Descifrando el uso evolutivo del fuego: la participación de las científicas

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Cuando pensamos en el uso del fuego en nuestro pasado es fácil imaginar, como tantas veces se ha sugerido, a un grupo de homininos dispuestos alrededor de una hoguera, atraídos por el efecto hipnótico de las llamas, reconfortados por su calor y protegidos por su capacidad de ahuyentar a eventuales animales peligrosos. Allí compartirían la comida y afianzarían los vínculos entre ellos, incrementando la necesaria sociabilidad de grupo.

Imagen ideal de la Edad de Piedra. Autor: Hugo Darnaut.

Los profesores del Departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard, Richard Wrangham y Rachel Naomi Carmody, recordaban en 2010 que ya en el último tercio del siglo XIX, Charles Darwin había atribuido el éxito evolutivo humano a varios rasgos principales. Apuntaba el naturalista británico que los hábitos sociales y las características anatómicas eran importantes, pero ponía el acento en que «el aspecto más crítico de nuestro proceso evolutivo fue el desarrollo de la inteligencia porque ésta nos llevó muy lejos: permitió el surgimiento de caracteres como el lenguaje, la elaboración de herramientas o el control del fuego». Además, Darwin afirmaba que el control del fuego fue «probablemente el mayor descubrimiento nunca hecho por el ser humano, con excepción del lenguaje».

En la actualidad, cada vez más grupos de investigación coinciden en que el fuego ha tenido una profunda importancia en nuestro pasado prehistórico. Para intentar explicar cómo y cuándo este elemento empezó a jugar un rol central en la historia evolutiva, se han formulado numerosos modelos, los cuales han generado interminables y acaloradas discusiones al defender perspectivas muy diversas.

Una de las razones que provoca gran controversia radica en los problemas que encierra detectar y analizar las huellas de algún tipo de fogata u hoguera en los distintos yacimientos. Recordemos, por ejemplo, que a lo largo de la historia los relámpagos han provocado infinidad de incendios naturales en África, Asia y Europa, cuyos restos son muy difíciles de distinguir de los fuegos originados por los humanos.

Como ha señalado la doctora en arqueología de la Universidad de Leiden, Katharine MacDonald, en un artículo publicado en 2017, «los principales restos arqueológicos del uso del fuego incluyen sedimentos enrojecidos donde hubo una hoguera, artefactos de piedra con signos de haberse calentado, fragmentos de huesos calcinados o pedazos de carbón. Debido a que los incendios naturales pueden tener los mismos efectos, su origen es difícil de determinar». Y, continúa argumentando esta arqueóloga, «tales huellas son frágiles y fácilmente modificadas por cambios ambientales, particularmente si las fogatas se produjeron al aire libre […]. Por otra parte, los homininos podrían haber usado este elemento para una amplia variedad de propósitos, aprovechando pequeñas hogueras que podrían extinguirse en un tiempo tan corto como quince minutos o que su duración fuera, como mucho, de varios meses».

Además, hay que tener presente que resolver la cronología del uso del fuego es más complicado de lo que inicialmente puede parecer. Diversos especialistas indican que su utilización por parte de los homininos no estuvo marcada por un único descubrimiento, esto es, no fue el resultado de un accidente o un brote de genialidad. Probablemente, fue un proceso que se desplegó en varias etapas a lo largo de cientos de miles de años.

Imagen: Wikimedia Commons.

Como señalaban en 2017 los arqueólogos expertos en neandertales, Dennis Sandgathe y Harold L. Dibble en la revista de antropología Sapiens, durante una primera etapa, nuestros antepasados habrían sido capaces de interactuar con cierta seguridad ante el fuego; en pocas palabras, «en vez de simplemente escapar corriendo, comenzarían a familiarizarse con su comportamiento». La segunda etapa, tendría lugar cuando pudieron controlarlo, esto es, capturarlo, guardarlo y conservarlo; sería una etapa en la que este elemento se obtenía a partir de fuentes naturales como incendios forestales o proximidad a erupciones volcánicas. Fechar esta fase ofrece notables dificultades.

Finalmente, continúan Sandgathe y Dibble, en una última etapa «los humanos aprendieron cómo hacer fuego, pero una vez más, no estamos seguros de cuándo ocurrió esto». Sí está claro que las primeras evidencias de fuego controlado, por ejemplo, procedente de algún tipo de hogueras o fogones situados en el interior de cuevas donde las llamas no se generan de forma natural, tienen una antigüedad que oscila en torno a 400 000 años. «Por esa época, algunos homininos podrían gestionar y dominar el fuego, no obstante, si ya eran capaces de producirlo, es una cuestión que aún permanece abierta», afirman estos científicos, junto a un creciente grupo de colegas. Actualmente son pocos quienes niegan que la capacidad para aprovechar las propiedades del fuego se cuenta entre los avances tecnológicos más importantes de nuestro proceso evolutivo; sin embargo, insistimos, persisten dudas considerables sobre cuándo y cómo empezó su uso.

Con el fin de arrojar algo de luz sobre tan intrincado asunto, cabe destacar que la mayor parte de la comunidad especializada afirma que se trata de una cuestión con múltiples facetas. Abarca desde la época en que los homininos empezaron a aprovechar pequeñas hogueras hasta sus posibles efectos en el origen de diversas adaptaciones anatómicas y de comportamiento presentes en la humanidad moderna. A lo expuesto hay que sumar que la capacidad de un uso controlado del fuego probablemente ha jugado un importante papel en la ocupación de diversos nichos ecológicos, es decir, la posibilidad de vivir en un amplio rango de ambientes del planeta, desde los más fríos a los más cálidos.

Trataremos de resumir algunas de las facetas de esta cuestión tan fascinante como enmarañada y compleja en varios post. Una forma de empezar puede ser dirigir la mirada al original comportamiento ante el fuego de nuestros parientes chimpancés.

Los chimpancés de la sabana ante el fuego

La antropóloga y primatóloga estadounidense Jill D. Pruetz es en la actualidad una de las expertas más destacadas del mundo especializada en el estudio de los chimpancés. Esta profesora en el Departamento de Antropología de la Universidad de Texas, es también la directora de un innovador proyecto de investigación creado en 2001 bajo el título de Fongoli Savanna Chimpanzee Project. Financiado por National Geographic, tiene como fin estudiar una gran población de estos simios que habitan en el sureste de Senegal.

Jill Pruetz. Imagen: Texas State University.

Jill Pruetz y su equipo de trabajo investigan las diversas presiones ambientales que influyen en el comportamiento de los chimpancés. A diferencia de la mayor parte de los primates de esta especie, que viven en ambientes boscosos, los de Senegal habitan en un entorno distinto: la sabana. Los y las científicas del equipo Fongoli, además de estudiar los hábitos y actividades de los chimpancés de la sabana y compararlos con aquellos que habitan en bosques, buscan minuciosamente las posibles conexiones entre el comportamiento de los chimpancés de la sabana y el de los primeros homininos, dado que viven en un hábitat similar.

Un miembro destacado de este equipo es la doctora Nicole M. Herzog, antropóloga y psicóloga estadounidense que es profesora adjunta del Departamento de Antropología de la Universidad de Denver. Se trata de una joven profesional que defendió su tesis doctoral en 2015, centrada en las respuestas del comportamiento primate ante los incendios como modelo del uso del fuego por los homininos (Primate Behavioral Responses to Burning as a Model for Hominin Fire Use). Ella misma ha explicado que estudia «los vínculos existentes entre la dieta, el fuego y la evolución humana», tema sobre el que ha publicado diversos trabajos. Uno de estos es un destacado artículo firmando junto a Jill Pruetz que ha llamado poderosamente la atención de sus colegas y del público en general.

Se trata de un estudio, publicado en 2017, en que las autoras comienzan recordando que la comunidad especializada admite hoy que las evidencias moleculares resultantes de comparar el material genético humano con el de los chimpancés, sumadas a las conocidas y detalladamente descritas semejanzas anatómicas y morfológicas, demuestran que estos simios son nuestros parientes vivos más próximos, y más concretamente, es probable que se haya compartido un último antepasado común hace entre 4 y 8 millones de años.

En base a tales semejanzas, los chimpancés se han usado con frecuencia como modelos referenciales para ampliar conocimientos sobre la evolución humana. De hecho, los resultados procedentes de la observación de los simios, que están asociados a evidencias fósiles, arqueológicas y etnográficas, han permitido proponer modelos sobre el comportamiento de los homininos extinguidos a los que se define como simios bípedos.

Pruetz y Herzog anotan que las evidencias actuales sobre el comportamiento ante el fuego de nuestros antepasados más antiguos están limitadas a datos arqueológicos (por ejemplo, restos de fogones) y paleoantropológicos (por ejemplo, modificaciones anatómicas y morfológicas). Empero, es un conjunto de testimonios que se consideran insuficientes. Sin embargo, si se incorpora la información procedente de simios vivos sería posible elaborar hipótesis menos especulativas. Es en este punto donde sus investigaciones en Fongoli ayudarían a construir modelos sobre la reacción de los primeros homininos frente a incendios naturales y su relación con ellos. Además, los datos procedentes de primates como los chimpancés, proporcionarían indicaciones significativas acerca de lo que es únicamente humano y aquello que no lo es.

Continuando con sus argumentaciones, las expertas subrayan que «en la evolución de los homininos, la adaptación a un hábitat de mosaico emergente [semejante al del sureste de Senegal] se ha señalado como un factor importante. Conocer cómo los simios hoy vivos, se ajustan a esos hábitats cálidos, abiertos y secos […] puede llevar a predicciones sobre respuestas ancestrales que fueron probables frente a paisajes con fuego». Por esta razón, insisten en que, «dada la regularidad de los incendios estacionales en el sureste de Senegal, la comunidad de chimpancés de Fongoli es un colectivo excepcionalmente bien situado para elaborar hipótesis con relación a las primeras interacciones de los homininos tempranos con el fuego. Basan tal supuesto en que el surgimiento de los simios bípedos tuvo lugar en una época durante la cual un cambio climático produjo aumento de la aridez con la consiguiente expansión de la sabana.

En torno al fuego. Imagen: Past Women.

Asimismo, mantienen las expertas, «los simios que viven en áreas propensas al fuego pueden presentar un contexto natural del posible escenario en el que los primeros homininos se encontraron con incendios espontáneos, ofreciendo información sobre la dinámica entre un hominino con un cerebro relativamente pequeño (esto es, anterior al género Homo) y los paisajes de fuego».

Jill Pruetz y Nicole Herzog han observado al respecto que los chimpancés de Fongoli muestran una capacidad cognitiva suficiente como para predecir con precisión los efectos de un incendio y, por lo tanto, es posible sostener que los primeros homininos también serían capaces de responder a situaciones potencialmente amenazantes para sus vidas, sin limitarse a escapar rápidamente. En este sentido, sus resultados muestran que los estudios detallados de tales comportamientos permitirán elaborar modelos sobre cómo y porqué podría resultar útil permanecer ocupando zonas próximas a incendios.

Pruetz y Herzog ofrecen interesantes datos acerca del uso que los simios estudiados en Fongoli hacen de un paisaje quemado, ya que más del 75 % del espacio en que habitan puede verse anualmente incendiado. Los animales son capaces de desplazarse por las áreas abrasadas poco después de que el fuego se haya apagado, y sus comportamientos de descanso y socialización en la vecindad de los incendios naturales indican su pericia para predecir con precisión los límites de las llamas y el peligro que acarrean.

Un aspecto fundamental del trabajo de estas investigadoras fue observar la conducta de los chimpancés precisamente en las áreas quemadas. Detectaron que durante la mayor parte del tiempo se desplazan por el suelo, pese a que para los simios en general la locomoción terrestre es más costosa que la arbórea. Un hecho que puede considerarse una consecuencia del fuego, pues éste «habría eliminado el sotobosque, que habitualmente es espeso y dificulta el desplazamiento. Un incendio favorecería la disminución del coste energético y del tiempo necesario para que los animales se desplacen de un lugar a otro». Se trata de un fenómeno que, continúan las científicas, «se ha observado entre ciertos monos que habitan en la sabana, los cuales no solo se expanden en las áreas abrasadas desplazándose casi exclusivamente de manera terrestre, sino que también se mueven más rápidamente en esas áreas que en las no quemadas» (Herzog et al. 2014).

Imagen: Fongoli Savanna Chimpanzee Project.

Por otro lado, las áreas calcinadas pueden resultar atractivas ya que, al ser eliminados los altos pastos por las llamas, se facilita la detección de los predadores, los cuales, sin la suficiente cubierta vegetal para esconderse, abandonan los esfuerzos de la caza y renuncian a esos hábitats.

En base a estas observaciones, las investigadoras proponen que los primeros homininos de las sabanas, aunque vivieran en entornos menos afectados por los incendios que Fongoli, podrían haberse sentido atraídos hacia los espacios modificados por el fuego. Y sostienen que «las evidencias sugieren al menos tres posibles motivaciones: (1) cambios en la distribución del alimento y del acceso a ellos, (2) mejoras para el desplazamiento, y (3) disminución de las amenazas de los predadores».

Además, también indican que sus resultados podrían contribuir a responder la reiterada y difícil cuestión sobre cuándo los homininos empezaron a utilizar el fuego, sugiriendo que el uso de este elemento puede haber sido un hecho relativamente temprano en el linaje hominino.

Valga, no obstante, apuntar que las reconstrucciones arqueológicas y paleoantropológicas recientes muestran un considerable desacuerdo entre la comunidad especializada: mientras algunos equipos defienden un control temprano del uso del fuego, otros optan por un control bastante más tardío. Se trata de un asunto notablemente enmarañado del que trataremos en un próximo post.

En suma, las investigadoras Jill Pruetz y Nicole Herzog argumentan como conclusión de su meticuloso trabajo que, «si los chimpancés pueden usarse como modelo referencial de homininos con cerebro pequeño que vivan en ambientes similares de sabana boscosa en mosaico, daremos un significativo paso adelante para comprender mejor el papel del fuego en nuestro propio linaje, contribuyendo a que se aclarare uno de los hitos más importantes en la historia evolutiva humana».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

1 comentario

  • Muchas gracias por compartir esta riqueza de información

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