Adriana Hoffmann, la voz de las plantas nativas de Chile

Vidas científicas

Adriana Hoffmann.

El 22 de marzo de 2022, el Senado chileno se mantuvo en silencio durante un minuto en memoria de Adriana Hoffmann Jacoby. El homenaje llegó a solicitud de la parlamentaria Isabel Allende, quien había conocido a la investigadora botánica desde su juventud.

“Adriana Hoffmann es una mujer que nos dejó un enorme legado de defensa del medio ambiente y la preservación de nuestras especies nativas”, expresó la senadora a pocas jornadas del fallecimiento de la científica. Esas frases, por resumidas, no conseguían abarcar del todo la intensa obra de bióloga y también agrónoma, nacida en 1940.

La influencia familiar

Su vida estuvo marcada, en primer lugar, por pertenecer a una familia de renombre en la sociedad chilena. Fue la hija pequeña (su hermano mayor se llamaba Francisco) del matrimonio entre Franz Hoffmann y Helena Jacoby, también conocida como Lola Hoffmann. Su familia materna, de origen judío, había decidido trasladarse a Alemania tras las vicisitudes sufridas durante la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa de 1917 y la persecución a la que había estado sometido su abuelo por pertenecer a un movimiento político liderado por Aleksandr Kérenski.

La madre de Adriana vivió adelantada a su tiempo, según aseguraron muchos de sus contemporáneos. Estudió Medicina en la Universidad de Friburgo, donde pudo asistir a conferencias de eminentes figuras, como el psiquiatra Carl Gustav Jung. Durante su trayectoria profesional se desempeñó como fisióloga y como psiquiatra.

Por otro lado, Franz Hoffmann era un reconocido investigador y médico que, entre otros logros, impulsó la fundación de Instituto de Fisiología de la Universidad de Chile. Sin embargo, el entorno familiar de Adriana para nada era convencional. Lola Hoffmann tuvo una relación paralela a su matrimonio por cerca de 20 años, aunque nunca decidió divorciarse y mantuvo con su esposo una agradable y cordial relación.

La carrera de Adriana y la naturaleza

De hecho, ambos padres impulsaron a su hija a desarrollar una carrera académica y se sintieron complacidos cuando matriculó en Agronomía. Pero, poco antes de terminar su licenciatura, Adriana abandonaría los estudios y llegó a afirmar que el programa era demasiado técnico.

Años más tarde, viajaría con su madre a Europa y completaría su formación en Alemania en Botánica y Paisajismo. Posteriormente, la joven insistiría en que lo que ella deseaba era “estar, cuidar, aprender y enseñar sobre la naturaleza”.

En 1970 publicó su primer libro, titulado Flora Silvestre de Chile de la Zona Central. El texto recopilaba un amplio número de plantas locales y sus características más significativas. Además, junto al empresario estadounidense Douglas Tompkins creó la Fundación Yendegaia (ahora conocida como Tompkins Conservation) para la preservación del Parque Nacional y Bahía de la localidad chilena de igual nombre.

La amistad entre la investigadora y el aventurero ecologista fue entrañable. Juntos impulsaron La tragedia del bosque chileno, una obra de gran lucidez que, según los críticos, mostró “la degradación de las especies chilenas y preocupante ausencia de políticas forestales que las protegieran”.

Otro incansable compañero de la científica fue el fotógrafo Felipe Orrego, quien la acompañó a recopilar datos gráficos de plantas desconocidas por toda la geografía de su país. Sobre esos tiempos, el documentalista apuntaría que ella era una persona muy vital, que no se diezmaba ante la idea de tener que subir laderas de hasta cuatro mil metros de altura durante sus recorridos. “Adriana partía y hasta arañando los cerros conseguía sacarme distancia”.

Algunos de los libros de Adriana Hoffmann.

El reconocimiento internacional llegó a finales del pasado siglo XX. Inspirada por la necesidad de conservación de las especies vegetales nativas de su país, se convirtió en coordinadora de la ONG Defensores de los Bosques. La iniciativa no gubernamental llegó a impactar en la sociedad chilena, hasta entonces poco interesada en los cuidados de la naturaleza. ​

A partir de esas constantes labores, la botánica fue reconocida, en 1997, como una de las veinticinco líderes ambientalistas de la década, por la Organización de las Naciones Unidas.

Interesados en cambiar la imagen internacional del país, políticos chilenos instaron al presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle a apoyar de manera estatal el trabajo de la investigadora. Así, en 1999, fue galardonada con el Premio Nacional de Medio Ambiente, en la categoría de Educación, otorgado por la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA). Años más tarde, la propia Adriana dirigiría la comisión que le otorgó ese reconocimiento.

En paralelo, continúo investigando la flora y ecosistemas de su país. Ecología e historia natural de la zona central de Chile, Enciclopedia de los Bosques Chilenos, Plantas medicinales de uso común en Chile y El Árbol Urbano en Chile fueron algunos de los libros académicos que concretó por entonces. Hasta julio de 2012, año de su retiro simbólico del trabajo de campo, había identificado y nombrado 106 nuevas especies de Cactaceae.

Asimismo, el Ministerio del Medio Ambiente de Chile auspició en 2015 la Academia de Formación Ambiental Adriana Hoffmann. De ese modo, la investigadora cumplió otra meta personal y comenzó a impartir cursos para capacitar a líderes locales y a las nuevas generaciones sobre los cuidados de la naturaleza.

Otro de sus grandes sueños profesionales se materializó en 2018, con la fundación del Centro Edificativo Parque Cantalao. Esa entidad, que acoge a niños y adolescentes para enseñarle las principales estrategias de preservación del ecosistema de la precordillera de Santiago de Chile, era una idea recurrente para Hoffmann. Además, desde esa iniciativa fomentó el cuidado del hábitat de halcones peregrinos y picaflores de esa región.

En la que sería su última entrevista, en enero de 2022, Adriana enfatizó en que su nación no ha sido lo suficientemente sensible con los temas medioambientales. La falta de educación en ese ámbito fue una de sus grandes preocupaciones. Sin embargo, en el ocaso de su existencia, la investigadora aseguró que serán los chicos, las nuevas generaciones, quienes cambiarán ese escenario.

Así, de manera alegórica e inadvertida, la botánica pasaba a sus discípulos y a la juventud chilena la misión de continuar con la preservación y el cuidado de la flora y los ecosistemas de esa gran nación suramericana.

Referencias

Sobre la autora

Claudia Alemañy Castilla es periodista especializada en temas de ciencia y salud. Trabaja en la revista Juventud Técnica.

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