A la mayoría de las científicas y de los científicos les encanta lo que hacen, pero los niveles de satisfacción laboral alcanzan un nuevo mínimo, según la última encuesta de Nature sobre este tema. Chris Woolston resume el informe en el tercero de sus cuatro artículos recogiendo las conclusiones de las encuestas (Woolston, 2021a).
El autor nos remite a Tiffany Rolle, becaria e investigadora sobre el genoma humano, quien escribió, junto a otros colegas, un artículo en 2021 sobre el estrés, el agotamiento y el Johnhenryismo en las carreras STEM (Rolle et al, 2021).
Sabemos que un factor esencial para acudir a la llamada de la ciencia es la curiosidad. Esta inquietud por investigar retiene a los enamorados de la ciencia, pero puede llegar a ser una rueda de hámster. La línea de meta no está definida a menos que uno mismo la marque.
Johnhenryismo es un término que se utiliza para denominar a los grupos subrepresentados, que sienten una fuerte presión para desempeñar su trabajo en el día a día. Son colectivos que se encuentran ahogados por la percepción de estar en el punto de mira de un terreno muy competitivo en el que la autoconfianza va siendo minada. El malestar se asocia a mensajes en la línea de no ser lo suficientemente buena, en el caso de muchas mujeres, o del sentimiento de no pertenencia, si se tiene otro color de piel, por ejemplo, o del constante lastre de «te llegó la nota para ocupar ese puesto por los pelos», o «te la regalaron por tu discapacidad»; nos cuestionamos nosotras mismas, nosotros mismos, y se nos cuestiona desde el entorno. Hay que estar a la altura como el mítico John Henry, trabajador en el tendido de raíles del ferrocarril en Estados Unidos. Personaje real o legendario, Henry se propuso hacer el mismo trabajo que una nueva máquina promocionada como un adelanto tan potente que haría la tarea de un hombre con mayor eficacia y más rápido. Nuestro héroe igualó a la máquina en perforar la roca por distintos puntos para colocar explosivos e incluso lo hizo en menos tiempo. Todo bien, excepto que Henry pagó con su vida el esfuerzo realizado para estar a la altura.
El estrés, el agotamiento, la presión por hacerlo mejor y más rápido, desencadenan problemas de salud mental vinculados a la satisfacción laboral, enfoque clave de las encuestas STEM elaboradas por Nature en 2021 (Nature, 2021). Este tipo de encuestas se realizan con una frecuencia de tres años y la anterior fue en 2018 (Woolston, 2018).
Entre las conclusiones relevantes de la última podemos señalar que alrededor del 60 % de los participantes indicaron que estaban satisfechos con sus puestos de trabajo; eso es aproximadamente 10 puntos porcentuales menos que en encuestas anteriores, incluida la inmediatamente anterior. Es evidente que cuando disminuye la satisfacción en el trabajo, la salud mental empieza a ser un factor preocupante. El 42 % de los encuestados afirmó buscar ayuda profesional o tener la intención de solicitarla para cuestiones de ansiedad o depresión, relacionadas con el trabajo en condiciones de precariedad; esto supone un aumento de seis puntos porcentuales desde 2018.
Los 3200 participantes eran científicas y científicos seleccionados en diversas etapas de sus carreras. La recogida de información incluía, además, comentarios abiertos sobre las realidades de la vida laboral en el ámbito de la ciencia. A través de las respuestas y los comentarios libres, los voluntarios dieron su opinión sobre las ventajas y desventajas de las carreras científicas. Se seleccionaron también a unos cuantos participantes al azar para realizar entrevistas y este formato aportó una visión de las historias de vida detrás de los números. Con todo, la encuesta sugiere una creciente inquietud ante una trayectoria profesional que, obviando precariedades, aún supone una trayectoria laboral apasionante.
En la encuesta de 2021, más de la mitad de los participantes (54 %) señaló que su satisfacción laboral había empeorado en el último año. Ese período estuvo marcado por desaceleraciones e interrupciones generalizadas relacionadas con COVID, pero la pandemia no fue el único factor que supuso una sombra en el estado de ánimo de los científicos. Fiona Simpson, investigadora del cáncer en la Universidad de Queensland en Australia, dice que cada día se sentía un poco más insatisfecha en su trabajo. Lo achaca a un aumento paulatino, sin pausa, de las exigencias en su puesto. «Me encanta mi trabajo. Me apasiona la ciencia», dice. «El problema son las condiciones en las que trabajamos. Como profesión, nos hemos dejado arrastrar a una situación en la que utilizamos varias horas de la noche, leemos tesis, revisamos artículos para revistas, participamos en paneles de subvenciones, todo sin remuneración. Es como tener dos trabajos paralelos a tiempo completo». Esta investigadora también señala un aumento en la discriminación de género: «He visto compañeras incómodas con la forma en que son tratadas y las he notado angustiadas por la inestabilidad de sus empleos. Cuando manifiestan estos desasosiegos se las tacha de poco tolerantes o histéricas. Con los años, se ha pasado de un acoso evidente a una especie de luz de gas, sutil y plagada de silencios cobardes.» (Woolston, 2021b).
El 51 % de las investigadoras y el 39 % de sus homólogos masculinos dijeron que con frecuencia o a menudo sentían que no podían llevar al día todo lo que demandaba su trabajo. Una mujer que ahora es presidenta de su propia empresa de atención médica en los Estados Unidos comentó que, al principio de su carrera, se vio obligada a invertir más tiempo, esfuerzo y recursos personales que sus colegas masculinos para lograr niveles similares de financiación y respeto.
Para muchas investigadoras y muchos investigadores, pasar horas y horas absorbidos por la ciencia es algo natural, algo que va unido a su carrera. Casi un tercio (31 %) de los encuestados indicó que trabajaban más de 50 horas a la semana, aunque sólo el 2 % señaló que esas largas horas estaban recogidas en su contrato. Las semanas laborales de 50 horas o más fueron dos veces más habituales en el mundo académico (36 %) que en el mundo empresarial (18 %). El 59 % de los encuestados dijeron que estaban satisfechos con el equilibrio entre el trabajo y la vida personal, frente al 70 % en 2018. Un 39 % de todos los encuestados dijo que con frecuencia, o incluso siempre, se sentía sin energía emocional y física. Un 45 % sintieron que no lograban todo lo que deberían hacer para cubrir objetivos, que no llegaban sin emplear sus horas de descanso.
La constante carga de estrés exige un costo mental. En esta encuesta, uno de cada cinco dijo haber buscado ayuda profesional por ansiedad causada por su trabajo; además, un 22 % que no solicitó ayuda desearía haberlo hecho. Ese es un aumento notable desde 2018, cuando el 16 % dijo que había recibido ayuda y el 17 % que la necesitaba pero que aún no la había buscado.
Un profesor titular de biomedicina en los Estados Unidos que confesó necesitar ayuda profesional comentó: «Me sorprende cómo aun investigando sobre el impacto del estrés y la interrupción del sueño en los resultados del cáncer, muchos de nosotros estamos estresados y con problemas de sueño. En pocas ocasiones reconocemos el perverso elitismo en la academia de aquellos dispuestos a sacrificar la salud y la familia por su carrera profesional». ¡Y aún hoy se considera un mérito, algo loable, lo heroico del hombre de ciencia, entregado por completo a sus estudios!
El trabajo científico se está volviendo cada vez más estresante y, a su vez, el estigma que rodea a la salud mental está desapareciendo. Todos estamos más dispuestos a hablar sobre el agotamiento, la ansiedad y la presión añadida con cada objetivo exigido. Esto lo podemos comprobar en las redes sociales, donde leemos que todo el mundo está angustiado, agotado y bordeando los márgenes de la depresión.
A veces, un cambio de rol puede ser bueno para la salud mental; Ana Rakonjac dice que sintió una tensión extrema como investigadora postdoctoral en física. Estuvo más de cinco años trabajando con varios contratos de corta duración en Reino Unido sin ningún tipo de estabilidad. Durante ese tiempo, acumuló tareas de gestión y de supervisión que aumentaron sus horas de trabajo; y todo esto sin modificar ni su cargo ni su sueldo. «Aprendí mucho y fue bueno para mi carrera, pero fue muy estresante porque las responsabilidades y el tiempo dedicado al trabajo se acumulaban». También habla del síndrome de la impostora que fue un condicionante con mucha densidad en su pérdida de autoestima. Tenía la sensación de que ella no era digna de esos puestos y no se sentía identificada con el lugar que ocupaba. Ana cuenta que al principio de una carrera investigadora, todos los que te rodean saben más que tú. «Los profesores llevan haciendo lo mismo durante décadas, por lo que es fácil pensar que sabes muy poco si te comparas con ellos».
El síndrome de la impostora desapareció cuando Rakonjac cambió a un trabajo en Atomionics, una empresa de física atómica en Singapur, donde «Las habilidades de todos se valoran positivamente de forma explícita», dice. Gran parte del estrés también desapareció. Aunque las horas de trabajo eran similares a las que hacía antes, no se sentía tan sobrecargada. «En la empresa no estaba obligada a dejar resueltas tres o cuatro tareas en un día determinado», dice. La clave está en la palabra reconocimiento explícito, es decir, en verbalizar las felicitaciones y hacer llegar un halago cuando el trabajo está bien hecho. Otra estrategia para crear un ambiente agradable es facilitar el terreno con detalles mínimos, ser proactivos sin esperar a que el recién llegado o la recién llegada nos pida. Uno de los monstruos que acentúan la baja autoestima de cualquiera es el conjunto de silencios y omisiones de los demás ante una propuesta, una demanda o un ofrecimiento.
Uno de los datos de la encuesta que debería promover la autocrítica es que la satisfacción laboral es mayor en la empresa que en la academia. Dos tercios (66 %) de los encuestados que trabajaban en la investigación privada, dijeron que estaban muy satisfechos con su trabajo, en comparación con el 56 % de los encuestados en el mundo académico. En el otro extremo del espectro, el 5 % de los encuestados en la industria privada y el 11 % en la academia dijeron que estaban muy insatisfechos con sus puestos.
La ciencia sigue enamorando: el 79 % de los encuestados dijeron que estaban satisfechos con su nivel de curiosidad e interés por su trabajo, y el 75 % dijo que eran conscientes de la importancia de su investigación y su estudio. Heather Richbourg, bioinformática de Ultragenyx, una compañía farmacéutica de California, es una investigadora consciente de la relevancia de su trabajo. La compañía se especializa en el desarrollo de medicamentos biológicos para enfermedades raras, incluida la distrofia muscular de Duchenne. «Todo lo que hacemos está directamente relacionado con los pacientes que lo necesitan», dice. Ella agrega: «Me encanta la diversidad de cosas en las que estoy trabajando».
A pesar de todo lo que la ciencia tiene para ofrecer, los científicos interpelados por Nature tenían sentimientos encontrados en general acerca de una carrera dedicada a la ciencia. El 54 % dijo que recomendaría una carrera de investigación a los estudiantes, una disminución respecto al 75 % que respaldó ese camino en nuestra encuesta de 2018.
Una científica del personal del gobierno de los Estados Unidos con un sueldo mayor de 200 000 dólares estadounidenses al año se negó a recomendar una carrera científica a pesar de su éxito personal. «La cultura de la ciencia actual es demasiado inhumana y desmoralizadora», escribió. Mejorar el sistema, la seguridad laboral, estabilizar la financiación y facilitar realmente la vida familiar, lograría que personas con talento acudieran en masa a la ciencia, ya que es un ámbito de conocimiento muy gratificante. Además, encontrar respuestas a algunas de las preguntas que se hace una científica, por pequeño que sea el avance, da mucha alegría. A ellos, a los científicos también les da alegría. Si además pueden compartirlo en un ambiente inclusivo, sin precariedades laborales, con oportunidades para promocionar y con la posibilidad de compaginar esa maravillosa tarea con algo de vida fuera del laboratorio, entonces «miel sobre hojuelas».
Referencias
- Nature (2021). Nature’s Salary and Job Survey
- Rolle T, Vue Z, Murray SA, Shareef SA, Shuler HD, Beasley HK, Marshall AG, Hinton A (2021). Toxic stress and burnout: John Henryism and social dominance in the laboratory and STEM workforce. Jr. Pathogens and Disease, 79:7 ftab041. DOI: https://doi.org/10.1093/femspd/ftab041
- Woolston C (2018). Satisfaction in science. Nature 562, 611-614. DOI: https://doi.org/10.1038/d41586-018-07111-8
- Woolston C (2021a). How burnout and imposter syndrome blight scientific careers. Nature 599, 703–705. DOI: https://doi.org/10.1038/d41586-021-03042-z
- Woolston C (2021b), Discrimination still plagues science. Nature 600, 177–179. DOI: https://doi.org/10.1038/d41586-021-03043-y
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.