Los robots sociales aparentan ser entidades con sentimientos y con capacidad relacional. Son tecnologías con pretensiones de ser sociales como las personas y otros animales. Los robots sociales no los usamos, nos relacionamos con ellos. Su capacidad de dirigirse a nosotros en nuestros propios términos es la base de su maravilloso potencial. Sin embargo, también entraña ciertas preocupaciones que es interesante conocer.
La socialidad artificial
Los robots sociales tienen como particularidad tener cuerpo. Esta realidad física que les dota de un potencial de impacto emocional sobre nosotros muy superior al de sus colegas digitales.
Su aspecto y comportamiento –gestos, lenguaje, expresiones– nos llevan a atribuirles intenciones, emociones, comprensión o empatía. Están diseñados para atraernos y engancharnos con su aspecto y comportamiento de inspiración biológica. Hasta cierto punto, los vemos similares a nosotros mismos. A un nivel profundo los reconocemos, con lo que la interacción con ellos se hace más natural e intuitiva.
Gracias a estas capacidades sociales, cada vez están más presentes en cualquier ámbito de nuestras vidas públicas y privadas. Están fuera de los laboratorios y prestando sus servicios en entornos tan sensibles como la educación infantil, la terapia y el acompañamiento de personas mayores. Se diseñan robots sociales específicos para educación, para tratamientos de determinados trastornos, para hacer compañía. Algunas de estas intervenciones basadas en robots han tenido resultados muy prometedores.
Pero, sorprendentemente, todavía sabemos muy poco de los efectos emocionales que los robots sociales nos provocan. Todavía hay pocas voces discutiendo sobre la conveniencia o no de generalizar el trato con agentes artificiales. ¿No es un tema suficientemente controvertido? ¿Acaso no tienen los robots un impacto transformador enorme sobre nuestras relaciones, nuestros afectos y nuestros pensamientos?
Afortunadamente, la comunidad científica de interacción persona-robot hace tiempo que discute sobre consideraciones éticas. Deberíamos analizar entre todos si estos vínculos con los robots pueden realmente contribuir a una vida buena.
Con el conocimiento acumulado, ya sabemos que nuestra relación con los robots provoca, conjuntamente con maravillosas utilidades, efectos indeseables, algunos de los cuales me gustaría apuntar aquí.
Algunos retos que deberíamos afrontar
- Exposición excesiva en niños. Estar en contacto con robots sociales podría comprometer el desarrollo saludable de niños pequeños. Por ejemplo, un proceso tan crítico como el desarrollo moral, se produce sobre todo a partir de la interacción entre iguales. La reciprocidad pone en marcha actitudes tan importantes como la preocupación por el bienestar de otros y la construcción de valores como igualdad, equidad y justicia. Los niños que crecen con robots saben que son objetos y, por tanto, inferiores moralmente ya que son producto de la creación humana. ¿Transferirán el modo dominante de interactuar con los robots al trato con otro ser humano?
- Engaño. Los estudios demuestran que la gente expuesta a robots sociales forma rápidamente representaciones de las mentes de los robots. Les atribuimos entidad social e les imputamos de forma más o menos ingenua sentimientos e inteligencia que no tienen. ¿No hay algo moralmente dudoso en engañar a los humanos y hacerles pensar que pueden establecer interacciones significativas con un objeto? ¿O es solo un paso lógico inevitable en nuestra civilización tecnológica? ¿Sería posible llegar a ser amigos de los robots? ¿Son deseables las amistades entre humanos y robots? ¿Qué implicaciones tendrá esto en las generaciones futuras, que crecerán en la presencia cotidiana de los robots? ¿Cómo afectará a las amistades humanas?
- Apego. ¿Es justificable desde una postura ética construir un robot que provoque malestar y arrepentimiento por el hecho de apagarlo? ¿Es adecuado diseñar un robot que sea tan atractivo que la gente se apegue a él emocionalmente, formando una relación comparable a una relación interpersonal? ¿Que su ausencia ocasione sentimientos de pena y añoranza?
- Interferencia con las relaciones sociales. Los robots diseñados para ser más aceptables por poblaciones vulnerables, como los ancianos, pueden ser más fácilmente introducidos en sus entornos. Pueden llegar a substituir en ocasiones a los seres vivos. Si esto pasa, el robot, pretendiendo proporcionar compañía, se convertiría en un factor de aislamiento. Si finalmente aceptamos estos vínculos emocionales unidireccionales con los robots, ¿esto no perjudicará nuestras relaciones con otros seres humanos?
- Interferencia con las relaciones con animales. Otro de los riesgos señalados por los expertos está en alterar la unión humano-animal. Está creciendo la densidad de mascotas artificiales en la vida de los niños. Esta situación puede llegar a alterar nuestra propensión a afiliarnos con el mundo natural, ya que los robots desempeñarían el papel de las mascotas de la familia. Esta situación podría contribuir a la creciente desafección con la naturaleza. Lo realmente paradójico es que estas criaturas artificiales se aprovechan de nuestra atracción por la naturaleza para, imitando la vida, alejarnos de ella.
Hay muchas preguntas abiertas y muchas preocupaciones planteadas. Hace falta más investigación y debate sobre cómo nos afecta –como individuos y como sociedad– relacionarnos con robots, para tomar las decisiones adecuadas. Tenemos que saber más y ser críticos más allá de nuestra fascinación por estas criaturas para poder diseñar los robots que nos convienen y para utilizarlos con responsabilidad.
Sobre la autora
Marta Díaz Boladeras, Profesora e investigadora especializada en interacción personas-robots, Universitat Politècnica de Catalunya – BarcelonaTech.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.