Seguro que en alguna ocasión hemos oído o leído que el uso excesivo de pantallas está provocando un incremento de los casos de miopía. Y que esta relación es directa, es decir, que las pantallas son las responsables de que cada vez haya más personas miopes en el mundo. No en vano, hay estudios que concluyen que aquellos niños que pasan más tiempo delante de libros o pantallas desarrollan más miopía que los que pasan un tiempo limitado.
No solo eso. Desde siempre hemos asumido que la miopía y el uso de gafas está directamente relacionado con la ejecución de tareas que necesitan un especial esfuerzo visual. O con gente muy estudiosa, o ávida lectora de libros durante toda su vida.
Como últimamente hemos sustituido muchas de estas tareas de lectura en papel por las pantallas electrónicas, hemos trasladado la responsabilidad de un culpable a otro.
Sin embargo, esta relación directa asumida desde hace tiempo no se ha comprobado científicamente. Aunque se da por hecho por la hipótesis de correlación/causalidad, hay que tener cuidado con estos paralelismos, ya que no siempre correlación implica causalidad.
Esto lo explica muy bien Tyler Vigen, un abogado de Harvard. En su página web Spurious Correlations (o Correlaciones Espurias), mantiene desde hace años un experimento estadístico con datos arbitrarios que obtiene de diferentes fuentes y que, al solaparlos en gráficas, generan unas correlaciones de lo más disparatadas. Por ejemplo, de sus datos se puede deducir que entre 2000 y 2009 hubo una correlación entre el incremento de consumo de queso per cápita y las muertes por enredarse con las sábanas. Absurdo, ¿verdad?
Lo que sí es cierto es que el incremento en casos de miopía es real y que no se puede explicar del todo basándonos en los factores genéticos. Por lo tanto, hay que buscar entre los factores ambientales.
Cómplices pero no culpables
¿Son las pantallas –o más bien su uso excesivo– el origen del problema de la miopía? Los últimos estudios sugieren que las pantallas son solo cómplices de esta realidad, pero no los culpables directos.
La miopía, que se traduce en la dificultad para enfocar los objetos lejanos, se debe a que el globo ocular es demasiado largo en relación con el poder de enfoque de la córnea y el cristalino del ojo. Esto provoca que los rayos de luz se dirijan a un punto anterior a la retina.
También somos miopes cuando la córnea, el cristalino o ambos son demasiado curvos para la longitud de nuestro globo ocular. Y en algunos casos, concurren simultáneamente todos estos factores.
Estas anomalías se corrigen con lentes que conducen la información luminosa al fondo de nuestro ojo.
El proceso por el cual un ojo desarrolla miopía no es del todo conocido, pero lo que sí se sabe es que para que nuestra visión se desarrolle correctamente necesitamos fomentar y practicar tanto la visión de cerca como la de lejos.
En ese sentido, parece lógico sospechar que la continua exposición desde una temprana edad a las pantallas en un momento en el que el ojo está aún madurando pueda favorecer el desarrollo de la visión de objetos cercanos, en perjuicio de la visión a larga distancia. Sin embargo, no hay datos suficientes para concluir que este factor esté detrás del desarrollo de la miopía.
Fatiga ocular
Lo que nadie discute es que el uso excesivo de pantallas provoca “fatiga ocular”, también conocida como “síndrome del informático”, que se traduce en enrojecimiento, escozor y picor del ojos, sequedad ocular (o lo contrario, lagrimeo constante), dolor de cabeza, etc. Se debe a que cuando miramos una pantalla parpadeamos menos (de forma inconsciente), miramos fijamente un punto concreto durante mucho tiempo o desde un ángulo inadecuado, nos exponemos al excesivo brillo de estos dispositivos, etc.
¿Cómo se combate? Nada de filtros que bloqueen la luz azul –a la que se hace injustamente responsable de este mal–. La mejor recomendación para reducir los signos de fatiga ocular es parpadear frecuentemente y tomarse descansos siguiendo la regla del 20/20/20. Es decir, cada 20 minutos tomarse 20 segundos de descanso y mirar (y tratar de enfocar) un objeto a 20 pies de distancia (6 metros).
Si es mirando por una ventana y con luz, mejor. ¿Por qué con luz? Porque se sospecha que uno de los posibles culpables del desarrollo de la miopía es la falta de luz.
El verdadero problema es la falta de luz
En efecto, se ha comprobado que lo que tienen en común los niños con mucha actividad lectora, ya sea en papel o en pantalla digital, es que están menos expuestos a la luz solar durante el día. De hecho, se ha demostrado recientemente que, efectivamente, hay una relación entre miopía y la ausencia de luz solar.
Al parecer, la radiación solar (especialmente la radiación de alta energía, como la de la luz azul y violeta) estimularía la liberación de dopamina por las células amacrinas de la retina (otro tipo celular diferente a los fotorreceptores). Eso inhibiría el crecimiento del ojo, evitando el alargamiento típico que da lugar a la miopía.
Existen, además, evidencias experimentales que demuestran que en distintas especies animales, entre ellas el mono, la exposición a luz violeta de alta energía podría proteger de la miopía.
En suma, todo apunta a que ni los libros ni los dispositivos electrónicos son los culpables directos del incremento de miopía en el mundo. Solo se han convertido en los cómplices de este fenómeno al mantener apartados a los niños de la luz del sol.
¿Cómo lo solucionamos, entonces? Realizando más actividades al aire libre, sencillamente.
Sobre la autora
Conchi Lillo, Profesora titular de la Facultad de Biología, investigadora de patologías visuales, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.