El Diccionario define como mariscadoras a las que tienen por oficio coger mariscos. Según la Ley 6/93, de 11 de mayo, el marisqueo se define como “la modalidad de pesca consistente en la actividad extractiva dirigida a la captura de animales invertebrados marinos susceptibles de comercialización para el consumo”. Las especies más recolectadas son la almeja y el berberecho, seguidas del percebe.
En la costa gallega son importantes las actividades pesqueras artesanales. Las mariscadoras son un grupo significativo, con gran relevancia social, cultural y económica. En el año 2001, de 8 886 censadas en el marisqueo, 6 988 eran mujeres, el 84 %. Las cifras son confusas, de distintas fuentes, con distintos métodos de recuento y, por tanto, difícilmente comparables. Para ese mismo año 2001 hay estadísticas oficiales que sitúan la cifra en 10 561 personas dedicadas al marisqueo. Y otras fuentes afirman que eran 8 550 mariscadoras. En general, las cifras indican un descenso del número de mariscadoras según pasan los años. En 1996 eran 7 852, en 2003 eran 6 988, y en 2005 bajaron a 4 356, todo ello según los datos publicados por Maria do Carme García y Yolanda Zotes, de la Universidad de Santiago de Compostela.
En años más cercanos, en 2017, eran algo más de 4 000 mariscadoras, con título de explotación y de alta en la seguridad social como autónomas, y con ingresos anuales hasta de 15 000 euros. En 1995 eran más de 12 000 mariscadoras, con un 80 % sin dar de alta en la Seguridad Social y un salario medio anual de 1 200 euros.
Las mariscadoras han ocupado, en mayor o menor medida, una posición secundaria en el sector pesquero. Se consideraba el marisqueo como una actividad marginal, que permitía unos ingresos mínimos que ayudaban en casa, sin pretender un salario digno y sin intención de considerar el marisqueo una profesión.
Las unidades de producción del marisqueo son las agrupaciones de mariscadoras, no los individuos. Las agrupaciones se encargan de la dirección, gestión y control de los recursos. Dependen de una zona costera estrecha según la geografía y la ecología, y frágil y, en Galicia, siempre en riesgo de contaminación por la falta de medidas de prevención y protección adecuadas tal como cuenta Amanda Fadigas, de la Universidad de Girona, en su estudio publicado en 2017. Estos factores, unidos al accidente del Prestige y sus consecuencias, aumentan la fragilidad del trabajo de las mariscadoras. Fadigas busca la relación entre el ecologismo feminista, la vulnerabilidad del género, y los desastres ambientales como el del Prestige.
Hombres y mujeres pueden responder de manera diferente a los cambios ambientales. Para algunos teóricos, el concepto de ecologismo feminista asume que las diferencias se originan en el género porque nos son iguales las realidades materiales de hombres y mujeres y, en consecuencia, su compromiso con el ambiente. En muchas culturas, la dependencia de las mujeres de los recursos materiales y su acceso a ellos marcan su propia vulnerabilidad.
En la costa gallega hay un transporte marítimo muy numeroso, una historia antigua de accidentes, naufragios y vertidos de barcos que llevan mercancías peligrosas y son origen permanente de contaminantes y, además, falta de preparación en la respuesta a los desastres y no se han elaborado planes de emergencia que incluyan a todos los interesados. Todo ello supone un riesgo para la pesca artesanal, con gran dependencia local de los resultados del marisqueo, y las propias mariscadoras no son conscientes de su vulnerabilidad.
Amanda Fadigas, para su estudio, entrevistó a once mariscadoras que trabajaban en seis zonas de las Rías Altas y Baixas, dos miembros de ONGs y dos investigadores expertos en este tema. Los datos los recogió entre febrero de 2013 y diciembre de 2014.
En Galicia, hay una relación histórica con el mar, y las mujeres de la costa participan en la actividad pesquera con gran importancia socioeconómica. Intervienen en toda la cadena de producción, desde la extracción hasta la comercialización: pescan, transforman, venden y transmiten conocimiento.
Los resultados de las entrevistas muestran que las raíces de la vulnerabilidad de las mariscadoras vienen de la identificación que sienten con la zona concreta de costa en la que trabajan y viven, los diferentes roles de género en el entorno social, y el modelo predador que se sigue en la gestión, mejor, en la explotación de los recursos.
La historia de las mariscadoras a pie gallegas, que nos cuenta Begoña Marugán, de la Universidad Carlos III, “habla de cómo se logró pasar de la invisibilidad al reconocimiento; una historia sobre la cogestión y la importancia del diálogo entre la ciudadanía y los poderes públicos; una historia de confianza mutua y solidaridad entre mujeres; una historia sobre las posibilidades del desarrollo sostenible,… , la mejor muestra de la capacidad femenina de superación y transformación colectiva… en Galicia, hace ya unos años, las mariscadoras a pie protagonizaron una auténtica revolución silenciosa,…”.
Si se busca una fecha, quizá todo comenzó, de manera oficial, en 1995, en el I Encontro de Mariscadoras, celebrado en Vilagarcia de Arousa. Participaron 64 mariscadoras de 32 cofradías. Representaban a las 9 200 mariscadoras entonces censadas en Galicia, sin olvidar la diversidad de cifras que antes mencionaba. Los problemas eran los mismos para todas: furtivismo, falta de integración en las cofradías y de representación en sus consejos de gobierno, falta de reglamentos para su funcionamiento como actividad recolectora y profesional, y, además, falta de información y escasa formación para su trabajo. En aquellos años, había cofradías que no admitían a las mariscadoras como socias.
En las conclusiones del Encontro aparece la aceptación de cursillos de formación sobre producción, cultivo, comercialización y organización. La conclusión central es que había que pasar de la extracción, de la simple recolección, al cultivo y reglamentación de la extracción de lo cultivado. Con la práctica de estos objetivos, convirtieron el marisqueo en una profesión.
No es un proceso fácil el cultivo de la almeja fina. Hay que conseguir almeja pequeña, llamada semilla, meterla en bolsas para que no se dispersen, y vigilar su crecimiento. En su momento, se sacan de las bolsas, se limpian y se retiran las semillas muertas. Cuando tienen el tamaño adecuado, se siembran en la playa, preparada, limpia y libre de depredadores.
Para ello, hay que organizar el trabajo, con turnos para meter las crías en las bolsas y seguir todo el proceso hasta la siembra. Después se necesita vigilancia para evitar el furtivismo, tanto externo como interno. Y reglamentar la recogida de la almeja, con días de captura, cuotas y fijando la talla a la que se pueden recolectar. En conclusión, a los siete años del Encontro el precio de la almeja se duplicó y el del berberecho se multiplicó por tres.
Además, las mariscadoras se organizaron. En 1995, había siete agrupaciones de mariscadoras; en el 2000 eran ya 21 agrupaciones. En las cofradías ocurrió algo parecido. En 1995 solo había dos patronas mayores en las 63 cofradías de Galicia; en 2004, eran 351 mujeres las que ocupaban cargos en las cofradías, con cuatro patronas mayores. En 2017, hay 12 patronas mayores y la cuarta parte de los cargos directivos de las cofradías son mujeres.
El papel que desempeñan las mujeres en la pesca en todo el planeta está recibiendo una atención internacional cada vez mayor, escribían Sarah Harper y su grupo, en una revisión publicada hace unos meses, desde la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver, en Canadá. En general, como ocurría en Galicia, la contribución de las mujeres a las capturas pesqueras es ignorada por la sociedad, la industria y los dirigentes políticos.
El estudio de Harper muestra que las mujeres participan en la pesca a pequeña escala en todas las regiones del mundo. Son, se calcula, unos dos millones de mujeres y suponen el 11 % de los pescadores de bajura, cerca de la costa. El valor de lo pescado por las mujeres es de más de 6 000 millones de dólares anuales. En el estudio de Harper no se incluyen las mariscadoras gallegas.
Las capturas de las mujeres tienen como destino, a menudo, al consumo doméstico, aunque parte se dedica a la venta local y contribuye a completar los ingresos de la familia o del grupo.
En conclusión, el papel de las mujeres es importante como productoras en la pesca a pequeña escala, y contribuyen a la dieta y a la seguridad alimentaria de los más cercanos.
Referencias
- Fadigas, A.M.B. 2017. Vulnerability factors of shellfishwomen in the face of oil spill events: An analysis of the Prestige case. International Journal of Disaster Risk Reduction doi: 10.1016/j.ijdrr.2017.07.010
- García Negro, M.C. & Y.N. Zotes Tarrió. 2006. El trabajo de las mujeres en el sector pesquero gallego: Análisis de los problemas relacionados con su tratamiento estadístico. Revista Galega de Economía 15: 1-25
- Harper, S. et al. 2020. Valuing invisible catches: Estimating the global contribution by women to small-scale marine capture fisheries production. PLOS One 15: e228912
- Martínez García, P. 2017. Democratizando el mar con perspectiva de género. El proceso de profesionalización de las mariscadoras a pie en Galicia. Política y Sociedad 54: 377-398
- Marugán, B. 2004. Y cogieron ese tren. Profesionalización de las mariscadoras gallegas. Xunta de Galicia. Concelleria de Pesca e Asuntos Maritimos. Santiago de Compostela. 299 pp.
- Meltzoff, S.K. 1995. Marisquadoras of the shellfish revolution: The rise of women in co-management on Illa de Arousa, Galicia. Journal of Political Ecology 2: 20-38
- Santasmarinas, P. 2010. Proceso de profesionalización das mariscadoras galegas. anda!na Revista Galega de Pensamento Feminista 1: 24-28
Sobre el autor
Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
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