Shirley Tilghman, brillante bióloga molecular y académica de Princeton

Vidas científicas

Miraba a los ojos a las jóvenes recién graduadas y les decía apuntad alto y sed valientes.

Shirley Tilghman, Presidenta de la Universidad de Princeton

Shirley Tilghman. Wikimedia Commons.
Shirley Marie Caldwell Tilghman, nacida el 17 de septiembre de 1946, es hoy profesora emérita de una de las universidades más prestigiosas del mundo, Princeton University, que forma parte de la respetada Ivy League, una asociación compuesta por ocho universidades de élite del noreste de los Estados Unidos.

Internacionalmente reconocida en la vanguardia de la biología molecular por sus valiosas publicaciones, Shirley Tilghman fue elegida en mayo de 2001 como la decimonovena Presidenta de la Universidad de Princeton, siendo la primera bióloga y segunda mujer en ejercer tan distinguido cargo. Ocupó este puesto, con resultados más que notables, hasta finales del curso 2012-13, cuando retornó a su despacho.

En tributo a su reputación, Shirley Tilghman ha recibido numerosos premios y reconocimientos. Así por ejemplo, en el año 1996 disfrutó del honor de ser elegida para formar parte de la prestigiosa National Academy of Sciences de los Estados Unidos. Con posterioridad, en el año 2002 la revista Discover la incluyó entre las 50 mujeres más importantes en ciencia. También ha obtenido una prestigiosa recompensa dentro de su especialidad: The 2007 Genetics Society of America Medal. En la actualidad, pese a estar retirada, continúa manteniendo una posición de liderazgo entre la comunidad científica internacional, y en 2015 fue designada presidenta de la American Society for Cell Biology.

Esta destacada científica suma a su magnífica formación académica importantes esfuerzos dedicados a promocionar las carreras de jóvenes científicas, subrayando el derecho de las mujeres a formar parte igualitaria de una comunidad tradicionalmente caracterizada por su misoginia.

Los comienzos de una vida investigadora

Nacida en Toronto, Ontario, Shirley Tilghman se graduó en Químicas en 1968 por la Queen’s University, Kingston, Ontario. A partir de esa fecha, desempeñó el resto de su vida profesional en los Estados Unidos. Fue estudiante de posgrado de bioquímica en la Temple University, Filadelfia, Pensilvania, leyendo su tesis doctoral en 1975.

En 1970 se casó con Joseph Tilghman, pero el matrimonio se acabó en 1983, y Shirley se quedó con la custodia de los dos niños pequeños de la pareja, Rebecca y Alex. Según ha relatado la escritora Natalie Angier, la científica considera al respecto que una buena organización puede compaginar perfectamente la vida profesional y la personal, y añade que «el objetivo radica en no sentirse culpable mientras se está en el trabajo o en casa, sino de ocuparse durante cada momento de la tarea que uno se trae entre manos».

A lo largo de su formación postdoctoral, Shirley Tilghman trabajó en los acreditados National Institutes of Health, NIH, formando parte del equipo que clonó el primer gen de mamífero. Asimismo, logró realizar un conjunto de descubrimientos de notable interés, como por ejemplo, demostrar que el gen de la β-globina de ratón está interrumpido (esto significa que la información codificada por ese gen no se dispone de manera continua sino discontinua), contribuyendo así a confirmar una teoría en aquellos momentos revolucionaria.

Recordemos que la década de 1970 representa los primeros tiempos de la genética molecular, y cada nueva secuencia génica lograda era un heroico esfuerzo revelador acerca de inesperados aspectos propios de la estructura del material hereditario.

Los excelentes resultados conseguidos gracias a novedosas investigaciones, propiciaron que en 1986 Shirley Tilghman fuese contratada por la Universidad de Princeton como profesora de Ciencias de la Vida, actividad a la que se dedicaría con inagotable entusiasmo. Muy pronto fue altamente valorada por el alumnado y años más tarde, en 1996 recibió un apreciado premio (Princeton’s President’s Award for Distinguished Teaching), que reconocía su buen hacer como profesora de esta universidad.

Una investigación de vanguardia

Según las ampliamente conocidas leyes de Mendel, sabemos que los organismos vivos que se reproducen sexualmente heredan en el momento de la fecundación dos copias de cada gen, una de ellas procedente de la madre y la otra del padre. Sin embargo, a lo largo del tiempo y tras múltiples investigaciones, los y las genetistas han ido descubriendo que no todos los genes se adhieren con claridad a los modelos mendelianos de la herencia.

Como explicaban en 2012 los doctores chilenos German Reig y Miguel L. Concha, «para la gran mayoría de los genes, la expresión [estado activo] ocurre simultáneamente en el gen heredado de la madre y en el heredado del padre. Sin embargo, un número reducido de genes (menos del 1 %) está afectado por un proceso llamado impronta genética o impronta genómica; esto significa que la expresión del gen será dependiente de su origen parental, es decir, se comportará de manera distinta si su procedencia es materna o paterna».

La impronta genética supone una de las excepciones a las leyes de Mendel por lo que está fuera de la llamada genética clásica. Depende de una marca bioquímica, por ejemplo, la metilación, esto es, la presencia de grupos metilo (CH3) unidos a determinadas zonas del gen. «La metilación del ADN, continúan Reig y Concha, es una de las modificaciones de la molécula mejor estudiadas, y su participación resulta esencial durante el establecimiento de la impronta genómica».

Metilación permanente del ADN. Wikimedia Commons.

«Los patrones de metilación a nivel genómico ocurren durante la gametogénesis, es decir, cuando se forman los óvulos o los espermatozoides; normalmente son estables y heredables» sostienen Reig y Concha, añadiendo que «desde el punto de vista funcional, la mayoría de los genes sometidos a impronta cumplen roles en el control del crecimiento y desarrollo embrionario. Ciertas alteraciones en el patrón de expresión de esos genes han sido relacionadas con [diversas] patologías».

En pocas palabras, la represión de un gen puede ser debida a un compuesto químico, llamado grupo metilo, que inhibe su expresión. Esta modificación química, o impronta genética, dependerá de la procedencia del gen, materna o paterna, provocando que los errores o cambios que experimente puedan generar enfermedades más o menos graves.

Como señalara en 2007 el doctor Stephen Buratowski, profesor de Harvard Medical School. «Shirley Tilghman y sus colaboradores han realizado importantes y originales contribuciones a la comprensión de la expresión génica y al fenómeno de la impronta». Además, este acreditado especialista hace hincapié en que los hallazgos de Tilghman sobre el interesante y, hasta hace poco tiempo casi desconocido, proceso biológico de la impronta genética han dado la vuelta al mundo y colocado a la científica en la vanguardia de la investigación en genética molecular.

El eco despertado entre la comunidad especializada por el trabajo de la extraordinaria profesora de la Universidad de Princeton bien merece que le dediquemos unas páginas.

Pilotando un audaz proyecto innovador

Desde que se incorporó a Princeton, Shirley Tilghman enfocó sus esfuerzos en un novedoso y altamente especializado proyecto de investigación. Tenía como primordial objetivo estudiar embriones de ratones con el fin de desvelar los efectos de la impronta genética en la regulación o control de su desarrollo.

Para llevar a cabo su ambicioso proyecto, Tilghman fue componiendo un entusiasta equipo compuesto por especializados colaboradores. Juntos alcanzaron éxitos muy considerables; entre sus primeros resultados, destaca la confirmación precisa de que la impronta genética tiene lugar durante la formación de los óvulos y los espermatozoides; asimismo, constataron que el número de genes con impronta es limitado, no mayor del 1 % del total.

Sin entrar en demasiados detalles, señalemos que en el año 1988 aislaron un gen de ratón al que llamaron gen H19. Según destaca el citado profesor de Harvard Steve Buratowski, «representa el más brillante de los descubrimientos del laboratorio de Shirley. El gen H19 fue el primer gen de mamífero en el que se demostró que exhibe una impronta parental. Su estudio ha sido el tema de muchos artículos importantes del laboratorio de Tilghman».

El equipo de investigación halló que el gen H19 está localizado en una región cromosómica que permite la expresión de solo la copia materna. Buratowski apunta que «mediante la descripción de una serie de experimentos elegantes, pero técnicamente difíciles, consiguieron documentar la relación entre el fenómeno de la impronta y la metilación del ADN».

Por su parte, unos años más tarde, en 2013, la doctora en bioquímica por la Universidad de San Francisco, California, Jessica Polka, explicaba la trascendencia de los resultados del equipo de Shirley Tilghman en los avances de la lucha contra el cáncer. En efecto, sus estudios han enriquecido de forma notable los conocimientos sobre la regulación de la génesis de tumores. Jessica Polka, Setephen Buratowski, junto a un creciente número de especialistas, coinciden en señalar que por esta senda el grupo de Princeton ha abierto «una fértil área de investigación, con implicaciones en numerosas investigaciones sobre la expresión y el silenciado de genes supresores de tumores».

En 1998, Shirley Tilghman adquiría una nueva responsabilidad en su universidad al convertirse en directora fundadora del Instituto de Genómica Integrada Lewis-Sigler (Lewis-Sigler Institute for Integrative Genomics at Princeton University). Buratowski ha expresado con claridad que «esta iniciativa de Princeton reflejaba los esfuerzos de las universidades en todo el país por capitalizar las emergentes tecnologías en genómica y en sistemas biológicos. Lo más notable, añadía el profesor, fue el énfasis del Instituto Lewis-Sigler por orientarse o enfocarse no solo en la investigación, sino también en la formación e integración de sus estudiantes no graduados y graduados». Los resultados se revelaron muy positivos, aunque, como apuntaba Buratowski, «el tiempo en que Tilghman fue directora [del Instituto] resultó relativamente breve, pues en 2001 fue designada presidenta de Princeton».

Una gran científica preside la Universidad de Princeton

En el 5 de mayo de 2001, tras 15 años como profesora e investigadora, Shirley Tilghman recibió un trascendente reconocimiento profesional al ser elegida la decimonovena Presidenta de la Universidad de Princeton, en sucesión del acreditado economista Harold Tafler Shapiro.

El nombramiento de Shirley Tilghman, ha subrayado la citada doctora Jessica Polka, «la convirtió en una de las primeras presidentas de las instituciones que formaban parte de la selecta Ivy League». La científica permaneció en este cargo durante once años, tiempo en que realizó un valioso y extenso trabajo.

Por ejemplo, continúa apuntando Polka, «Tilghman estimuló la diversidad universitaria ampliando el modelo de ayuda financiera, modernizando el sistema de grado, y supervisando el desarrollo de varios currículos, entre ellos el llamado Programa de Ciencia Integrada (Integrated Science Program)», que fue ampliamente aceptado. «Se trataba de un programa visionario, que revolucionó la forma de enseñar ciencia a los no graduados», confirmaba un alumno graduado en este programa a Jessica Polka.

Shirley Tilghman. Wikimedia Commons.

Según podemos leer en Wikipedia, como presidenta de la universidad, Shirley Tilghman destacaba dos tareas esenciales para Princeton, «una es asegurar que nuestras puertas estén abiertas lo máximo posible para cada estudiante con talento del mundo que sea capaz de realizar el duro trabajo que aquí le pedimos». Tal afirmación, aclaraba la científica, significa «nuestro compromiso en proporcionar ayuda económica, que es la herramienta crítica para conseguir que ese tipo de estudiantes llegue a Princeton». Además, la presidenta sostenía que «la segunda tarea implica que debemos buscar objetivos críticos, y ampliar las fronteras del conocimiento, y no solo en ciencia y tecnología, sino también en políticas sociales y en políticas públicas, y en comprender la naturaleza de la condición humana».

Entre los muchos logros alcanzados durante su gestión, la universidad construyó la sexta residencia para estudiantes, nombrada en honor de una ex alumna, Meg Whitman, que permitió ampliar en unos 500 estudiantes las plazas disponibles, mejorando así las posibilidades de interacciones sociales entre el colectivo estudiantil. En palabras de Tilghman, la universidad debería continuar «haciendo del mundo un lugar mejor a través del poder de la mente y la imaginación».

Cuando se retiró como presidenta, en el Boletín de la Universidad (Princeton University Bulletin) pueden leerse las palabras de la doctora Kathryn A. Hall, integrante del Consejo de Administración: «Shirley Tilghman ha ejercido en esta universidad un liderazgo excepcional durante 11años, como destacada pionera en importantes iniciativas en un amplio rango de materias […]. Estamos profundamente agradecidos a sus servicios como presidenta, y muy satisfechos porque seguirá siendo parte de nuestra facultad».

En el mismo Boletín, Tilghman apuntaba: «Creo que todos juntos hemos hecho de Princeton una universidad más fuerte y más vibrante»; seguidamente confesaba estar «profundamente orgullosa de lo que hemos logrado durante los pasados 11 años. Todos juntos», y terminaba señalando su satisfacción por retornar a la facultad para dedicarse a su «otra pasión, la enseñanza, en los próximos años».

El catedrático de Harvard Steve Buratowski también ha resaltado el «sincero esfuerzo de Shirley Tilghman por transformar la ciencia académica en una profesión más atractiva, particularmente para las jóvenes científicas con hijos». Buratowski recuerda que esta notable investigadora «educó dos criaturas como madre sola al mismo tiempo que avanzaba en su carrera, razón por cual sabemos que era perfectamente consciente del desequilibrio de género en los niveles altos de las ciencias biológicas».

El científico concluye subrayando que «el liderazgo de Shirley en estos temas [políticas de igualdad] se vio reforzado por su visibilidad como presidenta de una importante universidad». Ciertamente, a lo largo de la carrera profesional Tilghman no olvidó en ningún momento apoyar la lucha de las mujeres por sus derechos en la vida académica

Ampliando el camino profesional de las mujeres

El 11 de junio de 1996, la citada escritora Natalie Angier describía acertadamente en el New York Times a Shirley Tilgman como «una feminista contumaz defensora, entre otras cosas, de la cancelación de los fondos federales para las reuniones o encuentros que no incluyan mujeres en sus paneles».

Angier ha narrado, con motivo de una charla impartida aquel año por Tilghman ante jóvenes científicas, que la investigadora manifestaba «quisiera haber superado ya el tópico dilema de ser mujer en la ciencia». La investigadora estimulaba a las jóvenes afirmando «que podían tenerlo todo, o al menos la mayor parte de lo que merece la pena tener, y que no necesitaban elegir entre una vocación apasionada por su trabajo y la familia, el hogar y el amor»

Sin embargo, y como es ampliamente conocido, los viejos tópicos son difíciles de eliminar. Años más tarde, en diciembre de 2009, la directora de la Oficina de Comunicaciones de la Universidad de Princeton, Ruth Stevens, redactaba un extenso informe sobre las conclusiones de una comisión de trabajo encargada por la presidenta Shirley M. Tilghman, cuya finalidad era analizar el estado del liderazgo de las mujeres no graduadas en la institución. Dado su interés, pensamos conveniente incluir un breve resumen.

Entre los primeros resultados, figuraba la confirmación de la desalentadora sospecha que los miembros de la comisión venían detectando en los últimos años: «Las estadísticas muestran un ascenso en la trayectoria femenina claramente visible en los puestos con liderazgo en las décadas de los 70, 80 y 90, pero a partir de los años 2000 su número en los cargos más importantes comienza a bajar». La comisión presidencial añadía, además, que la misma situación se daba en los campus de todo el país, no siendo un fenómeno específico de Princeton.

El informe apuntaba asimismo que las mujeres no solían significarse tan a menudo como los varones; por ejemplo, durante las discusiones en clase, aunque tendían a superar académicamente a sus compañeros; en la misma línea, asumían papeles más secundarios en los grupos de trabajo. Este y otros modelos, subrayaba el mencionado informe, reflejaban los diferentes caminos en los que varones y mujeres no graduados veían e interpretaban su experiencia universitaria.

Una destacada participante en la comisión, especialista en filosofía política y pionera en teoría feminista, Nannerl O. Keohane, sugería que el descenso de alumnas en los puestos altos podría en parte reflejar «una cultura popular que simplemente no ha estimulado a las mujeres a asumir esos cargos». En todo caso, afirmaba la experta, «se trata de un área que requiere mucha más investigación».

Shirley Tilghman (2018).

Asimismo, en sus reflexiones la doctora Keohane apuntaba su intención de «evitar generalizar a todas las mujeres, pero muchas alumnas nos han dicho que prefieren trabajar “detrás del escenario” […]. Quizás sean más mujeres que hombres quienes se sienten cómodas en esos papeles –cualquiera que sea la razón. Esta preferencia expresada es algo que necesitamos comprender y respetar, pero también deberíamos reconocer las ventajas para el individuo y para la universidad que conlleva tener más mujeres en puestos de alto nivel». A continuación, el documento incluye más de 100 páginas dedicadas a consejos y recomendaciones para estimular a las mujeres (y a los varones) a ejercer el liderazgo en la universidad.

Tras la finalización del informe, que llevó más de un año de trabajo, Shirley Tilghman manifestaba estar «muy agradecida a la profesora Keohane y a sus colegas por todas sus recomendaciones y su serie de consejos prácticos para alcanzar el objetivo buscado». Finalmente, la presidenta concluye que, si este documento pudiera resumirse en una idea, sería que si Princeton aspira a desarrollar todo su potencial como una comunidad académica y social, todos sus miembros deberán participar activamente, bien preparados y deseosos de usar sus talentos como mejor lo consideren. Este es nuestro reto y compromiso para seguir adelante».

Este extenso y detallado trabajo, publicado por la Oficina de Comunicaciones de la Universidad de Princeton en diciembre de 2011, lograba salir a la luz, tras varias acaloradas reuniones celebradas bajo el impulso de su perseverante presidenta. El eco que alcanzó entre los distintos campus universitarios fue muy importante, llegando a convertirse en un referente nacional. También despertó considerable interés entre la mayor parte de los medios de comunicación.

La persistente lucha de Shirley Tilghman por la igualdad

La presidencia de Tilghman coincidió con que la universidad celebraba sus 40 años de coeducación para alumnas y alumnos. Tan notable aniversario, sin embargo, se vio algo oscurecido por la creciente preocupación ante las disparidades de visibilidad entre varones y mujeres en el campus, confirmadas por los resultados del citado informe.

Como presidenta, Tilghman constataría que las alumnas no solo tenían una visibilidad cada vez menor, sino que ello se reflejaba en que conseguían menos premios académicos, menos becas de postgrado que los varones, al tiempo que su protagonismo no dejaba de disminuir. Las mujeres estaban claramente subrepresentadas, y su sensibilidad frente a esta problemática la llevó a una lucha constante durante sus once años en el cargo. Los esfuerzos no fueron vanos; al retirarse la situación había experimentado una considerable mejoría.

Al finalizar su presidencia confesaba que «a las mujeres jóvenes que dejaban Princeton cada mes de junio, las miraba a los ojos y les decía apuntad alto y sed valientes».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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