Las abejas son insectos relativamente recientes en la historia de la vida. Sus orígenes se remontan a la aparición de las plantas con flor hace unos 125 millones de años.
La evolución de la flor –la estructura reproductiva de las plantas angiospermas– desencadenó una espectacular explosión en la diversificación de las abejas y sus interacciones. Gracias a este proceso, las formas, colores y aromas de unas y otras han jugado un papel relevante para moldear la vida como la conocemos. Sin embargo, las poblaciones de estos animales están en declive. Esto amenaza la biodiversidad y la seguridad alimentaria de la humanidad.
Dependencia entre animales y plantas
La razón de ser de esta mutua dependencia entre animales y plantas se basa en necesidades comunes a todas las especies: alimentarse y reproducirse. Así, la alimentación de las abejas se basa en productos que proveen las flores. Estos son principalmente el néctar, un líquido azucarado producido en glándulas especializadas llamadas nectarios, y el polen, gránulos microscópicos ricos en proteínas, lípidos e hidrocarburos, entre otros.
En retribución, las plantas obtienen un servicio: el transporte del polen (estructura que contiene las células sexuales masculinas) para la fecundación y el mantenimiento de la diversidad genética de la especie. Este proceso es llamado polinización y gracias a él las plantas son capaces de producir frutos y semillas, por lo que desempeña un rol central en la estructura de los ecosistemas.
Las abejas son uno de los grupos animales más importantes para la polinización de plantas silvestres y cultivos. Aunque la especie más conocida es la abeja de la miel, la ciencia ha descrito más de 20 000 especies diferentes de este linaje. A esta enorme diversidad taxonómica le acompaña una gran versatilidad en formas de vida e interacciones con otras especies que proveen estructura y resiliencia a los ecosistemas.
Un viejo amigo en crisis
No es casualidad que conozcamos bien a las abejas de la miel. De hecho, este icónico animal ha acompañado a la humanidad desde los albores de la domesticación de plantas y animales, y las evidencias químicas datan nuestro uso de los productos de las abejas desde la prehistoria hace al menos 9 000 años.
Los productos que obtenemos de las abejas de la miel son útiles para nuestra alimentación (principalmente en forma de miel y polen), pero también productos como cera, veneno y propóleo tienen numerosos usos artesanales e industriales.
Sin embargo, los beneficios para las personas van mucho más allá. En la actualidad, estos laboriosos insectos, particularmente abejas silvestres, contribuyen a la cantidad y calidad del 85 % de los cultivos de los cuales dependemos. Es decir, que la mayor parte de la diversidad de alimentos que llevamos a nuestra mesa cada día depende de la supervivencia y el bienestar de las abejas.
A pesar de que las áreas cultivadas aumentan y por tanto la necesidad de polinizadores es mayor, observamos con preocupación un importante declive de las poblaciones conocido como la crisis de los polinizadores. Esta crisis amenaza nuestra seguridad alimentaria y la dinámica ecológica con efectos en cadena sobre los biomas.
Las actividades humanas son responsables de los declives en las poblaciones de insectos. Algunos de los factores que producen la extinción de los polinizadores son la destrucción y fragmentación de los hábitats naturales que van de la mano con el aumento de las áreas con hábitats antropogénicos altamente perturbados, el uso de agroquímicos, el aumento de la carga de parásitos y otras enfermedades debido a la introducción de especies foráneas con fines comerciales, o la introducción de predadores de abejas.
Este es un problema surgido del aumento de la población humana y de los sistemas productivos actuales, que pretenden maximizar el capital obtenido a partir de los recursos. No obstante, esa maximización de la productividad depende de los servicios que prestan los ecosistemas y que los mismos sistemas productivos paradójicamente están destruyendo.
Un llamamiento para salvar a las abejas
En 2017, más de 1 500 científicos de 184 países hicieron un segundo llamado a la humanidad (siguiendo al primero de 1992) clamando medidas urgentes para detener el ritmo de colisión que llevamos en contra de la vida en el planeta. Las soluciones, o al menos acciones concretas que permitan reducir los impactos sobre la biodiversidad y la dinámica global, requieren ser implementadas, sin dilación, a todo nivel.
En lo que toca a las abejas, y en general a los polinizadores, todas las personas a nivel individual y colectivo podemos contribuir a diario con acciones que van desde nuestra actitud en aspectos tales como los productos que compramos y usamos, hasta las decisiones y políticas de manejo de las áreas, los recursos naturales y los sistemas productivos.
Estas acciones incluyen:
- Preferir productos de cercanía y producción ecológica.
- Evitar el uso de pesticidas, fertilizantes y herbicidas. Priorizar los tratamientos orgánicos.
- Permitir y promover espacios de vegetación nativa en los jardines, ciudades, pueblos y orillas de los ríos.
- Implementar corredores libres de manejo entre las áreas de cultivo que sirvan como reservorios de biodiversidad.
- Promover prácticas agrícolas y ganaderas sostenibles como componente clave para hacer un uso sostenible y racional de los recursos.
Por eso hoy, cuando se lleve a la boca un aromático café o disfrute de una ensalada colorida, no olvide que puede hacerlo gracias a las abejas. Estas no quieren ningún pago diferente más allá de que se les permita seguir existiendo en el planeta.
Sobre la autora
Sandra V. Rojas-Nossa, Investigadora posdoctoral, Departamento de Ecología y Biología Animal, Universidade de Vigo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.