En el Triásico superior, hace unos 230 millones de años, el norte de la Península Ibérica se encontraba cubierto por el mar. Durante ese tiempo se produjo la sedimentación de arcillas con un alto contenido en sal. La corteza terrestre sufrió profundos cambios que cubrieron esos estratos con otros materiales. Sin embargo, la menor densidad de la capa salada y su alta plasticidad permitieron que fluyeran lentamente hacia arriba a través de otras rocas, deformándolas o atravesándolas hasta llegar en algunos casos a la superficie. Estas estructuras se conocen como diapiros y pueden llegar a tener varios kilómetros de profundidad. Cuando una corriente de agua subterránea alcanza el diapiro, la sal se disuelve en ella y al aflorar nos encontramos con manantiales de agua salada.
Cerca de Vitoria, hacia el oeste, se encuentra una de estas estructuras: el diapiro de Añana, que ocupa un área de unos 20 km2 con una profundidad de unos 5 km. El agua que brota tiene una concentración de sal de unos 220 g/l. Como comparación, la concentración de sales del vecino Mar Cantábrico es de unos 35 g/l (Frankovic et al., 2016).
Sabemos que la sal ha sido siempre muy codiciada debido a su uso como conservante de alimentos y muy valorada también por su escasez, tanto que incluso ha servido como forma de pago en la antigüedad (salario). Hasta la explotación de yacimientos subterráneos a modo de canteras o minas de sal gema (halita), la producción se limitaba a las salinas de la costa y a las zonas de interior donde existían estos manantiales salados.
Contamos con multitud de datos arqueológicos relacionados con la explotación de la sal que aportan información sobre sus usos en el Neolítico y el Calcolítico. De esta época son muchos fragmentos de moldes cerámicos en yacimientos cerca de manantiales. Esto se debe a que la obtención de la sal a partir de las surgencias de agua salada requería el uso de gran cantidad de recipientes cerámicos, a veces sin cocer completamente, que se colocaban sobre hornos de cámara o directamente sobre peanas o pedestales de barro. Al final del proceso, en cualquier caso, los moldes debían romperse para extraer los bloques de sal (panes de sal). Los cascotes resultantes de esa rotura, mezclados con las cenizas de los cocederos y con los restos de los soportes y de las paredes de los hornos, una vez abandonada la instalación, forman inmensas extensiones de terreno que se conocen en toda Europa como briquetages y que suelen ser, según los arqueólogos, el signo más representativo de cualquier producción salinera de esta naturaleza.
Si volvemos al valle de Añana, los trabajos arqueológicos que se llevan a cabo allí han puesto de manifiesto un extenso yacimiento que está proporcionando datos relevantes de los últimos seis milenios; esto nos permite conocer cuándo comenzó la producción de sal. Las investigaciones, todavía en curso, muestran que los inicios de la producción de sal en el valle se remontan a 7 000 años.
En torno al siglo I a. e. c., cuando esta zona del norte peninsular se integró en el Imperio Romano, se produjo un cambio en el proceso y se pasó de una evaporación forzada del agua para obtener la sal a una evaporación natural por agentes atmosféricos (viento y sol). Al pasar a este sistema los costes de construcción de grandes piscinas y otras instalaciones eran más elevados pero se multiplicaba de forma exponencial la producción. Por otro lado, se ahorraba combustible y todo el despilfarro que suponía hacer los recipientes de un solo uso.
Pero sigamos los pasos oportunos que llevaban a cabo los salineros y las salineras para conseguir una sal blanca, limpia y lista para su uso.
El agua del manantial se llevaba hasta un depósito llamado partidero a través de canales y desde allí se controlaba su distribución mediante varias ramificaciones hasta pozos particulares, generalmente uno por familia productora, y desde éste se repartía a las eras. Las eras consistían en plataformas llanas, rectangulares, rodeadas por un pequeño borde a modo de piscinas de unos diez centímetros de profundidad. Estas estructuras se llenaban de agua salada hasta la altura del pulgar del pie. El agua no trascurría continuamente por todo el entramado de canales sino que se repartía por turnos gracias a un sistema de esclusas sencillas. Este procedimiento aseguraba que todos los vecinos pudieran llenar sus pozos y era tan importante que se regulaba por escrito en el llamado Libro Maestro (Plata Montero, 2010).
Las eras se construían con madera sobre vigas, para conseguir una superficie plana y amplia, incluso más elevadas de lo inicialmente necesario para utilizar sus bajos como pozos de muera o almacenes de sal. Para que estas plataformas de madera fuesen lo más impermeables posible se las cubría con arcilla. Sobre ésta se dejaba secar una capa de sal y se intentaba separar la arcilla de la sal una vez seca para que ésta fuese lo más blanca posible, ya que la sal se utilizaba para consumo humano.
Con este propósito, que no se manchara la sal de arcilla, en el siglo XIX se comenzaron a colocar cantos rodados sobre la arcilla pero podemos imaginar que mucha sal se colaba entre ellos. En el siglo XX se empezó a cubrir la arcilla con cemento para obtener una superficie limpia. Sin embargo, el cemento se agrietaba con los cambios de temperatura y había que añadir otra capa sobre la que ya existía. El peso extra de capas y capas provocaba que las vigas que soportan la era cedieran. La solución fue quitar todas las capas de cemento y cubrir la arcilla de la base con losetas que permitían el cambio de una pieza si ésta se rompía.
La muera vertida sobre las eras se dejaba evaporar removiendo de vez en cuando, para que la sal no se acumulara en bloques grandes, y se almacenaba todavía húmeda en los depósitos o terrazos situados bajo las eras, introduciéndola por unas aberturas superiores llamadas boqueras.
Cada era producía aproximadamente una tonelada de sal. La época de explotación dependía del buen tiempo; la lluvia arruinaba todo el proceso por lo que la temporada de trabajo correspondía a los meses de primavera y verano. Habitualmente cada familia contaba con varias eras y el conjunto de todas se llamaba granja.
En las granjas de sal trabajaban tanto salineras como salineros, como podemos comprobar en el vídeo Salineras de Añana, siete minutos amables, realizado a través de Berdinbidean, un servicio de asesoramiento en materia de igualdad a los municipios de menor tamaño de Álava. Este vídeo forma parte de una iniciativa que tiene como objetivo recuperar la memoria histórica del papel de las mujeres en la vida social y cultural de los pueblos del entorno rural.
Otra labor que se repartían hombres y mujeres, una vez terminada la temporada de recogida de sal, era el entroje: cargar sobre los hombros o sobre la cabeza los sacos de sal para llevarlos desde los terrazos a un almacén menos temporal y más a salvo de la lluvia en el pueblo. En cada uno de los veinte paseos diarios, los hombres llevaban hasta fanega y media al hombro, las mujeres una fanega, generalmente en la cabeza, y los niños media fanega. Una fanega equivale aproximadamente a 56 kg. En el siglo XX afortunadamente esta tarea de los niños no se permitió y el mejor lugar para ellos fue la escuela. Esta manera de transportar la sal no ponía en peligro la estructura de las eras por las que no podía pasar un animal de carga y tampoco un pequeño vehículo.
En la actualidad, en el valle de Añana donde trabajaron tanto la sal, continúan las investigaciones por parte de arqueólogas, químicas, biólogas, ambientalistas, etc., se han recuperado varias eras y continúan las tareas tradicionales con un trasfondo educativo y con la intención de preservar la producción de sal de forma artesanal. Uno de los trabajos en la cadena de producción de sal que llevaban y llevan a cabo exclusivamente mujeres es la revisión y limpieza del producto final antes de ser envasado y etiquetado para su distribución. Con delicada meticulosidad, las manos de mujeres apartan impurezas del producto final y seleccionan una sal lista para su comercialización.
Nos llama la atención siempre, nos sobrecoge y nos hace reflexionar, el testimonio de las salineras del siglo pasado, las que escuchamos en el vídeo: grandes mujeres que no deben ser olvidadas, que estaban al lado de los hombres, haciendo el mismo trabajo que ellos en las granjas de sal y en tantos otros oficios. Ya no pensamos en luthiers, escribas, iluminadores de manuscritos en la Edad Media, impresores, agricultores o salineros en masculino; sabemos que en estos oficios y en muchos otros, las mujeres aportaron su inteligencia, su creatividad y su trabajo. Es justo reconocerlas y visibilizarlas.
Referencias
- Frankovic A, Eguiluz L, Martínez-Torres LM (2016). Geodynamic evolution of the Salinas de Añana diapir in the Basque-Cantabrian Basin, Western Pyrenees. Journal of Structural Geology 83, 13–27. DOI: 10.1016/j.jsg.2015.12.001.
- Fundación Valle Salado (2013). Salineras de Añana. Disponible en youtube.com.
- Plata Montero A (2020). Las salinas en la Península Ibérica. Esplendor, abandono y nuevas perspectivas de futuro para las antiguas fábricas de sal. En COIIM (ed.), Una mirada a nuestro Patrimonio Industrial. Disponible en researchgate.net.
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.