tiene como objetivo doblegar al otro, es un castigo por el que se culpa a la otra persona dejando la responsabilidad de la relación en sus manos: «Hasta aquí, ya no quiero hablar más, tú sabrás lo que has hecho, recapacita si te interesa volver conmigo».

Poner en práctica este recurso de forma habitual es propio de personas intolerantes a la réplica, con conductas tiranas, que ejercen un constante abuso de poder, con tendencia a la manipulación para conseguir determinados fines, etc. La creencia de que «dejarlo pasar» hará que el conflicto se olvide es errónea. En cualquier caso, se acentúan las diferencias y el castigo que supone no es la mejor manera de resolver diferencias y posibilitar una relación del tipo que sea.

Consecuencias de «la callada» por respuesta

El silencio se puede interpretar de muchas maneras, pero solemos hacerlo de la peor manera posible. Un metaanálisis realizado en la Universidad de Texas que incluyó los resultados de 74 estudios en los que participaron 14 000 personas, concluyó que el silencio suele ser muy destructivo en las relaciones de pareja y las personas lo interpretan como la falta de implicación del otro y un intento de conseguir una sumisión emocional. Estos psicólogos mostraron que el uso del silencio como castigo no es infrecuente en las parejas y es uno de los factores que llevan a la separación, no sólo porque estas personas se sienten menos satisfechas con la relación, sino también porque perciben a su pareja maltratadora como emocionalmente más distante. De hecho, uno de los problemas para mantener la relación es que quienes sufren silencio se sienten cada vez más frustrados por la falta de respuesta y la nula disposición del otro para el diálogo. La persona que es víctima del silencio se sentirá confundida e incluso culpable. También es probable que se sienta sola e incomprendida. Estos sentimientos no contribuyen a mejorar las relaciones y resolver conflictos, al contrario, crean una brecha de confianza cada vez mayor.

Un estudio realizado en la Universidad de Lovaina encontró que el silencio no ayuda a hacer desaparecer u olvidar los problemas, sino que los fortalece. Estos psicólogos descubrieron que la mejor manera de desenredar los nudos inevitables en el ovillo de una relación es hablar de ellos.

Por lo tanto, esa persona que no responde a nuestros requerimientos en el trabajo, que va por la casa sin hablar, que deja de contestar los mensajes, los correos, etc., de entrada, está siendo muy irrespetuosa. Y, ¿por qué hace esto? Porque no admite no salirse con la suya y que no se cumplan sus deseos, porque no consigue acuerdos en sus solicitudes o por cualquier motivo por el que se sienta agraviada. Si se piden explicaciones, una respuesta puede ser que no habla porque está enfadada. Esta razón no es cierta; esa actitud es la punta del iceberg que oculta una táctica valiosa para demostrar su poder, sabe que así logra manipular y controlar al otro. La próxima vez, los que no se dobleguen a sus criterios, se lo pensarán dos veces antes de no ceder.

La agresión con silencio, al igual que otros tipos de maltrato psicológico, es difícil de denunciar. Quien practica esta «técnica» suele ser una persona que controla bien sus impulsos. No es cierto que él/ella sea la víctima y, aunque lo fuera, está aplicando un castigo inaceptable.

Como vimos, es muy beneficioso buscar el silencio, el exterior y el interior, pero lo es más si lo hacemos desde el equilibrio emocional que aporta un entorno que posibilita aclarar malentendidos y dialogar. Si alguien es realmente importante para nosotros es mejor decir de manera asertiva lo que pensamos y sentimos. Si sumamos ventajas, compartir un silencio elegido, en sintonía, aportaría a nuestro cerebro todos los beneficios que tienen los momentos de sosiego y los extras de una comunicación entre iguales, respetuosa y fluida.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

5 comentarios

    • Gracias, Irene. Me gusta que lo que escribo aporte y ayude a reflexionar. Un saludo

  • Y….qué recomienda usted hacer en el caso de que una persona repetidamente (digamos, cientos de veces), agrede y ofende a la parte que decidió “silenciarse”? Qué hacer cundo una persona es abusiva con la otra, y no rectifica pues ni siquiera acepta que actúa errado? Hasta cuándo debe una persona exponerse al abuso? E leído que el “cero contacto”, por ejemplo, es lo ideal para liderar con narcisistas y personas con síndrome de personalidad límite.

    • Intenté dejar claro en el artículo que el silencio no resuelve conflictos cuando la otra persona es importante para una, para uno. Hay una intención para mantener la relación por ambas partes.
      Pienso como usted que frente a una persona dañina, lo mejor es alejarse, de palabra por supuesto, y si es el caso, poniendo distancia física.
      Evidentemente, la comunicación saludable no es recíproca ni posible con personas como las que usted plantea. Gracias

  • Buen artículo, pero echo en falta referirse al silencio como mecanismo de defensa cuando enfrente tenemos a un interlocutor que habla y cuando toca escuchar se retira. Si este comportamiento se repite ,el diálogo no existe, la comunicación no es tal, es monólogo y ahí sí creo que cabe el silencio, ante lo que puede ser de nuevo un monólogo .

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