Mujeres luthiers

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No hay demasiadas mujeres luthiers en la historia de la música y, sin embargo, algunas construyeron instrumentos de madera y cuerda bajo condiciones bastante llamativas. Es el caso de las Kalamazoo Gals, decenas de mujeres que fabricaron guitarras de forma clandestina para la Gibson Guitar Corporation durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando en 1942 los empleados habituales de esta fábrica del estado de Michigan fueron llamados a filas, el departamento directivo decidió contratar a mujeres para la patriótica tarea de producir munición destinada al ejército, o al menos ésa era la versión oficial. La realidad es que durante esos años la Gibson también fabricó 9 000 guitarras acústicas, conocidas como Gibson Banner por un rótulo dorado en el clavijero en el que podía leerse: «Solo una Gibson es lo suficientemente buena». Ese eslogan dejó de incluirse en las guitarras cuando terminó el conflicto y volvieron los hombres a sus puestos de trabajo.

Clavijero de una Banner en reparación. Imagen: Wikimedia Commons.

Los contratos gubernamentales de estas empleadas no recogían la construcción de guitarras ya que este producto no estaba incluido en la lista de materiales esenciales para el ejército. Ésta fue la causa de que el objetivo de su tarea en la fábrica no quedara reflejado en ningún sitio. Esto fue así hasta que el profesor John Thomas, de la Quinnipiac University, investigara sobre ellas después de fijarse en una fotografía que casualmente cayó en sus manos (Thomas, 2012). En la imagen, unas 75 mujeres posaban sonrientes a la puerta de la fábrica y en 1942. En 2013 Thomas se desplazó hasta Kalamazoo, Michigan donde la empresa estuvo ubicada durante los años de guerra. Puso anuncios por todas partes en los que aparecía la foto con las mujeres y solicitó que cualquiera que recordara algo sobre aquello contactara con él. Aparecieron doce trabajadoras que se reconocieron en la imagen y el profesor tiró del hilo.

Podemos imaginar el primer día de trabajo de estas mujeres en la Gibson, con la alegría de conseguir los 25 centavos por hora tan ansiados, con la ilusión de firmar un contrato y con la incertidumbre de estar a la altura. Era un sueldo adecuado y además servirían a su país, a los hombres que luchaban en Europa. La sorpresa fue que su tiempo y esfuerzo lo dedicarían a la construcción seriada de las magníficas guitarras Banner. Aprendieron guiadas por trabajadores demasiado mayores como para acudir a filas y, como veremos más adelante, hicieron su trabajo de manera excepcional.

La Gibson se cuidó de que no corriera la voz de su producción de instrumentos musicales en ese periodo de guerra e incluso afirmó que un grupo pequeño de artesanos experimentados que no fueron movilizados construirían algunas guitarras en ese tiempo, aunque también justificó la cantidad de instrumentos que salieron a la venta después de la guerra asegurando que estaban ya en el almacén desde antes de ésta.

Esto fue así porque la empresa creía que los músicos no comprarían guitarras si supieran que habían sido elaboradas por mujeres. Hoy sabemos que fueron ellas, las Kalamazoo Gals, las maravillosas constructoras de las Banner. Las chicas tomaron el nombre de un éxito de Glenn Miller, I’ve Got a Gal In Kalamazoo, que fue número 1 en Estados Unidos en 1942, más o menos cuando ellas comenzaron a trabajar en Gibson.

Una de las doce mujeres que Thomas localizó en Kalamazoo es Irene Stearns. Ella cuenta en una entrevista que le hicieron por la radio en 2013, su odisea al buscar un puesto de trabajo y la alegría que le dio una vecina que llegó corriendo a su casa para decirle que la Gibson, en su propia ciudad, contrataba mujeres. Irene no sabía nada de construir guitarras, igual que las demás empleadas, pero cosía muy bien, hacía ganchillo y bordaba. Afirma que todas eran muy hábiles con la costura y quizá esto tenga cierta relación con la gran calidad de su trabajo. Con una sonrisa cuenta que era como estar sentada en una máquina de coser, con un pedal para el pie derecho. Irene manejaba los alambres destinados a convertirse en cuerdas y dejaba éstas preparadas y empaquetadas en un estante. Esa era su parte, una labor minuciosa en la que no se permitía ningún error.

La aportación tan exquisita a cada fase de producción pudo comprobarse no sólo en la calidad del sonido que surgía del instrumento sino a través de pruebas radiológicas llevadas a cabo por el profesor Thomas en su universidad. En estas radiografías y escáneres se comprobó que la elaboración de las guitarras femeninas es más refinada y precisa que otras del mismo modelo. Cada componente, cada placa, cada trozo de madera está lijado y pulido de forma minuciosa y suave, más que en las producciones anteriores de la Gibson. Los seis modelos originales que construyeron las Gals son hoy muy cotizados por músicos y coleccionistas. Una de estas apreciadas guitarras puede superar los 7 000 dólares.

Con todo, es llamativo que ninguna de las cientos de Gals que trabajaron allí supiera afinar una guitarra, ni interpretar una melodía, ni valorar en ese momento el fantástico instrumento que estaban creando. Durante la entrevista, Irene comenta entre risas: “¿hobbies?, ¿aprender música o tocar una guitarra en esos momentos? Sólo había tiempo para cosas prácticas y como mucho hacíamos crochet o punto de cruz”.

Quizá el encubrimiento injusto de las mujeres de Gibson haya tenido que ver con la falta de vocación por parte de niñas y mujeres para restaurar o construir instrumentos cordófonos, manejarlos con profesionalidad conocedoras de maderas nobles, de barnices, de metales y de esa mezcla de arte y precisión de los luthiers. Siempre es así; si las niñas cuentan con referentes femeninos aparece la opción, la nueva perspectiva, el criterio propio y la libertad para elegir una profesión.

Después de que su verdadera historia saliera a la luz, las mujeres de Gibson han recibido los merecidos elogios y el reconocimiento que se descuidó durante tanto tiempo. Así, aunque a este instrumento que rozó la excelencia no se le dio la oportunidad, al menos hasta unas décadas más tarde, de atraer luthiers femeninas, actualmente sí existen mujeres restauradoras de instrumentos de cuerda y madera que cuentan con una formación potente como expertas profesionales. No podemos olvidar que un luthier repara o crea un instrumento completo, uniendo arte y ciencia, seleccionando con cuidado extremo materiales, barnices y aplicando las mejores técnicas para perfeccionar la acústica, sonoridad, resonancia, etc. En definitiva, para que la música pulsada o rasgada sea perfecta.

No queremos acabar este texto sin mencionar a mujeres que como las Gals vislumbraron un futuro en sus carreras profesionales. En Estados Unidos y durante las décadas previas, hasta 1940, las mujeres eran una cuarta parte de la población activa, con un 12 % de mujeres casadas que trabajaban fuera del hogar. Sin embargo, esto cambió de manera drástica con la entrada del país en la Segunda Guerra Mundial. Ocurrió lo mismo que en Europa durante la primera gran guerra: las mujeres entraron en la industria para cubrir las demandas de producción de aviones, tanques, barcos y armas para el frente bélico. De igual forma, en 1944 el 37 % de las mujeres adultas trabajaba y alcanzaron un 36 % de la población laboral civil; también el porcentaje de mujeres casadas que trabajaban fuera del hogar subió al 22,5 %. Sin embargo, a pesar de este aumento de mujeres en los trabajos cualificados, los salarios no eran iguales ya que ellas ganaban un tercio o la mitad menos que los hombres en similares condiciones. Fue muy significativo que, según las encuestas de 1945, más del 60 % de las mujeres casadas que trabajaban no quisiera dejar su empleo después de la guerra (Pérez Garzón, 2018).

Ellas eran perfectamente capaces de realizar el mismo trabajo que sus compañeros, lo demostraron y siguen haciéndolo hoy. Dedican pasión, preparación y compromiso a la vocación que eligieron por sí mismas, con oportunidades abiertas, apoyos firmes y referentes: quizá luthiers o quizá guitarristas de música electrónica.

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

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