Augusta y sus hermanas

Vidas científicas

Las mujeres han tenido menor visibilidad en la Neurociencia, de forma similar a lo que ha sucedido en los demás campos científicos, pero hay algunas que han hecho contribuciones relevantes y es de justicia, una justicia más necesaria que nunca, recordar sus nombres y sus obras.

El estudio del cerebro tiene una época dorada a finales del siglo XIX. La obra excepcional de Cajal pone los cimientos de todo el conocimiento que se acumulará y organizará en el siglo siguiente. En esta época pionera destaca una mujer, que trabajó con su marido, pero que nadie duda de que lo hizo con excelencia profesional y aportaciones propias. Es Augusta Marie Klumpke (1859-1927), la esposa de Joseph Jules Dejerine (1849-1917).

Jules Dejerine y Augusta Marie Dejerine-Klumpke. Imagen: Wikimedia Commons.

Augusta Klumpke había nacido en San Francisco, hija de John Gerald Klumpke, un migrante inglés y de Dorothea Mattilda Tolle, neoyorquina. Su padre había llegado a California en la época de la Fiebre del Oro y había hecho fortuna, pero no con el metal amarillo sino con el negocio inmobiliario. Augusta era la segunda hija y después de que su hermana mayor fuera diagnosticada de una osteomielitis grave tras una lesión, y no encontrando en California quien la pudiera tratar, la madre junto con una hermana suya y sus cuatro hijas fueron a consultar al prof. Nélaton en París y al prof. Langenbeck en Berlín. Nélaton no les dio muchas esperanzas, pero en Berlín trataron a la niña durante año y medio antes de recomendarles llevarla al balneario de Kreuznach.

Volvieron después a Estados Unidos y matricularon a las cuatro hermanas en la High School de Valencia Street, un centro mixto donde niños y niñas se sentaban en mitades separadas de la clase y usaban patios diferentes. En casa tenían profesor de alemán, profesor de música, profesor de danza y profesor de dibujo, todo ello complementado con lecturas y visitas al zoológico. Dos hijos más, un niño y una niña, completaron la familia.

Durante la estancia en Europa el matrimonio se había deteriorado y la madre solicitó una separación legal. La obtuvo con todos los derechos incluyendo la custodia de los seis hijos. De nuevo embarcó hacia Alemania juramentándose de que criaría a sus hijas de forma que fueran autosuficientes. Finalmente se establecieron en Suiza, cerca de Ginebra. La madre organizó que sus hijos tuvieran clases particulares de lenguas clásicas, ciencia, sobre todo química, e historia natural por parte de profesores de la universidad.

Todo estaba planeado para que Augusta se convirtiese en maestra, pero un día, ojeando una revista de moda, ‘La Mode Illustrée’ su madre leyó un artículo en el que se relataba que la señorita Madeleine Brès había defendido su tesis doctoral en medicina en París. Recordó entonces un comentario que había hecho en San Francisco un médico muy querido de la familia «señora, si puede hacer que su segunda hija sea médica, hágalo».

Augusta Klumpke rodeada de colegas en la clinique de la Charité de París (1881). Imagen: Linda Hall Library.

El problema es que ni en Ginebra ni en Lausana había estudios de Medicina aunque sí en Zúrich, pero la madre temería que su hija se relacionase con las estudiantes rusas que iban allí, que tenían fama de nihilistas y de vestir como hombres. La solución se la dio una parisina con la que coincidieron en una vacación en los Alpes en 1876 que le dijo «Pero señora, estará separada de sus hijos, con una hija en Roma o en Múnich para sus estudios artísticos, la otra quizá en ese infierno de Zúrich y usted con los otros en Lausana. ¿Por qué no viene a París? Allí encontrará cualquier recurso que pueda necesitar: talleres de pintura, cursos en la facultad de medicina de la Sorbona, excelentes escuelas para sus hijos, profesores para los más pequeños y usted no estará separada de ellos».

Debió de convencerla porque casi de forma inmediata la madre de Augusta y sus seis hijos se trasladaron a París. El objetivo era que todos pudieran estudiar, desarrollar sus carreras profesionales y alcanzar sus sueños, independientemente de que fueran hombres o mujeres. Me centraré en Augusta, que es la que se dedicó al estudio del sistema nervioso, pero también quiero mencionar a sus cuatro hermanas.

Anna Elizabeth ­Klumpke fue pintora, famosa como retratista, en particular de mujeres. Tiene obras en el Museo Metropolitano de Nueva York, en la National Portrait Gallery de Washington, en el museo de Buenos Aires, y otros grandes museos. Uno de sus retratos más famosos es el de su compañera, la gran pintora de animales Rosa Bonheur, que escandalizaba a los timoratos porque fumaba habanos y llevaba el pelo corto. Durante la I Guerra Mundial Anna Elizabeth y su madre convirtieron la casa de Bonheur en las afueras de París en un hospital para soldados heridos y convalecientes. Julia, conocida como Lulú, fue concertista de violín y compositora. Estudió en el conservatorio de Nueva Inglaterra en Boston, con Emil Marh y Herman Hartmann (violín) y Percy Goetschius (composición). En París tomó lecciones de composición con Nadia Boulanger y Annette Dieudonné. Hizo una gira mundial, dirigió la orquesta sinfónica de Spartanburg y compuso medio centenar de obras, en especial música de cámara. Mathilda fue una pianista prestigiosa y discípula de Marmontel. Se casó con un abogado de Cincinnati y murió joven, en 1893, de difteria, mientras cuidaba a sus hijos también enfermos. Dorothea fue astrónoma, ganó el puesto de directora de la Oficina de Medidas del Observatorio de París en una competencia «feroz» con cincuenta hombres. Su trabajo consistía en medir las posiciones de las estrellas, procesar las astrofotografías, estudiar los espectros estelares y fotografiar lo que entonces llamaban planetas menores y ahora conocemos como asteroides. Fue nombrada «caballero de la Legión de Honor» y oficial de la academia de la Academia Francesa de Ciencias, dos honores que nunca habían sido concedidos a una mujer. El 14 de diciembre de 1893 defendió su tesis doctoral, “L’étude des Anneaux de Saturne” en la Sorbona y obtuvo el grado de Docteur dès Sciences; de nuevo la primera mujer que lo logró. Dos asteroides fueron nombrados en su honor: 339 Dorothea y 1040 Klumpkea.

Anna Elizabeth, Julia y Dorothea. Imágenes: Wikimedia Commons.

¿Y qué fue de Augusta tras su decisión de convertirse en médica? En aquella época era técnicamente posible estudiar en la Sorbona, pero las mujeres debían entrar al aula por una puerta diferente, sentarse en una zona determinada y eran las dianas de las burlas y los comentarios soeces de sus compañeros de clase. Aun así se matriculó y finalmente se ganó una reputación por su habilidad en la medicina y por ser capaz de hablar inglés, alemán y francés, lo que le permitió conocer la mejor ciencia del momento. Se apuntó al curso intensivo de anatomía y disección de Joseph Auguste Fort en 1876, que se convirtió en su mentor, y le permitió trabajar como su asistente durante los dos años siguientes. Eso le dio experiencia para ganar la medalla Vermeil que le debía conseguir una plaza de interno en los hospitales de París. Sin embargo, fue rechazada por ser mujer. También trabajaba al mismo tiempo en el laboratorio de histología del Dr. Atteux y las mañanas de los domingos iba a las charlas que daba Charcot en el hospital de la Salpêtrière y Magnan en el asilo de Sainte-Anne.

En 1880, ingresó en el servicio clínico del Hôpital de la Charité de París como estudiante médico. Fue un paso que tuvo un impacto significativo en su vida personal y profesional. A nivel personal, allí conoció a Dejerine, que era jefe de los residentes y ella una ayudante junior para la docencia práctica. Pero también fue fundamental en su formación como investigadora. En su ensayo biográfico escribió «Este fue el lugar donde me inicié en la investigación científica. Me estaba instruyendo y dando forma a mi mente y estos años fueron mucho más interesantes que el mero estudio de libros para preparar un examen». Eventualmente en 1883, sobre todo gracias a las intensas campañas feministas de su contemporánea la inglesa Blanche Edwards, las solicitudes de Klumpke y de Edwards fueron aceptadas y se convirtieron en las dos primeras externas hospitalarias y luego Augusta en la primera médica interna del sistema sanitario francés.

En 1885 estaba observando un paciente con una lesión en el plexo braquial, el complejo grupo de nervios que conectan el cuello con los hombros. Usando el oftalmoscopio vio que las pupilas del paciente estaban excesivamente contraídas, una condición llamada miosis. Los demás síntomas del paciente sugerían una parálisis de Erb, pero no había una explicación para la miosis. Otro lo hubiese descartado como una cosa curiosa o no lo hubiera prestado más atención, pero no ella. Tenía fama de no cejar hasta hallar una explicación. Decidió que tenía que encontrar una para la miosis así que consiguió unos perros y se fue al laboratorio de Alfred Vulpian, un neurólogo que trabajaba en el Hôtel-Dieu. Le conocía porque había sido el decano de su facultad cuando ella quiso estudiar y, de hecho, Vulpian se había opuesto a que pudiera hacer la carrera por ser mujer y por ser muy joven, pero también era uno de los mejores neurólogos de Francia.

Plexo braquial. Imagen: Wikimedia Commons.

Tras aquellos experimentos, Augusta Klumpke encontró que dependiendo de la altura de la lesión había diferencias en las parálisis. Si el daño estaba cerca de la cabeza, en las raíces nerviosas cervicales C5-C6, se producía una parálisis de Erb, pero si la lesión era más baja, en las raíces C8 y T1, se generaba parálisis en el brazo y miosis. Ahora lo llamamos la parálisis de Klumpke. Aquella investigación se convirtió en su primer artículo científico sobre parálisis en el plexo braquial, fue publicado ese mismo año 1885 y al año siguiente le concedieron el premio Godard de la Academia Francesa de Medicina. Continuó su trabajo en parálisis así como en polineuritis para su tesis doctoral, que recibió el premio Lallemand en 1890 de la Academia Francesa de Ciencias.

Junto con su esposo probó diferentes métodos para cortar el cerebro y dibujó, los beneficios de todas aquellas clases de arte, unos esquemas y bocetos de enorme calidad de cerebros normales y patológicos. Usando estas ilustraciones, el matrimonio Dejerine reconstruyó la estructura tridimensional de algunas estructuras nerviosas, en particular las regiones subcorticales. Juntos publicaron el tratado Anatomie des Centres Nerveux que se convirtió en un texto clásico de la neuroanatomía. Aunque Augusta es mencionada como «colaboradora» parece que el tratado fue escrito e ilustrado principalmente por ella. Incluyó muchos datos nuevos, principalmente sobre fascículos de conexión en el sistema nervioso central y sus hallazgos anatómicos son todavía válidos hoy en día. Continuó trabajando en el laboratorio de su marido y gracias a sus estudios seriados, aclaró las lesiones implicadas en las afasias originalmente observadas por Broca. Durante su vida fue coautora en 56 artículos científicos, una parte indudablemente escritos por ella. Parece que la parálisis de Klumpke es el único término que lleva su nombre, pero muchos otros fueron también descubrimientos suyos aunque nunca le hayan sido reconocidos.

El matrimonio Dejerine y sus asistentes en Salpêtrière (1912). Imagen: Wikimedia Commons.

En la primera guerra mundial Augusta se convirtió en una pionera en la terapia rehabilitadora y trabajó como oficial médico en el Hôtel national des Invalides de París. Estableció protocolos para el cuidado de los pacientes parapléjicos y es considerada una pionera en la rehabilitación de los daños en la médula espinal. Los excelentes resultados que obtuvo con aquellos soldados heridos y mutilados hicieron que le fuera concedida la Medalla Francesa del Reconocimiento y fue también nombrada Oficial de la Legión de Honor. Fue elegida miembro de diversas sociedades científicas incluyendo la Société de Biologie, donde fue la primera mujer miembro y en la Société de Neurologie de París, de la que fue la primera miembro y luego su presidenta. Murió de cáncer de mama en 1927.

Referencias

Sobre el artículo original

El artículo Augusta y sus hermanas se publicó en el blog Neurociencia de José Ramón Alonso el 29 de junio de 2020.

Un especial agradecimiento al autor del artículo por permitir su reproducción en Mujeres con ciencia.

Sobre el autor

José Ramón Alonso es catedrático de biología celular y director del Laboratorio de plasticidad neuronal y neurorreparación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León, además de prolífico autor de textos de divulgación científica.

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