Al escuchar la palabra “traslación”, todos pensamos inmediatamente en el movimiento de la Tierra alrededor del Sol que estudiábamos en los libros de texto escolares. Si consultamos el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la define como la “acción y efecto de trasladar de lugar a alguien o algo”. Pero cuando se utiliza aplicada a la Medicina, ¿qué significa exactamente?
La Medicina Traslacional nace para resolver los problemas que surgen en la clínica para el diagnóstico, pronóstico, tratamiento y prevención de enfermedades humanas. La investigación básica biomédica realizada en centros de investigación, genera conocimiento dirigido al desarrollo de nuevas herramientas farmacológicas, biológicas, quirúrgicas o de otros tipos. Busca nuevas respuestas a nuevos (o viejos) problemas para “trasladarlas” a la práctica clínica.
La unión hace la fuerza
La necesidad de aunar esfuerzos en la lucha contra las enfermedades es un hecho indiscutible. Un ejemplo claro es la actual pandemia. Frente a este y otros problemas de salud, resulta clave que la investigación básica aporte conocimientos que respondan a las necesidades de la práctica clínica.
La Medicina Traslacional tiene como objetivo potenciar la interacción entre disciplinas. Áreas como bioestadística, bioética, bioinformática, biología celular y molecular, epidemiología, farmacología, genómica, proteómica o nanotecnología entre otros, se unen a la clínica en un entramado con un objetivo común: compartir necesidades y soluciones para avanzar en salud.
Todo comienza cuando en un paciente se presenta un problema clínico no resuelto: síntomas sin explicación, malformaciones de origen desconocido, carencia de tratamientos, reacciones adversas… En estos casos, investigar en el laboratorio con células, tejidos, modelos animales, técnicas moleculares o de imagen ayuda a dilucidar lo que está ocurriendo y qué causa la enfermedad. Ese conocimiento permite identificar los mecanismos responsables de una patología y descubrir “dianas” sobre las que intervenir. En base a ello, se diseñan nuevos fármacos y se aplican nuevas técnicas para tratar, prevenir y curar enfermedades.
Los descubrimientos e inventos obtenidos en el laboratorio deben ser validados para ser utilizados en la población. Y en ello participa la industria, tercera “pata” junto a la ciencia básica biomédica y la clínica. Al final, todo debe acabar traduciéndose en una solución práctica al problema. Es el caso de los ensayos clínicos, por ejemplo.
El intercambio no acaba ahí. La clínica debe devolver información a la investigación básica acerca de la eficacia de los nuevos tratamientos. Y plantearle a su vez nuevas preguntas, que supondrán nuevos retos a resolver en los centros de investigación con una mirada creativa e innovadora. Esta interacción bidireccional es, sin duda, la base de los avances biomédicos.
Para llevar a cabo su cometido, la Medicina Traslacional apuesta por agrupar equipos de investigación y equipos clínicos, aunando trabajo y recursos. Con este objetivo, en España se crearon estructuras vinculadas a grandes hospitales y universidades, que reciben financiación estatal. Es esencial la formación de profesionales con esta visión multidisciplinar, principalmente a través de los Títulos de Máster y Programas de Doctorado de las Universidades.
Qué tenemos gracias a la Medicina Traslacional y qué esperamos tener
Aunque todos los campos de la salud pueden avanzar gracias a la Medicina Traslacional, uno de los grandes hitos ha sido sin duda el Proyecto Genoma Humano. Entre otras cosas, porque ha transformado la manera en que abordamos la salud (y su ausencia). Conociéndolo hemos avanzado en el diagnóstico de enfermedades genéticas, pero no solo eso. Cada vez sabemos más sobre cómo se asocian ciertos perfiles genéticos al riesgo de padecer enfermedades como la diabetes o la obesidad.
La aplicación de ese conocimiento llega también a otros campos como la farmacogenética, cuya finalidad es predecir la eficacia o los posibles daños derivados de determinados tratamientos según las características genéticas de cada individuo. No hubiera sido posible este avance sin la invención de una técnica creativa, la PCR, cuyo valor fue reconocido a su creador Kary Mullis con el premio Nobel de Química en 1993. El potencial de la técnica ha sobrepasado el genoma humano, y actualmente las PCR son una herramienta de indudable valor en el diagnóstico de la COVID-19.
Otro ejemplo claro de conocimiento trasladado de los laboratorios a la clínica son las pruebas diagnósticas con anticuerpos. Su valor es indudable, y se debe a su selectividad en el reconocimiento de moléculas. Son la base, por ejemplo, de los test de embarazo (detecta la hormona hCG), de los test de consumo de drogas de abuso o de los muy actuales test rápidos de antígeno, que detectan proteínas virales del SARS-Cov-2. Por su parte, los propios test serológicos que detectan anticuerpos en individuos que han estado en contacto con el virus, se han diseñado con igual propósito diagnóstico.
Recientemente, los anticuerpos se han incorporado como fármacos de enorme valor. Un ejemplo claro es su utilización en cáncer de mama. Como resultado de la investigación básica, se identificó la sobreexpresión de la proteína HER-2 en algunas células tumorales. Eso permitió que pacientes con cáncer de mama positivo para HER-2 pudieran ser considerados candidatos al tratamiento con anticuerpos que actúan sobre esta proteína, disminuyendo el crecimiento de los tumores. Este avance ha supuesto un cambio radical en el pronóstico, curación y supervivencia de las pacientes y la base de nuevas terapias.
No acaban aquí los ejemplos. La inmunoterapia ha mejorado la vida de algunos pacientes con artritis reumatoide o enfermedades dermatológicas que no respondían a otros tratamientos. Hace unos días, un grupo de investigadores anunciaban, fruto de su trabajo básico, la identificación de una parte pequeña (pero muy específica) de anticuerpos frente a una proteína del virus SARS-Cov-2 que lo neutralizan impidiendo su entrada en las células. Podríamos estar ante una prometedora estrategia para la generación de un fármaco de aplicación clínica.
La investigación básica ha sido también fundamental en el desarrollo de tratamientos que disminuyen el colesterol-LDL plasmático y la mortalidad asociada a éste. A lo que se suma que los conocimientos adquiridos en biología neuronal hacen prever que, en unos años, podrían diseñarse nuevos tratamientos para enfermedades psiquiátricas y neurodegenerativas.
Son muchos los progresos de la Medicina Traslacional que aún quedan por nombrar. Sin ir más lejos, las técnicas de imagen biomédica que permiten un diagnóstico poco invasivo para el paciente, y cuya aplicación en quirófano ha supuesto un avance en cirugía, siendo aún un área en activo desarrollo. Cabe destacar también la nanomedicina, cuyo potencial en la administración dirigida de fármacos de una forma más segura y eficaz es enorme; la medicina regenerativa; o las técnicas de terapia génica y celular para curar, en un futuro, algunas leucemias o enfermedades como la fibrosis quística.
No podemos olvidar el impacto de la medicina traslacional sobre las enfermedades infecciosas. La búsqueda de nuevos antibióticos es un reto mundial en el estudio y desarrollo de nuevos fármacos que actúen en estas situaciones. Y de vacunas, destacando en el momento actual aquellas dirigidas a prevenir la COVID-19 en las que la investigación básica está realizando un intenso esfuerzo utilizando diferentes aproximaciones.
Parece indiscutible que las palabras Medicina Traslacional representan una vocación de progreso en la salud de enorme envergadura que ya está dando resultados. Los descubrimientos biomédicos serán el motor de su avance a nivel global.
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Sobre la autora
María Dolores Gutierrez López, Profesora del Departamento de Farmacología y Toxicología y Coordinadora del Máster en Investigación en Medicina Traslacional, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.