Durante la Primera Guerra Mundial, no fueron las armas lo que causó más muertes, sino el tifus, una enfermedad causada por bacterias que se transmite a través de las heces que pulgas y piojos dejan en la piel y que consiguen entrar en el cuerpo cuando las personas se rascan las picaduras. A día de hoy existen vacunas para prevenir la enfermedad y se sabe que la higiene es un factor esencial para frenarla, pero a principios del siglo XX y en medio de un conflicto bélico a escala continental, con millones de personas desplazadas, ninguna de las soluciones estaba al alcance de la mayoría de los ciudadanos.
Hélène Sparrow, médica y bacterióloga polaca, vio de primera mano los estragos del tifus, o fiebre tifoidea, en su país y en los años 20 trabajó con las fuerzas armadas polacas para combatirla. Fue pionera en el tratamiento de la salud pública a nivel global, trabajó en el desarrollo de la primera vacuna contra el tifus e impulsó campañas nacionales de vacunación también contra la difteria y la escarlatina, enfermedades que hoy dan poco miedo en los países desarrollados precisamente por la generalización de las vacunas que han frenado su impacto.
Miles de desplazados entre fronteras cambiantes
Sparrow nació de padres polacos en lo que hoy es la zona de Kiev, Ucrania, el 5 de junio de 1891. Estudió en un instituto de Kiev, donde se graduó con una medalla de oro, y luego en la Facultad de Medicina de Kiev, donde obtuvo un diploma cum laude en 1915. En esa época comenzó a investigar y trabajar en el control de enfermedades epidémicas dentro del ejército ruso. Tras el fin de la contienda siguió con sus observaciones en las clínicas de lo que hoy es la zona de Tartu, en Estonia, y allí fue donde comenzó a prestar especial atención al tifus.
En 1920 se trasladó a Varsovia para trabajar en el Instituto Estatal de Higiene, un servicio que pasó a dirigir dos años después, mientras conseguía un segundo título de Medicina en la Universidad de Poznan, Polonia, en 1923. Ese año se convirtió también en jefa del servicio de vacunación preventiva, participando en la puesta en marcha de campañas preventivas frente al cólera.
Durante estos años, las consecuencias geopolíticas de la guerra habían dejado millones de desplazados en Europa: muchas ciudades habían sido destruidas, muchas fronteras habían cambiado de sitio, mucha gente no podía volver a donde había vivido siempre. Las enfermedades contagiosas eran un tremendo problema de salud personal y pública, y Sparrow ayudó a poner en marcha varios laboratorios de salud pública y supervisó varias campañas de vacunación contra la difteria y la escarlatina que ayudaron a doblegar las curvas de expansión de estas enfermedades que a día de hoy rara vez suponen un motivo de alerta en esos mismos territorios europeos.
Siguiendo el rastro del tifus en pulgas y piojos
En 1923, una beca de la Sociedad de Naciones (antecesora de la ONU) le permitió viajar a Francia, donde comenzaría una colaboración con el Instituto Pasteur que duraría varias décadas. En 1924 volvió al Instituto Pasteur para formarse en microbiología y en 1925 conoció a Charles Nicolle, médico y microbiólogo francés que llevó a cabo importantes avances sobre el tifus que le llevaron a ganar el Nobel de Fisiología o Medicina en 1928.
Sparrow y Nicole comenzaron a trabajar juntos, estudiando el tifus y sus vías de expansión, con el objetivo de crear una vacuna que ayudase a limitar sus contagios. Era una enfermedad de la que se sabía poco en aquel momento, más allá de que era una enfermedad grave y mortal que se expandía con facilidad en los sitios densamente poblados especialmente cuando había ropa sucia amontonada. Los asentamientos de refugiados de guerra eran un entorno especialmente propicio.
Ambos descubrieron que los piojos eran el principal vector de transmisión al observar a pacientes de tifus en Túnez: las personas afectadas podían contagiar a otras por las calles, y también corrían riesgo los trabajadores de la lavandería del hospital, pero una vez que alguien ingresaba y recibía un baño caliente y ropa limpia, dejaba de suponer un peligro de contagio a otras personas. Esto les llevó a observar más de cerca a los piojos, y a realizar una serie de experimentos con chimpancés que les sirvieron para corroborar sus teorías.
En busca de una vacuna
Gracias a esta colaboración, Sparrow siguió avanzando en el estudio de remedios contra el tifus. Entre 1927 y 1928, en el Instituto Pasteur de Túnez, llevó a cabo pruebas de vacunación a través de la inyección repetida de dosis reducidas de una cepa del patógeno causante atenuado. Tras leer su tesis sobre el tema en 1928 fue nombrada profesora asociada en la Facultad de Medicina de la Universidad de Varsovia.
Tras varios años estudiando el tifus epidémico en otros entornos, como México y Guatemala, en 1933 volvió a Túnez para trabajar de nuevo con Nicolle como jefa de laboratorio, momento en el que se nacionalizó francesa. Su experiencia en el cultivo de piojos en el laboratorio fue esencial para el avance de sus investigaciones que incluyeron el desarrollo de la primera vacuna, varios ensayos con insecticidas y el aislamiento del género de bacterias Rickettsia, causante última de la infección. Desde 1935 ambos trabajaron en el uso de virus de ratón como base de la potencial vacuna, que terminaron de desarrollar ella y Paul Durand, y que recibiría el nombre de Durand-Sparrow.
Sparrow siguió trabajando en el Instituto Pasteur hasta 1961, ya superada la edad de jubilación. Desde 1949 obtuvo el puesto de jefa del servicio de vacunación, trabajando en campañas contra la tuberculosis, y desde 1955 colaboró con la OMS en el desarrollo de campañas contra la fiebre recurrente en Etiopía. Durante la Segunda Guerra Mundial, acogió numerosos refugiados franceses en su casa de Túnez. Durante la retirada francesa de lo que había sido su colonia, Sparrow se trasladó con su marido a Córcega, donde murió en 1970.
Referencias
- Hélène Sparrow, Wikipedia
- Hélène Sparrow, chasseuse de microbies, Institut Pasteur
- Helen Sparrow, Kripkit
- Barbara Ztarska, Helena Sparrow-Germa (1891-1970), Post. Mikrobiology XXXIIV (1995) 115-119
Sobre la autora
Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.