¿Padece la humanidad síndrome de Diógenes?

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Shutterstock / studiovin.

La palabra ecología etimológicamente significa el estudio de la casa (oikos, en griego). Ökologie fue el término en alemán acuñado por Haeckel en 1866 para esta ciencia que estudia las relaciones entre los organismos y su ambiente. ¿En que estado está ahora nuestra casa, la Tierra? Vamos a ver si nuestro hogar global se ve afectado por el comportamiento de uno de sus habitantes.

Diagnóstico: trastorno por acumulación

El síndrome de Diógenes o trastorno por acumulación es una alteración del comportamiento que padecen algunas personas. Algunos de los síntomas más frecuentes son:

  • El abandono de la higiene personal, la alimentación y la salud.
  • Actitudes obsesivas como el amontonamiento de basura y objetos inútiles.
  • Negligencia con la propia salud, comportamiento antisocial.
  • Falta de conciencia respecto al problema, es decir, no son capaces de entender que su estilo de vida es perjudicial para su salud.

¿Es el síndrome de Diógenes, catalogado como un trastorno obsesivo, lo que nos mueve como sociedad?

Si atendemos al estado ambiental de la propia Tierra, ya sabemos que hemos rebasado algunos de los llamados límites planetarios.

Hemos alterado los ciclos del carbono (emisiones de CO₂ y otros gases de efecto invernadero), los ciclos de fósforo y nitrógeno (debido a su uso excesivo como fertilizantes), hemos contaminado los sistemas terrestres, acuáticos y la atmósfera, entre otros efectos perjudiciales de nuestra actividad.

Todos los impactos mencionados están asociados a la generación de residuos (basura) y al abuso de los recursos en los sistemas productivos, principalmente en los países denominados desarrollados o ricos, y que afectan a nuestra salud y esperanza de vida.

Hemos ocupado (alterado) el 55 % de los ecosistemas terrestres, pero además hemos llenado de basura la superficie de parte de los ecosistemas oceánicos. Se estima que la gran isla de plástico flotante del Pacífico Norte tiene una extensión de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, un área dos veces más grande que Texas o más de tres veces la superficie de España, y sigue creciendo.

Además, la avidez por acaparar espacios y ocuparlos –de la misma manera que llenas una casa de objetos y basura– hace que se reduzcan los hábitats disponibles para otros organismos, lo que está acarreando también una pérdida de biodiversidad evaluada recientemente a nivel mundial por el IPBES.

Están desapareciendo especies, estamos más solos. Hablaríamos entonces del aislamiento de la especie humana y de falta de conexión con el resto de organismos. Esto último nos recuerda la pérdida de contacto con otras personas (aislamiento social) que manifiestan las personas con síndrome de Diógenes.

¿Qué tratamiento seguimos?

En las fases iniciales del trastorno por acumulación se indica que la terapia cognitivo-conductual permite reducir los primeros indicios y contribuye a prevenir la desconexión con la realidad. Ayuda a cambiar la forma de pensar (cognitivo) y la forma de actuar (conductual).

En el tratamiento del síndrome de Diógenes se recomienda fomentar hábitos de autocuidado y disminuir la agresividad o la conducta antisocial del individuo. En el ámbito del deterioro ambiental debemos entender estas pautas como un cuidado del entorno que va más allá de la salud de los ciudadanos, adoptando una conducta más global, que nos abra y conecte con otros componentes del ecosistema.

La conciencia de comunidad planetaria, de la que ya se hablaba en la Carta de la Tierra hace 20 años, es la clave para no dar la espalda a la naturaleza.

Fue precisamente Diógenes quién se proclamó “ciudadano del mundo”. Surgió así el término cosmopolita, que pretende derribar fronteras entre humanos defendiendo una única naturaleza común a todos ellos. Es lo que busca la conciencia de comunidad planetaria (Earth community): mostrar esa interconexión, para respetarla, y ahondar en la responsabilidad, para cuidarla.

La terapia social también se utiliza para que el individuo pueda reconducir su comportamiento hacia una forma saludable de interacción y bienestar. En el ámbito que nos ocupa, de protección del ecosistema global, estaríamos hablando de apostar por una participación ciudadana efectiva. Es necesario un proceso educativo que permita el empoderamiento de la denominada ciudadanía ambiental.

Los expertos en síndrome de Diógenes recomiendan tratar esta dolencia mediante un trabajo interdisciplinar. La misma estrategia que recomiendan los expertos de distintas disciplinas científicas para reducir el grado de alteración de nuestros ecosistemas. Solo podremos enfrentarlo con una visión global del problema y con intervención desde todas las esferas y ámbitos; social, económico, político, tecnológico, educativo, de salud y, por supuesto, ambiental.

En este ámbito se enmarca el concepto de una sola salud que la OMS está defendiendo desde hace algunos años, y del que se ha investigado y escrito bastante en el último año, precisamente por la pandemia de la COVID-19.

La economía no ayuda, ¿o sí?

Los economistas fijaron el PIB como la primera medida del progreso económico. Sin embargo, el concepto asociado de crecimiento continuo es imposible en un mundo finito y es necesario un cambio hacia el nuevo pensamiento de prosperidad en equilibro.

Kate Raworth ha propuesto un nombre sugestivo para la nueva economía: economía del dónut. Este nuevo sistema económico propone un estilo de vida digno, justo y sostenible, respetando los límites planetarios y los de bienestar humano. Si no nos excedemos en el uso de los recursos, no sobrepasaremos los límites físicos que nuestro propio planeta nos impone. Pero tampoco podemos quedarnos cortos, puesto que no se cubrirían las necesidades de la humanidad. Entre un extremo y otro está el dónut.

Según Raworth, la economía clásica y su desconexión de la relevancia y la realidad la frustraba, y decidió proponer estrategias para una economía del siglo XXI. De nuevo, la desconexión es un concepto clave, responsable de los efectos e impactos negativos. Raworth apuesta por un sistema que reconozca la empatía, la cooperación y la ayuda mutua como características inherentes de la humanidad. Habrá que esperar para ver cómo le va a Amsterdam con este nuevo sistema.

El individualismo de la sociedad actual es quizás la venda que no permite ver el problema. La solución pasa justamente, al igual que se recomienda con el síndrome de Diógenes, por mejorar la empatía respecto a las demás personas y el entorno.

En vez de pensar en dominar la naturaleza, necesitamos asumir lo profundamente dependientes que somos de ella. Está claro que nuestro bienestar y salud dependen del estado en el que se encuentre nuestra casa. Sin embargo, en contra tenemos la visión cortoplacista de la sociedad actual.

Desprestigio de lo frugal

Paradójicamente, denominar al síndrome con el nombre del filósofo ha hecho un flaco favor a la esencia que este defendía. El estilo de vida respaldado originalmente por Diógenes consistía en abandonar todo lujo para vivir conforme a la naturaleza.

Desde muchos ámbitos de la sociedad se ha pretendido la ridiculización y estigmatización de la vida frugal, cuando precisamente la solución a muchos de los problemas ambientales actuales pasa por ser frugales en nuestro estilo de vida, para que este pueda ser sostenible en el tiempo.

Quizás algunas de las estrategias multidisciplinares que se utilizan en el trastorno compulsivo de acumulación puedan ser útiles para mitigar los efectos que nuestro comportamiento tiene en la salud individual y del planeta.

Una sociedad que entienda y sea consciente de los límites del ecosistema global reducirá su nivel de consumo de recursos y de acumulación de residuos.

Sin embargo, se trata de un asunto complejo y, por tanto, no cabe pensar que solo la adquisición de conocimiento y concienciación individual solucionará el problema. La intervención debe venir desde todos los componentes del sistema (social, político, económico, académico,…), apelando a la responsabilidad social, el cumplimiento y mejora de la legislación y de las normativas y el desarrollo de estrategias de mitigación de los impactos ya ocasionados.The Conversation

Sobre las autoras

María Gema Parra Anguita, Investigadora en el Departamento de Biología Animal, Biología Vegetal y Ecología, Universidad de Jaén y Laura Parra Anguita, Profesora Docente Investigadora en el Departamento de Enfermería de la Facultad de Ciencias de la Salud, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.

1 comentario

  • Parte del Sindrome de Diógenes, se puede explicar en la historia de Pinocho. Un cuento con una moralina irrelevante, que encierra un secreto que solo algunos pueden captar.
    Gepetto escucha latir el alma del Pinocho adentro del madero y al tallarlo; lo libera de su encierro.
    Los que guardamos cosas, lo hacemos porque les otorgamos un Alma. Los frascos vacíos, serán recipientes con dulces caseros para nestros nietos. Los clavos serán enderezados y guardados en uno de esos frascos (Con unas gotas de aceite) y volverán a revivir medio siglo después. El trozo de hilo fuerte y limpio, algun día atará algo. Mientras tanto, dormirá en un cajón. Los botones de esa vieja camisa, se guardarán en el frasco de los botones. Hay tres de esos frascos.
    El caño de zinc que estaba en un basurero -y casi me cuesta una peléa con un recolector- tardó un cuarto de siglo en ser un detector de Radón, un gas que escapa de las rocas, previo a un terremoto., Ya está funcionando en un laboratorio universitario y quizás llegue a ser parte de una red nacional de alerta temprana de sismos y erupciones.
    Vivo rodeado de libros, soy acumulador, soy frugal y soy generoso. Siempre estaré rescatando; lo que esa gente que vive sometida a urgencias efímeras, va descartando en sus apuradas vidas.
    Edgardo (Con dos gatos encima) – Buenos Aires – Invierno 2021

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